Por fin se han puesto de moda. Con los años, el ser
humano va advirtiendo que sus vestimentas, sus hábitos y aficiones, su aspecto
mismo, incluso sus decires se van escapando de los dictados de la moda,
acogiéndose a un pasado rancio y cada vez más esotérico. Es la consecuencia del
paso del tiempo, del imperio de las sombras, del entierro de las madrugadas...
qué sé yo.
El duelo entre lo antiguo y lo actual, perenne y
eterno como la humedad de los bosques.
Por eso, cuando de pronto aparece una señal
lisonjera, todas nuestras entretelas se convierten en cascabeles que anuncian
alegrías e incluso el fluir torrentoso de la sangre en las venas.
Esta sensación es justamente la que yo percibo desde
que me he enterado de algo que creía imposible: las ojeras se llevan por las
personas elegantes como prendas creadas por los más atrevidos modistos en las
pasarelas de Milán, de París etc. La ojera es el estilo. La ojera es chic. La ojera:
señal rediviva del esplín baudeleriano.
Sí, la ojera, esa bolsa que llevamos bajo nuestros
ojos para guardar los pesares y las aflicciones con que la vida nos obsequia;
la ojera, el estuche de los recuerdos sombríos, de las canciones muertas, de
los temblores gimientes; la ojera, el surco donde se asientan los desmayos y se
entierra el desánimo, el carril que utilizan los siglos para no perderse...
Pues esa ojera está ahora en lo alto de la
distinción y el buen gusto.
¿Qué ha pasado? En rigor, nada. O mejor dicho, ha
pasado lo de siempre. Como se descubrió hace años que “la arruga es bella” y
esa simple enunciación revolucionó nuestra forma de vestir desterrando la raya
del pantalón y la esmerada pulcritud de la blusa, así ahora un gurú, asentado
en el Olimpo desde el que se definen las tendencias, ha decidido que la ojera,
lejos de ser un signo de decrepitud es un rasgo definitivo de elegancia. Pobre
del que no tenga sus ojeras bien hundidas y tenebrosas.
Ya sabemos que, para hacer frente a la “saison” de
la ópera y del teatro, corren las damas y los caballeros a hacerse de unas
buenas ojeras si no quieren sentar plaza de lechuguinos. Todos los afeites,
cremas y potingues destinados a borrar las ojeras han perdido su valor y los
activos cotizados en bolsa de las empresas que los fabricaban se han
desplomado. Las gentes ahora procuran no dormir bien para lucir por las mañanas
unas ojeras profundas que resalten sus ojos y sus pestañas.
¿Y los pobres cirujanos de ojeras? A toda prisa
están haciendo cursillos para aprender a hacer ojeras y pacientes hay que
vuelven a ellos para recuperar las ojeras que perdieron en sus clínicas. Doble
negocio. Un consuelo.
Todo es un sinvivir, un cambio drástico para lucir
ojeras. Los ojos cobran ahora un vigor florido y brillante como una joya
engastada. Engastada precisamente en la ojera.
Por fin, después de tantas humillaciones y
sinsabores, los ojerudos imperamos.
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