Verá el amigo habitual de este blog que en este viaje por tierras de México he ido con tiento y poca tinta. La matraca de los censores va haciendo su mella, quiera que no. En España puedo decir pestes de los españoles y no pasa nada, pues soy de casa. Fuera, ojito, pues todo lo que no sean parabienes lo interpretarán los guardianes del templo aristocrático, los aristogatos de turno, como racismo, imperialismo, machismo y abuso en general. Nadie objeta si afirmo, como más de una vez he hecho, que da grima tropezarse con tanto varón español en chanclas, camiseta de tirantes bien sudada, bermudas con pelajos rizados en las pantorrillas y gritando por el móvil que enseguida llego, querida, vete poniendo los platos. En cambio, si sostengo que vaya feos los michelines apretados bajo camiseta de lycra que llevan las señoras en la playa, ya va a caer algún profeta de la sacrosanta corrección a llamarme obseso sexual y falócrata apocado. Y como las gordas embutida sean de un país que yo visite, mi falocracia será cómplice de Bush y de la explotación de los pueblos oprimidos. Donde esto escribo, en Ciudad Juárez, ando impresionadísimo con la obesidad desmedida de tantas damas, pero chitón, antes muerto que hacer chistes ni observaciones sobre la alimentación de las interfectas. Ya una sogenannte académica hispano-mexicana que habla con un tal Esteban dejó dicho en un comentario ahí abajo algo al respecto. No me suena de nada la tal mujer ni firma su escrito, pero no le resulta impedimento para insinuar que soy el enésimo cerdo hispánico y para, de paso, congraciarse con quien quería congraciarse, que sí la reconocerá pos las miguitas que deja. Pues nada, chica, ánimo, y, como dice la canción, a mover a mover, a mover la colita.
Sentado que soy español, varón, canoso y, de resultas de todo ello, un sujeto lamentable y siempre sospechoso de albergar los vicios más atroces en su alma sucia, algo sí quiero contar de mi periplo de ahora. La experiencia en Puebla me resultó sumamente grata. Llegué sumido en algún desconcierto, pero poco a poco fui entendiendo dónde me hallaba, con quién y para qué. Como personas, los poblamos resultaron muy acogedores y amables. Como auditorio, el de los estudiantes que traté era extraordinario, pues estaban llenos de inquietudes y se expresaban con tanto acierto como desenvoltura. Buena ocasión hubo también para tomarse cuatro “pasitas” en diez minutos (son bebidas, ojo) y para degustar tequila de primera, acompañado de horas y horas de conversación. Hastiado como, lamentablemente, va estando uno con tanto viaje y tanta historia, recuperé un poco de los antiguos ánimos y me fui con la sensación de dejar amigos a los que volveré a ver.
Ciudad Juárez es otro mundo, ciudad fronteriza, abigarrada, triste, dura. Le van contando a uno cómo están las cosas, y están muy mal. Estos mexicanos, y más los de aquí, se gastan un humor especial y un estoicismo sorprendente. Casi se ríen al narrarte que la maestría en la que imparto mis clases comenzó con más alumnos en su momento, pero que han ido matando a unos cuantos. Con el profesor anterior, español también, tuvieron que suspender alguna clase y cambiar el lugar de las otras, pues corría la amenaza de que entrarían los sicarios a “ejecutar”, como aquí se dice, a alguno de los profesionales del Derecho asistentes. Advierten que no se salga del hotel, no vaya a cruzarse uno con una “balasera”, y que ni se te ocurra ir a comer con algún fiscal o similar, por si toca que lo “ejecuten” en el restaurante y te cae algo de rebote.
Pero no se les nota tan inquietos como sería de esperar. Algunos tienen pistola, pero admiten que es herramienta de poca ayuda frente a los “cuernos de chivo”, los AK-47 que llevan los matones. Tampoco van con guardaespaldas los que están en peligro, y cuando se les pregunta por qué, miran con extrañeza, como si no fuera digno hacer tal cosa o no vieran la necesidad o la utilidad.
Los periódicos parecen crónicas del salvaje Oeste. Anteayer mismo, en portada, un par de cadáveres decapitados y con un papel escrito encima. Parece que el record de asesinatos mensuales está en ciento cuarenta y ahora mismo los muertos oscilan entre diez y veinte por día. Por cierto, explican los lugareños, un poco molestos, que las mujeres asesinadas misteriosamente en los últimos diez años aquí son sólo unas quinientas, no los miles que salen en algunas estadísticas. Y que eso ya pasó.
Dentro de la Universidad, en la maestría, nadie podría adivinar que fuera pasa lo que pasa y que el peligro es tan fuerte. Atienden, preguntan, discuten y se interesan como si la vida les fuera en la ciencia. Gratos misterios del alma humana, o del alma mexicana.
HASTA AQUÍ LO QUE HABÍA ESCRITO EN MI PENÚLTIMO DÍA. Ahora vamos con lo sucedido al final.
Última clase. Cuatro horas. Tras la pausa y cuando quedaba menos de una hora, una estudiante que había salido poco antes abre la puerta y dice a sus compañeros que es mejor dejarlo ahí e irse, pues acaban de matar allí cerca a dos funcionarios ministeriales y se teme que vengan a la maestría a buscar a más de los que están amenazados. Se produce la desbandada. Apurados apretones de manos de los más corteses, para despedirse del profesor. Aceleradas disculpas, gestos apenados. Instantáneamente aparece la persona que me trae y me lleva, me meten con rapidez en el coche y me escoltan unos cuantos estudiantes con sus vehículos. Están en plena psicosis y les urge quitarse de en medio. En el hotel tres de los estudiantes varones dicen que me invitan a una cerveza para que no me vaya con mal cuerpo. Acepto por su amabilidad y porque me interesa mucho escuchar sus opiniones sobre lo que está pasando en esta ciudad. No tienen ganas de contar demasiado, están prudentes y sofocados.
Sumando conversaciones y noticias de aquí y de allá y de unos y otros, algunas en susurro, voy atando algunos cabos; mejor dicho, quedo convencido de que es muy difícil atar cabos. Veamos. Leo los periódicos locales y del DF, en papel y en internet. La versión unánime es que el Estado mexicano se ha embarcado en una lucha a muerte contra los narcotraficantes en las zonas fronterizas, en particular en este Estado de Chihuahua y en esta Ciudad Juárez. Mueren sicarios y narcos en luchas entre bandas y mueren policías y funcionarios por la venganza de las bandas. El Presidente Calderón acaba de declarar que si hay polvo es porque se está limpiando la casa. Pues bien, parece que tal versión oficial no se la cree nadie. Así que paso a reconstruir la versión oficiosa que circula por todos los rincones.
Habría un Plan u Operación Chihuahua, consistente en servirse de un determinado grupo narco, encabezado por un personaje que hace unos años se fugó tranquilamente de una cárcel de seguridad, el Chapo Guzmán. En la contienda entre las bandas el Estado estaría apoyando al Chapo Guzmán y muchos sospechan que hasta la CIA no es ajena a todo esto. Hasta hace un tiempo dominaba otro grupo, llamado La Línea y dirigido por Amado Carrillo. Éste habría muerto por un fallo de anestesia en una operación de cirugía plástica para cambiar sus rasgos. Parece que son bastantes los que no creen que realmente fuera él el muerto. Un importante agente de la DEA norteamericana certificó la identidad del cadáver y puso su placa en juego como testimonio de su seguridad. Ahora están siendo sistemáticamente exterminados quienes tenían vínculos con La Línea. ¿Y los policías y funcionarios de justicia que son asesinados? Rige la convicción general de que todas esas muertes se deben a sus pasadas relaciones con La Línea, a cuyos miembros en su momento habrían dado amparo y protección. Este dato hace especialmente tristes dichas muertes, pues todos suponen que se trata de personas marcadas por esos vínculos anteriores. Cuando al despedirme de alguna persona le dije cuídese mucho, me respondió: maestro, quien nada debe nada ha de temer. El temor de la gran mayoría no es más que el de resultar atrapado entre dos fuegos con ocasión de alguna de esas “ejecuciones”.
El ejército patrulla las calles, pero no tranquiliza a las gentes, al contrario. Se habla de desmanes sin cuento, de patrullas del ejército entrando en las casas y matando o robando impunemente, de pruebas falsas de droga que dejan para incriminar a quien trata de hacer alguna resistencia o de defender sus derechos. Los ciudadanos están convencidos de que el ejército ha llegado para proteger al Chapo Guzmán y ayudarlo a consumar su tarea.
Parece que la situación de la policía es crítica. Los de tráfico, con un puñado de muertos en sus filas, están en huelga porque la autoridad pretende retirarles las pistolas y que vayan desarmados. Otros opinan que muchos de esos policías dan constantemente a los matones información sobre los movimientos de las víctimas señaladas.
En un periódico leo hoy mismo la protesta de policías que han sido traídos a Ciudad Juárez desde el sur de México y que se quejan de que están hacinados en barracones inmundos, sin medios, sufriendo vejaciones y viendo como hasta les roban los refrescos que tienen asignados, refrescos que revenderían los militares que están a su mando.
Todo es desconcertante y caótico, pero lo que más me sorprende es la actitud de las personas. Una y otra vez insisto en mi pregunta de por qué el Estado no les pone escoltas y nadie parece que entienda el sentido de mi pregunta, no le ven razón de ser. Tampoco se exilian o se van a otro lugar. Aquí a muchos les bastaría caminar unos cientos de metros y cruzar la frontera con EEUU para refugiarse en El Paso, donde casi todo el mundo tiene familiares y amigos. Pero no lo hacen. Permanecen estoicamente, siguen haciendo su vida como si nada pasara, mientras los matan y los matan. Es como si llevaran en la idiosincrasia o en los genes esa actitud vital. Me acuerdo del viejo tópico de la cultura de la muerte en México y, a falta de mejores referencias, no puedo evitar asociar esta situación con lo que ocurrió en tiempos de la Conquista, cuando llegó Cortés con unos cientos de hombres y los indígenas se perdieron en augurios y oscuros presagios, se resignaron a un supuesto y esperado castigo de los dioses y, siendo decenas y decenas de miles, no reaccionaron ni se defendieron hasta que fue tarde, hasta que estaban ya diezmados. ¿Será posible que perduren tanto y tan profundamente las mentalidades de los pueblos?
Las historias que día a día traen los periódicos son espeluznantes. Anteayer mismamente dos funcionarios de seguridad, matrimonio, fueron asesinados en la puerta de su casa, cuando se disponían a llevar a sus dos hijas pequeñas al colegio. La mujer entró en su coche con las niñas y apareció el “comando” y comenzó a disparar contra el vehículo. La mujer tumbó a las hijas en el suelo del coche y salió a pecho descubierto para ser abatida y que las pequeñas se salvaran. El marido asomó a la puerta en ese momento y fue acribillado también. Las niñas quedaron ilesas. Una persona me hizo ayer este sorprendente comentario: vea, maestro, qué belleza, aún no se han perdido los principios, los “comandos” siempre tienen mucho cuidado de que no mueran los niños. Eso dijo, “qué belleza”. Era un jurista.
Al irme trato de averiguar si en verdad fueron dos alumnos de la maestría los muertos el último día al atardecer. Parece que no. Era una funcionaria de seguridad que viajaba en su coche con su madre. Las dos quedaron gravemente heridas después de que les agujerearan el coche, la funcionaria con una bala en la cabeza. Alguien me dice que fue inusual ese atentado, pues se hizo con pistolas y no con AK-47. Una hora antes fue asesinado un hombre a bordo de su coche y mientras intentaba escapar de los que lo perseguían. Acabó dando con una farola y lo remataron allí mismo. Dos horas después, a las diez, otro varón fue “ejecutado” a la salida del cine. Es un goteo continuo, día tras día. Y lo terrible, repito: la gente piensa que los únicos inocentes que mueren son los que reciben una bala perdida, como esa trabajadora de una gasolinera, madre de tres hijos y embarazada, que recibió un tiro que no le correspondía mientras lavaba un coche. Ayer sus padres pedían ayuda económica para llevarse el cadáver a su tierra originaria y no regresar nunca. Habían venido a Ciudad Juárez a buscar trabajo para poder comer.
Pregunto y pregunto cada vez que tengo ocasión y a cualquiera que muestre ganas de conversar, estudiantes, profesores, camareros, conductores. Todos me dan esas mismas versiones con una naturalidad pasmosa, como quien habla de este calor sofocante. Y luego la mayoría pide mi opinión sobre qué tal le irá a la selección de España en la Eurocopa y averigua si vi el otro día la final mexicana entre el Santos y el Cruz Azul. Es la misma experiencia de otras veces y otros lugares, la misma sensación de tantas ocasiones en Colombia o en El Salvador, por ejemplo, salvando las distancias que haya que salvar. La muerte se vuelve un suceso casi trivial, una parte normal del día a día, un sobresalto que no empaña la calma cotidiana ni las pequeñas diversiones.
Y los periódicos también repiten sus modos en países con semejantes tragedias. En la portada se mezcla la cuenta de los muertos del día con las noticias sobre el fútbol o sobre la peripecia amorosa de alguna actriz de telenovela. Anoche mismo buscaba en internet alguna página informativa sobre esos supuestos muertos cercanos a la maestría. Al fin la encontré, bajo un sorprendente titular: “Violencia de género en las calles”. Violencia de género porque eran dos mujeres, la funcionaria y su madre, las que habían recibido los balazos de rigor.
Tengo ante mí un periódico local del día. Trae la relación de muertos en primera página, y también que aumenta la contaminación y escasea el agua. Con el periódico viene un suplemento lleno de fotos de gente guapa y de comentarios sobre la moda de temporada. En las dos páginas centrales, fotos de una jovencita en posiciones bien poco naturales. El titular: “Futura escritora”. El reportaje comienza así: “Sami es una niña super cool y muy artística con un hobby muy particular... escribir. Y todo lo que comenzó como un pasatiempo varios años atrás, se ha ido convirtiendo cada vez más en una realidad ya que dentro de sus próximos proyectos, está el publicar uno de los cuatro libros que ya tiene escritos. Esta linda estudiante del Tec adora leer novelas de amor y entre sus autores favoritos está Paulo Coelho”. Y sigue: “Otro de los pasatiempos de esta talentosa juarense, es pintar al óleo y cuando tiene tiempo libre gusta pasarlo con sus amigas o su novio en el cine. Te presentamos a una chica sensible, romántica y súper buena persona”.
Siempre lo mismo, la prodigiosa capacidad para desdoblarse que poseen las sociedades más acosadas; o la habilidad de las élites de cada lugar para vivir como si se hallaran en el mejor de los mundos posibles, esa capacidad estremecedora para negar a los muertos; o para aliviarse pensando que algo habrán hecho.
El avión despega y al poco ya no se divisa la ciudad, envuelta en una nube de humos y polvo. Alrededor todo es desierto. Hoy morirán unos cuantos más, pero la vida seguirá igual. La próxima semana llegará otro profesor a la maestría, con toda normalidad. Son valientes los juarenses, o locos, o fatalistas. Y a un servidor le va a caer otra buena bronca en casa y de sus amigos. Pero sin ver no se aprende y, luego, sale lo que sale cuando hacemos esas lujosas teorías del Estado y de los derechos, ésas que les contamos aquí llenos de orgullo, mientras a pocos pasos los muertos nos aplauden.
PD.- Mis respetos para este país de gentes acogedoras, de contrastes sociales extremos y de valientes que por estudiar se juegan la vida. Y si algún academiquito chic y cool se molesta, como ya me ha ocurrido en otros lugares, que se joda. O que vaya a ciudad Juárez a pelo, en lugar de arreglar el mundo desde una piscina de Miami, desde alguna universidad de ricos pedantes o desde los barrios más seguros y protegidos de alguna capital vuelta de espaldas a sus propios barrios. Cretinos.