Sigamos con ese extraño mundo de las relaciones de poder en las universidades. Permítaseme repetir que estoy convencido de que muchísimo de lo que sobre el ámbito universitario comentemos sería perfectamente aplicable a otras administraciones. Pero es más fácil hablar directamente de lo que uno conoce de cerca. Así que continuemos tomando este mundo mal llamado académico como ejemplo de lo que posiblemente es un problema muy extendido.
Si leemos la frondosa normativa sobre poderes, órganos, controles y participación y, además, estamos en Babia, nos podemos quedar maravillados. Un marciano se pasmaría ante tantísima transparencia, tan exigentes fiscalizaciones, procesos de selección tan depurados, mecanismos participativos tan complejos. Forzando el ejemplo nada más que una miaja, podemos encontrarnos con que hasta para tirar de la cadena del váter se tiene que reunir la Comisión de Gasto de Agua, la Junta de Medio Ambiente, el Comité de Empresa de las limpiadoras, el Observatorio de Género, para ver si los que mean de pie manchan más y han de pagar un canon especial, el Vicerrectorado de Relaciones Institucionales, que para algo ha de servir y se entretiene con cagadas, el Departamento de Física, para medir si el mingitorio está bien orientado y no enfoca a ningún agujero negro, la Cátedra de Empresa Familiar, para implorar que la familia orine unida y, a ser posible, rezando y sacando unos duros al tiempo, la Asociación de Investigadores de Energías Eólicas, para analizar si hay manera de producir un poco de electricidad mientras tanto, los titulares de Economía de la Empresa, para examinar los sistemas de posible comercialización del aparato energético de marras, etc., etc., etc. Oiga, una maravilla de colaboración, apoyo interdisciplinar, entrega a la causa y conocer gente, cosa esta última que siempre viene bien en estos tiempos de divorcios rápidos y pasiones apremiantes.
Los usuarios del WC no sólo hemos de ir apartando a codazos a todos los que están allí para colaborar con nosotros y hacer que todo fluya como debe y no al buen tuntún, sino que cada mes, poco más o menos, recibimos algún cuestionario con muchas preguntas y dibujos alusivos al funcionamiento de los aseos. Unas veces es de la Unidad de Prevención de Riesgos Laborales, preocupada por la seguridad e higiene en el trabajo, pero que, con esto de la higiene, nunca nos interroga sobre si están limpios esos lugares o se muere uno de asco, sino sobre cosas tales como si pensamos que las tazas del retrete satisfacen adecuadamente la norma ISO-KK-PUM 122 o si alguna vez hemos detectado movimientos telúricos durante nuestras deposiciones. Otras veces es el Vicerrectorado de Asuntos Económicos, que está midiendo el grado de satisfacción de los usuarios con las instalaciones higiénicas y te pide que valores de uno a diez cosas tales como la rosca de los grifos, el cierre de los reservados o el modo en que aparece enrollado el rollo de papel. Lo justifican muy bien, pues explican que si el grado de satisfacción media partido por el índice de impacto ISO-KK-PLOF 121 da un coeficiente inferior a la raíz cuadrada de 5, encargarán a una consultora de Palencia el estudio de la compra de nuevos accesorios para los servicios de todo el campus y abrirán un concurso entre proveedores que tengan sus folletos publicitarios en leonés. En fin, y por no cansar con los muchos ejemplos que podrían traerse a colación, en otras ocasiones es tu propio Decano, ¡el tuyo!, el que te pide unas breves consideraciones, por escrito, en formato Word y letra tamaño 12, sobre si los excusados deben estar abiertos a todo el mundo o si deben los profesores tener el suyo propio y cerrado con llave, por si las moscas.
¿Cómo no sentirse estimulado al comprobar que no hay decisión que no se consulte ni medida que no pase por el voto o la opinión de uno? Y esto por no decir de los asuntos que propiamente afectan al cocido de los que en la universidad trabajan. Controles democráticos y más controles democráticos, democracia deliberativa a dar por un tubo, ética discursiva a mansalva. Para cualquier menudencia un Área de Conocimiento propone, el Consejo de Departamento acuerda, la Junta de Facultad Informa, dos o tres comités –en los que están las mismas personas, en los tres, pero ése es otro cantar, que nos habla de cómo algunos compañeros lo dan todo por nosotros y andan en un sinvivir para servirnos- evalúan, el Consejo de Gobierno aprueba, el Consejo Social conoce y… el Rector hace lo que le sale de los cataplines.
Sí, sí, ya sé, algún descreído dirá que para ese viaje no hacían falta alforjas tan hondas y que total para qué tanto debate y tanta reflexión, si vamos a acabar haciendo lo que se le ponga al Magnífico. Ojo, aquí hay que puntualizar, porque éstos que así opinan suelen ser unos fachas resentidos y tienen un padre más falangista que el del Ministro de Justicia o, lo que es peor, los dos abuelos franquistas -no como Z(P) que de ésos sólo tenía uno y, además, se le olvidó-.
Si leemos la frondosa normativa sobre poderes, órganos, controles y participación y, además, estamos en Babia, nos podemos quedar maravillados. Un marciano se pasmaría ante tantísima transparencia, tan exigentes fiscalizaciones, procesos de selección tan depurados, mecanismos participativos tan complejos. Forzando el ejemplo nada más que una miaja, podemos encontrarnos con que hasta para tirar de la cadena del váter se tiene que reunir la Comisión de Gasto de Agua, la Junta de Medio Ambiente, el Comité de Empresa de las limpiadoras, el Observatorio de Género, para ver si los que mean de pie manchan más y han de pagar un canon especial, el Vicerrectorado de Relaciones Institucionales, que para algo ha de servir y se entretiene con cagadas, el Departamento de Física, para medir si el mingitorio está bien orientado y no enfoca a ningún agujero negro, la Cátedra de Empresa Familiar, para implorar que la familia orine unida y, a ser posible, rezando y sacando unos duros al tiempo, la Asociación de Investigadores de Energías Eólicas, para analizar si hay manera de producir un poco de electricidad mientras tanto, los titulares de Economía de la Empresa, para examinar los sistemas de posible comercialización del aparato energético de marras, etc., etc., etc. Oiga, una maravilla de colaboración, apoyo interdisciplinar, entrega a la causa y conocer gente, cosa esta última que siempre viene bien en estos tiempos de divorcios rápidos y pasiones apremiantes.
Los usuarios del WC no sólo hemos de ir apartando a codazos a todos los que están allí para colaborar con nosotros y hacer que todo fluya como debe y no al buen tuntún, sino que cada mes, poco más o menos, recibimos algún cuestionario con muchas preguntas y dibujos alusivos al funcionamiento de los aseos. Unas veces es de la Unidad de Prevención de Riesgos Laborales, preocupada por la seguridad e higiene en el trabajo, pero que, con esto de la higiene, nunca nos interroga sobre si están limpios esos lugares o se muere uno de asco, sino sobre cosas tales como si pensamos que las tazas del retrete satisfacen adecuadamente la norma ISO-KK-PUM 122 o si alguna vez hemos detectado movimientos telúricos durante nuestras deposiciones. Otras veces es el Vicerrectorado de Asuntos Económicos, que está midiendo el grado de satisfacción de los usuarios con las instalaciones higiénicas y te pide que valores de uno a diez cosas tales como la rosca de los grifos, el cierre de los reservados o el modo en que aparece enrollado el rollo de papel. Lo justifican muy bien, pues explican que si el grado de satisfacción media partido por el índice de impacto ISO-KK-PLOF 121 da un coeficiente inferior a la raíz cuadrada de 5, encargarán a una consultora de Palencia el estudio de la compra de nuevos accesorios para los servicios de todo el campus y abrirán un concurso entre proveedores que tengan sus folletos publicitarios en leonés. En fin, y por no cansar con los muchos ejemplos que podrían traerse a colación, en otras ocasiones es tu propio Decano, ¡el tuyo!, el que te pide unas breves consideraciones, por escrito, en formato Word y letra tamaño 12, sobre si los excusados deben estar abiertos a todo el mundo o si deben los profesores tener el suyo propio y cerrado con llave, por si las moscas.
¿Cómo no sentirse estimulado al comprobar que no hay decisión que no se consulte ni medida que no pase por el voto o la opinión de uno? Y esto por no decir de los asuntos que propiamente afectan al cocido de los que en la universidad trabajan. Controles democráticos y más controles democráticos, democracia deliberativa a dar por un tubo, ética discursiva a mansalva. Para cualquier menudencia un Área de Conocimiento propone, el Consejo de Departamento acuerda, la Junta de Facultad Informa, dos o tres comités –en los que están las mismas personas, en los tres, pero ése es otro cantar, que nos habla de cómo algunos compañeros lo dan todo por nosotros y andan en un sinvivir para servirnos- evalúan, el Consejo de Gobierno aprueba, el Consejo Social conoce y… el Rector hace lo que le sale de los cataplines.
Sí, sí, ya sé, algún descreído dirá que para ese viaje no hacían falta alforjas tan hondas y que total para qué tanto debate y tanta reflexión, si vamos a acabar haciendo lo que se le ponga al Magnífico. Ojo, aquí hay que puntualizar, porque éstos que así opinan suelen ser unos fachas resentidos y tienen un padre más falangista que el del Ministro de Justicia o, lo que es peor, los dos abuelos franquistas -no como Z(P) que de ésos sólo tenía uno y, además, se le olvidó-.
Pues puntualicemos. Primero: ¿acaso no cuenta cómo lo hemos pasado mientras tanto? Que a la postre el Magnífico, en uso de su magnificencia para consigo mismo, no nos haga caso y se pase los órganos colegiados por el suyo unipersonal, es cosa algo desalentadora, no digo que no; pero ¿y lo que hemos aprendido con nuestros debates? ¿Y lo bien que lo hemos pasado mientras dábamos vueltas a las cuestiones y aprovechaba cada uno para colocar su milonga particular? ¿Y todo ese tiempo en que hemos conseguido librarnos de laboratorios, bibliotecas y aulas? ¿Eso no lo valoramos o qué?
Repárese, a modo de paréntesis, en lo que disfrutan muchos colegas en juntas y consejos. El segundo punto del orden del día es "Renovación de la comisión de bibliotecas". Levanta la mano ese catedrático que hay en todo departamento que se precie -en algunos hay hasta tres- y dice aquello de "Yo propongo que los carteles del bar se pongan en latín, pues ya decía San Isidoro de Sevilla que "ubi barra...". Lleva quince reuniones sucesivas con el mismo cuento. "Espérese, Dr. Montánchez - salta el Decano- que aún no hemos llegado a Ruegos y Preguntas". "¿Ah no?". Y a los cinco minutos ya se ha dormido el benemérito catedrático, con un ligero croar. Aprovecha el Decano para decir con voz muy tenue aquello de "Ruegos y preguntas" y todos salen de puntillas, quedándose allí la lumbrera con galones a la espara de uná próxima reunión ante la que plantear su revolucionaria iniciativa.
Segundo. Hombre, seamos francos –con perdón-, que estamos entre amigos y en confianza. Todo eso tan democrático y deliberativo queda monísimo sobre el papel y en los reglamentos, pero casi nunca se discute un pimiento de nada, al menos de nada importante; y, cuando se discute y se vota, siempre ganan los del rector, que para eso en la universidad hay más pelotas que en los campos de Valdebebas cuando entrena el Madrid. En realidad, un rector que no esté gagá del todo no pierde ni de broma una votación en Consejo de Gobierno y hasta suele ganarlas mucho antes de llegar ahí. Lo que se le pone lo pinta de decisión democráticamente adoptada por esos cuquines tan churris que nos suelen representar en el supremo órgano colegiado. ¿O se cree usted que la gente no tiene corazón? Primero se logra que el pueblo vote para eso a los que debe y luego se consigue que los elegidos hagan lo que tienen que hacer, que es respaldar como un solo hombre/una sola hombra lo que le convenga al que les da las gominolas.
Un rector está ya hecho, bien curtido y pletórico cuando se maneja bien con los esbirros y hasta en público sabe pegarles unos buenos capones a los pocos que se le ponen díscolos y renuentes. Aparece algún despistado que pretende montárselo de crítico y heterodoxo y resuena esa voz rectoral, generalmente aguardentosa y como de haberse tragado una culebra en celo, que dice aquello de “Indalecio, te estás olvidando de que la semana que viene tenemos que decidir lo de las becas de investigación y tu sobrina ha pedido una de Historia de la Equitación”. O cuando el opositor es más duro de roer y a su segunda intervención crítica el rector le dice aquello de “Doctor Gritón, le retiro el uso de la palabra”. “No me llamo Gritón, sino Chillón”, dice, bajito, el aludido. “Me da igual, ya le he dicho que le retiro el uso de la palabra y no me ha hecho caso. Así que se acabó. Que hable el siguiente. Pepita, ¿qué ibas a decir tú,vida?”. Y habla Pepita: “Señor Rector, ya sabe que en mi Departamento lo apoyamos en este punto y en todos, por lo mucho que usted vale y porque no se puede consentir que la gente venga aquí a chillar”. “Gracias Pepita, eres un sol. Recuérdeme que os dé mañana un asociado de seis horas”. Y Pepita se pone colorada y nota como un hormigueo que le sube de abajo y vete a saber dónde le puede llegar si esto se alarga.
En mis escasos meses, hace un tiempo, en Consejo de Gobierno de mi Universidad, había una Pepita que me miraba fatal. Bueno, había dos, pero la otra era parienta oficial de uno del gobierno y tampoco vas a pedir que te quiera más a ti que a su Bartolo. Pero la Pepita propiamente dicha se ponía echa una furia con uno cuando uno osaba decir cualquier cosa que no fuera “Ozú, que no viene usted guapo y rumboso hoy, señor Rector, mi alma, corazón, rey de reyes, cuerpo”. Yo me fui con la música a otra parte y a tocar las narices en red, pero la Pepita siguió allí dándolo todo, quién sabe con qué secretas ensoñaciones. Carajo, hasta que cayó en desgracia por un quítame allá esas pajas. Luego andaba implorando apoyos y rogando que se firmaran manifiestos contra el Magnífico por tirano y por truhán. Cuando por truhán y por señor (de vidas y haciendas) lo quería ella antes y se ponía tan loca. En fin, cosas veredes.
Lo más pistonudo es que en órganos así, como los consejos de gobierno, un rector, cualquier rector, puede hacer lo que quiera, decir lo que le dé la gana, mentir como un bellaco, insultar a discreción y, sobre todo, saltarse a la torera todas las normas y vulnerar todos los derechos de los miembros del órgano. Aunque, bien pensado, miembros es mucho decir y órgano también. Porque, con las excepciones de rigor y que nunca pasarán de un diez o veinte por ciento, la mayor parte de nuestros supuestos representantes en el supremo órgano colegiado de gobierno de la universidad suelen ser más mansos que bueyes viejos o más putos que la Daniela ésa que en el periódico ofrece francés y griego por cuatro perras o cien puntos de Alimerka. Tragan y tragan por un puñadito de pienso o por cuatro baratijas doradas. Pero de eso, que es lo más serio, hablaré mañana. Que hoy ya me estoy calentando y no conviene, pues se pierde puntería.
Segundo. Hombre, seamos francos –con perdón-, que estamos entre amigos y en confianza. Todo eso tan democrático y deliberativo queda monísimo sobre el papel y en los reglamentos, pero casi nunca se discute un pimiento de nada, al menos de nada importante; y, cuando se discute y se vota, siempre ganan los del rector, que para eso en la universidad hay más pelotas que en los campos de Valdebebas cuando entrena el Madrid. En realidad, un rector que no esté gagá del todo no pierde ni de broma una votación en Consejo de Gobierno y hasta suele ganarlas mucho antes de llegar ahí. Lo que se le pone lo pinta de decisión democráticamente adoptada por esos cuquines tan churris que nos suelen representar en el supremo órgano colegiado. ¿O se cree usted que la gente no tiene corazón? Primero se logra que el pueblo vote para eso a los que debe y luego se consigue que los elegidos hagan lo que tienen que hacer, que es respaldar como un solo hombre/una sola hombra lo que le convenga al que les da las gominolas.
Un rector está ya hecho, bien curtido y pletórico cuando se maneja bien con los esbirros y hasta en público sabe pegarles unos buenos capones a los pocos que se le ponen díscolos y renuentes. Aparece algún despistado que pretende montárselo de crítico y heterodoxo y resuena esa voz rectoral, generalmente aguardentosa y como de haberse tragado una culebra en celo, que dice aquello de “Indalecio, te estás olvidando de que la semana que viene tenemos que decidir lo de las becas de investigación y tu sobrina ha pedido una de Historia de la Equitación”. O cuando el opositor es más duro de roer y a su segunda intervención crítica el rector le dice aquello de “Doctor Gritón, le retiro el uso de la palabra”. “No me llamo Gritón, sino Chillón”, dice, bajito, el aludido. “Me da igual, ya le he dicho que le retiro el uso de la palabra y no me ha hecho caso. Así que se acabó. Que hable el siguiente. Pepita, ¿qué ibas a decir tú,vida?”. Y habla Pepita: “Señor Rector, ya sabe que en mi Departamento lo apoyamos en este punto y en todos, por lo mucho que usted vale y porque no se puede consentir que la gente venga aquí a chillar”. “Gracias Pepita, eres un sol. Recuérdeme que os dé mañana un asociado de seis horas”. Y Pepita se pone colorada y nota como un hormigueo que le sube de abajo y vete a saber dónde le puede llegar si esto se alarga.
En mis escasos meses, hace un tiempo, en Consejo de Gobierno de mi Universidad, había una Pepita que me miraba fatal. Bueno, había dos, pero la otra era parienta oficial de uno del gobierno y tampoco vas a pedir que te quiera más a ti que a su Bartolo. Pero la Pepita propiamente dicha se ponía echa una furia con uno cuando uno osaba decir cualquier cosa que no fuera “Ozú, que no viene usted guapo y rumboso hoy, señor Rector, mi alma, corazón, rey de reyes, cuerpo”. Yo me fui con la música a otra parte y a tocar las narices en red, pero la Pepita siguió allí dándolo todo, quién sabe con qué secretas ensoñaciones. Carajo, hasta que cayó en desgracia por un quítame allá esas pajas. Luego andaba implorando apoyos y rogando que se firmaran manifiestos contra el Magnífico por tirano y por truhán. Cuando por truhán y por señor (de vidas y haciendas) lo quería ella antes y se ponía tan loca. En fin, cosas veredes.
Lo más pistonudo es que en órganos así, como los consejos de gobierno, un rector, cualquier rector, puede hacer lo que quiera, decir lo que le dé la gana, mentir como un bellaco, insultar a discreción y, sobre todo, saltarse a la torera todas las normas y vulnerar todos los derechos de los miembros del órgano. Aunque, bien pensado, miembros es mucho decir y órgano también. Porque, con las excepciones de rigor y que nunca pasarán de un diez o veinte por ciento, la mayor parte de nuestros supuestos representantes en el supremo órgano colegiado de gobierno de la universidad suelen ser más mansos que bueyes viejos o más putos que la Daniela ésa que en el periódico ofrece francés y griego por cuatro perras o cien puntos de Alimerka. Tragan y tragan por un puñadito de pienso o por cuatro baratijas doradas. Pero de eso, que es lo más serio, hablaré mañana. Que hoy ya me estoy calentando y no conviene, pues se pierde puntería.
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