Es la hora del pacifismo, difícil encontrar hoy a algún prójimo que sea capaz de pronunciarse en público contra la paz, insignia de la fraternidad y del entendimiento. Lo de menos es que tal pacifismo sea, en la mayor parte de los casos, una manifestación de gigantesca hipocresía pero, a estas alturas, no nos vamos a caer del guindo pues esta, la hipocresía, es la gran señora de nuestra sociedad ventruda y flácida, ante la que oficiamos toda suerte de reverencias. Lo importante es la naturalidad con la que la paz se ha convertido en el objeto de la guerra pacífica de los espíritus. En ella han de encontrar acomodo las ambiciones del individuo moderno, en ella se han de acurrucar todos los proyectos de relevancia.
Pues bien, en este clima tan pacífico, es divertido contemplar cómo emergen conceptos ligados a la guerra, conceptos de combate como si estuviéramos en la guerra de los bóers, cuando los ingleses repartieron estopa de lo lindo a principios del siglo XX, en la lejana África del Sur, donde por cierto anduvo haciendo sus primeras escaramuzas un tal Winston Churchill. Porque, sépase, que la idea de blindar, tan en boga en nuestros días, está unida a unas planchas metálicas gruesas colocadas en los buques de guerra, en las obras de fortificación o en los vehículos para protegerlos contra los ataques del torvo enemigo. Se empleaban ya en los últimos decenios del siglo XIX y dieron mucho trabajo a los ingenieros y a otros grandes personajes del ingenio manufacturero que desplegaron en los blindajes gran destreza y capacidad creativa. Como todo en esta vida produce su antídoto, nació el arma antiblindaje, así el arma anticarro, el carro de combate se entiende, lo digo porque carro para muchos de nosotros no es más que lo que cogemos en la gran superficie comercial introduciendo una moneda por una ranura y que nos sirve para almacenar nuestras preciosas adquisiciones.
Hoy, en la hora del pacifismo, ya no estamos para blindar armas mortíferas pues luego habría que ir a la guerra con ellas donde hay mucho ruido, se levanta mucho polvo y no hay fines de semana ni puentes sino que se está todo el tiempo disparando y curando heridos o enterrando muertos, con interrupciones solo para comer comida ruda, o sea rancho, en lugar de lubina a la sal regada con un blanco de reserva señera. A falta, digo, de estos blindajes marciales, ahora se blindan las competencias de las Comunidades autónomas y, atención, se blindan los ríos. Tengo blindada la competencia sobre el buceo en aguas interiores, dice muy ufano un presidente de Comunidad autónoma que a lo mejor ni siquiera tiene aguas, ni interiores ni exteriores, pero no se ha dado cuenta. Así hablan de corrido entre ellos los políticos y por eso no es extraño que surja le emulación, la sana competencia y que todos quieran tener sus competencias blindadas como un almirante antiguo no se echaba a la mar si no tenía blindado su buque.
Esto es estupendo porque lo reputo un hallazgo de la moderna ciencia política y del derecho que son árboles caducifolios y de vez en cuando han de renovar sus hojas. Lo mejor, sin embargo, es la idea de blindar un río, que también se lleva mucho, porque hasta ahora el río era un sitio para que lo homenajearan los poetas -“río Duero, río Duero, nadie ...”- o para lavar en ellos las zagalas cantando, muy entonadas, romanzas y arias de zarzuelas. También servía para sacar una trucha y maridarla con un pedazo de jamón. El río en fin era el espejo en el que siempre nos hemos mirado los narcisistas acreditados. Hoy el río hay que blindarlo: con ello gana en rudeza lo que pierde en poesía y en acuosa delicadeza. Se impone aceptar esta realidad que nos permite comprobar cómo vivimos en tiempos poco entonados para la lírica.
2 comentarios:
Animus incordiandi:
Nunca ama tanto uno como cuando topa con los enemigos de sus enemigos.
Y así, si uno odia a los que creen (porque son incoherentes y falsos), ama uno a los que descreen. Descreen displicentemente de la búsqueda de esa memez de la ewiges Frieden. Descreen de los intentos de acabar con un sistema que escupe en la cara a nuestras hijas (qué mal se me da la demagogia). Descreen, descojonándose del vulgo, de los intentos de acabar con la tortura a los animales.
Y claro que son tontos, porque sólo en la búsqueda se puede ignorar. Y claro que son incoherentes, porque la alta expectativa no es fácil de cumplir. Pero eso no santifica la baja expectativa.
Hay veces que me leo en esta página y no me acuerdo de qué estaba defendiendo...
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