13 octubre, 2006

Curriculum

Últimamente, cuando oigo a algún joven profesor no funcionarizado aludir a su curriculum me echo a temblar. Lo del curriculum antes parecía cosa seria y ahora se ha convertido en cajón de sastre en el que meter toda suerte de bobaditas con la que se adornan biografías que mejor lucirían entregadas al dolce far niente o concentradas en el disfrute de la vida real, en lugar de ser degustación de sucedáneos, deglución de distintos productos adelgazantes del espíritu, acumulación y síntesis de variadas pérdidas de tiempo.
A ver si me explico. Partamos de que estamos en la Universidad y refiriéndonos a gentes que tratan de hacer carrera como investigadores y docentes. No hablamos de menesterosos desempleados que echan sus papeles para repartir en Telepizza o para que los admitan a un cursillo del INEM. Dicho sea con todos los respetos y desde la firme convicción de que seguramente hay más dignidad, de promedio, en estos últimos ámbitos que en la pomposamente llamada Academia. Pero estamos en que los jóvenes aspirantes al estrellato académico han de rellenar sus hojas de vida con la cuenta de sus méritos y ricas actividades, en la esperanza de que un tribunal imparcial (lo siento, se me escapó la coña de la imparcialidad; no me tomen muy en serio, pues, repito, me refiero a la Universidad; ya saben, Madame Claude and so on, o Las que tienen que servir) los señale un día con el dedo de los elegidos.
¿Qué esperaríamos que figurara ahí muy destacadamente, si no en exclusiva? Sesudas publicaciones, intrincadas investigaciones en curso o culminadas con resultados brillantes, estancias acreditadas en laboratorios y centros del mayor prestigio, ponencias en idiomas varios. Cosas así, que hicieran esfumarse otras chorradillas, anuladas, difuminadas bajo la sombra alargada de esos merecimientos ciertos. Pues no, los tiros ahora no van por ese lado. Ahora la moda es abarrotar el curriculum de imbecilidades, de pasatiempos. Ahora se tiene por mérito cualquier cosa con tal de que sea improductiva, pasiva e inútil bajo cualquier punto de vista. Se pasan los jóvenes talentos, sean reales o presuntos, lo mejor de su tiempo haciendo el mono en todo tipo de eventos decadentes con el solo propósito de luego poner en su currículo que hicieron tal cosa chusca o estuvieron en tal lugar lamentable. Si esto fueran aún universidades e instituciones científicas y no los manicomios que son, a la mitad de esos infelices se les mandaría para casa con una patada en las posaderas, por perder energías en semejantes patochadas: que si cursos de powerpoint, que si sesiones sobre cómo motivar con motivo al alumno desmotivado, que si técnicas de subrayado en excel, que si seminario sobre sistemas de evaluación no traumáticos, que si jornadas sobre la recepción en Babia del sistema de Bolonia, que si congreso sobre la problemática psicomotriz del estudiante tímido. Seguro que muchos han vivido conversaciones como ésta: viene un joven profesor con expresión perpleja y uno le pregunta en qué andaba. Estoy haciendo un curso sobre estimulación del alumno y docencia dinámica. ¿Y qué tal? Puf, un tostón, nos dormimos todos, pues el tipo que lo dicta no sabe explicar. Real como la vida universitaria misma.
Insisto en algo que ya he repetido aquí: deberíamos ir componiendo una antología sobre las chorradas en las que se pierde en tiempo en las universidades. Y sobre los mangantes que viven de organizar tales desatinos. Y encima marcan paquete de estar a la última.
Pero los pobres meritorios jóvenes tienen que plegarse a esta dictadura de la estulticia. No hace mucho aquí mismo confesaba nuestro admirado ATMC que él, sí, él, había tenido que pasar también sus horas en esos cursos impartidos por pedagogos a la violeta que en su puñetera vida sacarían una oposición para barrendero municipal (con todo el respeto otra vez). Y se disculpaba, pobre hombre, con una razón bien real y poderosa: que tenía que pasar bajo las horcas claudinas de la ANECA, y ahí te quiero ver si no demuestras que has perdido el tiempo en gilipolleces de tomo y lomo. Ay, la ANECA. ¿Se acuerdan de aquél que la dirigía en épocas del PP y que no tenía curriculum ni para que le admitieran los papeles si fuera candidato a evaluación “anecal”? O sí, pues aunque no hubiera escrito apenas nada ni constara que hubiera pasado tiempo de su vida en investigación alguna (no estaba mucho mejor su ministra, aunque eran amigos; o por eso), a lo mejor tenía un montón de certificados sobre esas cositas tan monas: cursos recibidos sobre “modulación de la voz en la clase magistral”, “gestualidad de las manos el interpelar mesuradamente a los estudiantes” o “ventajas de la bragueta con cremallera para la interacción con el alumnado”. Quienes fijan los criterios con que evalúan las anecas y las anequitas son casi siempre listillos de ese calibre, inútiles con ínfulas, celosos de que se valoren tamañas insensateces para, así, valorarse altamente a sí mismos. Que les hagan un dictado a ésos también y veríamos qué risa. Pero estamos en sus manos y es lo que hay. Los que ocupan su tiempo en reglamentos tienen buen cuidado en regar la inanidad y convertirla en ley general imperativa. Van de carguete en carguete y de encomienda en encomienda y no estudiaron en serio desde que aprobaron la selectividad por recomendación de papá. Con contadísimas e impotentes excepciones, por supuesto. Pero es lo que hay.
Una monografía llena de doctrina alemana o de la mejor ciencia mundial vale lo que tres cursitos para cretinos impartidos por los del mismo gremio. Lo que puntúa es andar moviendo el culete de cursito en cursito o presentando comunicaciones tartamudas en congresillos de amiguetes indocumentados. Ah, y los cargos académicos, claro. El otro día escuché que en la reforma que viene, con esa superaneca (¿Por qué no "anoca"; o, mejor: "anosa") a la que todavía no se le conoce padre, ni madre ni perrito que le ladre, contará grandemente el desempeño de cargos académicos para la habilitación de los aspirantes guapos. Pues muy bien. O sea, que puntúe para la consagración investigadora y docente lo que quita más tiempo para investigar y preparar decentamente las clases. Ya metidos en gastos, algún aspirante cachondo acabará alegando que fue presidente de su comunidad de vecinos, y ya veremos si se lo toman en cuenta para bien. Todo se andará.
No falta mucho para que la investigación seria tenga que ser clandestina. Por de pronto, en el curriculum conviene más invocar la condición servil y el espíritu atrofiado. Más que nada para no molestar a las eminencias grises de la Universidad. Tan grises.

3 comentarios:

Tumbaíto dijo...

¡Uy!¡Tenemos que salvar la universidad! ¡Sí, señor!

No nos podemos permitir el lujo de perder algo tan valioso.

(jajajajajajajaja)

Anónimo dijo...

Perdóname que me mantenga en el anonimato, pero yo estoy hasta los mismísimos..., lo cojonudo es que estos son iguales que aquellos, ni se cargan la aneca ni hacen nada de nada... Yo estoy en un tris después de no sé cuantos años me marcho a la puta calle... Y sí está la prueba ésa de la habilitación, que si posponemos fechas porque dependiendo de lo que hagan unos así les irá a otros... Gracias amigo, porque los que están en la poltrona parece que les importa todo esto una mierda.

Anónimo dijo...

Creo que ya lo había contado: en la ANECA me pedían LA PRIMERA Y LA ÚLTIMA PÁGINA DE LAS PUBLICACIONES. La PRIMERA y la ÚLTIMA.
Querido Garciamado: es usted injusto. Cómo osa meterse con esos genios inmarcesibles, capaces de evaluar la calidad sólo por la primera y la última página... ¡usted, que seguro que necesita leerse los trabajos enteros! Penitenciagite.