Las profesiones cambian con el ritmo de los avances sociales y con las chifladuras en las que nos embarcamos los humanos. Antiguamente había en las ciudades serenos que nos daban las buenas noches y voceaban las horas altas: tenían algo del pariente al que se deja en la calle para luego acogerlo en la madrugada fría en el calor de unas sábanas. Casi todos eran gallegos porque se ve que en Galicia había escuelas acreditadas de capacitación en el ramo serenil. Algunos salen en las zarzuelas e incluso entonan una romanza a la luz de la luna. Yo viví de jovencillo en una pensión en Valencia cuyo propietario era sereno y por las mañanas venía con el turno cumplido, se despojaba de su uniforme municipalmente recio, y se metía en la cama que había dejado un huésped que, por ser enfermero, se levantaba a las del alba para entrar en el hospital. Aquella cama daba acogida a dos seres humanos, cumplía una función social meritoria, y además hacía verdad aquel lema que campaba en el frontispicio de un hotel modesto que existió durante el franquismo en una provincia humilde sin pretensiones de nación: “el cliente pasa, la sábana permanece”.
Son de una época anterior los aguadores a los que ya no he conocido pero sí recuerdo de niño, en las navidades, a las vendedoras de pavos; estamos hablando de una época aflictiva y de escasa imaginación en la que todavía no se había descubierto el pavo en una bandeja y deshuesado con el código de barras pegado al muslo.
Ahora no hay más que informáticos y brokers que son capaces de construir una pirámide para meter en ellas nuestros ahorros, como ese de los USA que se ha alzado con los millones de los millonarios. Bien lejos de los egipcios que las usaban para que descansaran de sus afanes quienes estaban ya para pocas bromas porque sencillamente habían muerto. De la pirámide como sarcófago a la pirámide como estafa hay todo un sendero bien perceptible de degradación moral de la humanidad. Siempre es enterrar pero ¡caramba! hay matices.
Las oficinas de empleo publican de vez en cuando las listas de los oficios más demandados y aquellos que no encuentran candidatos. Entre los primeros se encuentran los de notario y registrador de la propiedad: para cada plaza se presentan copia de aspirantes con saberes tan enrevesados como tediosos. Sin embargo, resulta que hay otros, y bien divertidos, que apenas cuentan con demanda: tal es el caso de domador. Parece -si hemos de hacer caso a esas oficinas- que no los hay y esto está provocando una seria congoja entre los leones y los tigres de Bengala que, además de tener que soportar a los ecologistas pelmazos empeñados en protegerlos, resulta que tampoco disponen de un domador que les saque de la selva donde tan duro es buscarse la vida. Antes los había y cada león que progresaba adecuadamente en su condición fiera encontraba, más pronto que tarde, su domador en un circo elegante de París. Ahora no es así y los leones mayores se desesperan por no poder prometer a sus hijos un domador y eso conduce a una situación insostenible pues han de aguantarlos en la cueva, holgazaneando como si fueran esos estudiantes de ESO.
Siempre he sostenido que cada león debiera nacer con su domador ya asignado como cada tapón trae su botella. Los grupos ecologistas deberían preocuparse porque si no hay domadores no habrá leones ni tigres pues la función crea el órgano. O al revés, que ya no me acuerdo como es la cosa.
Seguimos. Aunque hay alcornoques no existen sin embargo trabajadores del alcornoque pero esto se entiende mejor porque estarían cansados de no hacer carrera de ellos. Igual que ocurre con los gusanos, hay muchísimos gusanos, el escritor Silverio Lanza acuñó a principios del siglo XX el término “vermicracia” para describir la democracia en una novela demoledora que ahora nadie lee. Pues resulta que no hay criadores de gusanos aunque bien mirado el gusano nace, no se hace, así que maldita la falta que hacen sus criadores. Si ya dejados a su suerte hay tantos ¡qué no pasaría con un cuerpo especializado dedicado a ellos!
Otras carencias profesionales han sido detectadas, así el necrólogo que debe de ser un forense pero a lo bruto. Tampoco hay fisonomistas de casinos aunque bien visto lo que un casino necesita son señoras con joyas y señores con spleen. De los sexadores de pollos -otra deficiencia detectada en esta España atolondradamente plural- prefiero no hablar porque no sé lo que son pero, si pienso en ellos, se me inflan las criadillas.
Son de una época anterior los aguadores a los que ya no he conocido pero sí recuerdo de niño, en las navidades, a las vendedoras de pavos; estamos hablando de una época aflictiva y de escasa imaginación en la que todavía no se había descubierto el pavo en una bandeja y deshuesado con el código de barras pegado al muslo.
Ahora no hay más que informáticos y brokers que son capaces de construir una pirámide para meter en ellas nuestros ahorros, como ese de los USA que se ha alzado con los millones de los millonarios. Bien lejos de los egipcios que las usaban para que descansaran de sus afanes quienes estaban ya para pocas bromas porque sencillamente habían muerto. De la pirámide como sarcófago a la pirámide como estafa hay todo un sendero bien perceptible de degradación moral de la humanidad. Siempre es enterrar pero ¡caramba! hay matices.
Las oficinas de empleo publican de vez en cuando las listas de los oficios más demandados y aquellos que no encuentran candidatos. Entre los primeros se encuentran los de notario y registrador de la propiedad: para cada plaza se presentan copia de aspirantes con saberes tan enrevesados como tediosos. Sin embargo, resulta que hay otros, y bien divertidos, que apenas cuentan con demanda: tal es el caso de domador. Parece -si hemos de hacer caso a esas oficinas- que no los hay y esto está provocando una seria congoja entre los leones y los tigres de Bengala que, además de tener que soportar a los ecologistas pelmazos empeñados en protegerlos, resulta que tampoco disponen de un domador que les saque de la selva donde tan duro es buscarse la vida. Antes los había y cada león que progresaba adecuadamente en su condición fiera encontraba, más pronto que tarde, su domador en un circo elegante de París. Ahora no es así y los leones mayores se desesperan por no poder prometer a sus hijos un domador y eso conduce a una situación insostenible pues han de aguantarlos en la cueva, holgazaneando como si fueran esos estudiantes de ESO.
Siempre he sostenido que cada león debiera nacer con su domador ya asignado como cada tapón trae su botella. Los grupos ecologistas deberían preocuparse porque si no hay domadores no habrá leones ni tigres pues la función crea el órgano. O al revés, que ya no me acuerdo como es la cosa.
Seguimos. Aunque hay alcornoques no existen sin embargo trabajadores del alcornoque pero esto se entiende mejor porque estarían cansados de no hacer carrera de ellos. Igual que ocurre con los gusanos, hay muchísimos gusanos, el escritor Silverio Lanza acuñó a principios del siglo XX el término “vermicracia” para describir la democracia en una novela demoledora que ahora nadie lee. Pues resulta que no hay criadores de gusanos aunque bien mirado el gusano nace, no se hace, así que maldita la falta que hacen sus criadores. Si ya dejados a su suerte hay tantos ¡qué no pasaría con un cuerpo especializado dedicado a ellos!
Otras carencias profesionales han sido detectadas, así el necrólogo que debe de ser un forense pero a lo bruto. Tampoco hay fisonomistas de casinos aunque bien visto lo que un casino necesita son señoras con joyas y señores con spleen. De los sexadores de pollos -otra deficiencia detectada en esta España atolondradamente plural- prefiero no hablar porque no sé lo que son pero, si pienso en ellos, se me inflan las criadillas.
1 comentario:
Interesante y entretenido juego de palabras en impecable español culto. Bienvenido sea.
Acaso falte quizás ... ¿decir algo?
¡Y mira que habría argumentos!
Salud,
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