(Publicado hoy, 27 de marzo, en Expansión).
El negocio del fútbol profesional tiene el
privilegio del éxito, cuenta con un irresistible imán y consigue alzarse con el
trofeo de la preferente atención deportiva, desplazando a otras modalidades
competitivas. Es más, conquista el interés de otros espacios de información
económica o política y abre en muchas ocasiones los boletines de noticias.
Las emisoras de radios y muchos periodistas
difunden lo que ocurre en unos campos de juego en los que las reglas sobre la
reducción del gasto eléctrico, de calefacción y las propuestas para introducir
cierta eficiencia energética son desconocidas. ¿Por qué se desaprovechan tantas
horas del día y sólo cuando domina el entorno oscuro se enciende la luz de la
competición? Y qué decir de la consideración a los horarios. Parece ser que los
partidos de fútbol se suceden sin solución de continuidad, despreciando la
necesidad de que conviene que las personas lleguen descansadas a su puesto de
trabajo para rendir con plenitud en estos momentos de crisis en que hemos de
esforzarnos más.
Mucha atención reclama también el fútbol
profesional fuera del ámbito de la competición deportiva. Hace unos días, la
Comisión Europea publicó un estudio en el que alertaba del desequilibrio entre
las cifras bien abultadas y orondas del negocio de traspaso de futbolistas y la
insignificante repercusión en el deporte de los equipos modestos y de
aficionados. Sólo un 2% de los más de 3.000 millones de euros, que han
circulado con esos contratos en los últimos años, ha podido llegar –según este
estudio– a los clubes modestos.
Como sabemos, no es la primera vez que las
instituciones europeas dirigen su mirada hacia los equipos españoles. A finales
del año pasado se confirmó la apertura de expedientes de investigación por
posible incumplimiento de la normativa de ayudas públicas. Se están analizando
varios aspectos, como la dispensa a favor de algunos clubes de no convertirse
en sociedades anónimas, o los convenios públicos que han conducido a la
recalificación de terrenos y a beneficiosas actuaciones urbanísticas, generando
renglones sospechosos en unas cuentas poco claras, que además implican una
competencia desigual con otros clubes europeos.
Lejos quedan los intentos de aclarar la economía
de los clubes de fútbol. Casi no hay memoria de los impulsos de reforma de la
Ley del deporte desde los años noventa. Mucho tiempo ha pasado y podría decirse
en términos deportivos que el partido de la claridad se ha perdido por una
bochornosa goleada.
Quizás convenga recordar cómo se ha malogrado esa
aspiración reformadora de vestir a unos clubes deportivos con el traje de la
precisión jurídica y contable que puede ofrecer una sociedad mercantil.
Rememoremos ahora sólo algunos datos: fracasaron las campañas para que los
aficionados apoyaran a los clubes comprando sus acciones; algunos ayuntamientos
decidieron participar en esas operaciones económicas, estirando la
interpretación de sus competencias y el mismo concepto de qué debe entenderse
por servicios públicos locales. Se modificaron planes de ordenación urbana, se
aprobaron convenios y actuaciones urbanísticas muy discutidas, en una época en
la que la estrella de los partidos era la especulación inmobiliaria. Se
realizaron generosas valoraciones de los bienes de los clubes para avalar
préstamos; o se negociaron deudas municipales, lo que ha llevado a que alguna
comunidad autónoma sea propietaria de clubes que, incluso, podrían competir
entre sí. Se toleraron retrasos en los pagos a la Seguridad social, a la
Agencia Tributaria...
Y ello a pesar de que también se habían permitido
sorprendentes reformas legales para singularizar el régimen impositivo de los
deportistas abundando en el desigual sistema tributario español; o las
millonarias retribuciones por los derechos de retransmisión televisiva. Y junto
a voluminosas deudas tributarias otros ecos nos han traído noticias de grandes
fraudes fiscales...
Sin embargo, no pasa nada. No hay gritos de
indignación ni escraches. Parece que éstos sólo deben admitirse contra
determinados políticos. Es más, en este ambiente de tanta contradicción y
paradojas, se promueve el indulto de los responsables de equipos de fútbol que
han sido condenados.
Pero no terminan ahí los goles que el negocio del
fútbol ha encajado a las reglas del Derecho. También la Comisión Europea,
además de otras instituciones jurídicas y organizaciones deportivas, investiga
los amaños de los resultados de los partidos de fútbol...
En fin, como en tantas ocasiones, Salvador de
Madariaga tiene razón. En su libro Ingleses, franceses y españoles explica la dificultad
del idioma español para encontrar una buena traducción a la conocida expresión
inglesa fair play, algo así como juego limpio. Convengamos en que, en el
negocio del fútbol profesional, hace falta una gran jabonadura de decencia para
que reaparezca el juego limpio.
* Mercedes Fuertes es catedrática de Derecho Administrativo de la Universidad de León.
1 comentario:
Excelente entrada, Profesora Fuertes. Ya va siendo hora de que alguien ponga el negocio del deporte en su sitio. Tanto en España como en otros países europeos, el negocio del deporte pretende presentarse como una “pasión” y no como lo que realmente es: una actividad comercial. Invocando una falsa excepcionalidad, el negocio del deporte ha pretendido exonerarse de toda obligación que incumbe a una actividad comercial, como el pago de impuestos o el sometimiento a las normas sobre ayudas de Estado. Ha llegado incluso hasta el extremo perverso de reclamar de las casas de apuestas legales en Europa que paguen un canon para que las entidades deportivas creen unidades contra el amaño de partidos, cuando son los propios jugadores de esas entidades los que se confabulan con casas de apuestas ilegales (fundamentalmente asiáticos) para defraudar a las casas de apuestas legales y a sus clientes.
España es el país de El Marca y el panem et circenses, así que es mejor no hacerle ilusiones.
En relación con Salvador de Madariaga, resulta muy recomendable leer la compilación de sus escritos sobre Europa, en “Carácter y destino en Europa”.
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