Se acerca un tiempo terrible, de desaseo y de desaliño. Viene el tiempo de la sudoración y llega el reino del sudoroso.
A diario lo oímos en las soflamas de los políticos, calientes como andan por esa época de celo que son las elecciones generales: compañeros ¡a sudar la camiseta!
El triunfo de cada formación está asegurado, así lo proclaman los sociólogos de las encuestas, arúspices modernos que miran nuestras intenciones como antes se miraba el bazo de una vaca. “Nos sonríe la fortuna, el elector se inclina por nosotros” pero solo llegaremos a ese edén prometido si estamos dispuestos a sudar la camiseta.
¡Qué desazón nos espera! Porque ¿quién no conoce a un candidato puesto por un partido en las listas? Pensando en esa persona, en tiempo de urnas, su proximidad nos pone en una disyuntiva pavorosa. Si no suda, ya sabemos que no pasará de candidato, su estrella se apagará y su verbo no podrá resonar recio en la bóveda del Parlamento. Por el contrario, si suda, llegará a diputado y sin duda derramará los mejores bienes sobre la población. Pero -de momento- con lo que contamos es con la cercanía poco grata de un tipo en plena secreción de sus glándulas sudoríparas.
Porque sudar la camiseta exige mucho caudal sudante, del pecho, de la espalda y de los sobacos. Habrá quien utilice trucos, por ejemplo meterse en un baño turco o en una sauna y poner la camiseta perdidita de sudor por esta vía artificial. No es extraño que este atajo de sudores se halle rigurosamente prohibido en los manuales del buen candidato al que se exige un sudor natural, de buena calidad y obtenido según reglas tradicionales. Libre de sospechas y de tretas.
Alguien dirá que poner en relación el sudor con el arrojo político resulta enigmático pero debemos admitirlo pues, si con tanta insistencia se proclama esa vinculación, razones existirán para ello.
El problema que se me plantea es el siguiente. Ya tenemos al candidato que, por estar empapado en sudor, ha conseguido su acta de diputado. A partir de ese momento ¿debe dejar de sudar o, por el contrario, debe seguir sudando? Este extremo es importante que nos lo aclaren antes de que cumplamos el rito de comulgar con la papeleta ante la urna.
Dicho en otros términos: el periodo de sudoración ¿tiene su ámbito de vigencia reducido a la campaña electoral o se extiende al mandato en su conjunto? He acudido a los grandes tratadistas que han inventado el sistema democrático, desde Locke y Rousseau para acá, y la verdad es que de sudor no se habla. Debe de tratarse de hallazgo moderno, una ocurrencia ingeniosa, tan habitual en la actual clase política.
Pero nos falta completar la información y que nos ilustren: el diputado ¿debe sudar o no? Porque se entiende mal que tenga que sudar para buscar el voto y no tenga que sudar redactando los artículos de la ley hipotecaria. Si con el sudor se está haciendo referencia al esfuerzo (“con el sudor de tu frente”), no hay ninguna razón para que se deje de sudar al conseguir el acta. ¿O sí? ¿y qué significado tendría la interrupción de la transpiración?
Este es el busilis, el quid como si dijéramos. Que llega a torturar cuando la pregunta se amplía: si el diputado llega a ministro o a presidente ¿debe seguir sudando o ya puede dejar de sudar?
Como se ve, son demasiadas cuestiones las que quedan en el aire. Solo de pensar en su trascendencia ya me he puesto a sudar con el riesgo de que me metan en una lista ...
A diario lo oímos en las soflamas de los políticos, calientes como andan por esa época de celo que son las elecciones generales: compañeros ¡a sudar la camiseta!
El triunfo de cada formación está asegurado, así lo proclaman los sociólogos de las encuestas, arúspices modernos que miran nuestras intenciones como antes se miraba el bazo de una vaca. “Nos sonríe la fortuna, el elector se inclina por nosotros” pero solo llegaremos a ese edén prometido si estamos dispuestos a sudar la camiseta.
¡Qué desazón nos espera! Porque ¿quién no conoce a un candidato puesto por un partido en las listas? Pensando en esa persona, en tiempo de urnas, su proximidad nos pone en una disyuntiva pavorosa. Si no suda, ya sabemos que no pasará de candidato, su estrella se apagará y su verbo no podrá resonar recio en la bóveda del Parlamento. Por el contrario, si suda, llegará a diputado y sin duda derramará los mejores bienes sobre la población. Pero -de momento- con lo que contamos es con la cercanía poco grata de un tipo en plena secreción de sus glándulas sudoríparas.
Porque sudar la camiseta exige mucho caudal sudante, del pecho, de la espalda y de los sobacos. Habrá quien utilice trucos, por ejemplo meterse en un baño turco o en una sauna y poner la camiseta perdidita de sudor por esta vía artificial. No es extraño que este atajo de sudores se halle rigurosamente prohibido en los manuales del buen candidato al que se exige un sudor natural, de buena calidad y obtenido según reglas tradicionales. Libre de sospechas y de tretas.
Alguien dirá que poner en relación el sudor con el arrojo político resulta enigmático pero debemos admitirlo pues, si con tanta insistencia se proclama esa vinculación, razones existirán para ello.
El problema que se me plantea es el siguiente. Ya tenemos al candidato que, por estar empapado en sudor, ha conseguido su acta de diputado. A partir de ese momento ¿debe dejar de sudar o, por el contrario, debe seguir sudando? Este extremo es importante que nos lo aclaren antes de que cumplamos el rito de comulgar con la papeleta ante la urna.
Dicho en otros términos: el periodo de sudoración ¿tiene su ámbito de vigencia reducido a la campaña electoral o se extiende al mandato en su conjunto? He acudido a los grandes tratadistas que han inventado el sistema democrático, desde Locke y Rousseau para acá, y la verdad es que de sudor no se habla. Debe de tratarse de hallazgo moderno, una ocurrencia ingeniosa, tan habitual en la actual clase política.
Pero nos falta completar la información y que nos ilustren: el diputado ¿debe sudar o no? Porque se entiende mal que tenga que sudar para buscar el voto y no tenga que sudar redactando los artículos de la ley hipotecaria. Si con el sudor se está haciendo referencia al esfuerzo (“con el sudor de tu frente”), no hay ninguna razón para que se deje de sudar al conseguir el acta. ¿O sí? ¿y qué significado tendría la interrupción de la transpiración?
Este es el busilis, el quid como si dijéramos. Que llega a torturar cuando la pregunta se amplía: si el diputado llega a ministro o a presidente ¿debe seguir sudando o ya puede dejar de sudar?
Como se ve, son demasiadas cuestiones las que quedan en el aire. Solo de pensar en su trascendencia ya me he puesto a sudar con el riesgo de que me metan en una lista ...
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