No creo que sea mi sino fatal, es que verdaderamente está llena la universidad en todas partes de mentirosos compulsivos y trepas con fantasía desbordante. Una peste. Una auténtica pandemia. O que algo tiene este humus universitario, por llamarlo caritativamente, para que prolifere así esa especie de gusanos.
He dado con otro más, esta vez fuera de nuestro país. Ya se me había hecho tremendamente sospechoso la última vez que lo había visto, pero ahora he confirmado que es otro especimen de los que llegarán lejos a base de inventarse por la brava el currículo y las hazañas. Contaré brevemente la historia, para ilustración de incautos y escarmiento de crédulos.
Hace meses recibí el mensaje de que un joven profesor extranjero, al que conocía poco más que de vista, quería pasar por León a saludarme. Me contaba que en una universidad cercana a esta mía lo habían invitado a dar una conferencia y que, como León lo cogía en el trayecto, pues que le encantaría charlar un rato conmigo. Atentos a esto, pues por ahí nos entran siempre, dándonos coba y haciendo que nos sintamos importantes. De esa manera nos ablandan y luego entran con la suya y se nos suben a la chepa, desde donde se impulsan sin miramientos hacia otra chepa más alta. El caso es que le dije que por supuesto que podíamos vernos, que muy honrado y que con gusto lo invitaba a comer ese día. Otra característica de este personal: ellos nunca pagan, pero las gracias acabas dándoselas tú por dedicarte unos minutos de su valioso tiempo, aunque te los dediquen con la boca llena y a tu costa. Es duro admitir que quién hostias va a peregrinar a verlo a uno si no es para vacilarle y darle el palo. Así que nos gusta más creernos que ese que engulle te admira al mismo tiempo por tus innegables valores y tu sabiduría sin tacha.
Total, que lo recibí. Me extrañaba que viniera de donde decía que venía y de dar esa conferencia que contaba, pues conozco a sus supuestos anfitriones allá y los sé poco dados a eventos y compromisos. El mosqueo se me acentuó cuando, al preguntarle detalles a nuestro trilero académico, se me perdió en minucias más o menos borrosas. Ahí comenzó a encendérseme definitivamente la lucecita de alarma y empecé a cagarme en sus muertos y en mi propia sombra.
Si alguna duda me quedaba de que aquel cabronazo me estaba tomando el tupé para darse pote y quedar ante mí como un cotizadísimo profesor de fama mundial, siendo como es un puto pringao y un muerto de hambre -por Dios que le daba a la cecina como si cumpliera piadosamente con un sacramento-, se me despejó definitivamente al oírlo referirse a ciertos reputadísimos profesores. A Ferrajoli lo nombraba como Luigi, a Atienza como Manolo, a Comanducci como Paolo y a Alexy como Robert. Ah, no, pensé, conozco a los de tu percal. Supe que en el futuro y donde viniera a cuento se referiría a un servidor como Toño y aseguraría que le invité en León ese día a dictar una conferencia y que estamos pergeñando juntos algunos proyectos de investigación y algunas publicaciones. Y, en efecto, estos días he comprobado que eso va contando. Esos cuentos falsos y, de propina, también va malmetiendo con colegas y amigos de otros lugares. Otro hijo de puta con imaginación primorosa y dispuesto a alzarse en sus mentiras hasta donde haga falta.
Seguí esa vez la pista de sus andanzas en España y fui averiguando que a todos los sitios llegaba con el mismo truco, que en todos acababa comiendo de gorra y que en cada uno explicaba que venía de dar una conferencia en el lugar anterior, pues era íntimo y buen colaborador del respectivo anfitrión. También supe que, según dónde y con quién esté, cuenta que es doctor por una universidad o por otra y que se doctoró sobre este o aquel tema. Eso, por cierto, me recuerda a mi mentiroso de aquí de toda la vida, del que ya he hablado otras veces. Siempre dijo que su tesis había sido sobre filosofía griega, pero en una ocasión, en un concurso a cátedra en el que yo mismo estaba en el tribunal, lo oí con estos oídos pecadores asegurarnos en público que se había doctorado sobre Hegel. A ese también lo quiere mucho la autoridad, porque es muy bueno para la cosa esa que se hace con los caballos en los picaderos.
De este cretino nuevo al que dedico el presente post supe también que en su universidad lo adoran y que lo considera su autoridad académica el no va más de la intelectualidad y la ciencia. Claro, con tantos títulos y conferencias, como para no. En el país de los ciegos, el tuerto el rey. El tuerto este es en realidad más ciego que ninguno, pero da el pego con ese ojo de cristal que se pone.
He tratado de delatarlo y a quien ha querido oírme en su universidad le he contado lo que pienso y qué pruebas tengo de las imposturas del sujeto. Se quedaban cariacontecidos y me miraban un poco raro. Supongo que me tomaban por mentiroso a mí o pensaban que el otro me había arrebatado alguna novia y que por eso la ojeriza. Por cierto que tengo bien cerca otro embustero más, al que siempre le ha dado por contar que yo le he quitado sus mejores novias. Otro que tal, y éste catedrático.
¿Qué podemos hacer con semejante personal? Me temo que nada. El mundo es suyo, la universidad los desea. Para hacerle a ella un curriculum rápido y suciote, en plan aquí te cojo, aquí te mato, son mejores y más efectivos. Y a ella le gustan así, canallas y fingidores, aprovechados, maltratadores. Pues que la jodan. Estas universidades que hacen la esquina y se administran cual puticlubs envejecidos necesitan chulos así, con poca entraña y mucha labia. Pues ya está, que sea para bien. Los demás, a los cuarteles de invierno a toda leche, con la cartera en casa y el trasero contra la pared.
He dado con otro más, esta vez fuera de nuestro país. Ya se me había hecho tremendamente sospechoso la última vez que lo había visto, pero ahora he confirmado que es otro especimen de los que llegarán lejos a base de inventarse por la brava el currículo y las hazañas. Contaré brevemente la historia, para ilustración de incautos y escarmiento de crédulos.
Hace meses recibí el mensaje de que un joven profesor extranjero, al que conocía poco más que de vista, quería pasar por León a saludarme. Me contaba que en una universidad cercana a esta mía lo habían invitado a dar una conferencia y que, como León lo cogía en el trayecto, pues que le encantaría charlar un rato conmigo. Atentos a esto, pues por ahí nos entran siempre, dándonos coba y haciendo que nos sintamos importantes. De esa manera nos ablandan y luego entran con la suya y se nos suben a la chepa, desde donde se impulsan sin miramientos hacia otra chepa más alta. El caso es que le dije que por supuesto que podíamos vernos, que muy honrado y que con gusto lo invitaba a comer ese día. Otra característica de este personal: ellos nunca pagan, pero las gracias acabas dándoselas tú por dedicarte unos minutos de su valioso tiempo, aunque te los dediquen con la boca llena y a tu costa. Es duro admitir que quién hostias va a peregrinar a verlo a uno si no es para vacilarle y darle el palo. Así que nos gusta más creernos que ese que engulle te admira al mismo tiempo por tus innegables valores y tu sabiduría sin tacha.
Total, que lo recibí. Me extrañaba que viniera de donde decía que venía y de dar esa conferencia que contaba, pues conozco a sus supuestos anfitriones allá y los sé poco dados a eventos y compromisos. El mosqueo se me acentuó cuando, al preguntarle detalles a nuestro trilero académico, se me perdió en minucias más o menos borrosas. Ahí comenzó a encendérseme definitivamente la lucecita de alarma y empecé a cagarme en sus muertos y en mi propia sombra.
Si alguna duda me quedaba de que aquel cabronazo me estaba tomando el tupé para darse pote y quedar ante mí como un cotizadísimo profesor de fama mundial, siendo como es un puto pringao y un muerto de hambre -por Dios que le daba a la cecina como si cumpliera piadosamente con un sacramento-, se me despejó definitivamente al oírlo referirse a ciertos reputadísimos profesores. A Ferrajoli lo nombraba como Luigi, a Atienza como Manolo, a Comanducci como Paolo y a Alexy como Robert. Ah, no, pensé, conozco a los de tu percal. Supe que en el futuro y donde viniera a cuento se referiría a un servidor como Toño y aseguraría que le invité en León ese día a dictar una conferencia y que estamos pergeñando juntos algunos proyectos de investigación y algunas publicaciones. Y, en efecto, estos días he comprobado que eso va contando. Esos cuentos falsos y, de propina, también va malmetiendo con colegas y amigos de otros lugares. Otro hijo de puta con imaginación primorosa y dispuesto a alzarse en sus mentiras hasta donde haga falta.
Seguí esa vez la pista de sus andanzas en España y fui averiguando que a todos los sitios llegaba con el mismo truco, que en todos acababa comiendo de gorra y que en cada uno explicaba que venía de dar una conferencia en el lugar anterior, pues era íntimo y buen colaborador del respectivo anfitrión. También supe que, según dónde y con quién esté, cuenta que es doctor por una universidad o por otra y que se doctoró sobre este o aquel tema. Eso, por cierto, me recuerda a mi mentiroso de aquí de toda la vida, del que ya he hablado otras veces. Siempre dijo que su tesis había sido sobre filosofía griega, pero en una ocasión, en un concurso a cátedra en el que yo mismo estaba en el tribunal, lo oí con estos oídos pecadores asegurarnos en público que se había doctorado sobre Hegel. A ese también lo quiere mucho la autoridad, porque es muy bueno para la cosa esa que se hace con los caballos en los picaderos.
De este cretino nuevo al que dedico el presente post supe también que en su universidad lo adoran y que lo considera su autoridad académica el no va más de la intelectualidad y la ciencia. Claro, con tantos títulos y conferencias, como para no. En el país de los ciegos, el tuerto el rey. El tuerto este es en realidad más ciego que ninguno, pero da el pego con ese ojo de cristal que se pone.
He tratado de delatarlo y a quien ha querido oírme en su universidad le he contado lo que pienso y qué pruebas tengo de las imposturas del sujeto. Se quedaban cariacontecidos y me miraban un poco raro. Supongo que me tomaban por mentiroso a mí o pensaban que el otro me había arrebatado alguna novia y que por eso la ojeriza. Por cierto que tengo bien cerca otro embustero más, al que siempre le ha dado por contar que yo le he quitado sus mejores novias. Otro que tal, y éste catedrático.
¿Qué podemos hacer con semejante personal? Me temo que nada. El mundo es suyo, la universidad los desea. Para hacerle a ella un curriculum rápido y suciote, en plan aquí te cojo, aquí te mato, son mejores y más efectivos. Y a ella le gustan así, canallas y fingidores, aprovechados, maltratadores. Pues que la jodan. Estas universidades que hacen la esquina y se administran cual puticlubs envejecidos necesitan chulos así, con poca entraña y mucha labia. Pues ya está, que sea para bien. Los demás, a los cuarteles de invierno a toda leche, con la cartera en casa y el trasero contra la pared.
2 comentarios:
Ya sé que no es consuelo, pero por el Sur las cosas pintan peor. Como ejemplo lea esto. Hay un "chat" en la misma noticia, con el Director de El Mundo de Andalucía, Don Francisco Rosell que resulta muy ilustrativo.
Aunque consuela leer lo último de Don Joaquín Leguina
¿Será acaso ese despreciable sujeto profesor de una univesidad suramericana....? Por la descripción, así pareciera que es.
Excelente artículo.
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