La identificación doctrinal, teórica, de qué puede ser Derecho, de qué contenidos pueden tener o no las normas jurídicas, viene marcada por preferencias, a diferencia de, por ejemplo, la identificación del contenido molecular del agua, que no depende de preferencias de ningún tipo.
Las doctrinas sobre el Derecho expresan preferencias sobre qué puede o no puede mandar el Derecho como tal, pero esas preferencias no son autónomas, sino que dependen del tipo de sociedad y de organización del poder que cada uno tenga por mejor. Así, los viejos iusnaturalistas de nuestros pagos no eran ultraconservadores por ser iusnaturalistas, sino iusnaturalistas por ser conservadores.
En la Edad Media, ninguna norma jurídica podía tener un contenido opuesto a las normas de la religión impuesta como verdadera y de ninguna manera se podía entender que obligara una norma de Derecho que eventualmente chocaba con el precepto religioso. Pero, ¿quién definía los contenidos ciertos de las normas de base religiosa? La Iglesia, siempre en alianza estrecha con el poder temporal, al que legitimaba y amenazaba a la vez: justificando la autoridad del monarca y el orden social por designio divino y teorizando el derecho de resistencia y hasta el tiranicidio contra el rey que no sirviera a los supremos designios de la fe.
La Modernidad fundó la legitimidad del poder en el contrato social y, luego, en la elección democrática de gobernantes y legisladores. Para eso, como explica Habermas maravillosamente, hubo que separar la validez del Derecho de los otros órdenes normativos, haciéndolo Derecho positivo que vale por ciertos caracteres formales y procedimientos, si bien solo será racional y justo si pone las bases para el ejercicio real de la soberanía popular. Ese es el Estado democrático y social de Derecho. Ahí, las normas jurídicas pueden tener cualquier contenido, siempre que se cumplan dos condiciones: a) que se respete el procedimiento democrático y deliberativo de su creación por el órgano competente (o, si son inferiores en jerarquía a la ley democráticamente fundada, que no la vulneren) y b) que no contradigan ninguna prohibición o mandato constitucional expreso.
Desde la segunda mitad del siglo XX, se viene atacando dicho modelo de Estado constitucional, democrático y social de Derecho a base de afirmar que el contenido supremo del Derecho:
a) Puede ser distinto y hasta contrario a lo que dicen las normas constitucionales, por cuanto que consiste en valores que forman la base axiológica necesaria de todo ordenamiento jurídico auténtico. Así que hay normas de Derecho positivo, incluso democráticamente legitimadas, que no son Derecho, aunque nada digan expresamente contra la Constitución y aun cuando estén democráticamente legitimadas en un marco social de pleno ejercicio de los derechos fundamentales.
b) Los jueces, y particularmente los de los tribunales más altos y las cortes constitucionales, están vinculados a ese contenido axiológico que es la esencia de lo jurídico y con tal contenido pueden derrotar las normas legales no inconstitucionales y hasta las mismas normas constitucionales.
Amputada de ese modo la Constitución, destruido paso a paso el sistema democrático de legitimación del Derecho, sólo faltaba un paso para volver a los esquemas políticos y jurídicos premodernos y poco menos que feudales: hacer que los contenidos verdaderos de esa moral, que es a la vez, esencia suprema de lo jurídico, no sean determinados por altos magistrados independientes, sino plenamente sometidos al poder ejecutivo, a la persona, partido o grupo que gobierne. De ese modo, retorna lo que parecía imposible que volviera: la Justicia se administra por delegados del Presidente, que funcionan como sus criados a cambio de algún sueldo y de promesas de beatitud. Pronto ya no habrá jueces en Berlín y no tendrá amparo judicial ningún molinero si el rey no lo quiere así. Y lo chocante es que los muy progresistas líderes de ahora tenían y tienen sueños lúbricos de convertirse en reyes medievales, con sus séquitos, su corte y todos los poderes del Estado postrados a sus sucios pies.
Pero, como algún Poder Judicial se ha resistido (heroica es, mismamente, la resistencia en España y en algún otro país), se alteran los modos de selección de jueces para asegurarse su lealtad canina. Es cuestión de tiempo y poco tiempo falta para que la felonía se consume y sea irreversible.
En estos momentos estamos así en muchos lugares y hay dos situaciones que me parecen muy sorprendentes: una, que toda esa vuelta a las tiranías “confesionales” (si bien de religión civil sui generis) se hace hablando y hablando de los derechos humanos, mientras se sabe que el designio feroz es acabar con ellos; y la otra, que el noventa por ciento de los académicos, de los profesores de las universidades que presumían de ser más selectas y comprometidas callan como si ejercieran el que se dice oficio más viejo del mundo. Muchas maestría en derechos humanos y mucha reverencia ante el déspota de sobaco maloliente. El acabose.
(Y verán como algún zampabollos que calla ante los poderosos que le orinan encima viene ahora a regañarme a mí por parecer grosero. Otro indicio de que los más gritones se saben siervos y disfrutan royendo el hueso que les tiran sus jefes. Nacieron para monaguillos y por azar acabaron catedráticos, ironías del destino).
Pensemos un último detalle significativo. Cuando el Poder se legitimaba en la religión y era la religión la que ponía límites a los contenidos posibles de sus normas, los poderes temporales tenían enfrente la fuerza grande y organizada de la Iglesia. Al menos había que negociar y repartir. Ahora, cuando se invoca la moral objetiva y verdadera (¡y hasta los derechos humanos pisoteados por déspotas maduros o zapateros!) como base de lo jurídico, y cuando la gran mayoría de los profesores universitarios de Ética, Filosofía del Derecho, Filosofía política y disciplinas afines callan como lo que son o aplauden al tirano analfabeto, tal tirano ya no tiene enfrente una Iglesia que lo limite o con la que tenga que pactar. Por eso tal poder va camino de convertirse en absoluto y por eso la gran traición es, ahora sí, la traición de los intelectuales, esos académicos paniaguados y miedositos, esas livianas heces con algunas lecturas.
4 comentarios:
Gracias Dr.
Buena apreciación, la academia ya no es el último bastión de la honestidad, coherencia e intelectualidad.
En el infierno de Dante, hay un lugar para los tibios, pusilánimes y cobardes.
Se vuelven Simuladores del Derecho !!!. No hay peor traición a la patria que unos Académicos se arrodillen a esos Analfabetos Seudo-Caudillistas para levantar el Leviathan de Thomas Hobbes e imponer el Absolutismo Medieval del Siglo XXI.
Juan Antonio García Amado te refieres al país México con X no con "j". Que tanto te indignaste cuando la dictadura de Francisco Franco, con ministros nombrados aún por el en los tiempos actuales.
Profesor, muchas gracias por reactivar su blog. Se le echaba de menos.
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