Escribe Ignacio Ramonet un editorial de Le Monde Diplomatique titulado, Brasil, el atolladero. En él se refiere a los casos probados de corrupción del Partido de los Trabajadores, el de Lula, que compraba a precios bien altos los votos de los parlamentarios de los partidos aliados y que financió también con fondos ilegales, al parecer, la campaña misma que dio la Presidencia a Lula. Se nota cómo a Ramonet se le abren las carnes al tener que reconocer un dato que le sorprende, el de la corrupción de un partido progresista y de izquierda como el PT, y hace gala de su mejor estilo para oponer, al menos, atenuantes a esas prácticas que ya no se pueden negar: Lula no está pringado, no se ha probado que las corruptelas hayan servido para aumentar el patrimonio personal de los políticos del PT, es la de la compra de votos práctica usual en muchos países con sistemas parlamentarios deficientes y a ella son proclives, por lo que se ve, los partidos y parlamentarios coyunturalmente aliados con Lula, no el PT mismo, etc., etc.
Comparto plenamente con Ramonet (en mi modestia, que tiene que ver con algo que diré al acabar) un sentimiento de profunda decepción. Pero tal vez no las razones de la misma. A mí (modestamente) no me sorprende absolutamente nada que la corrupción haya impregnado también el partido de Lula, una vez en el poder. Luego diré por qué. La decepción que comparto tiene que ver con el fracaso, si no total sí muy elevado, de Lula y su partido a la hora de comenzar a solucionar en serio y con eficacia los tremendos problemas sociales de Brasil y, ante todo, la apabullante pobreza de una gran parte de su sociedad, unida a la riqueza descomunal de unos pocos. Parecían el partido y el hombre apropiados, pues prescindían de veleidades pseodorevolucionarias y genocidas -y corruptas- del tipo de las de la guerrilla de la vecina Colombia, y prometían una política capaz de combinar el respeto a la democracia con la acción constante, segura y eficiente en favor de la mejor distribución de la riqueza en Brasil. Y, por lo que parece, los logros en ese campo son bien escasos. Ésa es la pregunta que hay que hacerse y ése es el fracaso cuyas causas conviene averiguar. Si Lula fracasa, se desvanece tal vez la última esperanza seria para Latinoamérica. Quedarían tan sólo el populismo y la demagogia de sujetos como Chávez, antes militar golpista y hoy consumado payaso, especializado en tongos electorales y deslumbramiento de jóvenes políticos incautos y prejuiciosos.
¿Y la corrupción? Nada sorprendente. Siguen muchos, como Ramonet, dando por sentado que los gobiernos conservadores son corruptos por definición, y no así los de izquierda, que se presumen puros, muchas veces con fuerza casi irrebatible. Me parece que el error está ahí, en extender el maniqueísmo también a este asunto. ¿Cuándo vamos a aprender de la historia del siglo XX, sin ir más lejos? Y esa historia nos enseña que regímenes y gobiernos corruptos lo han sido los de una mano y los de la otra. Corrupción hasta los tuétanos en los fascismos y corrupción hasta el alma en los llamados países comunistas. Y en las democracias, corrupción en los gobiernos conservadores y corrupción en los gobiernos socialistas. Tal cual. Así que la propensión a hacer de la práctica política una rentable empresa personal o grupal no es signo distintivo de esta o aquella ideología. Tampoco lo es de credos de otro tipo, comenzando por el religioso. Todos hemos visto putrefactos gobiernos católicos y otros ateos no tan corruptos. Y exactamente igual a la inversa en otras ocasiones.
Que el supremo líder no se enriquezca dice bien poco también, historia en mano. Lo mismo parece demostrado de Stalin, Hitler, Franco, etc. ¿Eso los hace mejores o menos responsables? De Pinochet se decía hasta hace poco, cuando al fin se demostró que era un ladrón, además de un asesino como los demás. Sí hay una curiosa coincidencia en casi todos los casos, y que también dicen que salpica a Lula: ellos no ponen la mano, pero siempre aparece algún familiar (hijo, yerno...) que sí se forra a cuenta de su influencia, real o presunta, en el régimen.
¿De qué dependerá entonces este molesto asunto de la corrupción? Pues creo que no queda más remedio que pensar que es un asunto ligado a la naturaleza humana, una cuestión de carácter. O de talante. La tentación de la riqueza, del lujo y del privilegio es muy fuerte en todo ser humano, sea cual sea su credo o su militancia. Y la mayoría sucumbe. Sólo se salvan unos pocos, de un lado o de otro, armados de una conciencia escrupulosa y una voluntad muy sólida.
¿Y no hay soluciones? Desde luego, si las hay no pasan por creer que el problema se resuelve mágicamente porque gobiernen blancos o negros, mujeres u hombres, progresistas o conservadores, defensores del mercado o partidarios del Estado, creyentes o descreídos. No. La corrupción, como termita, penetra y roe en cualquiera de esos grupos en cuanto tienen poder y acceso al arca de los dineros. ¿Entonces?
Comparto plenamente con Ramonet (en mi modestia, que tiene que ver con algo que diré al acabar) un sentimiento de profunda decepción. Pero tal vez no las razones de la misma. A mí (modestamente) no me sorprende absolutamente nada que la corrupción haya impregnado también el partido de Lula, una vez en el poder. Luego diré por qué. La decepción que comparto tiene que ver con el fracaso, si no total sí muy elevado, de Lula y su partido a la hora de comenzar a solucionar en serio y con eficacia los tremendos problemas sociales de Brasil y, ante todo, la apabullante pobreza de una gran parte de su sociedad, unida a la riqueza descomunal de unos pocos. Parecían el partido y el hombre apropiados, pues prescindían de veleidades pseodorevolucionarias y genocidas -y corruptas- del tipo de las de la guerrilla de la vecina Colombia, y prometían una política capaz de combinar el respeto a la democracia con la acción constante, segura y eficiente en favor de la mejor distribución de la riqueza en Brasil. Y, por lo que parece, los logros en ese campo son bien escasos. Ésa es la pregunta que hay que hacerse y ése es el fracaso cuyas causas conviene averiguar. Si Lula fracasa, se desvanece tal vez la última esperanza seria para Latinoamérica. Quedarían tan sólo el populismo y la demagogia de sujetos como Chávez, antes militar golpista y hoy consumado payaso, especializado en tongos electorales y deslumbramiento de jóvenes políticos incautos y prejuiciosos.
¿Y la corrupción? Nada sorprendente. Siguen muchos, como Ramonet, dando por sentado que los gobiernos conservadores son corruptos por definición, y no así los de izquierda, que se presumen puros, muchas veces con fuerza casi irrebatible. Me parece que el error está ahí, en extender el maniqueísmo también a este asunto. ¿Cuándo vamos a aprender de la historia del siglo XX, sin ir más lejos? Y esa historia nos enseña que regímenes y gobiernos corruptos lo han sido los de una mano y los de la otra. Corrupción hasta los tuétanos en los fascismos y corrupción hasta el alma en los llamados países comunistas. Y en las democracias, corrupción en los gobiernos conservadores y corrupción en los gobiernos socialistas. Tal cual. Así que la propensión a hacer de la práctica política una rentable empresa personal o grupal no es signo distintivo de esta o aquella ideología. Tampoco lo es de credos de otro tipo, comenzando por el religioso. Todos hemos visto putrefactos gobiernos católicos y otros ateos no tan corruptos. Y exactamente igual a la inversa en otras ocasiones.
Que el supremo líder no se enriquezca dice bien poco también, historia en mano. Lo mismo parece demostrado de Stalin, Hitler, Franco, etc. ¿Eso los hace mejores o menos responsables? De Pinochet se decía hasta hace poco, cuando al fin se demostró que era un ladrón, además de un asesino como los demás. Sí hay una curiosa coincidencia en casi todos los casos, y que también dicen que salpica a Lula: ellos no ponen la mano, pero siempre aparece algún familiar (hijo, yerno...) que sí se forra a cuenta de su influencia, real o presunta, en el régimen.
¿De qué dependerá entonces este molesto asunto de la corrupción? Pues creo que no queda más remedio que pensar que es un asunto ligado a la naturaleza humana, una cuestión de carácter. O de talante. La tentación de la riqueza, del lujo y del privilegio es muy fuerte en todo ser humano, sea cual sea su credo o su militancia. Y la mayoría sucumbe. Sólo se salvan unos pocos, de un lado o de otro, armados de una conciencia escrupulosa y una voluntad muy sólida.
¿Y no hay soluciones? Desde luego, si las hay no pasan por creer que el problema se resuelve mágicamente porque gobiernen blancos o negros, mujeres u hombres, progresistas o conservadores, defensores del mercado o partidarios del Estado, creyentes o descreídos. No. La corrupción, como termita, penetra y roe en cualquiera de esos grupos en cuanto tienen poder y acceso al arca de los dineros. ¿Entonces?
Las soluciones sólo pueden ser estructurales, y pasan por la acción combinada de dos mecanismos. Uno, una reglamentación de la gestión de los asuntos públicos que ponga las mayores barreras a esas prácticas, procurando el grado más alto de transparencia de las decisiones y de responsabilidad de los gestores. Y dos, más importante, que la sociedad participe de una moral de lo público muy estricta, de modo que sea muy fuerte la convicción de que es un indeseable el que se prevale de su responsabilidad pública para robar o lograr para él o los próximos lo que no se corresponde con su mérito, y que al que así proceda se le condene al más oprobioso ostracismo social.
Y en esas dos cosas las sociedades actuales transitan hoy los caminos inversos. La legislación suele ser puramente simbólica, orientada a cultivar apariencias de combate de la corrupción, al tiempo que subrepticiamente se crean reductos cada vez mayores de impunidad y opacidad. Otras veces esto último ya se hace a cara descubierta, como ocurre en la Italia de Berlusconi. En cuanto a la moral social dominante, mal puede resistirse a la corrupción y condenarla una sociedad en la que los más sucios ladrones, los campeones absolutos del cohecho y la mordida, son el modelo admirado que todos quieren imitar. ¿O es que no nos gustaría que un hijo nuestro presidiera algún importante equipo de fútbol, por ejemplo?
Todo esto es muy abstracto, lo sé. Así que terminemos con algo más cercano y práctico: usted, amable lector, si formara parte de un tribunal que resuelve un concurso para el acceso a una plaza de funcionario, ¿decidiría a favor de un pariente suyo, o de un amigo suyo, o de uno de su partido, su sindicato o su barrio, en detrimento de un desconocido que tuviera mayores méritos objetivos? No hace falta que me conteste, pero sea sincero consigo mismo. Verá como entiende lo que pasa. La limpieza debemos comenzarla por la casa de cada uno, en lugar de confiar en que venga un Lula que nos transforme tanto como para que no nos reconozca ni la madre que nos parió.
Ah, me faltaba algo que había prometido. Varios amigos que frecuentan el personaje y sus ambientes me aseguran que el mencionado director y editorialista de Le Monde Diplomatique exige hotel de cinco estrellas cuando es invitado a dar una conferencia por estos lares. No, eso no es corrupción, en absoluto. Ni delito. Ni siquiera inmoralidad. No pretendía insinuar nada de eso. Sólo que parece un aristócrata conservadorón a la antigua usanza, no un tipo de origen humilde y espíritu igualitario como Lula. Nada más.
Y en esas dos cosas las sociedades actuales transitan hoy los caminos inversos. La legislación suele ser puramente simbólica, orientada a cultivar apariencias de combate de la corrupción, al tiempo que subrepticiamente se crean reductos cada vez mayores de impunidad y opacidad. Otras veces esto último ya se hace a cara descubierta, como ocurre en la Italia de Berlusconi. En cuanto a la moral social dominante, mal puede resistirse a la corrupción y condenarla una sociedad en la que los más sucios ladrones, los campeones absolutos del cohecho y la mordida, son el modelo admirado que todos quieren imitar. ¿O es que no nos gustaría que un hijo nuestro presidiera algún importante equipo de fútbol, por ejemplo?
Todo esto es muy abstracto, lo sé. Así que terminemos con algo más cercano y práctico: usted, amable lector, si formara parte de un tribunal que resuelve un concurso para el acceso a una plaza de funcionario, ¿decidiría a favor de un pariente suyo, o de un amigo suyo, o de uno de su partido, su sindicato o su barrio, en detrimento de un desconocido que tuviera mayores méritos objetivos? No hace falta que me conteste, pero sea sincero consigo mismo. Verá como entiende lo que pasa. La limpieza debemos comenzarla por la casa de cada uno, en lugar de confiar en que venga un Lula que nos transforme tanto como para que no nos reconozca ni la madre que nos parió.
Ah, me faltaba algo que había prometido. Varios amigos que frecuentan el personaje y sus ambientes me aseguran que el mencionado director y editorialista de Le Monde Diplomatique exige hotel de cinco estrellas cuando es invitado a dar una conferencia por estos lares. No, eso no es corrupción, en absoluto. Ni delito. Ni siquiera inmoralidad. No pretendía insinuar nada de eso. Sólo que parece un aristócrata conservadorón a la antigua usanza, no un tipo de origen humilde y espíritu igualitario como Lula. Nada más.
1 comentario:
Para empezar, una discrepancia, como parece ser que los ricachones de izquierda son mayoría, a dar ejemplo y a repartir.
Resulta increible que alguien piense que a un tipo de izquierdas le preocupe la pobreza; ¡pero si no saben lo que es! , si hasta les jode como hablamos en el barrio, a ver otro desafío que me presenten a un afiliado o simpatizante del PSOE que sea pobre, no que tenga dificultades para llegar a fin de mes por lo que consume sino que sea pobre.
Parafraseando la Biblia es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que encontrar a un pobre de izquierdas.
El tema de la pobreza no afecta a nadie, como escribe garciamado en algún sitio la preocupación de la gente es la vivienda, el trabajo, algo el terrorismo, algo la droga (a los ancianos porque a la juventud les arrebata)... pero la pobreza no y menos a un tipo de izquierdas.
Si aalguien puede acabar con la pobreza en el mundo es la derecha, pero pasan porque dirán : que empiece a repartir el que más tiene, la izquierda.
Siempre se les oye a los de izquierda la misma consigna de Chiquito de la Calzada (como ha demostrado garciamado vale más una consigna que pensar): si el Vaticano vendiera sus tesoros, bla, bla, bla ... Y digo yo si el PSOE y todos los partidos de izquierdas a nivel mundial vendieran sus sedes sociales, sus casas del pueblo (no digo ya los bienes personales), sus fundaciones pablo iglesias, todo lo que se gastan en mítines y demás parafernalia de izquierdas (fotos y camisetas del asesino Ernesto Guevara alias "Che" Vds ¿saben lo que se gastan al año en la compra de la cara de éste asesino? ; se quitaba el hambre en el mundo para in aeternam, por supuesto a la vez habrían de venderse los tesoros vaticanos y los de alguna mezquita.
Comparar la corrupción democrática con la de las dictaduras es como comparar peras y manzanas, no me convence porque si unos (no para mí)representan el mal, su grado de corrupción es más disculpable que cuando el bien representado por la democracia se mancha de caca.
La corrupción del amiguismo, eso si que es un cáncer, la recomendación, el enchufe, presupone que no se desea avanzar socialmente, que cualquiera puede desempeñar cualquier cargo, se dice que en la empresa privada eso no es así , carezco de datos.
Y la solución es la que apunta garciamado sin duda : ostracismo social, vergüenza pública y deshonor.
Pero que vas a esperar de gente que pide penas íntegras , merecidísimas sin duda, para los de ETA y no piden lo mismo para los asesinos miembros de la policía y fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que durante la etapa 1975-2005 bajo su custodia han fallecido más de 10000 ciudadanos. Para eso está Hitler, para mirar para otro lado, si la mala es la Gestapo lo nuestro sólo puede ser lo bueno aunque mate más.
Y una reflexión, en la facultad de Derecho de León,se ve a las señoras de la limpieza, las que yo conozco no las llames otra cosa que socialista o comunista, frecuentar los departamentos y charlar con los catedráticos y profesores de tú a tú y con los alumnos como mucho buenos días o si no eres de izquierdas a repetir la consigna sin pensar ¿creerán que eso es la igualdad prometida por ZP? Y yo me pregunto también, y los catedráticos que tan buen sueldo tienen (unos merecidamente y otros no tanto cabiendo prueba en contra)¿se ven así realizados socialmente?, me cago en ros si el tiempo que dedican a hablar con estas personas ,( que sin duda tienen todo mi aprecio porque vienen de barrio como yo) se dedicasen los catedráticos a hablar con los alumnos, y si el alumno no va al despacho, pues que vaya el catedrático al alumno o que esté pensando; eso también es deformación democrática (cabe prueba en contra).
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