Fue una conversación de hace una semana, pero me ha quedado el eco en la cabeza. Era Pereira, en Colombia, y viernes. Con dos estudiantes de maestría y la joven esposa de uno subimos al caer la tarde a un lugar llamado El Mirador y se divisaba abajo la ciudad iluminada y extensa. Descubrí que los pereiranos son como los de Medellín y también piensan que en ninguna parte se puede vivir mejor que en su ciudad. Buena gente, alegre y hospitalaria. No servían bebidas alcohólicas en los bares, pues estábamos ya en plena “ley seca”. El domingo había elecciones parlamentarias en Colombia y desde dos días antes no se vende alcohol. Al día siguiente, ya en Medellín, los locales nocturnos parecían un velatorio. Tomo limonada en Pereira y de inmediato me da una reacción alérgica que me deja casi sin voz. Increíble. Alergia a la limonada o síndrome de abstinencia de cerveza. Posiblemente la combinación de ambas cosas. Sabiduría de la naturaleza.
Uno de los presentes tiene una niña poco mayor que Elsa y, no recuerdo muy bien por qué, acabamos hablando del supuesto despendole juvenil y de los sustos que nos esperan. Mi apreciado interlocutor anda algo escandalizado porque, cuenta, hace poco ha visto a un grupo de ocho o diez muchachas adolescentes que entre sí se comportaban “como auténticas lesbianas”. Comentario a comentario, me dan pie a soltarles mi teoría sobre el sexo y la gente en el futuro cercano. Los dos varones me escuchan en silencio y me miran más bien perplejos. Sólo la chica me da la razón con bastante énfasis. No me extraña, pues ellas van muy por delante. ¿De qué se trataba? Ahí va.
La tesis es que pronto, muy pronto, el género dejará de ser una referencia central de la identidad personal y el sexo perderá importancia como una clave básica de las relaciones sociales.
En cuanto a la relación entre género e identidad, a medida que la distribución social de roles se hace indiferente a la condición de hombre o de mujer, cesan las razones para cultivar un tipo de personalidad y de actitud ligada a la condición masculina o femenina. La fisiología no tiene repercusión social inmediata, por lo que el género es construcción cultural vinculada a una distribución social de funciones y tareas. Si en una determinada sociedad a los varones les corresponde el papel X y a las mujeres el papel Y, de ese reparto se desprenderán dos consecuencias. Una, que se tenderá a justificar esa división de funciones haciendo pasar por natural lo que los géneros tienen de puramente social. Otra, que tendrán los individuos un fuerte acicate para procurar que su comportamiento se corresponda con esa asignación de estatuto y función, pues el precio de la falta de correspondencia es la represión o el ostracismo.
Cuando la asignación de posiciones y funciones se hace ciega a la diferencia entre masculino y femenino y se impone la igualdad en este punto (específicamente en éste, pues siempre habrá, como requerimiento funcional, alguna pauta de distinción para asignar socialmente roles y responsabilidades), decae la motivación de los individuos para cultivar esmeradamente la diferencia, sea en la apariencia externa, en el modo de comportarse o en el tipo de autoexplicación de su lugar en el mundo. En este sentido decíamos aquí el otro día que una parte de la política feminista corre un cierto riesgo de acabar algún día convirtiéndose en reaccionaria, ya que porfiaría por mantener una distinción antiigualitaria, por conservar la diferenciación de género y evitar aquella desdiferenciación genérica. Esto es, el feminismo (o cierta parte de él), que ha desempeñado y está desempeñando un papel decisivo en el vigente proceso de desdiferenciación, puede acabar obstaculizando la misma. Mientras existen socialmente distinciones de género, las políticas de género pueden servir para perpetuarlas (como el machismo) o para eliminarlas (como el feminismo), mas cuando esas diferencias de género hayan desaparecido o se hayan tornado irrelevantes, las políticas de género sólo servirían para reestablecerlas, sea con predominio masculino (machismo) o femenino (feminismo). La distribución social de roles y funciones entre los sexos nunca va a ser, mientras exista, neutra en términos de poder y dominación.
Salvando las distancias que haya que salvar, con la desdiferenciación de género está sucediendo y sucederá algo similar a lo que representó la transformación de la religión, al pasar de fenómeno público decisivo a cuestión atinente nada más que a la conciencia individual. De la misma manera que, en la culminación de ese proceso en el Estado aconfesional, el profesar una religión u otra, o ninguna, es libertad de cada sujeto, pero no referencia a la hora de distribuir poderes o atribuir labores, en el Estado “genérico” hacia el que avanzamos cada ciudadano podrá elegir apariencias y formas de comportamiento sin que norma ninguna asigne autoritativamente masculinidad o feminidad y, menos aún, sin que a la respectiva condición se asocien estatutos jurídicos diversos.
Vamos ahora con la vida sexual. El sexo y su práctica han sido y siguen siendo referente de la mayor importancia a la hora de delinear la estructura social. Por un lado, de aquella identidad de género es parte esencial un tipo particular de práctica sexual. Así, tanto el estatuto social masculino -con sus poderes y deberes- como el femenino -igualmente con sus poderes y deberes- ha estado vinculado a la respectiva condición heterosexual, de modo que el homosexual masculino y femenino quedaban en tierra de nadie, por fuera de la imputación de roles y equiparados, por “atípicos” a excrecencias o perversiones inclasificables y disfuncionales. Cuanto más se atenúen, en el sentido antes expuesto, las diferencias de género, tanto más se aminorará también la importancia socialmente otorgada a las prácticas sexuales diferenciadas y regladas.
Por otro lado, al consolidarse el proceso de individuación que subraya que el destino de cada persona es estrictamente personal, que la felicidad de cada cual es de su responsabilidad y gestionada independientemente por cada uno, y al multiplicarse y diversificarse las vías de relación interpersonal, cambiará la concepción imperante del amor. Pasaremos, estamos pasando, del amor romántico, con su mito de la “media naranja” o de la correspondencia perfecta y predestinada de los enamorados ideales, y con la consiguiente posesividad, con la patrimonialización del cuerpo y el alma del otro (si es mi contraparte perfecta, el trozo que me falta, la persona hecha para mí, mi complemento ideal y único, debe pertenecerme para siempre y en todo), a una desvinculación progresiva entre lo sentimental y lo corporal. Es decir, las relaciones sentimentales se aproximarán a lo que hoy denominaríamos relaciones de amistad y, como éstas, no impedirán la práctica sexual compartida, pero ni la exigirán ni, menos aún, la exigirán como posesión exclusiva. Se vivirá la práctica sexual con una mezcla de naturalidad y hedonismo. Por así decir, la lujuria pasará a ser socialmente tan poco problema como la gula. De la misma manera que hoy no se considera que el vivir en pareja comporte específicas obligaciones de dieta o compromiso de comer lo mismo o comer solamente en casa, también la relación amorosa se desatará de la “dieta” sexual y serán los concretos acuerdos en libertad los que determinen las modalidades bajo las que cada pareja y cada elemento de ella lleve su vida sexual: con fidelidad o sin ella, de a dos y/o en grupo, hétero, homo o bisexualmente, etc., etc.
Desde el momento en que el ser fisiológicamente varón o mujer resulte indiferente a efectos de reparto social de tareas y poderes, no habrá compulsión para que varones y mujeres vinculen su identidad y la percepción de sí mismos al cultivo estandarizado de su “género”. Desaparece así una poderosísima razón para atar la identidad y las opciones vitales de cada cual a una determinada organización de la vida sexual propia. En cuanto se consolida la idea de que la vida de cada cual y la búsqueda de la felicidad son cometido estrictamente individual, ya no se entenderá que parte del precio necesario será “darse” en exclusiva a otro a cambio de la propiedad también completa de ese otro. La libertad y la felicidad dejan de tener ese concreto precio. Y, por último y dentro de la misma secuencia, la práctica del sexo se torna un elemento más de satisfacción personal y de comunicación interpersonal y se desdramatiza y se trivializa. Dos personas que sexualmente se atraigan pueden con plena libertad y tranquilidad acordar relaciones sexuales del tipo que sean, de idéntica manera a como ahora mismo dos sujetos que se conozcan y simpaticen pueden decidir cenar juntos, compartir diversiones o hablarse con frecuencia.
El desanudar afecto y sexo tendrá dos consecuencias de importancia. Por una parte, se acrecentará la dimensión espiritual y emotiva del amor, pues el sentimiento amoroso, así desasido de la posesión física o no centrado en ella, se volcará en la compenetración emotiva con el ser amado, en la penetración en sus anhelos y sus sentimientos. Los amantes ansiarán conocerse más allá de los límites del cuerpo, contrariamente de lo que ahora sucedía, pues al ser el cuerpo el centro y culmen de la vida amorosa, ciertos sentimientos y pensamientos se ocultaban celosamente para no oscurecer la ilusión de la propiedad plena. En el futuro todas las parejas podrán ser como de amantes, hablándose y desnudándose el alma con libertad y sin temores. Por otra parte, la posibilidad de satisfacción autónoma de los impulsos e inclinaciones sexuales dará a cada individuo un sentimiento de dominio (como propiedad y como habilidad) de su propio cuerpo que, frente a lo que hasta hoy sucede, alejará traumas y complejos. La represión sexual ya no será, en suma, ni la base de la organización social ni la fuente de los desarreglos psíquicos de los sujetos que en sociedad conviven.
¿Será bueno o malo que ocurra todo eso que sin duda está comenzando y que se va a consumar, salvo que lo impida una contrarrevolución que corte en seco la evolución de nuestra cultura, como sucedería si se impusiera la moral reaccionaria y religiosa que presiona desde el Islam? A mí me parece que será estupendo. A los de mi generación ya no nos tocará vivirlo y a la mayoría le costará o le costaría asimilarlo. Pero el cambio empuja con fuerza creciente. Para darse cuenta sólo hay que fijarse un poco en el modo de comportarse de los jóvenes de ahora mismo, especialmente de las adolescentes. La nueva revolución está en marcha, discretamente, sin teoría ni alharaca. Y la están llevando a cabo ante todo las mujeres, en particular las más jóvenes. Bendita sea.
Uno de los presentes tiene una niña poco mayor que Elsa y, no recuerdo muy bien por qué, acabamos hablando del supuesto despendole juvenil y de los sustos que nos esperan. Mi apreciado interlocutor anda algo escandalizado porque, cuenta, hace poco ha visto a un grupo de ocho o diez muchachas adolescentes que entre sí se comportaban “como auténticas lesbianas”. Comentario a comentario, me dan pie a soltarles mi teoría sobre el sexo y la gente en el futuro cercano. Los dos varones me escuchan en silencio y me miran más bien perplejos. Sólo la chica me da la razón con bastante énfasis. No me extraña, pues ellas van muy por delante. ¿De qué se trataba? Ahí va.
La tesis es que pronto, muy pronto, el género dejará de ser una referencia central de la identidad personal y el sexo perderá importancia como una clave básica de las relaciones sociales.
En cuanto a la relación entre género e identidad, a medida que la distribución social de roles se hace indiferente a la condición de hombre o de mujer, cesan las razones para cultivar un tipo de personalidad y de actitud ligada a la condición masculina o femenina. La fisiología no tiene repercusión social inmediata, por lo que el género es construcción cultural vinculada a una distribución social de funciones y tareas. Si en una determinada sociedad a los varones les corresponde el papel X y a las mujeres el papel Y, de ese reparto se desprenderán dos consecuencias. Una, que se tenderá a justificar esa división de funciones haciendo pasar por natural lo que los géneros tienen de puramente social. Otra, que tendrán los individuos un fuerte acicate para procurar que su comportamiento se corresponda con esa asignación de estatuto y función, pues el precio de la falta de correspondencia es la represión o el ostracismo.
Cuando la asignación de posiciones y funciones se hace ciega a la diferencia entre masculino y femenino y se impone la igualdad en este punto (específicamente en éste, pues siempre habrá, como requerimiento funcional, alguna pauta de distinción para asignar socialmente roles y responsabilidades), decae la motivación de los individuos para cultivar esmeradamente la diferencia, sea en la apariencia externa, en el modo de comportarse o en el tipo de autoexplicación de su lugar en el mundo. En este sentido decíamos aquí el otro día que una parte de la política feminista corre un cierto riesgo de acabar algún día convirtiéndose en reaccionaria, ya que porfiaría por mantener una distinción antiigualitaria, por conservar la diferenciación de género y evitar aquella desdiferenciación genérica. Esto es, el feminismo (o cierta parte de él), que ha desempeñado y está desempeñando un papel decisivo en el vigente proceso de desdiferenciación, puede acabar obstaculizando la misma. Mientras existen socialmente distinciones de género, las políticas de género pueden servir para perpetuarlas (como el machismo) o para eliminarlas (como el feminismo), mas cuando esas diferencias de género hayan desaparecido o se hayan tornado irrelevantes, las políticas de género sólo servirían para reestablecerlas, sea con predominio masculino (machismo) o femenino (feminismo). La distribución social de roles y funciones entre los sexos nunca va a ser, mientras exista, neutra en términos de poder y dominación.
Salvando las distancias que haya que salvar, con la desdiferenciación de género está sucediendo y sucederá algo similar a lo que representó la transformación de la religión, al pasar de fenómeno público decisivo a cuestión atinente nada más que a la conciencia individual. De la misma manera que, en la culminación de ese proceso en el Estado aconfesional, el profesar una religión u otra, o ninguna, es libertad de cada sujeto, pero no referencia a la hora de distribuir poderes o atribuir labores, en el Estado “genérico” hacia el que avanzamos cada ciudadano podrá elegir apariencias y formas de comportamiento sin que norma ninguna asigne autoritativamente masculinidad o feminidad y, menos aún, sin que a la respectiva condición se asocien estatutos jurídicos diversos.
Vamos ahora con la vida sexual. El sexo y su práctica han sido y siguen siendo referente de la mayor importancia a la hora de delinear la estructura social. Por un lado, de aquella identidad de género es parte esencial un tipo particular de práctica sexual. Así, tanto el estatuto social masculino -con sus poderes y deberes- como el femenino -igualmente con sus poderes y deberes- ha estado vinculado a la respectiva condición heterosexual, de modo que el homosexual masculino y femenino quedaban en tierra de nadie, por fuera de la imputación de roles y equiparados, por “atípicos” a excrecencias o perversiones inclasificables y disfuncionales. Cuanto más se atenúen, en el sentido antes expuesto, las diferencias de género, tanto más se aminorará también la importancia socialmente otorgada a las prácticas sexuales diferenciadas y regladas.
Por otro lado, al consolidarse el proceso de individuación que subraya que el destino de cada persona es estrictamente personal, que la felicidad de cada cual es de su responsabilidad y gestionada independientemente por cada uno, y al multiplicarse y diversificarse las vías de relación interpersonal, cambiará la concepción imperante del amor. Pasaremos, estamos pasando, del amor romántico, con su mito de la “media naranja” o de la correspondencia perfecta y predestinada de los enamorados ideales, y con la consiguiente posesividad, con la patrimonialización del cuerpo y el alma del otro (si es mi contraparte perfecta, el trozo que me falta, la persona hecha para mí, mi complemento ideal y único, debe pertenecerme para siempre y en todo), a una desvinculación progresiva entre lo sentimental y lo corporal. Es decir, las relaciones sentimentales se aproximarán a lo que hoy denominaríamos relaciones de amistad y, como éstas, no impedirán la práctica sexual compartida, pero ni la exigirán ni, menos aún, la exigirán como posesión exclusiva. Se vivirá la práctica sexual con una mezcla de naturalidad y hedonismo. Por así decir, la lujuria pasará a ser socialmente tan poco problema como la gula. De la misma manera que hoy no se considera que el vivir en pareja comporte específicas obligaciones de dieta o compromiso de comer lo mismo o comer solamente en casa, también la relación amorosa se desatará de la “dieta” sexual y serán los concretos acuerdos en libertad los que determinen las modalidades bajo las que cada pareja y cada elemento de ella lleve su vida sexual: con fidelidad o sin ella, de a dos y/o en grupo, hétero, homo o bisexualmente, etc., etc.
Desde el momento en que el ser fisiológicamente varón o mujer resulte indiferente a efectos de reparto social de tareas y poderes, no habrá compulsión para que varones y mujeres vinculen su identidad y la percepción de sí mismos al cultivo estandarizado de su “género”. Desaparece así una poderosísima razón para atar la identidad y las opciones vitales de cada cual a una determinada organización de la vida sexual propia. En cuanto se consolida la idea de que la vida de cada cual y la búsqueda de la felicidad son cometido estrictamente individual, ya no se entenderá que parte del precio necesario será “darse” en exclusiva a otro a cambio de la propiedad también completa de ese otro. La libertad y la felicidad dejan de tener ese concreto precio. Y, por último y dentro de la misma secuencia, la práctica del sexo se torna un elemento más de satisfacción personal y de comunicación interpersonal y se desdramatiza y se trivializa. Dos personas que sexualmente se atraigan pueden con plena libertad y tranquilidad acordar relaciones sexuales del tipo que sean, de idéntica manera a como ahora mismo dos sujetos que se conozcan y simpaticen pueden decidir cenar juntos, compartir diversiones o hablarse con frecuencia.
El desanudar afecto y sexo tendrá dos consecuencias de importancia. Por una parte, se acrecentará la dimensión espiritual y emotiva del amor, pues el sentimiento amoroso, así desasido de la posesión física o no centrado en ella, se volcará en la compenetración emotiva con el ser amado, en la penetración en sus anhelos y sus sentimientos. Los amantes ansiarán conocerse más allá de los límites del cuerpo, contrariamente de lo que ahora sucedía, pues al ser el cuerpo el centro y culmen de la vida amorosa, ciertos sentimientos y pensamientos se ocultaban celosamente para no oscurecer la ilusión de la propiedad plena. En el futuro todas las parejas podrán ser como de amantes, hablándose y desnudándose el alma con libertad y sin temores. Por otra parte, la posibilidad de satisfacción autónoma de los impulsos e inclinaciones sexuales dará a cada individuo un sentimiento de dominio (como propiedad y como habilidad) de su propio cuerpo que, frente a lo que hasta hoy sucede, alejará traumas y complejos. La represión sexual ya no será, en suma, ni la base de la organización social ni la fuente de los desarreglos psíquicos de los sujetos que en sociedad conviven.
¿Será bueno o malo que ocurra todo eso que sin duda está comenzando y que se va a consumar, salvo que lo impida una contrarrevolución que corte en seco la evolución de nuestra cultura, como sucedería si se impusiera la moral reaccionaria y religiosa que presiona desde el Islam? A mí me parece que será estupendo. A los de mi generación ya no nos tocará vivirlo y a la mayoría le costará o le costaría asimilarlo. Pero el cambio empuja con fuerza creciente. Para darse cuenta sólo hay que fijarse un poco en el modo de comportarse de los jóvenes de ahora mismo, especialmente de las adolescentes. La nueva revolución está en marcha, discretamente, sin teoría ni alharaca. Y la están llevando a cabo ante todo las mujeres, en particular las más jóvenes. Bendita sea.
8 comentarios:
Bonita utopía fantástica.
Aunque no lo parezca, las diferencias de género nunca pasarán a ser una trivialidad, y voy a dar mis razones, porque si no esta opinión no valdría de nada.
Para empezar y más importante, fuera del sector servicios, es casi imposible ver absoluta paridad en los trabajos, y ojo, no por incapacidad femenina, sino porque las mujeres no querrán desempeñarlo. Buen ejemplo de ello es ver a la pequeña cantidad de mujeres interesadas en la tecnología o el sector industrial y nada que decir sobre las mujeres que trabajan en la mina o el andamio. Y por desgracia, el sector terciario, aunque motor de la sociedad, no lo es todo.
Cada día prima más la imagen en esta sociedad, así como el hedonismo, el materialismo y el egoísmo. Y esto lo que lleva es a que cada género explote y saque partido de sus diferencias físicas para llamar la atención. Aquí además poco importa la (hetero/homo)sexualidad, puesto que por los ojos nos entra lo mismo a todos. Si no fuese así, no habría esos anuncios de la chica de 18 años que hasta que no tuvo ese aumento de pechos no se sentia aceptada socialmente. Es decir, que se potencia la diferencia (fisiológica) como signo de identidad.
Otro punto a destacar muy interesante (además de políticamente incorrecto) es que las más culpables de que el machismo no se acabe son las propias mujeres, y aunque no lo parezca, en su mayoría. Ya sea por influencia social, por genética, o por instinto (he leido muchas razones, pero no es el objeto de esto), una mujer está increiblemente más atraida por un maltratador potencial que por un defensor de las mujeres. Esa imagen del tipo duro que se hace notar insultando y pegando las vuelve locas, y cuanto más malo, más incompetente y más musculado, mejor. Y de esto no se libran ni las feministas. Y esto no me lo invento, tengo testimonios directos de mujeres de todo tipo.
Bueno, bendita, bendita...no va a ser
Termino citando una frase de su último párrafo, y lo siento por el doble comentario, es para no hacelo tan largo:
"Para darse cuenta sólo hay que fijarse un poco en el modo de comportarse de los jóvenes de ahora mismo, especialmente de las adolescentes."
No sé como de cercano es su trato con los grupos adolescentes, pero yo que soy animador juvenil de tiempo libre y he estado en infinidad de actividades, salidas, campamentos, etc con los adolescentes, tengo una imagen completamente distinta.
No se está consiguiendo eso que usted plantea, y es que visto desde fuera es muy fácil confundirse.
Lo que ocurre entre los adolescentes es una pérdida de respeto general y de responsabilidad. Me explico, está bien que haya relaciones abiertas, donde el sexo no implique nada más allá de la amistad entre los que lo practiquen, pero siempre desde el respeto y la responsabilidad. Pero aquí no sucede esto, ya que mientras que todo está bien cuando el interesado consigue lo que egoistamente quiere, cuando esto no sale del todo bien o implica alguna responsabilidad, ocurren todo tipo de traiciones, rechazos, etc, en donde al menos una de las partes sale perjudicada y la otra pasa como si nada.
Para que se entienda mejor, es como en el caso de los cobardes que después de hacer el amor sin protección dejan abandonada a la mujer con el embarazo, pero extendido a cada vez más ámbitos.
La verdad, es algo complejo de explicar, y se ve mejor desde cerca, pero dista bastante de una trivialización de géneros, sino de un uso de ellos como objetos y no como seres humanos a los que pertenecen.
Con franqueza, después de leer su texto y considerando que Zapatero estudió derecho en la Universidad de León, empiezo a entender la magnitud y el alcance de lo que nos está cayendo encima y de lo que nos espera si se sigue adelante con la ingeniería social que identifica el proyecto de la nueva izquierda zapateril. Y siento decirlo, pero ideas como las que expone usted cada vez me dan más miedo...siguen en la búsqueda de utopías..que acabarán en opresión y sangre como todas las utopías que aspiran a cambiar la naturaleza humana.
En relación, un tanto forzada, con el comment de Anónimo, la editorial Akal en su libro Educación para la ciudadanía afirma que las democracias son fascismo sublimado y que la cruz gamada se sustituye por el símbolo del dolar y el euro.
Que no deja de ser interesante postura
CREO QUE AL SOL DE SUDAMÉRICA LA RAZON PRODUCE MONSTRUOS.
Sigo sumido en la perplejidad, don GA. No logro imaginar ni de dónde nos saca, ni qué nos da.
Básicamente, estoy de acuerdo, aunque matices habría tantos que hacer.
Donde desaparece la presión social, la mayor parte de los individuos tienden a experimentar y jugar (el sexo es, no cabe duda, el juego con la J mayúscula, la actividad lúdica por excelencia, no consumista, ni productiva ni destructiva sino todo lo contrario, higiénica, con casi nula huella ecológica, no sujeta a modas, pacificadora de tensiones y de malhumores, reforzadora de la autoestima). La razón de ser del actual sistema está clavada en su término "patrimonalización". Se trataba de poseer, ejercer poder, normalizar, encuadrar, controlar.
Salud,
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