(Publicado ayer, domingo, en El Día de León)
No
seré yo quien indique a los sufridos leoneses lo que deben votar en las
próximas elecciones ni en las que vengan más adelante, cuando se tercie. Ni a
los leoneses ni a los de Viana del Bollo ni a nadie. No es eso. Cada palo
aguanta su vela y cada uno con su voto hace lo que le apetece, siempre que, a
ser posible, no sea delito o pecado. Al fin y al cabo, un voto no es más que un
voto, muy poquita cosa, un papelito entre miles y miles, entre un buen puñado
de millones, si juntamos los del todo el país. Así que no vaya usted hacia la
urna dándose tanta importancia ni se ponga tan pavo ante los cuñados. O tan
combativa con la suegra. Que no es para tanto y que, la verdad sea dicha, nunca
un candidato gana por un solo voto, y menos por el de usted; o el mío.
Dicho
lo cual, añadiré algo con toda la modestia que corresponda, pero con mi toque
de orgullo también, qué caramba. Algunos descubrimientos no son desdeñables aunque
los patente un tranquilo ciudadano de a pie, como este que suscribe, y no un
científico social que haya estado unos meses en una universidad británica y ya
lo ponga en la tarjeta de visita como si morara en Cambridge todos los días
laborables y parte de los festivos. Que bien sabemos que hay más de cuatro
profesores que se hacen pasar por genios reconocidos mundialmente y reputados a
más no poder, y, luego, cuando vas a tocar, todo es relleno, bótox en el
currículum, silicona mal cosida en las hojas de méritos, académica cirugía para
que los compre el que no los conozca y para fardar a base de bien los domingos
en el cocido familiar o en Nochevieja después del brindis.
Al
grano. Quiero compartir con el amable lector un hallazgo mío. Para cada
elección política, sea de diputados y senadores o de alcalde y concejales, ya estoy
seguro de lo que no hay que votar jamás, te digan lo que te digan y aunque te
aseguren que ganarás el cielo si respaldas a Fulano o que te bajará la tripita
y volverás a ligar si votas a Mengano. O Mengana. Entiéndanme, sigo sin estar
muy seguro de a quién me apetecerá regalarle el voto, y si lo supiera no lo
diría, para no hacerle a nadie gratis la propaganda aquí; pero al menos ya sé
sin lugar a dudas a qué candidatos o partidos ni de broma les presto mi
papeleta. Se lo explico ahora mismo.
Busque
usted a ese compañero que tiene una jeta tremenda, a ese pariente que no da
palo al agua o a ese vecino que es tan impertinente en cada reunión de la
comunidad de propietarios y que, para colmo, siempre deja que su perro haga las
cacas al lado del portal y no las recoge. Cualquiera de esas personas de
nuestros círculos que tenemos en mal concepto y sin que nos falten mil y una
razones para la ojeriza, por descarados, pillos, aprovechados y algo bellacos.
Alguno de esos que sabemos que en el fondo se alegran del mal ajeno y envidian
cualquier suerte que no sea la suya, el que piensa que todos los demás ganan
más de lo que merecen y a todas horas predica que a él nunca se le paga lo que
vale, por su trabajo o por su palmito. ¿Ya tiene usted en mente cuatro o cinco
ejemplares de ese pelaje? Bueno, pues ahora repare en lo que votan esos
elementos. No será difícil averiguarlo, pues suelen ser de los que van
altaneros, fardan de enteradillos, pregonan a los cuatro vientos sus opiniones
como si fueran las de personas de más talla y ni siquiera se cortan de amenazar
sutilmente a quien se ponga a tiro, indicando que cuando ganen los suyos ya van
a ver más de cuatro lo que es bueno y se acabó el cachondeo. Sí, para cachondeo
el suyo, claro, pero ellos se sienten perfectos e interesantísimos, inmaculados
y deseables.
Pues
ya está. Si algo de autoestima nos queda, no se nos ocurrirá votar igual que esos
botarates. Sea lo que sea. Y no, no votan a cualquier partido o candidato.
Ellos se acompasan con alguna manada, pero fingiéndose autónomos, machito alfa
o hembra de aquí te espero. Las gentes de ese percal oscilan entre pocas
opciones y nada minoritarias, tiran al bulto y, más que reflexionar, sueñan con
venganzas y desquites, se solazan al imaginar manejos y amaños, ruinas de otros
y fulgurantes ascensos propios. Votan por resentimiento y con la envidia a flor
de piel, anhelantes del perjuicio ajeno y enamorados de sí mismos, tristes
narcisos.
Un
servidor debe todavía meditar a quién apoyará el veintiséis. Pero al menos tengo
un criterio fiable para descartar algunas papeletas. Pruebe usted también y ya
me contará qué tal. De nada.
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