Siguen los amigos buenos ayudando a rellenar este blog y mostrándole a uno cuánta cosa bien escrita guarda la gente en sus cajones. Esto llegó como comentario al último post, pero, previo permiso de la interesada, lo subo a donde merece. Su autora se llama María J. G. Salgado.
Padezco batofobia cultural, por eso huyo de las conversaciones sesudas, de las argumentaciones profundas y de los reportajes documentados. No es falta de interés ni pereza mental, de veras, es sólo la sensación de ahogo que experimento en cuanto abandono la cómoda superficie de lo trivial. Lo malo es que a la batofobia existencial que siempre tuve empieza a sumarse un principio de esquizofrenia galopante que está volviéndome loco y que no sé combatir. Yo, con mi aversión a las profundidades, nunca soñé ni pretendí convertirme en intelectual. Lo mío, ya lo he explicado, son las lecturas ligeritas, la cultura de babelia y los pedazos de actualidad arrancados a los titulares de los diarios. Siendo la extensión y la ausencia de intensidad las notas que caracterizan mi vida, no me he explico cómo he podido llegar a esta situación. Soy un hombre atractivo (invierto el noventa por ciento de mi tiempo en serlo) y sé hablar francés (mi madre era francesa). Estudié pedagogía cuando pedagogía no se estudiaba (yo no quería estudiar, pero mi padre me convenció de que era una carrera compatible con mis dolencias –había otras, muchas, pero pedagogía quedaba muy cerca de mi casa-), y el francés de mi madre me procuró una beca postgrado en París. Una comparación entre la ley de enseñanza obligatoria francesa y la ley de enseñanza obligatoria española, con un anexo relativo al funcionamiento de los comedores escolares en ambos países, me hizo doctor; y una ley de reforma universitaria me convirtió en funcionario sin más obra que una carta al director de un periódico nacional, donde manifestaba mi disgusto por la introducción de la jornada continua en las escuelas de nuestro país. Al director del periódico (viudo con cuatro hijos para los que desearía la jornada escolar ininterrumpida de veinticuatro horas) le gustó mi carta y me pidió que le concediese una entrevista. Salí en el suplemento dominical, dos páginas centrales, en una de ellas la foto (ya he dicho que soy un hombre atractivo) y en la mitad de la otra un anuncio de telefonía. En negrita el título de la entrevista: “Amancio Graviou: la jornada continua sobrecarga al niño”. Y en subtítulo: “El experto internacional en pedagogía infantil manifiesta sus dudas”. Desde entonces mi teléfono no deja de sonar. Me invitan a todas las tertulias de la radio, a los desayunos de televisión, a cursos de verano y a conferencias. Me he convertido en el hombre de moda, en el experto internacional. Y la batofobia me está matando. No sé durante cuanto tiempo podré hacer pasar por intensos silencios reflexivos mis clamorosas lagunas. Llegará el día que alguno de mis oyentes habrá leído algún libro por mi mencionado, del que mi batofobia no me habrá permitido mirar más que la solapa. Después de las conferencias finjo migrañas en racimo para evitar las preguntas, y sólo me quedo si después hay algún cóctel o algún vino español. Esta mañana me han invitado a impartir un master, noventa horas, doscientos euros la hora, más alojamiento y dietas. Mi anuncio aparecerá mañana en los periódicos: “Se necesita profesor de power point para curso individual e intensivo. Bien remunerado. Apartado de correos 345, Salamanca”. ¡¡Gracias Bill!!
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