Seguimos con los diagnósticos de la posmodernidad esta en la que, al parecer, nos hallamos instalados. Se ha convertido en un tópico pesadísimo aquello de que se asiste en este tiempo a la crisis de los grandes relatos. O sea, que lo que mueve a los ciudadanos y a las masas ya no son aquellas historias que hablaban del progreso de la humanidad, el fin de las esclavitudes universales, la liberación de los pueblos, la revolución de los oprimidos o la construcción del paraíso terrenal aquí mismo, según vas, a la izquierda.
Bien. Pero uno se pregunta cuándo fueron las sociedades realmente movidas por esas milongas. Digo las sociedades, no los intelectuales, las élites, las vanguardias o los listillos. El único relato grande que ha seducido a los pueblos ha sido la religión, en cualquiera de sus variantes. Y ha funcionado a base de narración oral, no porque la gente leyera un carajo. Cualquier relato que se precie debe ir en libro sagrado. También El Capital sirvió durante un tiempo a esos efectos. Lo leyó tan poca gente como poca lee la Biblia; pero por eso. Lo otro, las ideas seculares para hacer un mundo perfecto, ha sido pasto únicamente de intelectuales con ganas de mandar o vocación de profetas. De esas historias se llenaron las monografías, los panfletos y los pasquines, pero el pueblo ha ido siempre a lo suyo y sólo ha coreado los eslóganes de marras cuando lo obligaron a punta de bayoneta o a bombazo limpio.
Así que no son los tales relatos los que están en crisis, sino sus forjadores. Los que han hecho mutis por el foro son los que se llamaban intelectuales comprometidos, convertidos ahora casi todos en intelectuales orgánicos, es decir, cultivados con abono natural: a golpe de talonario y conferencia entre amiguetes. Y los otros, los políticos que antaño necesitaban pergeñar utopías y propalar ideales, han descubierto hace poco que con menor esfuerzo se gana más, incluso más votos, pues basta colocar el morrete tal que así para las fotos y hablar como si uno fuera un perfecto iletrado pero muy buena gente, muy natural y como de casa, míralo que pinta de gilipollas, no me digas que no se parece al primo Gervasio; adoro a estos hombres sencillos y sensibles, hija.
Y los académicos, los profesores y los que andan todo el día de gira por congresos varios, ocultan su pereza para parir ideas a base de darle a la matraca de que en este tiempo las ideas han muerto, fíjate que idea.
Puede que estemos en el momento perfecto para que la sociedad, el pueblo llano, la gente de bien, los normales, liberados ya de tanto pelmazo y tanto adivino de pacotilla, comiencen a hacer lo que les dé la gana y a buscarse la vida sin tantos cuentos. A vivir, que son dos días. El paraíso es cosa de charlatanes y vendedores de hipotecas: se forran de comisiones y luego no hay tal, venden quimeras.
Bien. Pero uno se pregunta cuándo fueron las sociedades realmente movidas por esas milongas. Digo las sociedades, no los intelectuales, las élites, las vanguardias o los listillos. El único relato grande que ha seducido a los pueblos ha sido la religión, en cualquiera de sus variantes. Y ha funcionado a base de narración oral, no porque la gente leyera un carajo. Cualquier relato que se precie debe ir en libro sagrado. También El Capital sirvió durante un tiempo a esos efectos. Lo leyó tan poca gente como poca lee la Biblia; pero por eso. Lo otro, las ideas seculares para hacer un mundo perfecto, ha sido pasto únicamente de intelectuales con ganas de mandar o vocación de profetas. De esas historias se llenaron las monografías, los panfletos y los pasquines, pero el pueblo ha ido siempre a lo suyo y sólo ha coreado los eslóganes de marras cuando lo obligaron a punta de bayoneta o a bombazo limpio.
Así que no son los tales relatos los que están en crisis, sino sus forjadores. Los que han hecho mutis por el foro son los que se llamaban intelectuales comprometidos, convertidos ahora casi todos en intelectuales orgánicos, es decir, cultivados con abono natural: a golpe de talonario y conferencia entre amiguetes. Y los otros, los políticos que antaño necesitaban pergeñar utopías y propalar ideales, han descubierto hace poco que con menor esfuerzo se gana más, incluso más votos, pues basta colocar el morrete tal que así para las fotos y hablar como si uno fuera un perfecto iletrado pero muy buena gente, muy natural y como de casa, míralo que pinta de gilipollas, no me digas que no se parece al primo Gervasio; adoro a estos hombres sencillos y sensibles, hija.
Y los académicos, los profesores y los que andan todo el día de gira por congresos varios, ocultan su pereza para parir ideas a base de darle a la matraca de que en este tiempo las ideas han muerto, fíjate que idea.
Puede que estemos en el momento perfecto para que la sociedad, el pueblo llano, la gente de bien, los normales, liberados ya de tanto pelmazo y tanto adivino de pacotilla, comiencen a hacer lo que les dé la gana y a buscarse la vida sin tantos cuentos. A vivir, que son dos días. El paraíso es cosa de charlatanes y vendedores de hipotecas: se forran de comisiones y luego no hay tal, venden quimeras.
2 comentarios:
Claro que el pueblo va a lo suyo, lo suyo es el pan y los circos: circos festivos (la fiesta del pueblo, la de los quintos, la de la universidad, la de su facultad, la de su clase, la de la hispanidad, la de carnaval, la de navidad, la de reyes, la de papa noel, la de san valentin, la del día del padre, de la madre, de la comunidad autónoma...), circos morbosos (salsa rosa, corazón corazón, aquihaytomate, ...), circos de espectaculos (bisbal, noche de fiesta, musica basura en general, cine fácil de entender...). En este ambiente que más da que existan intelectuales, si el pueblo no comprende esa palabra.
Luego están los supuestos intelectuales, entre los que me atrevo a destacar a los profesores de universidad, que como se ve muestran gran compromiso con la sociedad, unos dan clase (fíjate tu) otros prácticas (hala!) otros nada de eso, y todos repiten una y otra vez las mismas consignas (que si que mal funcionan las cosas, que si la burocaria, que si cobramos poco, que que malos los alumnos -aunque nuestra generación sea quien los ha hecho así). Después de repetirlas duermen plácidamente sin pensar siquiera que algún día tendrían que llorar por cuanto permiten hoy.
Sí que se crean grandes relatos: "La Oposición al Franquismo" o "La Globalización" o ...
Hay grandes cuentos. Lo que pasa es que la mayoría los creen reales -como creyeron sus antepasados villanos cuando creyeron en las maravillas del Cid-.
Nada nuevo bajo el sol.
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