Nosotros no podemos dar lecciones a nadie porque
también hemos tenido ocurrencias pintorescas a la hora de poner rótulo a
nuestros ministerios pero se convendrá conmigo que la de la presidenta
argentina de crear una “secretaría de coordinación estratégica del pensamiento
nacional”, dependiente del ministerio de Cultura, es sutileza que cabalga entre
lo regocijante y lo extravagante.
Excepto lo de “secretaría” que es una forma neutra
de llamar a una covacha, el resto no tiene desperdicio. Se cita la
“coordinación” que es la gran paparrucha de quienes quieren mandar en un ámbito
determinado pero, al no atreverse a confesarlo abiertamente, se entregan al
lenguaje perifrástico. Tengo para mí, después de haber leído muchos libros
sobre la coordinación y haber visto centenares de experiencias a ella ligadas,
que la tal coordinación es como el himen: una entelequia.
Viene luego lo de “estratégica”: otro embeleco que
se une a palabras bobaliconas como “transversal”, muy de moda y que se aplica a
las realidades más heterogéneas sin que acertemos nunca a captar su auténtico
sentido. Lo de estratégico suena a mitológico, urológico y morfológico siendo
al final algo puramente demagógico que tampoco nadie logra definir.
Y, en este caso, menos mal. Porque ¿para qué quiere
el pensamiento nacional ser sometido a una “coordinación estratégica? El primer
equívoco que habría de precisarse es si existe un pensamiento “nacional” como
opuesto al “no nacional”. Naturalmente que la existencia de tal pensamiento
“nacional” es el sueño de todos los nacionalistas, convencidos como están de
que al pensamiento, al raciocinio y a la sindéresis se le pueden poner
fronteras y etiquetas como al queso de Cabrales o al vino de Rueda. Y no
admitir falsificaciones como no se admite en las denominaciones de origen de
los citados productos o del jamón de Jabugo que destierran las incorporaciones
foráneas.
Sin embargo, las personas que hemos rechazado, por
disponer de los adecuados anticuerpos, el virus del nacionalismo sabemos que el
pensamiento, si es verdaderamente tal, es alado, un astro que nos ilumina y no
declina, una cuadriga dominadora que arroya, descabalga y disuelve simplezas.
¿Alguien se imagina que se achicara la ópera llamándola “nacional”? ¿Y que
viéramos reducido al Don Juan o a Rigoletto a los confines de los territorios
donde se gestaron esas obras o donde nacieron Mozart o Verdi?
Si todo esto es así, la conclusión es clara: sobra
toda coordinación y sobra toda estrategia. Lo que hay que hacer con el
pensamiento es justamente lo contrario: dejarle suelto, dejarle libre, que
busque donosas coyundas, que procree y se multiplique, que despabile
conciencias, que arrase prejuicios, que siembre el desconcierto y ponga luego
en claro un ramillete de criterios que nos ayuden a iluminar sombras y a crear
fuegos para volver a hacer con ellos señales al cielo y decirle que aquí
seguimos y que no hemos desfallecido.
Es urgente pues hostigar a quienes conciben estas
criaturas abortivas ministeriales. Porque, como nos dejemos, veremos el
ministerio de la paciencia y el del orgullo y el del amor y hasta el de la
elegancia. La sociedad gime bajo el peso de los ministerios. Por eso, los
justos.
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