(Publicado hoy en El Mundo de León)
El otro día me encontré con un viejo amigo y, como lo vi cariacontecido, le pregunté qué le pasaba. Que en el colegio de mis hijos mayores -una parejita- me han pedido una foto de la familia al completo, me contestó. Sus hijos estudian en una privada con toca. Hombre -le respondí-, tampoco me parece tan grave, gástate unos euros y mándales una buena foto de estudio. Pero él me puso al tanto de sus dilemas, tal que así: “como sabes, me separé y ahora convivo con una chica con la que acabo de tener un bebé. Mi anterior mujer vive con una señora de la que, por lo visto, está muy enamorada y, además, con ellas está una muchacha adolescente, fruto de un antiguo matrimonio de la otra. Así que, chico, no sé muy bien como organizar el asunto”.
Después se puso a enumerar las alternativas que estaba sopesando: “Una posibilidad sería que nos retratáramos solamente mis hijos y yo, pero temo que pregunten a los niños por qué no está su mamá, ya sabes qué sutilmente ingenua es esa gente. También podría convencer a la madre para que posáramos los cuatro, pero mi chica actual se lo puede tomar fatal. Si aparecen conmigo mis tres hijos y mi mujer de ahora, van a empezar a hacerles preguntas sobre el hermanito pequeño y no sé por dónde van a salir los críos o en qué lío se van a sentir metidos. También me tienta que nos juntemos todos, pues nos llevamos bastante bien, e inmortalicemos la reunión de una familia tan variada e innovadora, pero a alguien puede darle un síncope y los chavales se van a enredar al explicar los pormenores”. Y terminó con la pregunta que más me temía: “¿Tú qué opinas?”.
Ganas me dieron de ponerme a especular sobre si, en los tiempos que corren, será muy constitucional y respetuoso con la intimidad, la no discriminación y la protección de la infancia eso de andar solicitando semejantes cosas en los colegios. Al fin y al cabo, ¿para qué querrán la dichosa fotografía? Estuvimos un rato dándole vueltas al caso y, al fin, se nos ocurrió una idea que puede ser mano de santo. Antes de cumplir el encargo, mi amigo va a ir a ver a la directora del colegio y le va a pedir una foto de ella con su familia, con el pretexto de que a los niños les hace mucha ilusión ese intercambio. A ver quién sale ahí.
Después se puso a enumerar las alternativas que estaba sopesando: “Una posibilidad sería que nos retratáramos solamente mis hijos y yo, pero temo que pregunten a los niños por qué no está su mamá, ya sabes qué sutilmente ingenua es esa gente. También podría convencer a la madre para que posáramos los cuatro, pero mi chica actual se lo puede tomar fatal. Si aparecen conmigo mis tres hijos y mi mujer de ahora, van a empezar a hacerles preguntas sobre el hermanito pequeño y no sé por dónde van a salir los críos o en qué lío se van a sentir metidos. También me tienta que nos juntemos todos, pues nos llevamos bastante bien, e inmortalicemos la reunión de una familia tan variada e innovadora, pero a alguien puede darle un síncope y los chavales se van a enredar al explicar los pormenores”. Y terminó con la pregunta que más me temía: “¿Tú qué opinas?”.
Ganas me dieron de ponerme a especular sobre si, en los tiempos que corren, será muy constitucional y respetuoso con la intimidad, la no discriminación y la protección de la infancia eso de andar solicitando semejantes cosas en los colegios. Al fin y al cabo, ¿para qué querrán la dichosa fotografía? Estuvimos un rato dándole vueltas al caso y, al fin, se nos ocurrió una idea que puede ser mano de santo. Antes de cumplir el encargo, mi amigo va a ir a ver a la directora del colegio y le va a pedir una foto de ella con su familia, con el pretexto de que a los niños les hace mucha ilusión ese intercambio. A ver quién sale ahí.
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