Ya tiene narices que uno ande por la cincuentena sin apear la crisis de identidad, y todo por culpa del peculiar trabajo a que se dedica. Para colmo, en verano se acentúan los síntomas de esto que debe de ser una auténtica enfermedad profesional. O sea, enfermedad y de los profesionales. Sobre qué signifique aquí “profesional” podríamos debatir largo y tendido.
En cuanto llega junio, nada me excita tanto como la preguntita de rigor: qué, ya estás de vacaciones ¿no? Me excita una mala uva de aquí te espero. Y es que la cuestión no admite respuesta coherente y mínimamente argumentada, entre otras cosas porque vaya usted a explicarle a cualquier mindundi cómo es esto de las vacaciones del universitario profesional. Sabemos que la gente, por lo general, no te hace preguntas para oír respuestas, y menos si tienen más de una sílaba. O sea, que respondo que sí y a tomar vientos.
También es verdad que la amable afirmación-interrogación adquiere tintes más oscuros cuando te la plantean los familiares próximos. Es la frase favorita de madres y suegras, sin ir más lejos. Ya estás de vacaciones, ¿no?, que aquí significa: ya no tienes disculpa para la comida de los domingos, para no llevar a tu bebé a natación sincronizada ni para no armar al fin ese mueble avieso que compraste hace dos años y duerme el sueño de los justos en el trastero, o para no salir de rebajas como si te fuera la vida en una americana de cuadros a mitad de precio.
Si hubiera interlocutores propiamente dichos, gustaría explayarse y contar que, según como se mire, vacaciones son todo el año, pues uno da sus cuatro horitas de clase semanales –y eso un servidor, que muy catedrático y mucho cuento, pero es un pringao de los mayores- y durante el resto del tiempo puede optar entre rascarse la barriga o pillar carguete para marcarse unos viajes y hacer unos favores a los compañeros de mus. Hasta ahí todavía te atienden con un rictus de admiración y de olé tus cataplines académicos. Mas, cuando amagan con que, a propósito de tus posibles cargos, mira, tengo yo un sobrino muy listo que..., tú continúas con la parte inesperada y trágica del guión de tu vida tonta: sin embargo, algunos entendemos que nos pagan no sólo por jugar al corro de la patata boloñesa con los estudiantes, sino también por investigar; ya sabes, leer un huevo de cosas e intentar escribir unos artículos la mar de sesudos sobre problemas teóricos y doctrinales y tal y cual. En ese momento la contraparte comienza a bizquear y se acuerda de que ha dejado la sartén en el fuego y que bueno, que ya nos vemos en la piscina un día de estos. Y te quedas contándotelo a ti mismo por enésima vez, prolongando así la dimensión masturbatoria del quehacer universitario: que durante el curso, y pese a las pocas clases, te falta tiempo, pues debes elaborar informes, memorias y memorandos, asistir a juntas, consejos y comisiones, presentar impresos por quintuplicado con tu firma grabada en piel de escroto, y recibir a doctorandos iletrados, y cubrir actas y descubrir actos, y escuchar a los cándidos candidatos a candidatos a presidente de la comisión de comisiones, y así todo. Total, que ni sueñes con leer una mañana nada que no sea prosa burocrática o tartamudeo ministerial en una de esas páginas oficiales concebidas como sudoku para expertos en la investigación de las conexiones neuronales de secretarios de Estado. En consecuencia, y por lo dicho, los deberes los haces en casa por la noche, privándote de ver Los Serrano o Identity, y eso que sales ganando, dicho sea de paso. Pero ponte tú a explicarle a la cuñada que no sabes a quién carajo expulsaron esta semana del El Gran Hermano o quién se ha ido el último de la Isla de los Fimosos.
Las llamadas vacaciones de verano son para algunos lelos, como el que suscribe, el momento soñado desde abril para escribir ese artículo que debías haber entregado hace año y medio, para leer aquel libro que escribió un profesor neozelandés de Oxford y que citan tanto los de Girona y para enfrentarte al fin con ese cuento que llevas en la cabeza y en el que muere una chica, que se parece a una becaria de Mercantil, a manos de un obseso del power point que es clavadito a un catedrático de Didáctica de la Didáctica que hizo la mili contigo antes de ser pacifista y que se cree periodista deportivo de Arkansas porque se empachó una vez leyendo a Richard Ford traducido al mallorquín por el negro de un traductor de Reus. Y de lo dicho nada, pues las energías que te harían falta las gastas a partes iguales poniendo tu úlcera como excusa para no veranear en Punta Cana y contestando al teléfono al que te llaman alguna vez para decirte que no firmaste la factura de los pilots con cargo al proyecto de investigación, y todos los días para ofrecerte con acento de la Patagonia un cambio de compañía telefónica que incluye tarifa plana, pero con wonderbrá, la colección completa de Mortadelo y Filemón en pasta al huevo y la serie entera de deuvedés de Érase una vez la Mujer.
Al final te rindes, te juras a ti mismo que en septiembre te pones como loco con las labores propias de tu oficio y te vas por fin un día a la playa, donde te topas con ese colega mandanga y trepa con que los dioses nos castigan a los empecinados y que, bronceado y luciendo un tanga cuyo hilo se hunde en una cascada de michelines sobre un culo peludo, te explica que le han dado la medalla al mérito aeronáutico por un artículo sobre la reglamentación comunitaria del vuelo sin motor y que, además, pásmate, la ANECA lo ha seleccionado para evaluar a los candidatos a profesor contratado doctor, tipo alfa al cubo, del área de Filología Románica.
Te metes al mar con ganas de quedarte para siempre convertido en el calamar que en el fondo eres y se te aparece una sirena que te cuenta, toda contenta, que Ulises acaba de acreditarse y que son cien euros por veinte minutos y tú pones la parrilla.
A ver si vuelve pronto el invierno y nieva de una puta vez.
En cuanto llega junio, nada me excita tanto como la preguntita de rigor: qué, ya estás de vacaciones ¿no? Me excita una mala uva de aquí te espero. Y es que la cuestión no admite respuesta coherente y mínimamente argumentada, entre otras cosas porque vaya usted a explicarle a cualquier mindundi cómo es esto de las vacaciones del universitario profesional. Sabemos que la gente, por lo general, no te hace preguntas para oír respuestas, y menos si tienen más de una sílaba. O sea, que respondo que sí y a tomar vientos.
También es verdad que la amable afirmación-interrogación adquiere tintes más oscuros cuando te la plantean los familiares próximos. Es la frase favorita de madres y suegras, sin ir más lejos. Ya estás de vacaciones, ¿no?, que aquí significa: ya no tienes disculpa para la comida de los domingos, para no llevar a tu bebé a natación sincronizada ni para no armar al fin ese mueble avieso que compraste hace dos años y duerme el sueño de los justos en el trastero, o para no salir de rebajas como si te fuera la vida en una americana de cuadros a mitad de precio.
Si hubiera interlocutores propiamente dichos, gustaría explayarse y contar que, según como se mire, vacaciones son todo el año, pues uno da sus cuatro horitas de clase semanales –y eso un servidor, que muy catedrático y mucho cuento, pero es un pringao de los mayores- y durante el resto del tiempo puede optar entre rascarse la barriga o pillar carguete para marcarse unos viajes y hacer unos favores a los compañeros de mus. Hasta ahí todavía te atienden con un rictus de admiración y de olé tus cataplines académicos. Mas, cuando amagan con que, a propósito de tus posibles cargos, mira, tengo yo un sobrino muy listo que..., tú continúas con la parte inesperada y trágica del guión de tu vida tonta: sin embargo, algunos entendemos que nos pagan no sólo por jugar al corro de la patata boloñesa con los estudiantes, sino también por investigar; ya sabes, leer un huevo de cosas e intentar escribir unos artículos la mar de sesudos sobre problemas teóricos y doctrinales y tal y cual. En ese momento la contraparte comienza a bizquear y se acuerda de que ha dejado la sartén en el fuego y que bueno, que ya nos vemos en la piscina un día de estos. Y te quedas contándotelo a ti mismo por enésima vez, prolongando así la dimensión masturbatoria del quehacer universitario: que durante el curso, y pese a las pocas clases, te falta tiempo, pues debes elaborar informes, memorias y memorandos, asistir a juntas, consejos y comisiones, presentar impresos por quintuplicado con tu firma grabada en piel de escroto, y recibir a doctorandos iletrados, y cubrir actas y descubrir actos, y escuchar a los cándidos candidatos a candidatos a presidente de la comisión de comisiones, y así todo. Total, que ni sueñes con leer una mañana nada que no sea prosa burocrática o tartamudeo ministerial en una de esas páginas oficiales concebidas como sudoku para expertos en la investigación de las conexiones neuronales de secretarios de Estado. En consecuencia, y por lo dicho, los deberes los haces en casa por la noche, privándote de ver Los Serrano o Identity, y eso que sales ganando, dicho sea de paso. Pero ponte tú a explicarle a la cuñada que no sabes a quién carajo expulsaron esta semana del El Gran Hermano o quién se ha ido el último de la Isla de los Fimosos.
Las llamadas vacaciones de verano son para algunos lelos, como el que suscribe, el momento soñado desde abril para escribir ese artículo que debías haber entregado hace año y medio, para leer aquel libro que escribió un profesor neozelandés de Oxford y que citan tanto los de Girona y para enfrentarte al fin con ese cuento que llevas en la cabeza y en el que muere una chica, que se parece a una becaria de Mercantil, a manos de un obseso del power point que es clavadito a un catedrático de Didáctica de la Didáctica que hizo la mili contigo antes de ser pacifista y que se cree periodista deportivo de Arkansas porque se empachó una vez leyendo a Richard Ford traducido al mallorquín por el negro de un traductor de Reus. Y de lo dicho nada, pues las energías que te harían falta las gastas a partes iguales poniendo tu úlcera como excusa para no veranear en Punta Cana y contestando al teléfono al que te llaman alguna vez para decirte que no firmaste la factura de los pilots con cargo al proyecto de investigación, y todos los días para ofrecerte con acento de la Patagonia un cambio de compañía telefónica que incluye tarifa plana, pero con wonderbrá, la colección completa de Mortadelo y Filemón en pasta al huevo y la serie entera de deuvedés de Érase una vez la Mujer.
Al final te rindes, te juras a ti mismo que en septiembre te pones como loco con las labores propias de tu oficio y te vas por fin un día a la playa, donde te topas con ese colega mandanga y trepa con que los dioses nos castigan a los empecinados y que, bronceado y luciendo un tanga cuyo hilo se hunde en una cascada de michelines sobre un culo peludo, te explica que le han dado la medalla al mérito aeronáutico por un artículo sobre la reglamentación comunitaria del vuelo sin motor y que, además, pásmate, la ANECA lo ha seleccionado para evaluar a los candidatos a profesor contratado doctor, tipo alfa al cubo, del área de Filología Románica.
Te metes al mar con ganas de quedarte para siempre convertido en el calamar que en el fondo eres y se te aparece una sirena que te cuenta, toda contenta, que Ulises acaba de acreditarse y que son cien euros por veinte minutos y tú pones la parrilla.
A ver si vuelve pronto el invierno y nieva de una puta vez.
5 comentarios:
Ja , Ja, Ja!!!.
Tres observaciones:
1. En vez de los Serrano, mejor Californication.
2. A mi, mi madre me dice que si voy a heredar la Universidad, que me paso todo el día en la FAcultad!.
3. Se te ha olvidado que hay que preparar el "Master", que ya el Programa de Doctorado se ha acabado, que antes del 10 de Septiembre tienes que convencer al Vicerrector de que el Master interuniversitario es lo que va a salvar al país de la crisis económica. Y va entonces el tipo y te dice que eres un antipatriota!, que no hay crisis, que eso es cosa de fachas!.
O sea, que me voy a la playa!.
Ah!, pero me llevo el último invento de Vodafone que me permitirá estar conectado a los ordenadores del Grupo de Investigación y que intentaré pasarlo por el Proyecto de Investigación.
Como dice un amigo: "Que dura es la vida de un play-boy, tan pronto te toca saborear un martini on the rocks, con una rubia despampanante en Cannes, como tienes que jugarte un millón de dólares a la ruleta en Montecarlo, del brazo de una exuberante morena".
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARGHH
Si los que dan cuatro horas semanales son "pringaos", ¿qué somos los que damos siete u ocho, según la semana, todo el santo año, de obligatorias o troncales? Por lo demás, razón que le sobra.
PD: Profesor ya lleva de vacaciones desde el uno de Julio,¿no?
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