Estábamos con el ambiente en los órganos colegiados de gobierno de la universidad, especialmente los que presiden rectores. Que se me diga si miento o si es exagerado mi diagnóstico (se admiten apuestas y porras), pero en casi todas las universidades y casi siempre se cumple implacablemente todo lo que sigue:
a) El rector gana todas las votaciones, al menos todas las que le importan.
b) La mayor parte de los que votan a su favor van a lo que van, a buscar tajada; en la universidad la ideología era verde y se la comió un burro; a mí que no me vengan con cantinelas de conservadores y progresistas o derechas e izquierdas, porque no hay más que verle la panza, el Rolls y el trato a los becarios a mucho izquierdoso de pega, o fijarse en cómo les coge el culo a las bedeles el supuesto conservador tan de orden.
c) La normativa se aplica solamente en lo que convenga; en lo que convenga al rector y a sus mariachis, quiero decir. Cuando no conviene se aplica un principio constitucional, un precepto de derecho natural, una pauta de eficiencia económica o una ocurrencia del rector aplaudida con saña por su claque. El principio de legalidad era del mismo color y se lo comió el mismo jodido asno.
d) Cuando el rector se gasta malas pulgas o cuando tiene un mal día porque hay temporadas en que aquello no chinfla ni a tiros, se puede ensañar todo lo que quiera con la –casi siempre exigua- oposición, la cual puede ser vilipendiada, injuriada, calumniada, insultada y hasta acusada de pretender tramos de investigación en plan elitista sin darse cuenta de que lo importante es que estemos aquí todos juntos haciendo el chorras y que nos queramos.
e) Si hay en la pobre oposición alguno un poco bregado que insiste en la crítica y la objeción, el rector le retira la palabra o simplemente no se la da la próxima vez, y aquí paz y después, Gloria, al salir nos vemos.
f) Cuando el rector es un bicho de ese calibre e incurre en groseras inmoralidades, patentes ilegalidades y hasta algún que otro delito, la inmensa mayoría de los ilustres miembros del Consejo, bien conscientes de lo que está pasando, se pone de perfil en plan egipcio, no dice ni mu y espera a ruegos y preguntas o al café post-coitum para plantear lo que allí ha llevado a cada cual: ¿qué hay de lo mío, Ramiro?
e) Actitudes tan poco gallardas y semejantes psicologías de lombriz (intestinal, ojo), se dan en mayor proporción cuanto más arriba se está en el escalafón y más seguro se tiene el puesto. Es decir, los docentes peor que los del PAS, y, dentro de los docentes, los catedráticos los más cutres. Ellos son los que no se juegan nada importante y, sin embargo, suelen ser tan mezquinos que consideran muy relevante cualquier nimiedad o hasta lo puramente simbólico. Permítaseme que lo enuncie más radicalmente y al modo de hipótesis científica: Como mínimo, el cincuenta por ciento de los catedráticos de la universidad se conforman con que el rector les sonría y los llame por su nombre de pila delante de los demás (“Hasta luego, Fulgencio”, “Te veo bien, Macarena”…), y ya ni te cuento si el Magnífico les soba un poco la zona lumbar y les echa el aliento en la oreja: la mismísima vida dan por él. Los hay que nacieron para servidores del equino.
En medio de un ambiente así, la indefensión de los honestos o la desesperación de los críticos que piensan que algo se puede cambiar es enorme. No hay instrumentos de defensa. A uno de ellos el rector decide no darle la palabra y no se la da. Decide que tampoco conste en acta su protesta y tampoco consta. Le amortiza tres plazas de su área, ordena al gerente que lo puteé con los dineros de los proyectos y al jefe de personal que se equivoque todos los meses al calcularle los trienios, y dicho y hecho. Se acabó la legalidad y lo único verdaderamente institucional es la vendetta. No estará lejos el día en que acabe apareciendo algún opositor en el maletero de su coche, convenientemente troceado, y el Consejo de Gobierno aprobará de inmediato que se le conceda la medalla de oro de la universidad a título póstumo, y con eso ya quedamos bien y a seguir ordeñando. Exagero, ya sé, pero también parecía imposible llegar aquí, y aquí estamos.
No hay instrumentos legales para ampararse, están bloqueados. Te quitan la palabra en una reunión o te echan mal de ojo y qué haces, ¿llamas a la policía municipal? Demonios, pero si no puede entrar si no la llama el Muchoyó ¿Pones un pleito para que una década después tus deudos reciban un extraño papel que no saben qué es y que se llama sentencia y condena a la Universidad a pagarte un euro por daño moral y otro por lucro cesante?
No, el Derecho no sirve. Con la ley en la Universidad está pasando lo que en todo el país: ya no es que hecha la ley hecha la trampa, es que desde el poder, desde todos los poderes, se está convencido y se nos convence de que la ley es un decir y que lo importante es que nos llevemos bien, que seamos tolerantes, que haya paaaaaaaaaaz y que el que tiene que gobernar gobierne y los demás acaten y no den la lata ni pidan explicaciones. Eso sí, a gitanos y rumanos, la ley hasta la empuñadura. Pero, hija, entre nosotros cómo te vas a andar con legalismos, queda muy burdo. Doy mi palabra de que desde ayer mismo se dejó de negociar con ETA y ha quedado roto definitivamente todo contacto. Mira, y ése no es rector. Y nos gusta así, cabroncete, mentiroso y ladino. Pues que nos den.
La ley aquí, en la universidad, no sirve, y puede que nunca haya servido. Pero sospecho que antes hacía menos falta. Hacía menos falta porque todavía existía moral general y moral profesional; porque muchos pensaban cosas tales como que el zángano no merece ascender, que el plagiario nos afrenta a todos, que el ladrón a todos daña, que el buen trabajo ha de tener buen reconocimiento y, sobre todo, que de arbitrariedades las menos. Y eso creo que se creía así por la mayoría del personal universitario hasta en tiempos de Franco, manda narices. En tiempos de Franco, a golpe de esfuerzo, tenacidad, honestidad y mucho trabajo se forjaron algunas de las más brillantes, críticas y esperanzadoras generaciones de profesores universitarios de nuestra historia, como hace unos días me hacía ver un gran amigo. Obviamente, el mérito no era de Franco y sus secuaces, era suyo, de esos profesores e investigadores que le echaban arrestos y vocación a la vida académica y que plantaron cara a gobiernos, ministros y rectorados. Esa fue su valía. Su gran fracaso consistió en no saber hacer discípulos como ellos. Les sucedieron trepas, pelotas, meapilas, correveidiles y vagos con ínfulas. Con las excepciones que se quiera, sí, pero pocas en todo caso. La mitad de estos profesorcillos y catedráticos de bufanda de marca que ahora van de progres achantaría si Franco resucitara, me juego el cuello. Sólo nos largaríamos a otra parte cuatro “fachas” y “reaccionarios” de los que no soportamos este ambiente de mentiras, sumisiones y maniobras orquestales en la oscuridad.
Nos anuló la capacidad crítica, entre otras cosas, el hecho de que la puñalada mortal a la universidad se la diera un gobierno del PSOE, cuando González y el Maravall aquel que los dioses confundan. No puede ser, esa ley tiene que ser buena, si no no la habrían hecho. Primer error. No sabían lo que hacían ni lo que se traían aquí entre manos, porque los de Educación eran unos pijos a los que sus papás franquistas habían mandado a estudiar a Estados Unidos. Nos seguimos engañando cuando nos contaron que la autonomía universitaria significaba independencia científica y libertad de criterio, cosa que por estos pagos no existe, pues al que ejerza tales le niegan subvenciones, no le promocionan profesores y no lo dejan hablar en consejos de gobierno. No, autonomía universitaria no quiere decir nada más que santa impunidad de los rectores y libertinaje de sus secuaces y soplagaitas. Nos engañan cada día cuando nos cuentan sin parar que tenemos que ser como una empresa, pero aquí no se selecciona el personal como en las empresas; que hay democracia universitaria, pero aquí se compran los votos con más descaro que en la más bananera de las repúblicas; que nuestra señal es la excelencia, y todos vemos que la mitad de los profesores no sabe escribir dos líneas sin masacrar la sintaxis y la ortografía, ni tiene mayor cultura que un pastor o un camionero que, por lo menos, se pasan el día escuchando la radio. Eso sí, en los bares del campus no se oye otra cosa: hija, este año vienen los alumnos con un nivel bajísimo.
Había antes algo de moral profesional y también cierto sentido del honor. Al mentiroso se le miraba mal, al corrupto no se le quería, al tirano se le hacían reproches y sentadas. Todavía me acuerdo de lo que tuvo que aguantar algún rector ovetense allá en mis tiempos de estudiante, rector que, dicho sea de paso y con la perspectiva del tiempo pasado, era mucho más honesto, legal y, desde luego, sabio y sagaz, que la inmensa mayoría de los de ahora. Pero ahora cuanto más pillos más admirados, no hay más regla que la omertà ni más pauta que el miedo, no se quiere más beneficio que el personal ni se tolera más excelencia que la medianía. Se prima a burócratas, abrillantadores de barras de bar, chivatos, pescadores de río revuelto, covachuelistas (como veíamos el otro día que llamaba Clarín a los de sus tiempos). Se postran facultades enteras ante ése que llega de conseguir con malas artes dos becarios, ¡oh!, ante aquel que le ha sacado a un banco financiación para un proyecto ridículo y que se va a gastar esos dineros en unas cortinas de cretona para ese despacho en el que ya no queda un maldito libro, ante aquel otro que acaba de conseguir una cátedra honorífica pero con pasta, cátedra de comercio al por mayor, pongamos por caso, alegando mentirosamente ante algún subsecretario sarasa del Ministerio de Industria que su abuelo tenía una tienda de ultramarinos (en Cataluña, cuidao) y que él de pequeño ya estudiaba contabilidad comercial al acostarse. Todo sonrisas y parabienes con esos triunfadores y un refrotarse en sus piernas como los gatos, a ver si a uno le cae algo, aunque sea una conferencita sobre las tiendas de coloniales en la tradición leonesa, señorito, que estoy sin proyectos y no tengo para la manicura.
Ah, pero eso sí. Luego sales un día a tomarte unas copas para olvidarte de que trabajas en Chez Lulú, y vas a dar con uno de ésos que viste enroscado en la cintura de alguno de aquellos mangantes, y a ti te cuenta, hablando quedo, que hay que ver qué mal está todo y que cómo conseguiría fulano dar el palo. Son como el cura que llega a la iglesia y a echar el sermón corriendo y subiéndose los pantalones, pues viene de donde viene, de Chez Lulú. Trapaceros. Lameculos. Caquillas.
Y un día a uno de tu facultad o de tu departamento le hacen una faena de las grandes, una putada de campeonato y una ilegalidad como un templo. Pide apoyo ante la junta y el consejo y, para empezar, la mitad de los miembros tenía casualmente enferma a su tía ese día. Otros andan con tanto catarro que se quedaron sordos, vaya por Dios. Al de siempre le da el ataque de tos consabido y tiene que salir a oxigenarse justo en ese punto. El soplapollas oficial pide la palabra para decir que lo importante es que nos llevemos bien y que por qué no hablamos con Remigio, que es primo del Rector y muy salao y así que Remigio medie y que se pudra el caso y el compañero que se quede jodido, pero contento. Y si hay quien levante la voz para defender al maltratado, a la media hora se colapsan los teléfonos del rectorado con las llamadas de los tiralevitas que van a chivarse y, de paso y como quien no quiere la cosa, le recuerdan al Boss que no les vendría mal un asociadito más, ahora que tienen docencia en el máster sobre “El garbanzo y la lenteja en Tierra de Campos: balance y perspectivas”.
Una vez, hace ya bastantes años, joven e inexperto, le puse una moción de censura al director de Departamento. En el Departamento conseguí los votos necesarios para plantearla. El Estatuto de la Universidad marcaba un plazo perentorio para que el Director sometiera la moción a votación del Consejo. Pasó ese plazo y pasó un mes más y no había ni rastro de tal convocatoria de Consejo. Me fui a ver al rector de entonces. Me recibió amable y me sacó a tomar un café. No hizo falta que le expusiera la situación, que ya conocía bien. Por su cuenta hizo un retrato horrible del Director aquel, al que calificó con los peores epítetos. Yo estaba tranquilo y diciéndome que la cosa iba bien. Acabamos el café y echó a andar de vuelta al Rectorado, conmigo al lado y empezando a pensar que algo no cuadraba. Tuve que hacerle la pregunta: “¿Qué piensas hacer?” Mi miró circunspecto y me respondió tal que así: “¿Qué quieres que haga? Imagínate que yo lo obligo a algo y él recurre y acabamos en pleitos. No puede ser”. Yo respondí: “Aaaaaaah”. Ahí terminó la conversación y de ese modo terminó la historia de mi moción de censura. Acabé yo con la Cuerda al cuello. Aproveché los meses posteriores para leer a los autores españoles, queridos colegas, que escriben esas maravillas sobre el Estado de Derecho y los derechos humanos. Ahora prefiero a Tony Soprano, es más coherente y se repite menos.
Vean qué curioso. Acaba por imponérsenos una conclusión con la que no contábamos. Tanto zumbar a los rectores y resulta que no tienen tanto de particular. Son como nosotros, clavaditos, del montón. Su planteamiento es el mismo que el nuestro: trepar lo que se pueda. Ellos pillan más, es la única diferencia. Puro primus inter pares el rector. Empático representante, esencia que nos aglutina. Cambalache. No se nos olvide que los elegimos nosotros y salieron por mayoría. Qué vas a pedir, ¿peras al olmo?
Desalentadora la conclusión. Pero es lo que hay.
a) El rector gana todas las votaciones, al menos todas las que le importan.
b) La mayor parte de los que votan a su favor van a lo que van, a buscar tajada; en la universidad la ideología era verde y se la comió un burro; a mí que no me vengan con cantinelas de conservadores y progresistas o derechas e izquierdas, porque no hay más que verle la panza, el Rolls y el trato a los becarios a mucho izquierdoso de pega, o fijarse en cómo les coge el culo a las bedeles el supuesto conservador tan de orden.
c) La normativa se aplica solamente en lo que convenga; en lo que convenga al rector y a sus mariachis, quiero decir. Cuando no conviene se aplica un principio constitucional, un precepto de derecho natural, una pauta de eficiencia económica o una ocurrencia del rector aplaudida con saña por su claque. El principio de legalidad era del mismo color y se lo comió el mismo jodido asno.
d) Cuando el rector se gasta malas pulgas o cuando tiene un mal día porque hay temporadas en que aquello no chinfla ni a tiros, se puede ensañar todo lo que quiera con la –casi siempre exigua- oposición, la cual puede ser vilipendiada, injuriada, calumniada, insultada y hasta acusada de pretender tramos de investigación en plan elitista sin darse cuenta de que lo importante es que estemos aquí todos juntos haciendo el chorras y que nos queramos.
e) Si hay en la pobre oposición alguno un poco bregado que insiste en la crítica y la objeción, el rector le retira la palabra o simplemente no se la da la próxima vez, y aquí paz y después, Gloria, al salir nos vemos.
f) Cuando el rector es un bicho de ese calibre e incurre en groseras inmoralidades, patentes ilegalidades y hasta algún que otro delito, la inmensa mayoría de los ilustres miembros del Consejo, bien conscientes de lo que está pasando, se pone de perfil en plan egipcio, no dice ni mu y espera a ruegos y preguntas o al café post-coitum para plantear lo que allí ha llevado a cada cual: ¿qué hay de lo mío, Ramiro?
e) Actitudes tan poco gallardas y semejantes psicologías de lombriz (intestinal, ojo), se dan en mayor proporción cuanto más arriba se está en el escalafón y más seguro se tiene el puesto. Es decir, los docentes peor que los del PAS, y, dentro de los docentes, los catedráticos los más cutres. Ellos son los que no se juegan nada importante y, sin embargo, suelen ser tan mezquinos que consideran muy relevante cualquier nimiedad o hasta lo puramente simbólico. Permítaseme que lo enuncie más radicalmente y al modo de hipótesis científica: Como mínimo, el cincuenta por ciento de los catedráticos de la universidad se conforman con que el rector les sonría y los llame por su nombre de pila delante de los demás (“Hasta luego, Fulgencio”, “Te veo bien, Macarena”…), y ya ni te cuento si el Magnífico les soba un poco la zona lumbar y les echa el aliento en la oreja: la mismísima vida dan por él. Los hay que nacieron para servidores del equino.
En medio de un ambiente así, la indefensión de los honestos o la desesperación de los críticos que piensan que algo se puede cambiar es enorme. No hay instrumentos de defensa. A uno de ellos el rector decide no darle la palabra y no se la da. Decide que tampoco conste en acta su protesta y tampoco consta. Le amortiza tres plazas de su área, ordena al gerente que lo puteé con los dineros de los proyectos y al jefe de personal que se equivoque todos los meses al calcularle los trienios, y dicho y hecho. Se acabó la legalidad y lo único verdaderamente institucional es la vendetta. No estará lejos el día en que acabe apareciendo algún opositor en el maletero de su coche, convenientemente troceado, y el Consejo de Gobierno aprobará de inmediato que se le conceda la medalla de oro de la universidad a título póstumo, y con eso ya quedamos bien y a seguir ordeñando. Exagero, ya sé, pero también parecía imposible llegar aquí, y aquí estamos.
No hay instrumentos legales para ampararse, están bloqueados. Te quitan la palabra en una reunión o te echan mal de ojo y qué haces, ¿llamas a la policía municipal? Demonios, pero si no puede entrar si no la llama el Muchoyó ¿Pones un pleito para que una década después tus deudos reciban un extraño papel que no saben qué es y que se llama sentencia y condena a la Universidad a pagarte un euro por daño moral y otro por lucro cesante?
No, el Derecho no sirve. Con la ley en la Universidad está pasando lo que en todo el país: ya no es que hecha la ley hecha la trampa, es que desde el poder, desde todos los poderes, se está convencido y se nos convence de que la ley es un decir y que lo importante es que nos llevemos bien, que seamos tolerantes, que haya paaaaaaaaaaz y que el que tiene que gobernar gobierne y los demás acaten y no den la lata ni pidan explicaciones. Eso sí, a gitanos y rumanos, la ley hasta la empuñadura. Pero, hija, entre nosotros cómo te vas a andar con legalismos, queda muy burdo. Doy mi palabra de que desde ayer mismo se dejó de negociar con ETA y ha quedado roto definitivamente todo contacto. Mira, y ése no es rector. Y nos gusta así, cabroncete, mentiroso y ladino. Pues que nos den.
La ley aquí, en la universidad, no sirve, y puede que nunca haya servido. Pero sospecho que antes hacía menos falta. Hacía menos falta porque todavía existía moral general y moral profesional; porque muchos pensaban cosas tales como que el zángano no merece ascender, que el plagiario nos afrenta a todos, que el ladrón a todos daña, que el buen trabajo ha de tener buen reconocimiento y, sobre todo, que de arbitrariedades las menos. Y eso creo que se creía así por la mayoría del personal universitario hasta en tiempos de Franco, manda narices. En tiempos de Franco, a golpe de esfuerzo, tenacidad, honestidad y mucho trabajo se forjaron algunas de las más brillantes, críticas y esperanzadoras generaciones de profesores universitarios de nuestra historia, como hace unos días me hacía ver un gran amigo. Obviamente, el mérito no era de Franco y sus secuaces, era suyo, de esos profesores e investigadores que le echaban arrestos y vocación a la vida académica y que plantaron cara a gobiernos, ministros y rectorados. Esa fue su valía. Su gran fracaso consistió en no saber hacer discípulos como ellos. Les sucedieron trepas, pelotas, meapilas, correveidiles y vagos con ínfulas. Con las excepciones que se quiera, sí, pero pocas en todo caso. La mitad de estos profesorcillos y catedráticos de bufanda de marca que ahora van de progres achantaría si Franco resucitara, me juego el cuello. Sólo nos largaríamos a otra parte cuatro “fachas” y “reaccionarios” de los que no soportamos este ambiente de mentiras, sumisiones y maniobras orquestales en la oscuridad.
Nos anuló la capacidad crítica, entre otras cosas, el hecho de que la puñalada mortal a la universidad se la diera un gobierno del PSOE, cuando González y el Maravall aquel que los dioses confundan. No puede ser, esa ley tiene que ser buena, si no no la habrían hecho. Primer error. No sabían lo que hacían ni lo que se traían aquí entre manos, porque los de Educación eran unos pijos a los que sus papás franquistas habían mandado a estudiar a Estados Unidos. Nos seguimos engañando cuando nos contaron que la autonomía universitaria significaba independencia científica y libertad de criterio, cosa que por estos pagos no existe, pues al que ejerza tales le niegan subvenciones, no le promocionan profesores y no lo dejan hablar en consejos de gobierno. No, autonomía universitaria no quiere decir nada más que santa impunidad de los rectores y libertinaje de sus secuaces y soplagaitas. Nos engañan cada día cuando nos cuentan sin parar que tenemos que ser como una empresa, pero aquí no se selecciona el personal como en las empresas; que hay democracia universitaria, pero aquí se compran los votos con más descaro que en la más bananera de las repúblicas; que nuestra señal es la excelencia, y todos vemos que la mitad de los profesores no sabe escribir dos líneas sin masacrar la sintaxis y la ortografía, ni tiene mayor cultura que un pastor o un camionero que, por lo menos, se pasan el día escuchando la radio. Eso sí, en los bares del campus no se oye otra cosa: hija, este año vienen los alumnos con un nivel bajísimo.
Había antes algo de moral profesional y también cierto sentido del honor. Al mentiroso se le miraba mal, al corrupto no se le quería, al tirano se le hacían reproches y sentadas. Todavía me acuerdo de lo que tuvo que aguantar algún rector ovetense allá en mis tiempos de estudiante, rector que, dicho sea de paso y con la perspectiva del tiempo pasado, era mucho más honesto, legal y, desde luego, sabio y sagaz, que la inmensa mayoría de los de ahora. Pero ahora cuanto más pillos más admirados, no hay más regla que la omertà ni más pauta que el miedo, no se quiere más beneficio que el personal ni se tolera más excelencia que la medianía. Se prima a burócratas, abrillantadores de barras de bar, chivatos, pescadores de río revuelto, covachuelistas (como veíamos el otro día que llamaba Clarín a los de sus tiempos). Se postran facultades enteras ante ése que llega de conseguir con malas artes dos becarios, ¡oh!, ante aquel que le ha sacado a un banco financiación para un proyecto ridículo y que se va a gastar esos dineros en unas cortinas de cretona para ese despacho en el que ya no queda un maldito libro, ante aquel otro que acaba de conseguir una cátedra honorífica pero con pasta, cátedra de comercio al por mayor, pongamos por caso, alegando mentirosamente ante algún subsecretario sarasa del Ministerio de Industria que su abuelo tenía una tienda de ultramarinos (en Cataluña, cuidao) y que él de pequeño ya estudiaba contabilidad comercial al acostarse. Todo sonrisas y parabienes con esos triunfadores y un refrotarse en sus piernas como los gatos, a ver si a uno le cae algo, aunque sea una conferencita sobre las tiendas de coloniales en la tradición leonesa, señorito, que estoy sin proyectos y no tengo para la manicura.
Ah, pero eso sí. Luego sales un día a tomarte unas copas para olvidarte de que trabajas en Chez Lulú, y vas a dar con uno de ésos que viste enroscado en la cintura de alguno de aquellos mangantes, y a ti te cuenta, hablando quedo, que hay que ver qué mal está todo y que cómo conseguiría fulano dar el palo. Son como el cura que llega a la iglesia y a echar el sermón corriendo y subiéndose los pantalones, pues viene de donde viene, de Chez Lulú. Trapaceros. Lameculos. Caquillas.
Y un día a uno de tu facultad o de tu departamento le hacen una faena de las grandes, una putada de campeonato y una ilegalidad como un templo. Pide apoyo ante la junta y el consejo y, para empezar, la mitad de los miembros tenía casualmente enferma a su tía ese día. Otros andan con tanto catarro que se quedaron sordos, vaya por Dios. Al de siempre le da el ataque de tos consabido y tiene que salir a oxigenarse justo en ese punto. El soplapollas oficial pide la palabra para decir que lo importante es que nos llevemos bien y que por qué no hablamos con Remigio, que es primo del Rector y muy salao y así que Remigio medie y que se pudra el caso y el compañero que se quede jodido, pero contento. Y si hay quien levante la voz para defender al maltratado, a la media hora se colapsan los teléfonos del rectorado con las llamadas de los tiralevitas que van a chivarse y, de paso y como quien no quiere la cosa, le recuerdan al Boss que no les vendría mal un asociadito más, ahora que tienen docencia en el máster sobre “El garbanzo y la lenteja en Tierra de Campos: balance y perspectivas”.
Una vez, hace ya bastantes años, joven e inexperto, le puse una moción de censura al director de Departamento. En el Departamento conseguí los votos necesarios para plantearla. El Estatuto de la Universidad marcaba un plazo perentorio para que el Director sometiera la moción a votación del Consejo. Pasó ese plazo y pasó un mes más y no había ni rastro de tal convocatoria de Consejo. Me fui a ver al rector de entonces. Me recibió amable y me sacó a tomar un café. No hizo falta que le expusiera la situación, que ya conocía bien. Por su cuenta hizo un retrato horrible del Director aquel, al que calificó con los peores epítetos. Yo estaba tranquilo y diciéndome que la cosa iba bien. Acabamos el café y echó a andar de vuelta al Rectorado, conmigo al lado y empezando a pensar que algo no cuadraba. Tuve que hacerle la pregunta: “¿Qué piensas hacer?” Mi miró circunspecto y me respondió tal que así: “¿Qué quieres que haga? Imagínate que yo lo obligo a algo y él recurre y acabamos en pleitos. No puede ser”. Yo respondí: “Aaaaaaah”. Ahí terminó la conversación y de ese modo terminó la historia de mi moción de censura. Acabé yo con la Cuerda al cuello. Aproveché los meses posteriores para leer a los autores españoles, queridos colegas, que escriben esas maravillas sobre el Estado de Derecho y los derechos humanos. Ahora prefiero a Tony Soprano, es más coherente y se repite menos.
Vean qué curioso. Acaba por imponérsenos una conclusión con la que no contábamos. Tanto zumbar a los rectores y resulta que no tienen tanto de particular. Son como nosotros, clavaditos, del montón. Su planteamiento es el mismo que el nuestro: trepar lo que se pueda. Ellos pillan más, es la única diferencia. Puro primus inter pares el rector. Empático representante, esencia que nos aglutina. Cambalache. No se nos olvide que los elegimos nosotros y salieron por mayoría. Qué vas a pedir, ¿peras al olmo?
Desalentadora la conclusión. Pero es lo que hay.
4 comentarios:
Lo peor no es lo que hay. Lo peor es que quien le sustituya, sea quien fuere, hará lo mismo. Desgraciadamente, y aunque los haya más y menos malos,el sistema está diseñado para que los rectores puedan fastidiarnos cuando les de la gana, y, en cambio, no puedan hacer nada para que el sistema de Bolonia, conven ientemente criticado por muchos, no se aplique en su Universidad. Autonomía universitaria para no tener controles externos y centralismo puro y duro para todo lo demás
Lo triste de este post es la naturalidad con la que esta contado, lo macabro es que todos los que vivimos la universidad lo vemos como un relato costumbrista de un cabreado más que ha decido perder el tiempo contando su vida en público. Algo le habrán negado el Rector o el Director de Departamento.
Lo injustificado es que ignora que la situación es consecuencia de un pacto de los poderes político-univesitario, que permite un agujero en el sistema de derechos fundamentales del que se benifician PP, PSOE, IU, PNV ER; CDC; BNG...y por lo tanto protegen.
Por el agujero de legalidad no sólo se cuelan las plazas y los honores, sino tambien el dinero.
Si somos capaces de convivir con los telediarios de la guerra de Iraq, del exterminio de Palestina o de la explotación infantil en China, que problema en convivir con un poco de mamoneo universitario.
La universidad suele se un reflejo de la sociedad que nos rodea, y sus dirigentes, aprendices y acólitos de la clase política. La ausencia de democracia en nuestro país y la corrupción sin control como modelo para medrar, se reproducen a todos los niveles. Y ni la universidad, ni el mundo de la investigación, están a salvo de ello.
http://lupa.110mb.com/
Al Anónimo: Por esa regla de tres, no se podría criticar nada, poruqe siempre habrá mlaes mayores en otros sitios, o sea que mal de muchos.... No te jode....¡Viva la resignación y el conformismo¡
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