Ayer no vi ni escuché en directo los discursos de Zapatero, sus compañeros de pesca, que no correligionarios, y Rajoy, que también anda con la caña a cuestas. Hasta ahí podíamos llegar. Pero al final de la tarde leí la versión escrita de la intervención del primero y el resumen de la del jefe de la oposición. Hoy he ido escuchando los fragmentos más circenses de ambos, reproducidos hasta la saciedad por las cadenas. Las de radio, quiero decir, no las de los excusados.
Me ratifico en la sospecha de que aquí están pasando cosas raras con el lenguaje y que éste es trabajo para semiólogos y otras gentes de mal vivir. Uno, que no pertenece a la cofradía de los primeros, pero que puede apuntarse con gusto a la multitud de los otros, se apresta a hacer aquí sus pinitos sobre la cuestión crucial de este país en estos tiempos: ¿de qué diablos estamos hablando?
Me parece que Zapatero y Rajoy tienen con el lenguaje una relación inversa, perversa la de ambos. Los discursos de Zapatero significan menos de lo que dicen, la semántica se le escabulle y se le queda en puro ruido. Por contra, Rajoy expresa más cosas de las que quiere manifestar, a él la semántica se le descontrola, se le revientan las palabras en más significados de los que seguramente pretende manifestar. De ahí los efectos paradójicos de las exposiciones de ambos. La mala leche esencial de Zapatero queda disuelta en una sarta de frases vacías que a todos contentan, pues el suyo es alegato descafeinado, ni chicha ni limonada, trivialidades envueltas en sustantivos de colorines. Pasa de puntillas sobre los asuntos que queman, no se compromete y escurre el bulto a base de encadenar tópicos y frases propias de libracos de autoayuda, con la misma facilidad con que el calamar suelta tinta para evadirse de sus depredadores. Son las ventajas de la ausencia de ideología y de la carencia de cimiento intelectual. A nadie intoxican sus palabras, pues son bajas en grasas, acalóricas, conceptos de dieta, a la medida de ciudadanos de moral anoréxica, reacios a las convicciones y enemigos de la reflexión.
La bonhomía en el talante la tiene Rajoy posiblemente, pero es incapaz de expresarse como el liberal tolerante que amaga ser y sus frases resuenan como truenos en playa de veraneantes. El de León lo saca de sus casillas igual que al torero lo desespera el toro que no embiste como se le supone. Así que el gallego se pasa con las banderillas y el respetable acaba abucheándolo por sanguinario. Luego, naturalmente, acaba fallando con la espada. O se equivoca de plaza y de fiesta, por desconocer que el espectáculo no es de lidia propiamente, sino sucedáneo de aquellos del bombero-torero.
La perplejidad del auditorio que se quiera serio resulta inevitable. El público, la ciudadanía, se acostumbra a interpretar el debate por los sobreentendidos más que por las afirmaciones. La nueva retórica política y parlamentaria se compone de silencios y de regates al diccionario. Ya sólo significan las formas y ya sólo puntúan las omisiones. Todo el país analiza con afán crítico quién estuvo más duro y cuál se pilló los dedos por decir cosas tangibles. Las palabras son puro ruido, los términos valen sólo en lo que tengan de ambiguos. El que se moja pierde. Cada imputación directa al otro, cada acusación precisa cuenta como gol en propia puerta. Maniobras orquestales en la oscuridad. La letra no importa, el nuevo arte consiste solamente en tararear melodías pegadizas. Tararí, tararí, tarará. Diálogo, libertad, consenso. Puro efecto hipnótico, mantras para soñar que levitamos. Hare krishna, hare krishna, hare krishna. Hare, hare. Si nos ponemos a preguntar diálogo con quién, libertad de quién y para qué, consenso sobre qué, se rompe el hechizo, se nos agita el duermevela. Mientras las masas hibernan, acunadas por los dulces cantos, los políticos se aseguran la impunidad para hacer lo que les venga en gana. Opio para el pueblo, sedante verbal, kif fumado en la gran pipa de la paz. El pueblo flipando, dulce letargo. Amamos a esos traficantes parlamentarios.
Me ratifico en la sospecha de que aquí están pasando cosas raras con el lenguaje y que éste es trabajo para semiólogos y otras gentes de mal vivir. Uno, que no pertenece a la cofradía de los primeros, pero que puede apuntarse con gusto a la multitud de los otros, se apresta a hacer aquí sus pinitos sobre la cuestión crucial de este país en estos tiempos: ¿de qué diablos estamos hablando?
Me parece que Zapatero y Rajoy tienen con el lenguaje una relación inversa, perversa la de ambos. Los discursos de Zapatero significan menos de lo que dicen, la semántica se le escabulle y se le queda en puro ruido. Por contra, Rajoy expresa más cosas de las que quiere manifestar, a él la semántica se le descontrola, se le revientan las palabras en más significados de los que seguramente pretende manifestar. De ahí los efectos paradójicos de las exposiciones de ambos. La mala leche esencial de Zapatero queda disuelta en una sarta de frases vacías que a todos contentan, pues el suyo es alegato descafeinado, ni chicha ni limonada, trivialidades envueltas en sustantivos de colorines. Pasa de puntillas sobre los asuntos que queman, no se compromete y escurre el bulto a base de encadenar tópicos y frases propias de libracos de autoayuda, con la misma facilidad con que el calamar suelta tinta para evadirse de sus depredadores. Son las ventajas de la ausencia de ideología y de la carencia de cimiento intelectual. A nadie intoxican sus palabras, pues son bajas en grasas, acalóricas, conceptos de dieta, a la medida de ciudadanos de moral anoréxica, reacios a las convicciones y enemigos de la reflexión.
La bonhomía en el talante la tiene Rajoy posiblemente, pero es incapaz de expresarse como el liberal tolerante que amaga ser y sus frases resuenan como truenos en playa de veraneantes. El de León lo saca de sus casillas igual que al torero lo desespera el toro que no embiste como se le supone. Así que el gallego se pasa con las banderillas y el respetable acaba abucheándolo por sanguinario. Luego, naturalmente, acaba fallando con la espada. O se equivoca de plaza y de fiesta, por desconocer que el espectáculo no es de lidia propiamente, sino sucedáneo de aquellos del bombero-torero.
La perplejidad del auditorio que se quiera serio resulta inevitable. El público, la ciudadanía, se acostumbra a interpretar el debate por los sobreentendidos más que por las afirmaciones. La nueva retórica política y parlamentaria se compone de silencios y de regates al diccionario. Ya sólo significan las formas y ya sólo puntúan las omisiones. Todo el país analiza con afán crítico quién estuvo más duro y cuál se pilló los dedos por decir cosas tangibles. Las palabras son puro ruido, los términos valen sólo en lo que tengan de ambiguos. El que se moja pierde. Cada imputación directa al otro, cada acusación precisa cuenta como gol en propia puerta. Maniobras orquestales en la oscuridad. La letra no importa, el nuevo arte consiste solamente en tararear melodías pegadizas. Tararí, tararí, tarará. Diálogo, libertad, consenso. Puro efecto hipnótico, mantras para soñar que levitamos. Hare krishna, hare krishna, hare krishna. Hare, hare. Si nos ponemos a preguntar diálogo con quién, libertad de quién y para qué, consenso sobre qué, se rompe el hechizo, se nos agita el duermevela. Mientras las masas hibernan, acunadas por los dulces cantos, los políticos se aseguran la impunidad para hacer lo que les venga en gana. Opio para el pueblo, sedante verbal, kif fumado en la gran pipa de la paz. El pueblo flipando, dulce letargo. Amamos a esos traficantes parlamentarios.
Si la semántica contara y estuviera bien avenida con la pragmática, los acuerdos que parecen imposibles se harían inevitables. Un ejemplo, quizá el más relevante. Rajoy dice que no se puede negociar con los violentos. Zapatero insiste en que no admite ni admitirá negociaciones si hay violencia. Parecería que están diciendo lo mismo. Pero resulta que no, por lo visto. Las razones habrá que buscarlas en las oscuras simas donde la semántica se da la mano con la ontología y la psicología deja su plaza a la psiquiatría. A Rajoy deberíamos preguntarle en qué momento deja de ser violento el que lo fue un tiempo o si la violencia que una vez se ejerció marca a fuego para siempre, imprime carácter como los sacramentos. Si un día los etarras dejan verdaderamente de matar, chantajear y poner bombas ¿siguen siendo violentos eternamente, por lo siglos de los siglos? Y convendría que Zapatero, por una vez y sin que sirva de precedente, contestara con precisión a una pregunta bien concreta: ¿cuándo acaba la violencia? ¿cuánto tiempo debe pasar después de un atentado para que el diálogo con sus autores no sea concesión a la violencia? ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año?
Para Rajoy la violencia es un estado permanente y que se sigue manifestando aun en el tiempo en que ya no se practica. Por eso para él los etarras serán violentos siempre y hagan lo que hagan. Para Zapatero, la violencia es una mera interrupción, puntual, momentánea, del estado normal de las cosas, que es el estado de paz, de quietud. De ahí que conciba las acciones de los etarras como obnubilaciones pasajeras de ciudadanos pacíficos en esencia. El uno trata la violencia de ETA como regla que va más allá de los acontecimientos reales, aun de los hipotéticos. El otro la entiende como excepción, como interrupción de la paz, ocasional por definición y también de carácter contrafáctico. Para Rajoy habrá terrorismo incluso si los etarras dejan de atentar; para Zapatero no lo hay propiamente ni cuando atentan o se disponen a hacerlo, de ahí el lapsus repetido. Los dos están radicalmente incapacitados para comprender la realidad, víctimas ambos de daltonismo moral o de una percepción carente de matices, puro blanco –Zapatero- y negro –Rajoy-.
Esa rigidez mental de ambos, esa unidimensionalidad de sus personalidades que los lleva a pensar que el mundo es como ellos lo ven con su desenfoque, aboca a los dos, curiosamente, a un imposible práctico: Rajoy no está en condiciones de gestionar la paz; Zapatero no tiene capacidad para acabar con la violencia. Lo ideal sería que uno y otro, y quienes los jalean, se quitasen de en medio. O, si no, que sus papeles se invirtieran. La pesimista concepción de Rajoy sería más adecuada para acorralar a los violentos, expropiándoles las esperanzas de sacar tajada. La personalidad optimista y confiada de Zapatero vendría mucho mejor para acordar al final una salida honorable y tenuemente generosa para todas las partes. Porque tal como estamos, como están y como son, no vamos a ningún lado. La victoria final y gratis que pretende Rajoy es un imposible, por desgracia. El pacífico, sonriente y gratuito acuerdo por las buenas con asesinos crecidos y fanáticos, a cuya ensoñación se abandona Zapatero, es otro imposible, también por desgracia.
La síntesis de Zapatero y Rajoy tal como se manifiesta, cada cual con su cortedad de miras y sus obsesiones, es la mejor receta para que las cosas sigan eternamente como están y el gran problema del terrorismo etarra no se solucione. Los malos son los etarras, eso no se discute. Al menos no lo discuten las buenas personas. Pero Zapatero y Rajoy, Rajoy y Zapatero, son parte decisiva del problema en este momento. La única salida sería un verdadero acuerdo entre ellos y entre sus partidos, ellos solos para empezar y luego ya veríamos. Pero eso no lo quieren ni el uno ni el otro, por mucho que digan. No lo quieren porque son incapaces. Incapaces en el más puro y profundo sentido del término.
Y nosotros, los ciudadanos, a verlas venir o, lo que es peor, tomando partido por el uno o por el otro. Justo lo último que deberíamos hacer, lo que menos nos conviene. A este paso, puede llegar el día en que las bofetadas nos las demos entre nosotros, más sonámbulos que conscientes, idiotizados por eslóganes y pancartas, mientras los terroristas nos observan tranquilamente, en paz, como los buitres que se mecen en el aire a la espera de los despojos.
Para Rajoy la violencia es un estado permanente y que se sigue manifestando aun en el tiempo en que ya no se practica. Por eso para él los etarras serán violentos siempre y hagan lo que hagan. Para Zapatero, la violencia es una mera interrupción, puntual, momentánea, del estado normal de las cosas, que es el estado de paz, de quietud. De ahí que conciba las acciones de los etarras como obnubilaciones pasajeras de ciudadanos pacíficos en esencia. El uno trata la violencia de ETA como regla que va más allá de los acontecimientos reales, aun de los hipotéticos. El otro la entiende como excepción, como interrupción de la paz, ocasional por definición y también de carácter contrafáctico. Para Rajoy habrá terrorismo incluso si los etarras dejan de atentar; para Zapatero no lo hay propiamente ni cuando atentan o se disponen a hacerlo, de ahí el lapsus repetido. Los dos están radicalmente incapacitados para comprender la realidad, víctimas ambos de daltonismo moral o de una percepción carente de matices, puro blanco –Zapatero- y negro –Rajoy-.
Esa rigidez mental de ambos, esa unidimensionalidad de sus personalidades que los lleva a pensar que el mundo es como ellos lo ven con su desenfoque, aboca a los dos, curiosamente, a un imposible práctico: Rajoy no está en condiciones de gestionar la paz; Zapatero no tiene capacidad para acabar con la violencia. Lo ideal sería que uno y otro, y quienes los jalean, se quitasen de en medio. O, si no, que sus papeles se invirtieran. La pesimista concepción de Rajoy sería más adecuada para acorralar a los violentos, expropiándoles las esperanzas de sacar tajada. La personalidad optimista y confiada de Zapatero vendría mucho mejor para acordar al final una salida honorable y tenuemente generosa para todas las partes. Porque tal como estamos, como están y como son, no vamos a ningún lado. La victoria final y gratis que pretende Rajoy es un imposible, por desgracia. El pacífico, sonriente y gratuito acuerdo por las buenas con asesinos crecidos y fanáticos, a cuya ensoñación se abandona Zapatero, es otro imposible, también por desgracia.
La síntesis de Zapatero y Rajoy tal como se manifiesta, cada cual con su cortedad de miras y sus obsesiones, es la mejor receta para que las cosas sigan eternamente como están y el gran problema del terrorismo etarra no se solucione. Los malos son los etarras, eso no se discute. Al menos no lo discuten las buenas personas. Pero Zapatero y Rajoy, Rajoy y Zapatero, son parte decisiva del problema en este momento. La única salida sería un verdadero acuerdo entre ellos y entre sus partidos, ellos solos para empezar y luego ya veríamos. Pero eso no lo quieren ni el uno ni el otro, por mucho que digan. No lo quieren porque son incapaces. Incapaces en el más puro y profundo sentido del término.
Y nosotros, los ciudadanos, a verlas venir o, lo que es peor, tomando partido por el uno o por el otro. Justo lo último que deberíamos hacer, lo que menos nos conviene. A este paso, puede llegar el día en que las bofetadas nos las demos entre nosotros, más sonámbulos que conscientes, idiotizados por eslóganes y pancartas, mientras los terroristas nos observan tranquilamente, en paz, como los buitres que se mecen en el aire a la espera de los despojos.
14 comentarios:
¿Un acuerdo?
jajajajajajajajajajajajajajajajajaja
¡Lo llevas claro, Mariano!
El final del post, no lo acabo de entender. Ese darnos de tortas entre nosotros, si ocurre, no será por estar más sonámbulos que conscientes, ni por estar idiotizados por eslóganes y pancartas.
Y a los de ETA, no les veo yo el paralelismo con los buitres, porque ellos, la baza psicológica que tienen es que quieren la independencia de vascongadas, por lo que les da lo mismo lo que pase en ESPAÑA.
Yo más bien creo que ya estamos idiotizados y medio sonámbulos y por eso ZP y Mariano debaten en el Congreso.
Y nosotros el pueblo...somos los verdaderos incapaces.
Creo que estamos cayendo en el error de pensar que la solución al problema de ETA es que el PSOE y el PP se pongan de acuerdo, y en pensar que si no se ponen de acuerdo es porque los dirigentes de unos y otros son unos inútiles, o algo peor.
La cuestión me parece más compleja. Ciertamente, ambos partidos plantean distintos análisis sobre ETA y, por tanto, distintas soluciones. Están en su derecho. Como nosotros estamos en nuestro derecho de exigirles que nos expliquen al detalle ambas cosas, análisis y soluciones.
Pero al margen de lo que nos digan unos u otros, lo realmente importante es preguntarnos: ¿Cual es nuestra opinión?. Debemos intentar un análisis propio, pues no se trata de elegir entre PSOE o PP, sino de pensar, de dialogar, de intercambiar y debatir puntos de vista entre nosotros mismos, como ciudadanos sin etiqueta.
En mi opinión personal, ¿Qué plantea el PSOE? Que es posible negociar con ETA el fin de la violencia (que no el fin de la propia ETA, por lo menos yo no lo he oído así, tal cual. Se tratarìa de que ETA abandone definitivamente las armas, no de que se disuelva). Pero en el proceso de negociación, ¿cual será el objeto de ésta? Es decir, ¿sobre qué se negociará?. ¿Incluirá la negociación contrapartidas políticas? El PSOE afirma que no. Pero, ¿aceptará ETA el abandono definitivo de la violencia (o su disolución) sin obtener contrapartidas políticas en el proceso negociador? ETA dice que no, y su entorno dice que no. Es más, creo razonable pensar que el atentado de la T4 tuvo como objetivo, para ETA, que se empezara a hablar en el proceso negociador de las contrapartidas políticas, es decir, que el Gobierno aceptara negociar dichas contrapartidas, y no la liquidación del propio proceso.
Pero, si este análisis es correcto, ¿tiene alguna posibilidad de éxito continuar una negociación con ETA sin ofrecerle contrapartidas políticas a cambio de que abandone definitivamente la violencia?. Personalmente, creo que no.
¿Que plantea, por su parte, el PP?. Considera que ETA no negociará nunca el abandono definitivo de la violencia si no es a cambio de contrapartidas políticas. Se basa, para ello, en que así lo dice y repite la propia ETA y su entorno. Por tanto, la única negociación posible con ETA habría de ser sobre las condiciones de su disolución definitiva, y solo en este marco se aceptarían conceder beneficios penitenciarios, indultos individualizados, medidas de reinserción, etc, pero nunca contrapartidas políticas. ¿Es posible una negociación en estos términos, que son los únicos que asumiría el PP? Personalmente, creo que no. ETA nunca lo aceptaría, a no ser que no tuviera otra salida, es decir, a no ser que tuviera la convicción de que seguir con la lucha armada no solo carece de cualquier posibilidad de triunfo, sino que supondría, y a corto plazo, su aislamiento social y un coste personal y político inaceptable. Y hoy por hoy, creo que está muy lejos de pensar algo así.
Por tanto, es cierto que los planes del gobierno para terminar con la violencia de ETA están bloqueados, y que no se vislumbran planes alternativos, y menos aún consensudados entre los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, pero ello no solo se debe a que nuestra clase política sea incompetente, que lo es, sino también a causa de los propios terroristas, y es esto último lo que me parece realmente preocupante, y lo que creo que hay que evitar por todos los medios.
¿Cómo debe proceder un presidente de gobierno en materia terrorista?
Comienza una nueva etapa, nuevas elecciones, nuevo escaparate.
Se repitió mucho la idea, lealtad con el gobierno. Aun apretando los puños, aun apretando los dientes, bla bla bla.
Aun tengo algo de memoria cuando se firmó el pacto antiterrorista: ZP “Calzonazos”, blando, no hace oposición se decía del fachazacazurro.
ZP como dirigente del nuevo gobierno decide darle un nuevo toque al enfoque terrorista “presunto dialogo” sobre la nada, pero dialogo. Lo proclama a los 4 vientos y se arma el Belén. ¿Quién le dio un ápice de confianza? Nosotros nada desde luego, ruido tanto ruido como el de rajoy. Que si concesiones, que si el estado de derecho en peligro, y aun no había pasado nada. Aun ZP no había metido en su cestita el recado de los etarras para decir que había en él, y ya estábamos todos llenándolo.
¿Cómo acabar con un grupo terrorista que quiere una salida? Aun deseando la salida no es lógico pensar que pueden quedar facciones que no quieran acabar con esta basura? ¿No es lógico pensar qué hay jóvenes cachorros con ganas de sangre fresca?
¿Cómo acabar con un grupo terrorista? ¿Tratándolos individualmente a cada uno de ellos como lo que son asesinos?
Si nos ponemos en plan dialéctico no llegamos a nada a corto plazo, entonces debemos seguir aplicando rígidamente las reglas del estado de derecho, obviar que en nuestro sistema ATE no existe, y que la maquinaría siga funcionando no me cabe duda de que ATE acabará triturada por él, pero muy a largo plazo.
Me pregunto como está ATE en el sistema vasco, porque coño yo veo el cerdito de las limosnas en un pub si y otro no; y también veo a aquellos listillos que llegan a su pueblo maldiciendo a tal o cual batasuno, y gente de su propia familia dice:”oye, cuidadito que tu te vas y yo me quedo aquí” en fin que parece que estas en otra galaxia.
PD:El Debate me pareció un bodrio, yo los veo pero por escuchar a los portavoces de los grupos minoritarios, no se, me dan pena que hablen solos, y normamente son los que traen la miga, pero ya se sabe son minoritarios o vendidos a la hora de sumar.
¿Qué no les dió nada?
Les dió palitas para que hiciesen agujeritos para meter cositas.
Y vuelven a recibir ayudicas.
Muy certeros comentarios bien escritos.
1. ¿Era don Arturo quien lo decía?
Para decir la verdad, un alemán dice una palabra de más, un inglés dice una palabra de menos, un francés cambia de tema.
2. Antón, ¿no crees que las dos cuestiones son importantes? Ciertamente, sin plan no hay nada que discutir; pero es difícil poner planes en práctica si siguen a hostias.
3. No creo que las posiciones de los jefes de partido sean aquí tanto una consecuencia de su personalidad como una consecuencia de sus circunstancias políticas.
ZP, que había logrado sacar de la foto a los correligionarios que se oponían a su política, ahora baja el melón: como la cosa se menee demasiado, le va a caer una gorda. Interna, pero gorda de cojones.
Por su parte, Rajoy, independientemente de si es bueno, regular o malo, está de prestao. Intentó buscarse una posición centrada, pero la teledirección del PP le machacó a punta de micrófono (entre otras lindezas, con insidias diarias sobre su orientación sexual, lo de Maricomplejines, etc.). Luego ha visto que la mejor manera de evitar que le muevan la silla desde dentro es decir que la resolución del Parlamento traiciona la sangre de los muertos.
Lo comentábamos hace meses: para ganar dentro del partido, radicalidad. Para ganar fuera del partido, modos tenues. Si dentro del partido tienes fuerza, te pones moderado para ganarla fuera. Si no la tienes, te pones halcón. Si eres el último puñetero mono, te conviertes en un talibán. No te moverán la silla, pero...
"The whole modern world has divided itself into Conservatives and Progressives. The business of Progressives is to go on making mistakes. The business of the Conservatives is to prevent the mistakes from being corrected".
(pobre Gilbert Keith, si supieses quiénes son los últimos en reivindicarte en este triste país...).
learn of cazurra people, we must be submissive
¿Habéis leído algo sobre "la gorda" que le están montando a ZP desde "su entorno"? Ya los PRIStinos han comenzado a sacarle brillo la mano de las collejas.
Seguimos jugando para hostión... por favor, revisen bien sus papeletas...
Receta práctica para acabar con un grupo terrorista según un tumbaíto:
No hacer absolutamente nada ESPECIAL.
Incluso suprimiría el delito de terrorismo. Con el núcleo duro penal, delitos comunes, ya vamos sobraos.
Eta es un mal propio de los pseudo-vascos. Tenemos la suerte que está en las Vascongadas y no en Murcia o en Cataluña -en Cataluña, ¿no?-.
Desen con un canto en los dientes que sólo haya terroristas en las vascongadas. ¿No es raro que sólo les haya allá?
ATMC: no he leído nada sobre la movida de silla a ZP, solo las declaraciones de Pepe Bono (si es que podemos interpretarlas así), pero imagino que las encuestas preelectorales de elaboración propia no deben irles muy bien, y hay bastante nerviosismo. Aunque quizás sea una mera impresión mía, sin fundamento alguno.
Otra cuestión: tal como dices, no parece posible elaborar plan común alguno si continúan a hostiones, pero creo que no son éstos la causa de la falta de acuerdo, sino la profunda discrepancia en en análisis. Mientras los unos sigan creyendo que un proceso de diálogo con la banda, sin ofrecer contrapartidas políticas, puede ser un instrumento válido para acabar definitivamente con la violencia, y los otros piensen que dicho proceso de diálogo es un callejón sin salida que solo beneficia a los terroristas, otorgándoles un estatus político del que carecen, no será posible acuerdo alguno. Y conste que, en mi opinión, ambas posturas son por completo legítimas, con independencia de que, personalmente, opine que hoy por hoy, ETA no está dispuesta a desaparecer voluntariamente si no es a cambio de obtener réditos políticos de importancia para el proyecto soberanista vasco.
¿Un posible punto de acuerdo? Dar por cerrado definitivamente "éste" proceso de negociación o diálogo; reeditar, con otro nombre, el pacto antiterrorista entre PSOE-PP (que se sumen otros sería importante, pero no imprescindible), ampliando además los instrumentos legales en él contenidos y, en el marco del nuevo pacto (esto sería esencial), emplazar a la banda a abrir "otro" proceso de diálogo, para tratar sobre las condiciones de su disolución definitiva, sin ningún tipo de contrapartidas políticas. ¿Reacción previsible de la banda? Evidentemente, se van a resistir, y en serio. La cuestión es si, en este momento, pueden permitírselo. En mi opinión, y si se hacen las cosas bien, les sería muy difícil.
Una última reflexión: ¿podría llevarse algo así a cabo por las actuales direcciones de los dos partidos mayoritarios? Tengo serias dudas, pero no me atrevería a decir tajantemente que no.
Lo siento mucho pero cada vez que leo las complejas elucubraciones y, después, veo los rotundos fracasos, me parto el culo.
Digo yo... ustedes, alguna vez, cuando creen algo, se plantean: qué debería pasar para dejar de creer en eso.
Lucha policial: lo policias son calcos de torrente.
negociación: jjajaajajajjaja (ni comento)
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