03 noviembre, 2005

¿QUÉ ES UNA CONSTITUCIÓN? BREVES NOCIONES PARA NO JURISTAS

La Constitución es la norma más alta, la de superior jerarquía, del ordenamiento jurídico de un Estado. En un ordenamiento o sistema jurídico hay normas superiores e inferiores. Lo que diferencia a las unas de las otras es que las más altas no pueden ser modificadas ni derogadas (eliminadas) por las más bajas, mientras que las más bajas sí pueden ser derogadas o modificadas por las de mayor jerarquía. De esa manera está un reglamento administrativo por debajo de una ley; y una ley por debajo de la Constitución. Así pues, una norma constitucional no puede ser reformada por ninguna otra norma, por ninguna que no sea constitucional, pues la Constitución es la superior de todas. ¿Y cómo se modifica un precepto contenido en la Constitución? Mediante el procedimiento de reforma que la respectiva Constitución establezca. En eso hay mucha variedad en las Constituciones del mundo. Algunas declaran que partes de sí mismas son inmodificables. Otras establecen distintos procedimientos de reforma según que el precepto que se quiera cambiar se considere más importante o menos. Etc. En nuestra Constitución de 1978 este asunto se regula en los artículos 166 a 169. No vamos a entrar aquí en el detalle.
¿Y por qué es la Constitución la norma de más jerarquía, intocable, en consecuencia, por las otras? Pues porque sí. Permítaseme aclarar esto con un poco de calma.
Las cosas no siempre han sido de este modo. Antiguamente era distinto el Derecho y también diferente su justificación. Por ejemplo, durante mucho tiempo y en muchos lugares se ha estimado que la norma suprema es la tradición, lo que históricamente se ha venido haciendo y respetando, siglo a siglo. Ahí a la pregunta de por qué las cosas deben ser o hacerse de una determinada manera, la respuesta que se daba es que porque siempre ha sido así. Hablamos de épocas, como la medieval, en que todavía no ha penetrado el ideal del progreso y el gusto por el cambio. Las normas del Derecho protegían una determinada forma de organización social y, dentro de ella, una cierta manera de organizar el poder y la distribución de beneficios y cargas, y se justificaba todo ello en nombre de una tradición que tenía su respaldo último en la voluntad de Dios: cada uno está donde debe estar, ocupa el lugar que por nacimiento le corresponde, y así tiene que ser, pues nuestro lugar en el mundo corresponde a lo querido por Dios para nosotros según el esquema mismo de la Creación. No había ahí Constitución, en el sentido de hoy, ni hacía falta, pues se consideraba que el verdadero Derecho era aquel cuyas normas se atenían a la voluntad divina. El Derecho por debajo de la moral, y los dos, Derecho y moral, sometidos a la religión.
Luego las cosas cambiaron. Los factores de esa transformación fueron muchos y resumirlos aquí es tarea imposible. Pero mencionemos algunas cosas. Los exploradores y aventureros descubrieron lugares nuevos y culturas ignotas; los comerciantes más arriesgados abrieron nuevas rutas y hallaron sorprendentes productos; fueron apareciendo universidades y los estudiantes y algunos profesores –pocos, como hoy- comenzaron a hacer y hacerse preguntas incómodas y a cuestionar el orden heredado; y apareció la imprenta y las ideas corrían como la pólvora; y también la pólvora y otros inventos guerreros hicieron que cambiara la organización de los ejércitos y, con ello, el fundamento del poder y el orden; y en esto llegó Lutero y se acabó la homogeneidad religiosa: ya no había un solo credo tenido por verdadero, sino dos al menos, y les entraron a los unos y a los otros unas incontenibles ganas de exterminarse por amor a Dios, y casi lo consiguen. Hubo que buscar gobernantes firmes que impusieran la paz por la fuerza, por la fuerza de ejércitos no comprometidos ya ni con señores territoriales ni con ideas o credos, sino sólo con el rey que les pagaba: eran soldados porque recibían la soldada. Un tal Bodino, con ayuda de otros, se inventa el concepto moderno de soberanía, como poder supremo y total de un gobernante en un Estado. Así que el Estado empieza a identificarse con la figura del rey que lo rige, ayudado por un ejército pagado y una burocracia que recauda impuestos, hace censos y controla cada vez más cosas. Por eso aquel Luis XIV dijo lo de “El Estado soy yo”, lo mismo que hoy piensa, sin decirlo, alguno con talante de cazurro. Antes, la paz de Westfalia, en 1648, había puesto fin a las guerras de religión con el acuerdo de que en cada territorio o Estado la religión oficial fuera la de su monarca. Aquí paz y después gloria.
Ya ha nacido el Estado moderno, gobernado por la monarquía absoluta. Todo el poder para el rey, que dicta las normas que quiere para los demás sin que ninguna lo vincule a él; o casi. Pero, ay, amigo, no hay quien aguante en el cargo sin un poco de propaganda. Al pueblo no se le puede manejar sin una dosis de engaño o, en términos más finos, sin unas gotas de ideología que le hagan pensar que le pegan y lo exprimen por su mismísimo bien. Y se van a legitimar esos gobernantes del jovencísimo Estado territorial moderno a base de decir cosas tales como que lo que da sentido a su función de mando es el cuidado del interés general, o la protección de todas las personas de su territorio, o el garantizar a cada uno la vida, la libertad y la propiedad; y cosas así. Y el pueblo se lo creyó, que es lo que acaba pasando. Y la gente empezó a hacerse preguntas: ¿si todo es por mi bien, por qué estoy tan mal? Si me dicen que lo más importante es mi libertad, ¿por qué no puedo elegir la profesión que me dé la gana o vivir como quiera? Si tanto insisten los filósofos del poder, como Hobbes, en que la sociedad y la política ya no se organizan de una determinada forma porque sí o porque Dios lo desea así, sino porque nos ponemos de acuerdo y consentimos todos, ¿por qué lo que unos dicen vale más que lo que piensan otros?, ¿por qué unos tienen más derechos y mejores y a otros en ninguna parte se les escucha? ¿No quedamos en que todo ser humano vale por humano y no por nacer en una cuna u otra o por tener sangre azul o roja del montón? Especialmente molestos estaban los muchos que se habían enriquecido con el comercio o con la explotación de algo parecido a las primeras empresas modernas, pues veían que su mucha pujanza económica no les servía para tener influencia política, ya que continuaban al timón los de siempre, aunque la mayoría de ellos anduviese medio arruinada: nobles, aristócratas, pelotas de la Corte. Yo no he dicho nada de que como hoy, así que menos insinuaciones a costa de un servidor.
Y se armó la revolución. Primero fue Inglaterra, a mediados del XVII, aunque lo de Inglaterra merece comentario aparte en casi todos estos asuntos. Pero ya la gorda fue la de Francia, 1789, que acabó en un derroche de guillotinas y llevándose por delante todo el Antiguo Régimen. Era el momento de hacer dos cosas. Una, que pudieran mandar en el Estado los que ya dominaban en la economía. Dos, que se hiciera verdad, como Derecho, lo que tanto se venía proclamando como teoría: que todos nacemos iguales, que todos merecemos por igual un respeto y una cosa, y que aquí nadie tiene derecho a mandar por ser vos quien sois, sino que hay que votar y organizar el cotarro democráticamente. Pero eso son palabras, y las palabras las puede llevar el viento. Asentémoslas firmemente, pensaron, y procedieron a dos cosas: formularon la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y luego hicieron una Constitución. Y dejaron bien clarito que en adelante el juego político y social se hacía con reglas bien tasadas y que nadie podía ya tocar: respetando los derechos de la Declaración y organizando los poderes del Estado según las normas de la Constitución.
Había mucha desconfianza del poder y los poderes, mucho temor a la tiranía y el abuso, por lo que se quiso que la Constitución imperara como límite al legislador, al gobierno y a los jueces. Y lo primero fue evitar que los tres poderes se unieran o se concentraran, y se dio a cada uno competencias diferenciadas y se procuró que recíprocamente se controlaran. Sin separación de poderes no hay verdadera Constitución, se dijo. Y es que sin tal separación, si uno manda en todo, es decir, si los mismos dictan las leyes, las desarrollan y aplican y resuelven los pleitos sobre ellas, ¿quién nos defiende si esos que lo hacen todo son los malos? Divide y vencerás a los malos, esa es la consigna del Estado Constitucional y de Derecho, que así va naciendo.
Dicho quedaba que la Constitución es norma suprema del Derecho y que ella marca las reglas del juego y las cortapisas de todos los poderes del Estado. Pero a veces por mucho que digas una cosa, no basta. Insistes e insistes en que se debe respetar no sé qué, y como si nada. Para nuestro caso el tema era que el legislador se hallaba sometido a la Constitución, sí, pero si se la saltaba ¿qué ocurría? Pues que lo criticarían algunos, seguro, pero al final se salía con la suya. Porque si una ley llevaba la contraria a la Constitución seguía siendo ley, por mucho que medio mundo insistiera en que qué gamberro y qué poco considerado ese legislador.
Ahí fue muy importante el invento de los norteamericanos. En 1803 en Estados Unidos el Tribunal Supremo dictó la famosísima sentencia Marbury vs. Madison. En ella el Tribunal Supremo, máximo órgano judicial de aquel Estado, dijo que él era competente para declarar no válidas, no Derecho, las leyes que contradijeran la Constitución. Ya tenemos a uno que le planta cara al legislador cuando éste no se atiene a los límites constitucionales: los jueces. Y la idea prosperó, hasta hoy. Luego, en Europa, tras la Primera Guerra Mundial se inventaron los Tribunales Constitucionales y se los hizo figurar en las Constituciones con su competencia principal bien clara: a ellos les compete anular la ley contraria a la Constitución, la ley inconstitucional. Así que el legislador puede hacer ley de lo que quiera, pero sin violar los preceptos constitucionales, y, si lo hace, ahí está el Tribunal Constitucional para pararle los pies. Obviamente, el invento funciona sólo si dicho Tribunal es independiente del Parlamento y ajeno a los partidos, cosa en la que alguna trampita se va haciendo aquí y allá cuando se puede.
Resumamos: la Constitución es norma suprema porque esa idea históricamente se ha impuesto, vinculada al deseo y la necesidad de proteger a los ciudadanos todos y de garantizar que todos puedan participar en la decisión de los asuntos que les conciernen o sean de su interés. Y esa idea de que la Constitución es la que fija límites y marca pautas a todos los poderes pasa de ser mera formulación de píos deseos a erigirse en realidad en funcionamiento cuando se instituyen poderes del Estado que la protegen: los jueces, ya sea la judicatura ordinaria, ya los Tribunales Constitucionales.
Muy bonito, sí, pero de vez en cuando menudos chascos. No me refiero a los golpes de Estado violentos que se cargan todo eso a fin de reinstaurar el abuso y la tiranía en nombre de Dios y la Patria; o del Pueblo unido que jamás será vencido. Hablo de otros peligros, como el que afectó mortalmente a la República de Weimar, en la Alemania posterior a la Primera Gran Guerra. Pues la inmensa mayoría de los funcionarios, jueces, gobernantes y políticos de aquel Estado no estaban nada convencidos de las bondades del régimen constitucional y democrático y añoraban la mano dura y el aliento del Emperador. Y entre casi todos hicieron casi todo lo posible para que aquello no funcionara. Y tan es así que no funcionó (ayudada la desgracia también por otras cosas, como crisis económicas brutales y una población resentida por culpa del Tratado de Versalles) y que miren quien acaba por aparecer: aquel engendro llamado Adolfo y que supuestamente encarnaba las virtudes físicas y morales del pueblo alemán. Sí, ya ven, con aquella facha, pero así es la gente cuando se pone a creer chorradas y a seguir a iluminados neuróticos. Qué nos van a contar. ¿Y saben qué más? El tal Adolfo y sus secuaces nunca derogaron formalmente la Constitución de Weimar. Más aún, muchos de los profesores de Derecho que mojaron la pluma en sangre y la pusieron al servicio de los nazis, por el módico precio de una cátedra o unas palmaditas del bigotudo gritón, escribieron sesudos tratados intentando hacer ver que lo que perpetraban los nazis era perfectamente compatible y acorde con la esencia de la Constitución de Weimar, aunque en alguna cosilla menor se forzara un poco su letra. Pero no vamos a reparar en pormenores de letra ni en detalles de picapleitos picajoso cuando tenemos tanto que hacer, cuando nos reclama la construcción gloriosa de la gran nación alemana. ¿Constitución?, decían, ¿qué Constitución más grandiosa y mejor que ver cómo un pueblo crece, prospera, triunfa, se expande, conquista y se libra de sus enemigos? Deutschland, Deutschland über alles.
Pues perplejos nos quedamos. Perplejos al ver que una Constitución puede irse a la porra sin que nadie la toque, la derogue o cambie sus cláusulas por el procedimiento establecido. Basta que los que tienen el poder en sus manos se la tomen por el pito de un sereno; y que el pueblo no la defienda. Porque a la Constitución la guardan sus protectores: legislativo, ejecutivo y judicial, pero ¿quién vigila y tiene a raya a todos estos? ¿quid custodet custodes? El pueblo o nada. Pues nada, ya lo sé.
Jamás ha habido ni habrá en parte alguna una Constitución que como norma suprema y límite del poder sea efectiva, y no papel mojado o adorno del disimulo, si no se da la feliz conjunción de estas dos cosas: unos gobernantes y funcionarios que quieran respetarla y un pueblo que la sienta como la parte más importante de su identidad colectiva y la garantía primera de los derechos y bienes que más le importan. Y eso también está estudiado y se explica con una expresión bien hermosa: lealtad constitucional. Muchas constituciones han muerto por golpes de Estado violentos. Pero otras perecen dolorosamente por la deslealtad de sus supremos custodios y la indiferencia de una ciudadanía que piensa que porque tiene la barriga llena ya no le queda nada que temer.
Y, a todo esto, ¿a mí por qué me ha dado hoy por hablar de semejante cosa?

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Hago de correa de transmisión y copio el post de hoy de Arcadi Espada (www.arcadi.espasa.com) Sus crónicas de Esfuerzo y Melancolía no tienen desperdicio, sea cual sea el credo que se profese.

3 de noviembre . 5111
Esfuerzo y melancolía
(XXXIII)

Puede que la necesidad del grupo esté cifrada en la naturaleza humana, y puede que la vida sea, precisamente, un lento desprendimiento de las capas que vinculan a uno con los otros. Cuando alguien muere bien, al cabo del camino, no suele hacerlo entre himnos y acuerdos. La vejez es arisca y solitaria. Pero entretanto el grupo, o su añoranza, ejercen su ley. Un catalán alfabetizado de cerca de cincuenta años, ayer. Esto son las adherencias. Un filólogo de izquierdas que dice: “Cataluña es una nación. No hay ley capaz de restringir los sentimientos”. Que acaba llamando perros a sus adversarios políticos: “Ladran, luego cabalgamos”. Su homenaje (catalán, dice) al Quijote. Una frase que no está en el Quijote. Es exacto. Lo que es este hombre. Una mujer de izquierdas que dice que Cataluña es una nación. Que añade que el franquismo la echó de su pueblo y que Cataluña (donde el franquismo no tenía jurisdicción moral) entonces la acogió. Y en cuya cabeza cabe que la Inquisición se instaurara en el siglo XIX. Y que no es Carmen Calvo. No es un lapsus. Es una cabeza de izquierdas. Y, por último, un hombre que cita tres instantes: la Revolución americana, la Revolución francesa y las Cortes de Cádiz para apuntalar su pensamiento. Adhiérete, vaina. El debate de ayer sólo dejó claro qué es el nacionalismo español. El nacionalismo español es el presidente del Gobierno reconociendo la identidad nacional de Cataluña y poniéndose a ello. O bien: el jefe de la oposición oponiéndose. Pero ¿cómo oponiéndose? ¿Ledesma, Giménez, acaso Ortega... el peor Azaña? Nada de eso: Jefferson. El nacionalismo español: melodía sixty, peace and flowers, o Ilustración. Esto es lo que viene de la árida, la casposa, la brutal España. Este es el regüeldo. Por comparación abrumada lo que viene de Cataluña. Y repiten que con el 90%, como si eso no fuera un claro clarín de vergüenza. El medievo blindando el presente. Los derechos históricos. La desaparición del individuo. Así está hoy el pleito entre Cataluña y España.

Anónimo dijo...

Como siempre una exposición teórica clara y legible de un tirón , con el pero de siempre : el coco de Hitler.
En un principio garciamado es imparcial "... el abuso y la tiranía en nombre de Dios y la patria o del pueblo unido jamás será vencido"
Pero después ya el legitimamente ateo garciamado califica de iluminado neurótico al Führer, con lo que si no cuela lo de Dios y cuela lo malo que era Hitler sin más pruebas que las aportadas por los vencedores , en fin para quedar bien con los de izquierdas vale, pero iluminado también fue Cromwell y neurótico Van Gogh y Cervantes no te digo nada
. Eso es típico del razonamiento de izquierda : Fraga un asesino fascista y Carrillo el hombre que ayudó a la democracia porque sí, porque si piensas lo contrario eres también fascista.
Hay una cosa que también me sorprende, dice garciamado : "... si dicho tribunal (el constitucional) es independiente del Parlamento y ajeno a los partidos, cosa en la que se va haciendo alguna trampita ...", me gustaría una definición de trampita, otra de trampota y otra de simplemente trampa, yo creo que si repasamos el art 159 de la Constitución de ESPAÑA, vemos que de los 12 miembros los únicos 2 que están medio bien nombrados son los que nombra el Consejo General del Poder Judicial y eso con peros, los demás ya sabemos lo que es un político senador o diputado : un cabeza cuadrada que no piensa pues su posición se encuentra fijada por el partido que representa a sus electores no al conjunto del pueblo y las relaciones con la oposición no son dialécticas y argumentativas sino negociaciones , la figura de la inviolabilidad del parlamentario debería desaparecer pues no opina sino dice lo que le mandan y si no multa (Celia Villalobos en el PP) o no sale en la foto y se acabó la nómina (PSOE); el Congreso y el Senado son dos oficinas en las que se transforman tecnicamente en leyes las negociaciones de los diferentes jetas que en ESPAÑA existen que han tomado como siempre lo más malo de Franco pero haciéndolo peor ejemplo : Franco mató, si pero nunca mató y los enterró en cal viva como se hizo con Lasa y Zabala, es que Franco fusiló, si pero nunca hizo terrorismo de estado como miembros del PSOE, es que con Franco no había libertad, si pero hoy en día por abuchear a un ministro (Bono)y hasta que se aclare vas detenido y así todo... la lógica de izquierda.
De Franco también han tomado los actuales rojos, ahora son rojos porque los billetes de 500 euros deben de ser de éste color, el concepto de líder de partido al que sigue la masa borreguil y el PSOE no es ya la sólida y legítima masa guiada por un interés de clase social baja y descamisada, que va, es una amalgama de ricos y aburguesados (cabe prueba en contra, pero de facto inatacable).
Pero claro como es el sistema menos malo (para el que gana las elecciones) a tragar con las trampitas, el 3% de comisiones , la policía y la puta que parió a este sistema corrupto.

David García dijo...

hola, me llamo fulanito y tengo una BICICLETA.
¿está de moda poner comentarios que nada tienen que ver con el post?
Sólo me falta repetir lo de la BICICLETA unas cuantas veces más, cambiando la entonación, y yo también podré sentirme integrado en esta tendencia :D

Anónimo dijo...

A Runciter: si lo de la bicicleta era por mi copiado, a mi me parecía que encajaba con el espíritu del post. Pero los espíritus son tan evanescentes que con ellos nunca se sabe..

David García dijo...

venator, ni de lejos lo era.
En absoluto me referia a lo suyo.

Anónimo dijo...

A Runciter: me alegro de que lo de las bicis no fuese por mí. Al usuario anónimo ya irá conociéndole si sigue usted frecuentando este blog. Por cierto, he visitado el suyo -viendo su edad me apetece decir el tuyo-. Interesante. Compartimos el gusto literario por algún autor, por ejemplo el padre de su nombre.
Un saludo

Anónimo dijo...

Runciter a base de repetir se aprenden las cosas o no se olvidan. Soy como el Catón ese romano que siempre repetía : y Cartago debe ser destruida, pues yo lo mismo, tú ya sabes cuando veas un comentario de anónimo, no lo leas, pero repetiré lo que quiera , cuando quiera y si hay rojos delante mejor.
Tu opinas que no se deben repetir comentarios y yo que sí, tal vez deje de repetirme si me apetece, de momento no me apetece y siempre que garciamado de pie para ello seguiré en contra de la democracia actual (que no es democracia), de la izquierda ac tual (izquierda de papá) y por supuesto de la puta policía.
Pero no abandone el blog simplemente no me lea, reconozco que voy contrademocracia ¿es legítimo?

Anónimo dijo...

> David "Glen" Runciter dijo...
> hola, me llamo fulanito y tengo > una BICICLETA.

No, te llamas David, eres el hijo pijo del rojazo del profe que tiene este blog, y te vas de vacaciones de veraneo por europa con fondos publicos que pagamos todos....

Vamos, un ejemplo perfecto de rojo, o mejor dicho, de acolito del PRISOE.

Anónimo dijo...

¿El último usuario anónimo es el de siempre? ¿O es un nuevo usuario anónimo? Y, sea el que sea, ¿a qué viene el último post? ¿Por qué no das la cara? ¿Por qué no pones una foto? ¿Por qué no dices tu nombre y tus apellidos? Porque el anonimato está bien cuando es inofensivo, cuando no se ofende a nadie, cuando simplemente se da una opinión, cuando no se insulta, cuando se trata de pasar un rato leyendo y contando. Pero si se escribe con ánimo de ofender, o de buscar la bronca, el anonimato (incluso tras un nick, claro) es de cobardes. Entonces hay que dar la cara. O callarse. Sobre todo cuando el destinatario sí se ha identificado.

Anónimo dijo...

Venator , ¿qué pasa? , te has puesto un poco inquisidor a la búsqueda del usuario anónimo.
Te tranquilizaré por lo que a mí respecta, soy el anónimo de siempre, el que tú defines con un despectivo : "ya lo irás conociendo" y seguro que te mordiste la lengua para no continuar : "...un fascista de mucho cuidado, no es como nosotros, es el enemigo".
A ver si le exiges, por ejemplo a cualquiera de la izquierda que de la cara cuando encubren, engañan, estafan, roban , matan ... y voy a analizar, en el post del nuevo usuario anónimo se afirma una filiación, que no ha sido desmentida ni afirmada y se califica (que no se acusa) de "rojazo" a su progenitor y se habla de una actitud poco ejemplar en un miembro de la izquierda, a mí no me parece como para iniciar un proceso inquisitorio.
Lo único que saco en positivo es que al dudar tú de que el primer anónimo (que al parecer soy yo)en el blog pudiese ser el autor de este post anterior al último tuyo, es que no me conoces tanto como le decías a Runciter :"ya le irás conociendo", me da la impresión que deberás investigarme más, tal vez con la ayuda de Sherlock.

Anónimo dijo...

Me quedo más tranquilo sabiendo que es el anónimo de siempre. Aunque también me quedo preocupado, porque al margen del desacuerdo, en sus anteriores post no me parecía mezquino, y en el penúltimo sí me lo parece (de ahí mis dudas). Pero, menos mal, sigue siendo uno, el de siempre.

Anónimo dijo...

Venator, me voy a plantear muy en serio lo que me dijo el jubilado aquel de marras que pasaba por el blog y voy a tomarme un estudio retórico diferente a la labia del barrio , porque no me has entendido o me he explicado muy mal.
Yo soy el anónimo 1º, no el que escribió acerca de la filiación de Runciter y sus gastos europeos, sino el contrademocratas.
La verdad es que soy menos ácido y desde que leí el famoso soneto de garciamado para aplacar resquemores más comedido, ya sabes que opino que el blog es de garciamado y los que lo visitamos es porque nos interesa su opinión y simplemente por mi parte, comento lo que a mí me parece sin entrar en peñas políticas ni en grandes proclamas.
Más claro todavía, el usuario anónimo repetitivo soy yo, el usuario anónimo que habló de filiaciones y gastos es otra persona, pero que a mí me parece que fuera de la acidez, opina, no es para cazarle, ni prohibirle ni nada. Un saludo.

Anónimo dijo...

Al anónimo de toda la vida de este blog: me alegra que tú no seas el del mensaje paternofilial. De tu anterior mensaje creí entender que decías lo contrario, que sí eras tú. Y no te conozco, claro que no (del mismo modo que tú no me conoces a mí), pero ya ves que me extrañó que fuese tuyo lo de la filiación, por eso manifesté mis dudas. No estoy de acuerdo con nada de lo que escribes en el blog (de ahí el ya le irá conociendo) pero no me parecías mezquino, ya lo he dicho. Así que me alegra que el del mensaje mezquino no seas tú.
Quizá deberías buscarte un nick -es sólo una sugerencia-. Un saludo

Anónimo dijo...

Venator si no tienes objeción a que me ponga de nick Hitler, acepto tu sugerencia, tú dirás.