Hace unas semanas un muy amable profesor latinoamericano me escribió
para contarme que era el director de una nueva revista internacional sobre
derecho y literatura y que le gustaría que les enviara algún trabajillo mío
sobre la materia. Agradecí de verdad la invitación y le remití un escrito de
hace un año o así, sobre La Isla del Dr.Moreau, de H.G. Wells. Le indiqué que
por el momento no estaba ese trabajo publicado en libro o revista, si bien una
versión en alemán aparecerá próximamente en el tomo homenaje a un iusfilósofo
ruso, en la editorial Duncker & Humblot, de Berlín.
Pasados unos días me respondió en tono compungido y me explicó que no
podían publicar mi artículo, debido a que yo ya lo había sacado en mi blog (se
puede ver aquí)
y a que en la revista debían respetar escrupulosas reglas en cuanto al carácter
inédito de lo que editaban, pues solamente así podrían conseguir los ansiados
reconocimientos y acreditaciones oficiales. Me sentí gratamente sorprendido de
que este blog mereciera tan alta consideración como para que dejara de ser
inédito, a efectos científicos y editoriales, cualquier escrito que en él se
muestre. Comprendí perfectamente las razones del editor y en nada me
molestaron, pero me quedé pensando en lo raro que se está volviendo este
mundillo.
Lo que me pregunto más que nada es qué sentido puede tener hoy hacer una
revista de ese tipo, sin demérito del esfuerzo y el entusiasmo de los que tomen
la iniciativa, por supuesto; y qué valor o interés puede tener para un autor,
como un servidor en este caso, que su artículo se publique en tal medio. Por
cierto, se me olvidaba decir que se trata de una revista electrónica, una
revista que no va a ser impresa en papel.
Comienzo por la cuestión última. Me da la impresión de que, al menos en
campos como el mío y en muchas disciplinas de las llamadas ciencias humanas,
sociales y jurídicas, los artículos se mandan a las revistas más que nada para
poder hacer constar en el currículum que allí aparecieron. Es una finalidad instrumental
puramente, desligada del valor que se dé al conocimiento y difusión de la obra
de uno. ¿Publicamos para poder hacer valer que hemos publicado o publicamos
para dar a conocer nuestro trabajo? Si es esto último, me temo que muy a menudo
se consigue mayor conocimiento y más eco utilizando blogs, páginas web, redes
sociales y demás medios de uso y control por parte del propio autor. Cierto que
unas pocas revistas muy consolidadas, de referencia auténtica, tienen ya su
público amplio y aportan lectores…, a condición de que sus textos estén
accesibles a través de internet. Si no, no pueden competir, en modo alguno, en
lo que a difusión y debate se refiere.
Se da también un curioso fenómeno que podríamos llamar de fobia oficial
al lector. Permítaseme la primera persona. Si yo el mismo artículo, de tema
jurídico y todo lo sesudo que pueda, lo publico en un diario de derecho que
leen cada día varios miles de juristas españoles, a la hora de evaluar alguien
mi currículum me va a decir que esa publicación no vale nada, tal vez porque no
tiene evaluación por pares anónimos o un comité editorial en el que haya un
chino al menos. En cambio, si exactamente el mismo texto me lo publica una
revista especializada de las que figuran en ciertos rankings, me puntúa un montón.
Y el trabajo, repito, es el mismo. ¿Será esa ojeriza a los medios con más
lectores un extraño resto de elitismo académico? Al parecer, lo bueno debe ir a
donde no lo vea casi nadie y donde sean muchos los lectores solo se deben
publicar trabajillos penosos.
Palabra de honor que entendí a mi muy amable interlocutor en aquel caso
y no va con él ni con su revista lo que paso con carácter general a opinar. Hoy
en día muchas revistas se montan para poder hacer valer que se tiene una
revista y que se dirige o se coordina una revista. En sí, tampoco es nada
reprochable, ojo. Las administraciones públicas en tema de investigación
intentan controlar que las publicaciones en cuestión se atengan a unas pautas
mínimas de calidad y objetividad, y es comprensible que así se haga. Pero esas
pautas acaban siendo solo formales y se da carta de naturaleza a un puro
sistema de apariencias.
Desde el punto de vista de los autores, puede haber dos situaciones bien
distintas. Por una parte están aquellos que, por legítimas razones y dados los
criterios habituales de evaluación curricular de los investigadores, necesitan
publicar en revistas formalmente reconocidas. A estos se les puede hacer pasar
por todo tipo de exigencias formales y procedimentales y las acatarán por
conveniencia o pura necesidad. Por otra parte están quienes ya no se hallan
sometidos a determinadas servidumbres y, todo lo más, tienen interés en que sus
obras se difundan y se debatan. Aquí el trato se complica un poquillo.
A uno le solicitan cortésmente un artículo para una revista. Con frecuencia va
a ser una revista que comienza su andadura o que trata de conseguir algo de
fama y buena acreditación. Las más de las veces por pura simpatía, envía uno su
aportación. Y al cabo de un corto plazo comienzan los problemillas. Que lo
mande de nuevo, pero en letra capicúa, modificando el sistema de citas, con no
sé qué tamaño para la letra de las notas a pie de página, con el resumen en
inglés, etc., etc. Y que sobran mil quinientas palabras, que recorte. O que un
evaluador anónimo ha puesto unos reparos porque no se cita la última
bibliografía norteamericana sobre la materia o porque el tono no es del todo
académico.
No es que sea ofensivo nada de eso, no se tome la posible reacción como
vanidad herida, aunque de todo puede haber. Es que falta motivación cuando el
móvil inicial era la simpatía y las ganas de echar una mano. Permítaseme un
ejemplo para comparar. Un vecino que nos cae bien anda en apuros económicos y
pasa un poquito de hambre. Sabe que usted cocina aceptablemente y desde el
descansillo de la escalera capta el aroma de un bacalao a la vizcaína que usted
acaba de preparar en su cocina. Toca en su puerta y muy educadamente le pide un
poquillo de su bacalao, si le sobra y sin querer importunar, y puesto que hay
buen trato y confianza. Usted, entre enternecido y halagado, le dice que de
acuerdo, que se espere un momento y que en unos minutos le llevará a su casa
una ración del bacalao, puesto que cocinó abundante. Pero cuando se lo entrega,
el otro, sonriente y algo azorado, le dice que vaya, qué pena, que esperaba que
se lo diese con algo más de salsa, en un plato de buena loza y no de los
corrientes y de diario y que, además, está algo frío. Que disculpe usted, pero
que así no se lo puede aceptar y que por favor se lo traiga diez minutos más
tarde, pero más calentito y mejor presentado.
¿Usted qué pensaría y qué le diría a ese peculiar vecino? Si a usted le
interesa que pruebe su plato y lo disfrute, por ejemplo porque es un afamado
crítico culinario o porque le puede él dar algo que sea del interés suyo, pues
callará y hará lo que le ha solicitado, tal vez. Pero si usted piensa que el
único interés auténtico era o debería de ser el del otro y que el único favor
era el que por pura solidaridad humana usted le hacía a él, se marchará con
viento fresco y no volverá a tocar a su puerta con la comida reelaborada.
¿Quién hace favor a quién cuando un autor presenta para una revista un
artículo que se le solicitó? Como digo, dependerá de las circunstancias de
ambos, las del escritor y las de la revista. Pero los que de revistas se
encargan deberían ser conscientes de que su posibilidad de pedir o exigir y de
imponer pautas o demandar concesiones es exactamente proporcional a la fama y
el reconocimiento de la revista de que se trate. Si fama y reconocimiento no
son muy altos, sólo pasarán por el aro los más pringadillos o los muy
compasivos. Pero resultará que esos casi siempre serán los menos interesantes para
los índices de la revista y los que traerán menos lectores.
Una gran ventaja de esta sociedad global y de los nuevos e
impresionantes medios tecnológicos es que cualquier cosa que uno escriba y
quiera divulgar puede ser de inmediato leída y comentada por miles de personas
en cualquier lugar del mundo. Sin esperas y sin servidumbre de ninguna clase.
Esa libertad e inmediatez no la tienen las revistas, y menos las que no están
en lo alto de las clasificaciones. Deberían sus responsables meditar un poco
sobre el particular. Por eso, desde el pleno respeto y el mucho aprecio al
colega al que, como pretexto, antes aludí, afirmo que si un día redacto un
trabajete sobre derecho y literatura y mi alternativa es este blog o aquella
revista, pues son incompatibles, mi decisión es fácil: el blog. Es una libertad
que me puedo permitir a esta edad y con todo lo que ha llovido.
Es como si usted quiere irse de fin de semana con Jessica Alba y le hace
la propuesta. Ella, por milagro o porque la encontró muy aburrida ese día, le
contesta que sí, y al llegar la hora del encuentro usted le hace ver que fatal
ese vestido que eligió y que haga el favor de volver a su casa de ella y
ponerse una lencería roja, que es la que a usted le gusta. Estaría bien tonta
si ese sábado se queda con usted, la verdad. Salvo que usted sea Brad Pitt, claro.
2 comentarios:
Hoy simplemente puedo decir,¡olé!
Hay personas que no entienden que la cultura debe estar al alcance de todo el mundo.No olvidemos aquello de las externalidades positivas.El consumo de educación genera externalidades positivas para la sociedad.
Alabo su decisión de anteponer su blog a cualquier reconocimento.
Su blog está abiert
o al común de los mortales y no hay satisfacción mayor que la de sacudir conciencias.
Vivimos en una sociedad enferma en la que prima la forma sobre el contenido.
Lo importante es comunicar y hacer reflexionar a nuestro interlocutor sobre cosas que nunca hubiera pensado.Sin intentar cambiar sus ideas, pero haciéndole entender que a lo mejor su forma de pensar no es la única, que existen diferentes alternativas.
"Todo necio confunde valor y precio"Antonio Machado.
Saludos.Mariel
Maestro, simplemente nunca he entendido, que algo que se ha escrito por uno (o sea por usted) y sabiendo además que esta en su propia pagina personal, no se puede publicar en otra parte.Insólito, pues sigue siendo inedito, para mi concepción.
inédito, ta:
1. adj. y m. Escrito y no publicado:
2. Desconocido, nuevo:
Lo inedito no tiene que ver cuantas veces se haya publicado, sino el carácter genuino del contenido, que nadie mas lo haya tocado para otro sitio (tomando la segunda acepción del significado de inedito, claro está). Y en este caso solo usted lo hizo en su página personal, es decir nadie mas lo hizo para otra revista, libro o folleto, como quiera.
Y en todo caso, que no se puede publicar por cuestiones de las reglas de la casa editorial, pues me parece irrelevante que el conocimiento no se puede expandir simplemente porque ya se ha publicado en otra, parte. Pues los músicos cuando no son populares comienzan siendo populares con los cd piratas, que venden en las calles.
Lo mismo pasa con el divulgador.
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