La conciencia está por encima de la religión. Al menos mientras se considere que la religión tiene su lugar en la conciencia de cada uno y que lo que le da valor al sentimiento religioso es la libre elección del creyente, su autónoma convicción, basada en lo que piensa y necesita. Si lo que otorga su importancia y, si es el caso, su mérito al credo religioso es que el individuo libremente lo abrace, la libertad de conciencia es un prius de la religiosidad misma, su condición necesaria, su presupuesto ineludible. De este modo se exaltan al tiempo dos cosas, la fe humana y el sujeto como ente que no deja de ser racional por el hecho de asumir la creencia. La vieja tensión entre fe y razón se resuelve así en un nivel más alto, allí donde la opción por la primera no parte de negar la segunda. Otra cosa es que los contenidos concretos de la fe se muestren inasibles o inefables desde el ejercicio mismo del razonar, con lo que la razón decide hacerle hueco en la persona a tesis o dogmas de los que por sí misma no puede dar cuenta. Una razón que se hace humilde para acoger el misterio, pero que no se niega a sí misma ni permite que se usurpe su legítimo lugar como clave de las elecciones. Si yo elijo creer lo que no entiendo, no deja de ser una elección mía, personal, de la que puedo dar cuenta en sus causas o móviles. Es convicción de que necesito algo más, sin que con ello abdique de mi condición de ser humano libre, racional y dueño de mis opciones.
Y todo esto tiene su contrapartida en que cualquier confesión religiosa que prefiera la sumisión acrítica, el forzamiento de las conciencias, la adhesión obligatoria de aquellos a los que ni siquiera se les permite imaginar alternativas a la fe es una religión que niega sus propios fundamentos, es culto a un dios de mala calaña, con caracteres de padre cruel y caprichoso, perverso, obsceno. Esos dioses que, al parecer, prescriben muerte y sufrimiento para los que no los adoren no pueden por definición ser dioses, son puros fantasmas sin sustancia, entelequias que resumen la malnacida catadura de los que en su imaginación los paren.
Por supuesto, hay otras maneras de entender la religión y se mantienen bien lozanas y vigentes. Son las que instrumentalizan a las personas para convertirlas en objetos, las que propugnan la castración de cualquier atributo humano relacionado con la razón y el pensamiento -y con el cuerpo muchas veces-, a mayor gloria de dioses imposibles o tan absolutamente depravados como para prohibir a sus supuestas criaturas el uso pleno de aquello que precisamente las diferencia de las piedras o los brutos: la razón y la elección libre. Dioses que nos dan lo mejor para recrearse en la prohibición de que lo usemos y en la fruición del castigo para el que no los obedezca. Dioses autoritorios, villanos, violentos, veleidosos, absurdos. Dioses hechos a imagen y semejanza de los más estúpidos de nosotros, de los menos humanos de los humanos. Divinidad de la que debe abominar cualquier ser humano que a sí mismo se quiera y se respete y que quiera y respete también a su prójimo. Dioses para tarados, para enfermos, para débiles mentales, para acomplejados, para resentidos, para psicópatas, para idiotas. Si esos dioses existen, todo está permitido, con tal de que se diga que es en su nombre.
Y decir libertad de conciencia es decir libertad de expresión y de acción. De nada vale poder forjar ideas en nuestra imaginación si no podemos expresarlas sin miedo a que nos amenacen o nos maten; de nada sirve la capacidad de análisis y discriminación si no se nos permite traducirlas en los actos de nuestra vida, en nuestras elecciones y en los comportamientos acordes con ellas.
Por eso impresiona tanto, para mal, lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Esta civilización, o cultura, o como queramos llamarla, que aprendió, a fuerza de muertos, a liberarse de las cadenas de la religiosidad más infame y opresiva, de la religión de la muerte y de las hogueras, de la religión que con mano de hierro dictaba las normas de todo, de la ciencia, del arte, del derecho, de la moral, de la política, del pensamiento mismo, esta civilización muestra ahora su más arrobada sensibilidad, su respeto más infame, su cobarde aquiescencia ante los credos de los que quieren matar todo pensamiento y toda libertad en nombre del pecado y de la interpretación más reaccionaria de polvorientos libros sagrados; esta civilización no se rebela ante los millones de hombres y mujeres a los que toda libertad se les niega, salvo que llamemos libertad lo que disfruta el ganado dentro de sus estrechos cercados; esta civilización no sólo se refugia con complacencia en su disfrute exclusivo de la autonomía y de los placeres que a otros habitantes del planeta les hurtan sus sacerdotes autoritarios; esta civilización, no contenta con eso, se arma de mala conciencia y se siente opresora por predicar la libertad, explotadora por demandar la liberación, irrespetuosa por ejercer de viva voz y sin complejos la peculiaridad que la caracteriza y le da lo más valioso de su ser, la libertad de crítica, la libertad de expresión. Esta civilización se está convirtiendo en una mierda. Esta civilización añora dictadores, ayatollahs, hogueras, sacrificios humanos. Esta civilización quiere perecer, para que vengan los bárbaros y vuelvan los relojes de la historia a ponerse a las cero horas. Parece que queremos acabar con todo para morir con la fruición de pensar que fuimos los últimos hombres libres.
No se trata de defender nuestras razones como las únicas buenas o las insuperables. Se trata de defender la razón. Porque los que matan por la fe no dan razones ni pretenden, por tanto, que se atienda a las suyas. Niegan la razón a base de pura fuerza. Niegan a cualquier dios que no provoque el vómito. Niegan la humanidad. Sus oraciones sólo puede entenderlas como blasfemia cualquier persona de bien: blasfemia contra los semejantes y blasfemias contra cualquier dios posible. Porque un dios que nos prefiera estúpidos no es un dios que merezca el nombre ni, menos, la adoración. Si en eso hemos de acabar, mejor sería morir, a qué tanto miedo. Y líbrenos el demonio de acabar en el paraíso, ese paraíso de siervos y sumisos con las manos manchadas de sangre inocente.
Por supuesto, hay otras maneras de entender la religión y se mantienen bien lozanas y vigentes. Son las que instrumentalizan a las personas para convertirlas en objetos, las que propugnan la castración de cualquier atributo humano relacionado con la razón y el pensamiento -y con el cuerpo muchas veces-, a mayor gloria de dioses imposibles o tan absolutamente depravados como para prohibir a sus supuestas criaturas el uso pleno de aquello que precisamente las diferencia de las piedras o los brutos: la razón y la elección libre. Dioses que nos dan lo mejor para recrearse en la prohibición de que lo usemos y en la fruición del castigo para el que no los obedezca. Dioses autoritorios, villanos, violentos, veleidosos, absurdos. Dioses hechos a imagen y semejanza de los más estúpidos de nosotros, de los menos humanos de los humanos. Divinidad de la que debe abominar cualquier ser humano que a sí mismo se quiera y se respete y que quiera y respete también a su prójimo. Dioses para tarados, para enfermos, para débiles mentales, para acomplejados, para resentidos, para psicópatas, para idiotas. Si esos dioses existen, todo está permitido, con tal de que se diga que es en su nombre.
Y decir libertad de conciencia es decir libertad de expresión y de acción. De nada vale poder forjar ideas en nuestra imaginación si no podemos expresarlas sin miedo a que nos amenacen o nos maten; de nada sirve la capacidad de análisis y discriminación si no se nos permite traducirlas en los actos de nuestra vida, en nuestras elecciones y en los comportamientos acordes con ellas.
Por eso impresiona tanto, para mal, lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Esta civilización, o cultura, o como queramos llamarla, que aprendió, a fuerza de muertos, a liberarse de las cadenas de la religiosidad más infame y opresiva, de la religión de la muerte y de las hogueras, de la religión que con mano de hierro dictaba las normas de todo, de la ciencia, del arte, del derecho, de la moral, de la política, del pensamiento mismo, esta civilización muestra ahora su más arrobada sensibilidad, su respeto más infame, su cobarde aquiescencia ante los credos de los que quieren matar todo pensamiento y toda libertad en nombre del pecado y de la interpretación más reaccionaria de polvorientos libros sagrados; esta civilización no se rebela ante los millones de hombres y mujeres a los que toda libertad se les niega, salvo que llamemos libertad lo que disfruta el ganado dentro de sus estrechos cercados; esta civilización no sólo se refugia con complacencia en su disfrute exclusivo de la autonomía y de los placeres que a otros habitantes del planeta les hurtan sus sacerdotes autoritarios; esta civilización, no contenta con eso, se arma de mala conciencia y se siente opresora por predicar la libertad, explotadora por demandar la liberación, irrespetuosa por ejercer de viva voz y sin complejos la peculiaridad que la caracteriza y le da lo más valioso de su ser, la libertad de crítica, la libertad de expresión. Esta civilización se está convirtiendo en una mierda. Esta civilización añora dictadores, ayatollahs, hogueras, sacrificios humanos. Esta civilización quiere perecer, para que vengan los bárbaros y vuelvan los relojes de la historia a ponerse a las cero horas. Parece que queremos acabar con todo para morir con la fruición de pensar que fuimos los últimos hombres libres.
No se trata de defender nuestras razones como las únicas buenas o las insuperables. Se trata de defender la razón. Porque los que matan por la fe no dan razones ni pretenden, por tanto, que se atienda a las suyas. Niegan la razón a base de pura fuerza. Niegan a cualquier dios que no provoque el vómito. Niegan la humanidad. Sus oraciones sólo puede entenderlas como blasfemia cualquier persona de bien: blasfemia contra los semejantes y blasfemias contra cualquier dios posible. Porque un dios que nos prefiera estúpidos no es un dios que merezca el nombre ni, menos, la adoración. Si en eso hemos de acabar, mejor sería morir, a qué tanto miedo. Y líbrenos el demonio de acabar en el paraíso, ese paraíso de siervos y sumisos con las manos manchadas de sangre inocente.
Y todo lo anterior lo escribe un ateo, conste. Un ateo que sólo aquí puede serlo y proclamarlo sin riesgo para su vida. Por eso siento como traidores a todos esos otros ateos que babean ante las atrocidades, los abusos y la inhumanidad de algunas variantes de algunas otras culturas. Idiotas, puros idiotas, renegados, nostálgicos del látigo. Cobardes más considerados con los verdugos que con sus víctimas. Ya me gustaría verlos cimbreando su cinturilla y con su porte decadente en Riad, por ejemplo, proclamando allí el respeto igual para todas las culturas o defendiendo, allí, el respeto a las creencias de los ateos. Les iban a dar de lo que les gusta, al parecer.
9 comentarios:
Al parecer no se muestra muy consonante con lo expuesto en la tribuna de ayer de El Pais, por Vicente Molina Foix, ¿quién lo iba a decir?, usted, tan multiculturalista.
La razón fue diosa Razón para los salvajes revolucionarios; sí, salvajes.
Me quita a un Dios para ponerme a una puta sanguinaria. Vaya cambio.
A el Usuario Anónimo: El multiculturalismo no es sino un cáncer más de la inteligencia y, en el fondo, una elaboración ideológica racista y machista. Me permito recomendar a todos un estupendo artículo de María Teresa González Cortes sobre la cuestión, en
http://www.nodulo.org/ec/2006/n052p14.htm
A Tumbaito:
Me parece una reducción sin fundamento tratar de salvajes revolucionarios, sin más, a los artífices de la Revolución Francesa. Me consta que Ud. no es defensor del Antiguo Régimen, y que muchas de las decisiones de la Asamblea y del Directorio fueron, sin duda, salvajes, pero creo que resulta problemático utilizar categorías actuales para analizar y valorar conceptos que nada tienen que ver con ella: la referencia a la Diosa Razón no era sino la afirmación de lo racional frente a lo irracional, de los Derechos del Hombre y del Ciudadano frente a los derechos del Monarca y de la Nobleza, de la Justicia como privilegio del poder frente a la Justicia como realización del bien común, etc. etc. Y en cuanto a la religión en general, y el islam en particular, considero muy acertado el análisis de G.A.
(Dispensando...)
Supongo que el objetivo es domesticar el Islam hasta dejarlo tan bonsai como el Cristianismo en occidente (o como el islam norteamericano, con casi 3 millones de fieles).
Pero probablemente el primer paso sea identificar correctamente el objetivo.
¿Nos preocupa el Islam como algo más que una religión que amenaza a los libres gobiernos (es decir: como algo más que el cristianismo decimonónico)?
I. Indonesia (quitando algún lugar como Lombok) es el Estado con más musulmanes de todo el planeta (y no es confesional islámico, sino una cosa rara: confesional monoteísta). La cuestión religiosa en este país con 9 de cada 10 ciudadanos musulmanes y minorías cristiana, hindú a la carta (han tenido que inventarse una santísima trinidad hindú para aceptar el monoteísmo estatal), etc., no es especialmente conflictiva. He paseado por allí, he visto mujeres luciendo cacha en pantalones cortos. He comido cerdo y he bebido cerveza de botellas de 700 ml (sólo he visto eso en Asia). La gente, maja dentro y fuera del circuito turístico.
En Indonesia las cosas van moderadamente mal. Hay un amago de democracia, hay debates sobre separatismo (Bali, por ejemplo), hay pobreza media muy extendida (la extrema no lo está tanto), etc.
No hay un problema con el Islam.
En Marruecos se pasea mi amiga Ana, que lleva viviendo allí años. Por supuesto, patorra y manga al aire en verano, que no se pué aguantá: y no problem. Marruecos vive moderadamente mal, con pobreza grave en el interior, con el clásico conflicto de los estados musulmanes moderados entre democracia y estado laico (democracia pura y en 10 años estamos en la Argelia de los 90). Marruecos no tiene hoy un problema grave con el Islam; o no mayor que los nacientes estados liberales con el cristianismo.
Irán es el infierno (me repito como el ajo: os recomiendo Persépolis, de Marjane Satrapi). La religión forma parte central del infierno. También la corruptela política, la pobreza extrema, la ausencia de democracia, la opresión extrema de la mujer. Lo mismo podemos decir de amplias regiones de Afganistán, Yemen, etc.
¿Tienen algún amigo que haya viajado a la Mongolia más extrema? Ahí tienen infierno sin Islam. En el resto, la estructura es similar. Es como el infierno de un estado radical yihadista, pero sin Islam.
II. Me voy a 1975. Y pienso en un Irán donde oír a los Rolling. En Túnez. En Egipto. En Turquía. En países islámicos donde se podía vivir.
¿Habéis visto la foto de Bin Laden, a principios de los ochenta, vestido con pantalones de campana, con toda la familia vestida a lo "Jackson Five"? Y las hermanas, marcando culillo en vaqueros campanudos.
¿Qué pasó entre esa foto y la actualidad? No puede ser la fe islámica, porque estaba antes y después...
III. El retroceso se da en el Islam (de un Islam se ha pasado a otro terribilísimo) y, con él, todo: tiranía, ultra-machismo, miseria extrema, etc.
Algunos factores inmediatamente precedentes a este horror:
- Ocupación de Afganistán (efecto regionalmente muy limitado en sus inicios, aunquen inicia un irredentismo que se ha mostrado peligrosísimo en su capacidad de generar odio).
- Primera guerra de Irak. En un país casi laico surge el mayor irredentismo de los últimos años. Un país casi laico se convierte en el rompeolas de todos los enemigos del Gran Satán. Sin la 1ª Guerra de Irak y sin los talibanes afganos triunfantes sobre la URSS ¿pueden ustedes imaginar de qué islam hablaríamos?
¿Quién ha creado este Islam?
IV. ¿Qué se puede hacer para boinsaizarlo?
Podemos pensar en términos vindicativos.
Podemos pensar en términos más utilitarios.
(¿Quién quieres que sostenga económicamente las mezquitas de tu país? ¿Solbes o el wahabismo saudí?).
(...)
Fíjese: "creo que resulta problemático utilizar categorías actuales para analizar y valorar conceptos que nada tienen que ver con ella" ¿la reconoce?
Pues hagámosle unos arreglos: "creo que resulta problemático utilizar categorías de NUESTRA SOCIEDAD para analizar y valorar conceptos que nada tienen que ver con ella"
Oh, Dios mío! ¡Creo que he hecho con usted lo mismo que Goedel con los intuicionistas!
No sabía que fuese multiculturalista vergonzante.
Fe de Ratas:
Cuando exceptué Lombok ahí arriba, dentro de Indonesia, no era para decir que no era islámico, sino todo lo contrario: para decir que lo es, y que es problemático en el contexto indonesio.
Seran los efectos colaterales de la gripe; pero no he sido capaz de leer este artículo sin trasponer los términos razón - afiliación política, partidismo. En fin, lo intentaré otro día.
Me reprocha un colega que en la foto a las hermanas de Mr. Bin no se les ve marcar culete. Que me lo he imaginado. Miro la foto
http://www.unitedjustice.com/osama-bin-laden-family-photo.html
... y en efecto, están de frente.
Estoy echao a perder.
¿Por qué hacer el bien es mejor que recibirlo? ¿Y por qué sufrir una injusticia es mejor que llevarla a cabo? Un filósofo del medievo se preguntaba si es racional morir por el bien común si no hay certeza sobre la vida más allá de la muerte. Yo iría más lejos: ¿Es racional en tal caso hacer el bien en perjuicio de uno mismo o cuando éste no nos reporta ventajas claras? Ventajas allende de la "satisfacción moral", de cuya racionalidad se duda.
Si obrar así es irracional, el cristianismo es la doctrina más irracional que existe, al basarse en una autoridad, un derecho natural y una escatología de los que no podemos estar ciertos, ya que integran la esperanza. Y si es racional, lo es el ateísmo, pues toma fundamento en un "placer moral" ontológicamente muy inferior al hecho objetivo de perder la única vida -fuente de todos los placeres- en una acción heroica.
En fin, para plantearlo en términos más directos: ¿Es racional que una generación se esfuerce y se sacrifique por la siguiente, si no habrá otra tras ésta? ¿No es más racional sacrificarla a ella en nuestro lugar, someterla según nos convenga o actuar con un egoísmo indiferente?
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