He seguido por encima durante las últimas semanas el debate sobre el Proyecto Gran Simio, iniciativa de un diputado del Grupo Socialista que, si no estoy equivocado, es de mi gremio y disciplina, aunque de otro árbol. No tengo mayormente nada que opinar sobre el asunto, y menos aún me siento capaz de alegar argumento alguno que no se haya manejado ya, para bien o para mal. Además, con simios grandes he tenido poco trato, salvo con uno que no considero representativo de la especie, pues dudo que los gorilas y similares puedan tener tan mala leche ni ser tan obsequiosos con cualquiera que mande algo o les pueda echar unos plátanos a la jaula. Gracias a él fue como descubrí, eso sí, cuánta gente es capaz de enamorarse de un mono o reírle las monerías, aunque sea de los más feos.
Pero la iniciativa de marras me ha hecho pensar en otro animal entrañable que no tiene aún reconocidos sus derechos como debiera ni ha sido objeto del cariño y la consideración que por sus encantos merece: la vaca. La vaca, esa gran desconocida.
Aquí doy cuenta cada dos por tres de lo rica y variada que ha sido mi relación con las vacas. Y digo bien cuando digo vacas, pues con toros no me he tratado apenas. Sí con bueyes, y recuerdo en especial al Morico, un pedazo de animal todo negro, noblote y manso, de gesto permanentemente resignado y fuerza descomunal. Su carácter era apacible en grado sumo, nunca apresurado, muy generoso en el esfuerzo y paciente en cualquier vicisitud. Lo que pasa es que en la república del establo los bueyes tenían estatuto y consideración de vaca, aunque no dieran leche ni parieran. Volveré sobre los asuntos de género un poco más abajo.
Antes quiero narrar una anécdota de mi infancia más tierna (es un decir; tiernas son las infancias de los churumbeles estos de ahora que a mí tanto me excitan la simpatía por Herodes. Antes éramos niños a secas y ni tiernos ni leches), que posiblemente he contado ya algún día. En mi tierra tener un toro para cubrir a las vacas de casa era lujo que pocos podían permitirse. Así que, antes de que se extendiera la costumbre de la inseminación artificial (también me referiré luego a los temas del sexo, cual la Lorena Verdún más bovina), cuando una vaca se ponía en celo era llevada a alguna de las pocas caserías con toro de los de antes. Era sexo de pago, pues el dueño del toro solía cobrar por sus esmerados servicios (los del toro) y ni siquiera invitaba a la clienta a unos puñadillos de pienso. Acompañé a mi padre en una de tales expediciones sexuales cuando contaba yo muy pocos años. Y regresé a casa ciertamente sorprendido, al parecer, pues cuentan que corrí hacia mi madre gritando tal que así: “mama, mama, el toro pegoi a la vaca con un palu colorau”. Traducción: “mamá, mamá, el toro golpeó a la vaca con un palo rojo”. Son cincuenta euros por la traducción. Gracias. De nada. ¿Ven como sí es importante el reconocimiento oficial de las distintas lenguas y variantes idiomáticas de nuestra Piel de Toro? Precisamente, vaya por dios. Y fíjense en mi intuición de infante, captando ya lo que luego sería descubrimiento revolucionario, esto es, que hay en la empresa fálica un algo de reprobable violencia.
Creo que pocos diputados saben que cada vaca es un mundo y que cada una posee su peculiar personalidad (o vaquidad) muy marcada. Supongo que estará sin escribirse la tipología de los caracteres vacunos. Qué gran tema para múltiples tesis de mis amigos de Veterinaria. Piensen en el indudable impacto social y mediático de estudios sobre “Edipo, Electra y la Pintona”, “Síndrome precelo en la parda alpina” o “Tristitia post coitum en el toro berciano”. Pocas diferencias en tema de psicología y padecimientos afectivos hay entre humanos y vacunos, palabra. Lo único que no he conocido nunca es una vaca anoréxica, pero todo se andará, tal es el estrés en el que viven hoy muchas de esas adorables matronas y de tan locas como las están volviendo a base de cebarse en los pormenores y pormayores de sus carnes.
Tuve ocasión en mi vida pasada de tratar con vacas de todo tipo y muchas me han dejado huella indeleble. En aquel tiempo las vacas eran como de la familia y cada una tenía su nombre y atendía por él. La Bicha, por ejemplo, era una vaca de recio carácter y hoscos modales. Tenía unos cuernos extraños, rectos y paralelos a sus orejas, pero sin la movilidad de éstas, como es lógico. Y daba una leche de primera, razón por la que tomábamos siempre en casa la que de ella se ordeñaba. Porque, sépase, había vacas con buena y con mala leche, circunstancia en la que también se nos parecen. Y a la hora de ordeñar, las había duras y blandas, en razón del esfuerzo que costara extraerles a mano el blanco elixir.
Otras eran de temperamento dulce, acogedor, tierno. De entre ellas debo mencionar a la Artillera, magnífico animal que reunía la extraordinaria condición de ser igual de generosa para el ordeño y en la yunta. Fue durante años mi favorita. Cuando me tocaba andar con ellas por el monte y vigilarlas, la Artillera y yo nos buscábamos. Ella se tumbaba a rumiar lo que antes había pastado, y supongo que también algunas vagas ideas, y yo aprovechaba para echar también un sueñecillo, recostada mi cabeza en su pata delantera doblada. Pero, tal como acontece igualmente en los humanos, algo inquietante bullía bajo su externa placidez, secretas ansias pugnaban en su testuz, pues, para general sorpresa de pastores y preocupación de sus compañeras, un buen día se hizo lesbiana y acosaba sin recato a las de su sexo y condición.
Las había también pícaras o ingenuas, obedientes o rebeldes. Lo uno o lo otro lo mostraban cuando les tocaba pacer a la orilla de los sembrados y a mí me correspondía vigilar que no se jalaran las berzas o les fabes de la granja. Todas padecían idéntica tentación, pero era bien diferente el proceder de cada una a la hora de sucumbir. Las habían que estudiaban con disimulo los movimientos del pastor y aprovechaban el primer despiste de éste para arrearle un tiento al manjar ansiado. Otras, con menos doblez, atacaban de frente y sin miramientos, exponiéndose a recibir un buen palo en las partes que en los humanos llamaríamos nalgas. Con algunas bastaba gritar su nombre en tono de reproche y ya se abstenían, sólo con eso, de consumar su famélico hurto. Otras se hacían las sordas y como que pensaban que era otra la interpelada.
Por la razón anteriormente apuntada, todas eran solteras, aunque ninguna por vocación. En la cuadra convivían de a dos, y a tal efecto el buey, cuando lo había, era una más. Se me antoja que este tema es de los primeros que tendremos que analizar en detalle los que defendemos los derechos de las bestias caseras, el derecho a la autodeterminación sexual. Sexo libre en el establo y abajo la represión. Y nada de inseminación artificial obligatoria, salvo para la que en uso de su libertad ideológica lo prefiera así. Embarazos consentidos y ayuntamientos con amor.
En fin, podría continuar, pero no quisiera resultar pesado ni caer en sentimentalismos. Apuntado queda el asunto y creo que claro mi ruego de que no sea la vaca discriminada frente al simio. Espero que la ocurrencia no escandalice a ningún humano y que nadie por esto me tome por un cabestro.
Pero la iniciativa de marras me ha hecho pensar en otro animal entrañable que no tiene aún reconocidos sus derechos como debiera ni ha sido objeto del cariño y la consideración que por sus encantos merece: la vaca. La vaca, esa gran desconocida.
Aquí doy cuenta cada dos por tres de lo rica y variada que ha sido mi relación con las vacas. Y digo bien cuando digo vacas, pues con toros no me he tratado apenas. Sí con bueyes, y recuerdo en especial al Morico, un pedazo de animal todo negro, noblote y manso, de gesto permanentemente resignado y fuerza descomunal. Su carácter era apacible en grado sumo, nunca apresurado, muy generoso en el esfuerzo y paciente en cualquier vicisitud. Lo que pasa es que en la república del establo los bueyes tenían estatuto y consideración de vaca, aunque no dieran leche ni parieran. Volveré sobre los asuntos de género un poco más abajo.
Antes quiero narrar una anécdota de mi infancia más tierna (es un decir; tiernas son las infancias de los churumbeles estos de ahora que a mí tanto me excitan la simpatía por Herodes. Antes éramos niños a secas y ni tiernos ni leches), que posiblemente he contado ya algún día. En mi tierra tener un toro para cubrir a las vacas de casa era lujo que pocos podían permitirse. Así que, antes de que se extendiera la costumbre de la inseminación artificial (también me referiré luego a los temas del sexo, cual la Lorena Verdún más bovina), cuando una vaca se ponía en celo era llevada a alguna de las pocas caserías con toro de los de antes. Era sexo de pago, pues el dueño del toro solía cobrar por sus esmerados servicios (los del toro) y ni siquiera invitaba a la clienta a unos puñadillos de pienso. Acompañé a mi padre en una de tales expediciones sexuales cuando contaba yo muy pocos años. Y regresé a casa ciertamente sorprendido, al parecer, pues cuentan que corrí hacia mi madre gritando tal que así: “mama, mama, el toro pegoi a la vaca con un palu colorau”. Traducción: “mamá, mamá, el toro golpeó a la vaca con un palo rojo”. Son cincuenta euros por la traducción. Gracias. De nada. ¿Ven como sí es importante el reconocimiento oficial de las distintas lenguas y variantes idiomáticas de nuestra Piel de Toro? Precisamente, vaya por dios. Y fíjense en mi intuición de infante, captando ya lo que luego sería descubrimiento revolucionario, esto es, que hay en la empresa fálica un algo de reprobable violencia.
Creo que pocos diputados saben que cada vaca es un mundo y que cada una posee su peculiar personalidad (o vaquidad) muy marcada. Supongo que estará sin escribirse la tipología de los caracteres vacunos. Qué gran tema para múltiples tesis de mis amigos de Veterinaria. Piensen en el indudable impacto social y mediático de estudios sobre “Edipo, Electra y la Pintona”, “Síndrome precelo en la parda alpina” o “Tristitia post coitum en el toro berciano”. Pocas diferencias en tema de psicología y padecimientos afectivos hay entre humanos y vacunos, palabra. Lo único que no he conocido nunca es una vaca anoréxica, pero todo se andará, tal es el estrés en el que viven hoy muchas de esas adorables matronas y de tan locas como las están volviendo a base de cebarse en los pormenores y pormayores de sus carnes.
Tuve ocasión en mi vida pasada de tratar con vacas de todo tipo y muchas me han dejado huella indeleble. En aquel tiempo las vacas eran como de la familia y cada una tenía su nombre y atendía por él. La Bicha, por ejemplo, era una vaca de recio carácter y hoscos modales. Tenía unos cuernos extraños, rectos y paralelos a sus orejas, pero sin la movilidad de éstas, como es lógico. Y daba una leche de primera, razón por la que tomábamos siempre en casa la que de ella se ordeñaba. Porque, sépase, había vacas con buena y con mala leche, circunstancia en la que también se nos parecen. Y a la hora de ordeñar, las había duras y blandas, en razón del esfuerzo que costara extraerles a mano el blanco elixir.
Otras eran de temperamento dulce, acogedor, tierno. De entre ellas debo mencionar a la Artillera, magnífico animal que reunía la extraordinaria condición de ser igual de generosa para el ordeño y en la yunta. Fue durante años mi favorita. Cuando me tocaba andar con ellas por el monte y vigilarlas, la Artillera y yo nos buscábamos. Ella se tumbaba a rumiar lo que antes había pastado, y supongo que también algunas vagas ideas, y yo aprovechaba para echar también un sueñecillo, recostada mi cabeza en su pata delantera doblada. Pero, tal como acontece igualmente en los humanos, algo inquietante bullía bajo su externa placidez, secretas ansias pugnaban en su testuz, pues, para general sorpresa de pastores y preocupación de sus compañeras, un buen día se hizo lesbiana y acosaba sin recato a las de su sexo y condición.
Las había también pícaras o ingenuas, obedientes o rebeldes. Lo uno o lo otro lo mostraban cuando les tocaba pacer a la orilla de los sembrados y a mí me correspondía vigilar que no se jalaran las berzas o les fabes de la granja. Todas padecían idéntica tentación, pero era bien diferente el proceder de cada una a la hora de sucumbir. Las habían que estudiaban con disimulo los movimientos del pastor y aprovechaban el primer despiste de éste para arrearle un tiento al manjar ansiado. Otras, con menos doblez, atacaban de frente y sin miramientos, exponiéndose a recibir un buen palo en las partes que en los humanos llamaríamos nalgas. Con algunas bastaba gritar su nombre en tono de reproche y ya se abstenían, sólo con eso, de consumar su famélico hurto. Otras se hacían las sordas y como que pensaban que era otra la interpelada.
Por la razón anteriormente apuntada, todas eran solteras, aunque ninguna por vocación. En la cuadra convivían de a dos, y a tal efecto el buey, cuando lo había, era una más. Se me antoja que este tema es de los primeros que tendremos que analizar en detalle los que defendemos los derechos de las bestias caseras, el derecho a la autodeterminación sexual. Sexo libre en el establo y abajo la represión. Y nada de inseminación artificial obligatoria, salvo para la que en uso de su libertad ideológica lo prefiera así. Embarazos consentidos y ayuntamientos con amor.
En fin, podría continuar, pero no quisiera resultar pesado ni caer en sentimentalismos. Apuntado queda el asunto y creo que claro mi ruego de que no sea la vaca discriminada frente al simio. Espero que la ocurrencia no escandalice a ningún humano y que nadie por esto me tome por un cabestro.
Otro día hablaremos de los pastores, que ésa es otra.
10 comentarios:
Bueno inseminación artificial obligatoria no existe, el problema es si sale rentable o no mantener un semental; en fin cuestión de personalidad.
Pd: Muy bueno eso del estres sí. Pero la parda alpina tiene las ideas muy claras, eso que conste. Coño para una asociación nacional que existe en leon como la de la parda alpina, que ha tenido como socios incluso ala monserrat caballé; La parda alpina ni la toqueis es sagrada. Asociación Nacional de.
Criadores de Raza Parda Alpina, Avda. de la Facultad de Veterinaria, 24193, León;.
¡Derechos de los ríos YA!.
Todos estamos de acuerdo en que no se deben hacer vertidos a los ríos... ¿Por qué se resisten los sectores más conservadores a reconocer lo que ya es un clamor: el derecho de los ríos a no ser contaminados? Basta de este asqueroso Orgánicocentrismo: Derechos humanos para los minerales YA.
Ah: y, por supuesto: DELITO CON PENA DE PRISIÓN para quien mee en un río. Que lo metan en la celda donde metieron al de los dos jilgueros y al que mató al lagarto para comérselo con cebollas (casos verídicos y, lo que es más: ciertos).
¿Dónde estan los derechos de los indigenas?
Esas personas que viven en su medio, que no molestan a nadie; que comen lagartos porque lo han visto así, quizás sepan mas de los lagartos que nadie, quizás hasta colaboren para su supervivencia más que nadie, pero amigo la cosa es que los comen....han nacido así, y lo que es peor no lo sienten como un delito; no se un conocido mío tiene un arcon con más de 400 (pongo un número, pero me quedo corto) gorriones, ó "pardales" o como cristo se llamen, hace la pealla con ellos, pasa de meterle mejillones ó gambas, almejas, o algún cagrejo de río si se cruza. NO, el se niega gorriones, y de segundo gorriones guisados, asados es monotemático, es su manjar para invitados... uffff quien me mandará tener un amigo así, sino fuera por su compañía; será delito? si lo es, lo de este es un holocausto.
¡Genial!
Bueno también ¡genial! antetodo... las piedras y ríos cercanos se han alegrado y convocarán una fiesta de desprendimientos y una manifestación de inundaciones.
Pero deberíamos, quizá, ir por partes: primero que nuestro blogger comparezca en el congreso ante las experiencias de las que dice haber gozado con un gran simio; segundo, una colecta para asumir los costes de traducción (parece que se nos ha sumido al guindo ¿será ese el árbol que canta su himno?); tercero, iurisprudent, sin menospreciar su parda alpina, también creo que había vacas mantecosas en su provincia y, sin duda, muchas fresonas... Aunque como empecemos con las diferencias lo complicamos todo.
Y sobre todo ¡gracias! por aliviar con sus textos (y los de sus amigos) tanta convencional mediocridad, E.C.
Hace tres años nos metimos en coche un compañero mío y yo monte leonés, cercano a la ciudad.
En fin. Domingo de verano por la tarde, aburrimiento, conversación típica y caduca (las mujeres, las mujeres casadas, las divorciadas, las solteras que pasan de 3oy algo, esta vida que es una P.M, que ya no te puedes fiar de nadie....Carretera nacional, camino de servicio recien asfaltado en direción al interior del monte, tira y tia y tira. Y VOILA ¡¡¡¡entramos en paraje precioso semiabandonado (en realidad entramos sin saberlo por la parte trasera de una reserva natural, al salir despues de inspeccionar el caseron con sus rusticos corredores, sus mastines cuidando la puerta, algun burro suelto y otras especies (vacas no había) nos encontramos a la salida con un cartel en madera triunfante que quedo a nuestras espaldas a modo de pórtico que decía: Reserva natural de..... Prohibido el paso -acojone total-.
A lo que iba preciso el paraje, semi aabndonado, y el que en su día se gasto muhco dinero público.
Voy al grano: entramos en el caseron de visita, sacamos fotos, y en una de las habitaciones había tres arcones frigoríficos llenos de distintas especies de caza.
Al salir leer el cartel y despues de tomar concinciencia de donde estabamos,atamos cabos llegamos a pensar que alguien estaba haciendo el agosto y fiestecitas a cuenta de aquel paraje público. A Saber si algun puritano tambien va a rezar el rosario alli.
Gracias EVA. Yo entre tanta parda alpina crecí con una vaca frisona (por eso no se sorpenda de mi convecional mediocridad, que le voy a hacer espero que no me quemes en la hoguera) esa vaca frisona era amable, cariñosa, y yo dormia sobre su barriga, le llamabamos la potera, vivió 22 años y su último parto fue alos 20 años. Era la mascota. NO tengo nada encontra de la frisona, solo digo que en León existe una asociaciación nacional de parda Alpina a punto de caducar.
Muy interesante el proyecto y sugerentes también los comentarios.
He leído que nuestro anfitrión viene a Madrid a un coloquio sobre la "interpretación y la constitución" o algo así, ¿aportará más datos? Lo esperaremos con interés.
Iurisprudent: ¡qué envidia de experiencia! (la de la reserva, aunque también celebro lo de las frisonas) es una pena que no haya identificado el paraje, porque muchos viajaríamos a León para disfrutarlo. En todo caso, llamaré a una guía de montaña (Marta), que conocí en una excursión y que se está abriendo camino en León, para saber si ella lo conoce. Gracias y sigan contando.
Vistas las reacciones que su recuerdo provoca, imagino a la Artillera, el Morico y la Bicha relamiéndose de gusto en el cielo de las vacas.
No así los pardales que se zampa el amigo ecologista de Iurisprudent. O lo que caza en el parque natural el misterioso inquilino de la casa de los arcones.
Eva y Iurisprudent, no discutan de si son galgos o podencos, alpinas o frisonas, pues, al fin y al cabo, a todas iguala su alma cornuda.
Lo de los ríos, ATMC, apereció en mi pantalla cuando andaba yo en tema similar, como verá. Contaminación orgánica tanto lo que usted alude como lo que yo menciono.
En Madrid nos tomaremos unas birras constitucionales, Rosmene. Ya me contará.
Saludos para todos
¡¡Absolutamente genial¡¡¡
Oiga, sabe usted de todo: de vacas, de canciones populares, de política, derecho, filosofía,... Envidiable, de veras. Enhorabuena por su blogg.
Querido Juan Antonio,
en tus muchos y nutridos viajes académicos, ¿habrás paseado alguna vez por un mercado africano, de África Central me refiero?
Y habrás visto, digo yo, las carcasas de mono cubiertas de moscas.
¿Te han suscitado alguna reacción, alguna reflexión?
Saludos,
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