Dicen que el Derecho, como el aire, está por todas partes. El sábado no lo notamos mayormente, pero hoy tocaba ir al registro civil a llevar el papelillo para que nos inscriban en la nueva condición. Casi un acto de resistencia civil, en estos tiempos en que las instituciones jurídicas se desjuridifican y, por contra, las relaciones sociales que antes eran espontáneas y al albur se llenan de normas y condiciones.
Así que llegamos al lugar en cuestión con el despiste propio de los profesores de la cosa. Vemos un letrero que pone "Matrimonios" y "Extranjeros" y pensamos que, obviamente, debe de ser allí. Un espacio extenso, lleno de mesas vacías propio de oficina en horas de café. Al fondo, una muchacha joven con ese inefable brillo en los ojos que da la condición funcionarial. Nos dirigimos hacia ella con paso decidido y nos para en seco con un gesto terminante de su mano. Reparamos en que tiene un teléfono adosado a su mejilla. Amplía el gesto y nos indica que esperemos en la puerta. Retrocedemos, esquivando mobiliario, y nos quedamos en la entrada, yo con el mosqueo burocrático habitual y ahora un poco más, como de ácrata casado. Pongo la oreja, guiado por la intuición más morbosa. Acierto. Suena en susurro la voz de la joven funcionaria. Sugerente combinación de palabras y onomatopeyas:
- Mmmmm... uy.... aaahhhh.... sí, yo también.... en casa.... ñññññññmmmm.... claro.... esta noche....muamuamuaremuá....jajajajajaja....y yo más....como otras veces...ay, tontín....sí, solos....mmmmmmmmmmm...fsssss....¿y la cosita?....ay, no me digas...ñanñamñam...aaaaaaahhhhhh.
Cinco minutos de nada. Era rápida la chica, menos mal. O lenguaraz la contraparte.
Escuchamos el clic y un suspiro y nos aventuramos de nuevo por los vericuetos de la enorme estancia, confiados en encontrarla receptiva para nuestros requerimientos registrales, contenta.
- Que mire, que para inscribir un matrimonio.
- Ah, eso es en el mostrador de al lado.
- Es que vimos que ponía "Matrimonio" aquí, ¿sabe usté?
- Aquí es para matrimonios civiles, para los expedientes y eso.
- Ah, lástima no haberlo sabido antes.
Temerosos de un nuevo yerro y de ir a parar a la sección de matrimonios militares, nos ponemos a la cola de un mostrador general. Pronto se capta que a la funcionaria de ese lado hace una buena temporada que no la llaman por teléfono en horas de trabajo.
- Cubran este impreso.
Lo rellenamos aplicadamente y con conciencia de que no nos va a alcanzar el ejercicio ni para un notable. Yo no recuerdo la fecha de mi sentencia de divorcio. Dichosas efemérides. Pensábamos que resultaría más romántico esto del registro. Para colmo, en el renglón siguiente interrogan sobre el número de orden del matrimonio. Esto ya nos da para unas cuantas interpretaciones. No discutimos, buena señal y prueba inequívoca de mi acierto al elegir a esta mujer. Con todo, el acertijo tiene su intríngulis, por lo del orden del matrimonio. Será el último, se supone. A ver, si llego y digo, no, inscríbame el anterior. ¿O se tratará de decidir quién es cónyuge A y quién cónyuge B?
Le entrego los papeles a la recta funcionaria y le explico, con cara de luna de miel y por favor no me jorobe mucho, que no me sé muy bien esos detalles de la otra vida.
- No importa, es que nos lo piden los de estadística. Ya me lo dirá cuando venga a buscar el libro de familia.
- ¿Y eso cuándo será?
- Pregunte dentro de tres meses.
¿Eso qué es? ¿Una prórroga?, ¿un periodo de reflexión?, ¿una discriminación positiva?, ¿aplazamiento del vínculo civil?, ¿exceso de gasto telefónico? ¿escasez de celulosa?
Culminado el trámite, nos vamos con nuestra dicha a otra parte.
Así que llegamos al lugar en cuestión con el despiste propio de los profesores de la cosa. Vemos un letrero que pone "Matrimonios" y "Extranjeros" y pensamos que, obviamente, debe de ser allí. Un espacio extenso, lleno de mesas vacías propio de oficina en horas de café. Al fondo, una muchacha joven con ese inefable brillo en los ojos que da la condición funcionarial. Nos dirigimos hacia ella con paso decidido y nos para en seco con un gesto terminante de su mano. Reparamos en que tiene un teléfono adosado a su mejilla. Amplía el gesto y nos indica que esperemos en la puerta. Retrocedemos, esquivando mobiliario, y nos quedamos en la entrada, yo con el mosqueo burocrático habitual y ahora un poco más, como de ácrata casado. Pongo la oreja, guiado por la intuición más morbosa. Acierto. Suena en susurro la voz de la joven funcionaria. Sugerente combinación de palabras y onomatopeyas:
- Mmmmm... uy.... aaahhhh.... sí, yo también.... en casa.... ñññññññmmmm.... claro.... esta noche....muamuamuaremuá....jajajajajaja....y yo más....como otras veces...ay, tontín....sí, solos....mmmmmmmmmmm...fsssss....¿y la cosita?....ay, no me digas...ñanñamñam...aaaaaaahhhhhh.
Cinco minutos de nada. Era rápida la chica, menos mal. O lenguaraz la contraparte.
Escuchamos el clic y un suspiro y nos aventuramos de nuevo por los vericuetos de la enorme estancia, confiados en encontrarla receptiva para nuestros requerimientos registrales, contenta.
- Que mire, que para inscribir un matrimonio.
- Ah, eso es en el mostrador de al lado.
- Es que vimos que ponía "Matrimonio" aquí, ¿sabe usté?
- Aquí es para matrimonios civiles, para los expedientes y eso.
- Ah, lástima no haberlo sabido antes.
Temerosos de un nuevo yerro y de ir a parar a la sección de matrimonios militares, nos ponemos a la cola de un mostrador general. Pronto se capta que a la funcionaria de ese lado hace una buena temporada que no la llaman por teléfono en horas de trabajo.
- Cubran este impreso.
Lo rellenamos aplicadamente y con conciencia de que no nos va a alcanzar el ejercicio ni para un notable. Yo no recuerdo la fecha de mi sentencia de divorcio. Dichosas efemérides. Pensábamos que resultaría más romántico esto del registro. Para colmo, en el renglón siguiente interrogan sobre el número de orden del matrimonio. Esto ya nos da para unas cuantas interpretaciones. No discutimos, buena señal y prueba inequívoca de mi acierto al elegir a esta mujer. Con todo, el acertijo tiene su intríngulis, por lo del orden del matrimonio. Será el último, se supone. A ver, si llego y digo, no, inscríbame el anterior. ¿O se tratará de decidir quién es cónyuge A y quién cónyuge B?
Le entrego los papeles a la recta funcionaria y le explico, con cara de luna de miel y por favor no me jorobe mucho, que no me sé muy bien esos detalles de la otra vida.
- No importa, es que nos lo piden los de estadística. Ya me lo dirá cuando venga a buscar el libro de familia.
- ¿Y eso cuándo será?
- Pregunte dentro de tres meses.
¿Eso qué es? ¿Una prórroga?, ¿un periodo de reflexión?, ¿una discriminación positiva?, ¿aplazamiento del vínculo civil?, ¿exceso de gasto telefónico? ¿escasez de celulosa?
Culminado el trámite, nos vamos con nuestra dicha a otra parte.
3 comentarios:
Como profano en la materia (en todas las materias): ¿por qué un Catedrático de Derecho acude al mostrador, en vez de colarse en el despacho del juez o de quien corresponda, que debe de ser lo habitual?
Eso tan habitual, es precisamente lo que garciamado quiere que deje de ser habitual.
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