30 abril, 2010

Bobos de baba

Son un grupo muy curioso, amiguetes con un toque bien excéntrico. Quedan cada jueves para echar una parrafada y tomar algo y suelen encontrarse a eso de las ocho de la tarde. Hasta ahí todo normalísimo. Lo que resulta extraño en grado sumo es que jamás se dirigen la palabra de frente los unos a los otros. No, nada de eso. Y no es porque alguno sea mudo o ciego o porque anden enemistados o porque los pueda la timidez. En modo alguno, oyen y ven a la perfección y son locuaces a más no poder. Mas, en cuanto están todos presentes y ante la barra del bar en que se citan, cada uno saca del bolsillo su teléfono móvil, llama a uno de los otros y pone el altavoz del aparatejo. Y, como todos hacen igual y al mismo tiempo, las conversaciones se van cruzando y entretejiendo, pero siempre a través de los teléfonos y de forma muy similar a como pasaría si estuvieran separados por miles de kilómetros y charlando mediante party-line o a través de video-conferencia.
Hay quien piensa que lo hacen así porque son accionistas de las empresas de telefonía móvil y aprovechan cualquier ocasión para darles ganancia. O porque se trata de unos ricachones que ya no saben cómo gastarse unos cuartos. Otros dicen que es una enfermedad mental nueva y sorprendente. Los más opinan, seguramente con razón, que son una pandilla de cretinos que no saben qué hacer para dar el cante y llamar la atención. No se salen con la suya, pues el resto de la concurrencia los mira con la desgana y el desprecio con que los contemplaría si estuvieran soltando ventosidades o regüeldos en medio de una acera.
Ahora, amigo lector, le propongo un juego bien interesante: trate de encontrar alguna diferencia con lo que acaba de ocurrir en el Senado del Estado español, donde se acaba de aprobar que haya traducción simultánea del castellano al gallego, euskera y catalán y de éstas lenguas entre ellas y al castellano, pese a que no consta que exista ni un sólo senador que no entienda o no pueda hablar fluidamente castellano.
Si no encontramos esas notables diferencias que andamos buscando, la conclusión se impondrá por sí sola: el Senado es una reunión de bobalicones, zascandiles y soplagaitas, exactamente igual que los amigos de la historieta anterior. Tal cual. Será porque el país en su conjunto no va a la zaga. Si no, no lo permitiríamos. Con una patadas en el culo se arreglaría, pero... Pero descuide usted, que seguiremos votando a los mismos para que sigan haciendo lo mismo: el memo; en nuestra representación, claro.

29 abril, 2010

Estamos luchando contra... Franco

(Publicado hoy en El Mundo de León)
El paro crece y crece, pero ahora queremos combatir a Franco y su tropa. La economía se hunde y vamos por el camino de Grecia, poco más o menos, pero andamos ocupados en luchar contra Franco. Las mujeres siguen cobrando menos que los hombres por igual trabajo, pero lo que urge es ganarle esta batalla a Franco. La distancia entre ricos y pobres aumenta sin parar en España, pero antes que nada hemos de cantarles las cuarenta a Franco y sus secuaces. Los sindicatos no dicen esta boca es mía en medio de tanto desempleo y tanto hundimiento económico, empresarial y laboral, pero se lanzan al combate cuerpo a cuerpo contra Franco. Los mismos partidos que hicieron la Transición acaban de recordar que les urge en este instante oponerse rotundamente a Franco. Los fiscales y jueces que ejercieron su oficio en tiempos de Franco y aplicaron sus leyes, ahora se tornan antifranquistas virulentos. La organización territorial del Estado está hecha unos zorros, pero ahora hay que ocuparse del enfrentamiento con Franco y el franquismo. La corrupción impregna todas las administraciones públicas, pero es el momento de declararle la guerra a Franco. En la política internacional España ni pincha ni corta, pero un día de estos le vamos a dar su merecido a Franco. La educación en este país es un desastre, del parvulario a la universidad, pero lo primero es dejar fuera de combate al peligroso franquismo. Nuestros políticos de más fuste son unos patanes que dan pena y ni siquiera hablan un poquillo de inglés para disimular, pero ahora la energía hay que concentrarla toda en la pelea antifranquista. Nos estamos cargando el prestigio de las instituciones, la separación de poderes y la moral de los ciudadanos, pero lo primero es lo primero: vamos a derrotar a Franco y a los franquistas, aprovechando que hay democracia y que ya están todos (o casi) muertos desde hace tiempo. Con un par.
Franco fue un dictador abominable, por supuesto que sí. Pero murió en el setenta y cinco ¿Tendrá la culpa de que hoy todo esté manga por hombro? ¿Vamos ahora a votar contra Franco? ¿Y a favor de quién? ¿No estaremos errando el tiro?
Esto no es un país, es una tomadura de pelo. A ver qué se les ocurre mañana.

28 abril, 2010

Ranking de las universidades: ¿y a mí qué me importa?

Recibo un nuevo estudio comparativo de las universidades españolas, el “Ranking de 2009 en investigación de las universidades públicas españolas”, elaborado por un equipo de la Universidad de Granada que ya hizo el del 2008. Estupendo, muy entretenido para echar un vistazo. Busco mi Universidad en la clasificación general, en la de la montaña y en la de las metas volantes. Nada, por ahí abajo, como se esperaba. Del montón, ni fu ni fa. Sin novedad en el frente. Tampoco en los primeros puestos encuentro mucha sorpresa: van primeros los equipos con más dinero. Como en el fútbol. Previsible todo.
Luego me quedo pensando en qué me afecta todo este juego a mí, catedrático de Derecho cincuentón en una cómoda y agradable universidad provinciana. La conclusión se me impone aunque no quiera: hoy por hoy, en nada. Y en cien años, todos calvos. Otra cosa sería si mi sueldo dependiese del lugar de mi universidad en esa jerarquía, o si labrándome un prestigio mayor pudiese aspirar a que me fichase, con remuneración mejor o mayores ventajas, una de las más punteras. No es el caso, pues las de allá son para los de allá y las de aquí para los de aquí. También serviría de acicate el miedo, ése que guarda viña, si, pongamos, las universidades que están a la cola corriesen peligro de cierre y pudiera uno quedarse en la calle. Quién sabe a medio plazo, pero, hoy por hoy, no hay políticos con bemoles para tal cosa. Además, los que somos funcionarios nos sentimos seguros. Qué menos que una prejubilación lujosa, en el peor de los casos. No vamos a ser menos que los de la banca o la minería.
Veamos más despacio el fundamento de tan loables sentimientos de un académico vocacional como este que les escribe. Si queremos poner la cuestión en otros términos, titulémosla así: Qué motivos tengo yo para esmerarme a fin de que mi universidad suba a primera división y deje de estar en segunda B.
En realidad, los rankings o clasificaciones que en el mencionado estudio se establecen son varios. De la combinación de ellos sale el resultado u orden final. Así que vayamos por partes. Se comienza por una clasificación en razón de la proporción de artículos que el profesorado de cada universidad publica en revistas indexadas en el Institute for Scientific Information (ISI). Conozco la seriedad con que este tipo de indexaciones se toma en las ciencias duras, como la Física, y en las que se hacen las duras, como la Economía. Pero, en lo que me toca, me doy de bruces con algunos problemas. En Derecho y en otras disciplinas cercanas, lo de la indexación seria está por hacer. Y no creo que se haga. Cierto que va habiendo muchas revistas que ya guardan las apariencias y, por ejemplo, solicitan para sus artículos el dictamen de evaluadores anónimos. Pero, como yo mismo he evaluado bastante, sé cómo funciona y me parto de risa. Para empezar, por mucho que a uno le manden el artículo a calificar sin el nombre de su autor, a la segunda página ya sabe sin duda quién lo escribió. El anonimato es un decir. Imagino que así será en muchas ciencias, pero supongo también que otros no reconocen tan fácil lo que yo confieso sin rubor. Para seguir, sé perfectamente como colocar un artículo mío en una revista indexada, si me da la gana. No en vano conoce uno al director, a quien elige los referees, etc. Otra práctica común que no suelen decir a las claras los amigos del disimulo. Más: algunas de las revistas que más me gustan y me importan no están todavía en el juego de la indexación y sus apaños. Y, sobre todo: por tener más artículos en revistas indexadísimas de la muerte no va a subir mi sueldo ni me va a contratar, en plan figura, una universidad de las primeras del ranking. Así que paso. Si a mi universidad le interesa que yo publique en revistas fetén, que me avise un vicerrector y hablamos: a ver qué me ofrece.
La segunda clasificación de las universidades es por tramos de investigación de su profesorado. Se toma en cuenta el número de tramos de investigación obtenidos por los profesores funcionarios y se divide por el número total de tramos de investigación posibles de esos funcionarios. Estupendo, un servidor tiene todos los tramos de investigación posibles en razón del número de años que llevo en la profesión. Por ese lado beneficio a mi universidad sin proponérmelo. Obtuve los tramos trabajando por mi gusto e investigando porque me apetecía; o para labrarme un pequeño prestigio entre los colegas que me importan, que tampoco son demasiados.
Lo que no me estimula para pelear por nuevos tramos es el progreso de mi universidad. ¿Por qué? Porque ella me trata igual que si yo no diera golpe. Un anterior rector, que no era precisamente un científico ni un intelectual ni un modelo de académico, llegó a decir en una reunión de Junta de Gobierno de las de antes que la investigación era un asunto privado de cada profesor y que la institución como tal no estaba concernida. Con un par. Como he dicho, se trataba del rector, no del turuta o del cabo furriel. Por el hecho de que yo tenga cuatro tramos de investigación no se me descuenta docencia, no se me asignan más medios materiales o personales, no se me prima con más becas para investigadores, ni siquiera se me nombra entre los currantes. Más bien al contrario. Algunos hemos solicitado alguna vez que se haga público el número de tramos de cada cual. Respuesta: de ninguna manera, eso da lugar a agravios comparativos y a discriminaciones inaceptables. Pues al carajo: los tramos son míos, no de mi universidad, a la que nada le importan. ¿Que ahora le interesan por lo del ranking? Que venga al vicerrector y hablamos, a ver qué me ofrece para que al fin me sienta mejor tratado que los que no dan palo al agua y se pasan el tiempo en reuniones estériles, en cargos inútiles o conspirando en las cafeterías del campus.
Tercer criterio clasificatorio, por la proporción de proyectos I+D conseguidos por el profesorado de las universidades. Otro mundo que me precio de conocer un poquito. Relativo a más no poder. Otra vez el proceloso mundo de las evaluaciones “objetivas”. Algo he contado en un número anterior de FANECA. Pero yo tengo y he tenido proyectos I+D casi siempre y me precio además de trabajar con un excelente equipo. Esos proyectos sirven para financiar algunas cosas interesantes. En mi caso, libros para la biblioteca de mi disciplina en mi universidad. Es decir, que casi todo el dinero para que en León exista una buenísima y completísima biblioteca de Filosofía y Teoría del Derecho lo consigo yo, con la ayuda del magnífico equipo que me acompaña.
Así que es de suponer que la universidad me estará agradecida por eso y que se desvivirá en detalles y requiebros. Pues no. Tampoco me da ni las gracias por la “mordida” que se queda. Ni eso. Mismamente, los papeleos y contabilidades me caen a mí o al investigador de turno. El PAS no tiene entre sus funciones la gestión de los concretos proyectos, más allá de lo que para el conjunto hace la correspondiente unidad del vicerrectorado del ramo. Yo -o quien del equipo investigador me ayude- redacto las solicitudes, acopio la documentación, escribo las memorias, llevo las cuentas, aporto las justificaciones, gestiono las compras de libros o materiales, etc., etc., etc. Ahorro dinero a mi universidad y logro medios para mi universidad. Mi universidad no me compensa con nada: ni con personal de apoyo, ni con reducción de otras cargas, ni con menciones meramente honoríficas siquiera. Se supone que mis proyectos de investigación también son asunto privado mío. La diferencia entre cualquier colega que no solicite ni se curre proyectos y un servidor es que él vive mucho mejor que yo, más desahogado, con más tiempo para pelotear al rector, lograr cargos, conspirar y darse importancia. Yo, mientras, paso parte de mi tiempo comprando libros con cargo al proyecto y otra parte intentando -vanamente- leerlos y escribir alguna cosa.
Conclusión: el día que me canse del todo de tanta burocracia y tanto cuento, se acabaron los proyectos. Si la universidad desea de mí otra cosa, que venga el vicerrector y hablamos. A ver qué ofrece.
Las dos escalas siguientes son por tesis doctorales y por becas FPU. Simpatiquísimo también. He dirigido a lo largo de mi carrera académica más de una decena de tesis doctorales y he tutelado a algunos becarios. A día de hoy no me apetece nada ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué? Pues porque a cualquier becario de investigación y doctorando lo primero que hay que ponerle en claro es que en mi universidad -y en casi ninguna- ya no hay sitio para más gente, que toca adelgazar las plantillas, que da igual que la tesis acabe siendo prodigiosa y digna de un premio Nobel: a la pura calle. Al menos en Derecho y disciplinas afines, embarcar a un buen licenciado en la investigación doctoral es poco menos que una estafa. Insisto, por mucha que acabara siendo la calidad del trabajo, la universidad no va a hacer excepción en sus ciegos cálculos. ¿Que nos perdemos un genio, el señor o la señora que habría de cambiar los destinos de la teoría jurídica? A rectores, vicerrectores y consejeros competentes les traerá al fresco tan académica consideración.
Total: si a la universidad no le importan un pimiento mis becarios y doctorandos y a todos los va a tratar por igual -igual de mal-, sean excelentes o sean bestezuelas, y si a mí me va a producir urticaria verlos quedarse en el paro al cabo de los cuatro o cinco años de trabajo denodado, la solución la tengo sencilla: no quiero becarios ni doctorandos. Qué pena, saldrá perjudicada mi universidad en el ranking correspondiente. Pues que se fastidie. Eso sí, si el vicerrector desea otro resultado, que me llame y hablamos. A ver qué me ofrece a cambio de que vuelva a dirigir tesis doctorales.
Y así podríamos seguir con algún criterio más, pero para qué. La paradoja queda clara y es conocida: las mismas universidades que supuestamente pelean para ascender en las clasificaciones por investigación, disuaden a sus investigadores más expertos de emplearse a fondo en su trabajo. Si vas a cobrar igual, si no van a mejorar tus condiciones de ningún tipo, si tus expectativas profesionales ya han tocado techo, pues en ningún otro lado se te va a ofrecer oportunidad nueva por ser competente en lo tuyo, la única motivación para escribir un artículo más, para dirigir otra tesis o para conseguir otro proyecto es una motivación estrictamente personal: es asunto tuyo contigo y porque te da gusto a ti. Placer solitario. La universidad de uno no pinta nada ahí. Fea madrastra. Porque es esa misma universidad la que paga igual al que no da golpe, la que privilegia al zángano con poderes y cargos, la que procura que los méritos de los más laboriosos no trasciendan en exceso, no vayan a sentirse molestos los incapaces. Porque fue esa universidad la que hace unos años dijo café para todos y vivan las promociones hasta de los que rebuznen, la que infló las plantillas a lo loco y para ganar unos votos para el rector de turno, la que rebajó las exigencias docentes e investigadoras para que todo el mundo pareciera bueno, la que equiparó a científicos serios y disciplinas rigurosas con arribistas y frivolidades, la que valoró y valora igual una tesis de Física Teórica que de Turismo o Gastronomía.
Pues, ahora que hay rankings, a reclamar al maestro armero. O que llame el rector y hablamos. A ver qué se le ofrece.

27 abril, 2010

Ojos que no quieren ver

Me levanto a las siete y, mientras me ducho, oigo las noticias en la radio: más de 4,6 millones de parados, por encima ya del veinte por ciento de la población activa. Parece ser que el dato, real, lo publicó antes de tiempo y por error el Instituto Nacional de Estadística. Parados a espuertas. Pero ¿dónde están? En los sindicatos no, desde luego. Los que hablan por los sindicatos no están en paro, sino bien ocupados y verticales. ¡Firmes! Las cosas como son y decir esto no es hacer el juego a la derecha, sino a la pura y dura verdad. En los periódicos, sean los del régimen o los otros (?), tampoco se les ve, y de ahí que los periódicos, y en particular los del régimen, anden más ocupados en despistarnos con las maniobras de despiste: que si vamos a ajustarles las cuentas a los franquistas muertos, que si fíjate qué escándalo que quedan trescientos falangistas y huy qué miedo y qué horror... Los millones de parados están en las estadísticas y en su casa. Hoy por hoy, no escriben en los periódicos, no aparecen en manifestaciones, no comparecen en los congresos y reuniones de los partidos, no roban en ninguna administración pública; desde luego, no rompen nada ni están por la revolución ni siquiera un poquito. ¿Dónde demonios están los desempleados? A lo mejor un día de estos descubrimos que al quedarse sin trabajo son abducidos por una nave marciana o que se trata nada más que de ánimas inmateriales y puras que aparecen sólo el día de las elecciones generales para dar su apoyo entusiasta al cazurro de la Moncloa, paladín de las causas justas, progresista de manual de autoayuda, zahorí de memorias purulentas, pobre indocumentado con mala fe que nos merecemos las legiones de listillos y soplagaitas que nos habíamos creído algo por llevar boina de marca.
Ayer se celebraba San Isidoro, patrono de mi universidad. Convencido por mi santa, me fui a los actos oficiales, revestido y todo. Volví a casa (más) deprimido. No por nada ni por nadie, porque sí, porque lo que es deprimente es deprimente. Esas enfermedades terminales y sucias son muy tristes. Es mejor aplicar la inyección letal. Se llora más intenso, pero menos tiempo; a la larga compensa.
La universidad en la que trabajo debe más de veinticinco millones de euros. Ayer hubo vino y pinchos porque lo regaló todo una empresa. Parece que la tan cacareada colaboración entre universidad y empresa es eso: señorito, regáleme algo, aunque no sea más que para un vino, mire que no quiero darme a robar. El país, al borde del acantilado griego, la economía yéndose por el sumidero (que no se creará empleo hasta el 2016 nos contaban las previsiones de alguna institución sabia hace dos días, que vamos para los cinco millones de parados nos dicen hoy, que la deuda española se encarece y se encarece, nos explican hoy también, que los griegos eran hasta ayer tan felices como nosotros aún somos...), la universidad de León con una deuda que la estrangula y la incapacita..., y el personal tan tranquilo, mis colegas tan dichosos como ausentes, los niños bien, el tiempo soleado. Cojonudo todo.
El anterior rector no comparece, faltaría más. Algunos de los que fueron de su equipo sonríen con cara de a mí que me registren. Los pinchos se agotan en un periquete. Las conversaciones, intrascendentes. Unos pocos profesores que esperan plazas y promociones andan inquietos y vaya por Dios. Pero la voz no la levanta nadie. Responsabilidades no se exigen. Creo que en toda la universidad hemos sido tres o cuatro, no más, los que a cara descubierta y públicamente hemos dicho que alguien debe responder, ya sea con su honor o jurídicamente, si hay caso, por el desaguisado de los dineros y la catástrofe académica. Se nos llamó al orden porque, al parecer, “los trapos sucios se lavan en casa”, en la casa sucia y sin ventilar.
Todo tiene un toque lampedusiano. O de Casablanca. El mundo se hunde y nosotros y tal. El rector glosa en su discurso el empeño con que la Universidad de León se pasa a Bolonia y hace la cuenta de los nuevos grados: fiebre alta. Durante casi dos horas se reparten medallas y condecoraciones: a los que se jubilaron, a los viudos y viudas de los que fallecieron, a los que llevan veinticinco años de antigüedad, a los nuevos doctores, a los mejores expedientes del pasado curso, al palo de la bandera, al turuta, al coño de la Bernarda, al conejo de la Loles, a las sardinas de Santurce, a Epi y Blas... Cuando los euros se acaban y las ideas se agostan, se disparan los protocolos. Nos hacemos homenajes póstumos antes de tirar de la cadena. Moriremos con las medallas puestas y el ego incontaminado. Te arrimas aquí y allá, vas de corrillo en corrillo y encuentras las autoestimas incólumes. Impasible el ademán, vengo de dar una conferencia acá, me han nombrado académico de allá, no sé si sabes que ahora soy director del área de instrumentos de viento del vicerrectorado de coros y orquestas. De puta madre. Toc, toc, se oyen unos golpes en los grandes portones. Que es la Peste, que si puede pasar. Ah, bien, dígale, Bautista, que espere un ratito, que enseguida estamos con ella. Antes, vamos a echar otro polvo en este cementerio.
No deseo que ocurra, pero reconozco que me da morbo; sería trágicamente divertido. Si llega aquí el leñazo griego y nos hacen el griego integral. Patéticos aullidos. ¿A mí? Pero si yo soy académico de las Española de Patata de Siembra, pero si soy claustral, pero si me acaban de encargar un artículo para la Ornitological Law Review. Si, guapetón, pero ahora en pompa, que te vamos a operar los higadillos con un método muy nuevo.
Condesonas violentadas por milicianos sin estilo. Así seremos, y que me perdonen los milicianos. Nos consideramos de lo más invulnerables y seguimos quejándonos de cómo está el servicio. Fíjate que bajan los dineros para investigación y ya no puedo irme esa semanita a las Bahamas con cargo al proyecto. Qué me vas a contar, a mí se negaban a financiarme el portátil para mi hijo que se va a Irlanda este verano a aprender inglés. Intolerable, qué poco apoyo a la ciencia.
Como nos caiga la griega nos van a cerrar universidades parroquiales, van a suprimir titulaciones ad pompam vel ostentationem y a los que queden los van a poner a explicar quince o veinte horas semanales. Nos lo tendremos merecido. Todos. Mira esta crisis ahora mismo y fíjate qué calma en los rostros, qué prestancia en los gestos. Tan anchos, tan panchos. Podríamos poner ahora mismo los medios para salir a flote, pero no. Mismamente, nos costaría cinco minutos en cada Facultad ponernos de acuerdo en quiénes son en cada una los diez más mangantes que cobran del erario público y no dan palo al agua. Puerta. Y si protestan, una patada en el culo para que se llevan un recuerdo en lo que más usan. Pero no, todo el mundo es bueno, nadie es más que nadie, todos hemos tenido derecho a promocionar, los currículos de todos están rellenitos, aunque sea de paridas. Pues nada, al hoyo todos y en unión, defendiendo la bandera de la santa tradición. Al griego. Estas son más que universidades, son auténticos clubes. De alterne. Ajo y agua.
Aun podríamos seleccionar a los profesores, caiga quien caiga. Y a los estudiantes. Pero no. Hace un par de semanas aterricé en un aula de mi Facultad. Ya llevan aquellos muchachos casi un año de estudiar Derecho. Me puse a contarles lo mío y me inquietaron sus caras. Así que me paré y comencé a preguntarles cosas. Yo pregunté quién hace en España esas normas que se llaman leyes y me respondió un rumboso que el Tribunal Constitucional. Interrogué sobre si un ayuntamiento, por ejemplo el de León, puede dictar algún tipo de normas jurídicas y replicaron que por supuesto que sí, que leyes orgánicas. Cegado, les pedí exlicación de por qué una constitución como la nuestra del 78 es Derecho y me explicaron que porque fue creada por una ley constituyente. No entendían por qué me había puesto yo a escalar la pared. Mi siguiente pregunta fue quién había metido los goles en el último partido del Barcelona. Contestaron a coro y con entusiasmo: acertaron de pleno. Luego, hice mis averiguaciones privadamente y me explicaron que en la mayor parte de los exámenes habidos hasta el momento han copiado y que cuando les encargan trabajillos funciona la web y su propia red del curso. No tienen conciencia de hacer las cosas indebidamente ni remordimiento alguno.
Yo a los estudiantes los veo bastante satisfechos y a mis compañeros, pletóricos, en general. No hay grandes temores ni mala conciencia. Somos invulnerables y Dios proveerá. ¿Casi cinco millones de parados? Paparruchas. Zapatero es muy majo. La semana pasada recibí una encuesta sobre igualdad que nos envía a los profesores la Oficina de Igualdad de la Universidad. Afortunadamente, cada día somos más iguales, eso va bien: una pandilla de tarados idénticos. Felices. Santos inocentes. Milana bonita.

26 abril, 2010

¿Se puede controlar la corrupción?

Me permito traer a primera plana el comentario que Jacobo Dopico a la entrada de hace unos días. Comentario del que se desprende bien a las claras que no lucha contra la corrupción el partido que no quiere. Porque maneras hay. Vean:
... y lo de excluir del régimen de responsabilidad penal a los partidos políticos es sólo una parte.
¿Sabes que también han excluido del régimen de Responsabilidad Penal de las Personas Jurídicas a las EMPRESAS PÚBLICAS? Esa es una vía maravillosa, muy explotada en alguna que otra isla española.
La cosa es así: si se asigna una función pública a una empresa pública... ¡tachán! Untar a los que gestionan la cosa pública ya no es cohecho (porque no son funcionarios); las corruptelas que realizan no son prevaricación (porque no son funcionarios)...
En el planeta están EXPLORADÍSIMAS las vías de control de la corrupción, y las conocemos de toda la vida.
- Grado MÁXIMO de control: intervención previa.
- Medidas de cautela: rotación del personal en los puestos de contratación, justificación de los pagos, control por FUNCIONARIOS EXTERNOS de los procesos de adjudicación (four eyes).
- Implicación de DOS administraciones en los procesos de recalificación del suelo (no como ahora, que la Comunidad Autónoma está de voluntaria invitada de piedra.
- Fomento de la delación anónima (Whistleblowers).
- Sistemas de copia informática externa de TODO. Hay empresas privadas que viven de asegurar a otras empresas que de su casa no se va a escapar una miserable prueba si quieren pillar a alguien que esté haciendo pufos. Si quieren, claro. En los sitios donde el Estado NO QUIERE pufos (p. ej.: en la Seguridad Social), los ordenadores son una trampa. Como el funcionario entre en un expediente que no sea el suyo habitual, queda huella. Y a los dos días ya tiene al Jefe de Negociado encima de la chepa preguntándole qué narices hacía accediendo a información reservada (que tiene, además, valor de mercado).
Lo que es evidente es que, de toda la vida, la Administración Central ha sido menos corrupta que la Autonómica o, sobre todo, la local.
Los controles en intervenciones en la Central son MÁS SERIOS.Los sistemas EXISTEN. Los gestores LOS CONOCEN. Lo que pasa es que los gestores ya SÓLO ASPIRAN A DAR IMAGEN DE "LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN", no a eliminar las corruptelas. ¿Y lo hacen así porque se benefician de la corrupción? A veces será por eso. Pero incluso el mejor intencionado tropieza con una piedra ineludible: luchar contra la corrupción exigiría luchar contra agentes con mucho predicamento en el partido. De hecho, exigiría en gran medida desmontar tu Partido Político.
¿Quién quiere pasar a la historia del Partido propio como el tío que se lo cargó, denunciando a sus propios corruptos?

25 abril, 2010

FANECA fresquiita

Ya está en el aire el nº 13 de FANECA. Bien relleno:
- Cómo menguan los recursos destinados a I+D+i.
-Otra vez: el futuro del doctorado en España. Por Miguel Díaz y García Conlledo.
- Doctorados y tesis doctorales. Crónica de una decadencia acelerada. Por Juan Antonio García Amado (este texto ya lo conocen los amigos de Dura lex).
- ¿Qué cara tiene la ANECA?

23 abril, 2010

¿Viajes por Internet? Por Francisco Sosa Wagner

Resulta que, por medio de Internet, se puede hacer el recorrido del Transiberiano sin movernos de casa. A golpe de clic y de ratón se cubren casi diez mil kilómetros, se visitan monumentos, se contempla el paisaje de estepas monótonas tras los cristales y se oye música de balalaikas y además una audición especial de “Guerra y paz” para entrar en un inspirado trance ruso y literario. Al parecer, se atraviesan a lo largo de una semana siete husos horarios, doce regiones y ochenta y siete ciudades. No hay traqueteo ni se huele nada, fuera de los fritos que se estén haciendo en nuestra cocina, ni podemos comprar dulces a las señoras que venden en las estaciones. Yo no he estado nunca en ese tren mítico pero imagino que hay en efecto señoras que ofrecen chucherías y bocadillos pues este menudeo comercial se da en todas las latitudes aunque a mí lo que me gusta comprar en los trenes son las mantecadas de Astorga sobre todo cuando estoy pasando por Écija.

Lo curioso es que todo esto del Transiberiano se presenta como una novedad cuando lo cierto es que el viaje estático se inventó ya hace tiempo y en eso cabalmente consisten los libros de viajes y la literatura toda. Si Camilo José Cela nos lleva a la Alcarria gracias a su pluma ¿qué es esto si no un viaje virtual? Si es Jonathan Swift con su Gulliver, además de viajar a extraños lugares con extraños habitantes, nos estamos enterando de todos los vicios de la humanidad mundial de una manera despiadada por lo entretenida. Y Julio Verne o Salgari o nuestro impar Cunqueiro ¿qué hicieron sino llevarnos a mil confines reales o imaginarios mojando sus plumas en el tintero de su fantasía?

Don Quijote y Sancho viajan, en la novela picaresca se viaja, en las cartas de don Juan Valera se viaja, por cierto por una Europa de enredos y señoras ligonas, Pío Baroja -gran sedentario- nos lleva a sitios que él no conocía pero que -precisamente por eso- los pinta con galanura gracias a los libros de viajes que compraba a base de regateo en la Cuesta de Moyano en los domingos alfonsinos de misa y siesta. Ya se sabe lo que Borges contestó a aquel joven que le pidió una recomendación para ir a Canadá porque quería escribir una novela ambientada en ese país. “Si usted no sabe imaginarla es que no es escritor”, le dijo el argentino, malhumorado pero asistido de toda la razón literaria del mundo. Yo me leí de niño “la vuelta al mundo de dos pilletes” una docena de veces y gracias a eso luego me pude estudiar el “Castán” en la Facultad de Derecho sin sufrir más perturbaciones que las previstas reglamentariamente.

Sin ratón ni inventos modernos, lo que hemos hecho todos los lectores pasados y presentes es viajar. Porque cualquier novela es un viaje, un viaje a las intimidades del protagonista, a los salones que decoran una época, a los campos de las batallas donde se ha gestado siempre el mundo, a los melindres de las enamoradas ...

Con todo, a mí el viajero que me ha gustado más es el que salió de la pluma de Jardiel Poncela en “Eloísa está debajo de un almendro”: un señor -Edgardo- que lleva más de veinte años en la cama sin estar atado a ella por enfermedad alguna y que por las noches coge el tren correo o, cuando tiene prisa, el expreso y se llega hasta san Sebastián. Sin moverse de la cama pregunta por los billetes, por los equipajes, por las personas que han acudido a despedirle, por el retraso que llevan “aunque lo ganaremos mañana en Alsasua”.

Es decir, que no nos venga Internet con ínfulas ni ratimagos de modernidad pues del ratón con el que nos movemos por el ciberespacio sabemos hace ya tiempo que es poco más que el ratoncito Pérez de nuestra infancia.

¿Presunción de indecencia?

(Publicado ayer, jueves, en El Mundo de León)
Estamos atrapados. Por un lado, los que nos queremos sinceramente defensores del Estado de Derecho y de todas y cada una de sus garantías hemos de mantenernos firmes. Pero, por otro, la realidad circundante pesa como una losa: corrupción, corrupción y más corrupción. Todos sabemos de sobra que lo que llega a los juzgados y sale en los periódicos es sólo la punta del iceberg, una porción mínima de la podredumbre del país. Y, aun así, es muchísimo, quita el ánimo, da asco.
Visito a un pariente en su urbanización, en algún lugar de la provincia. Me señala una serie de casas y me dice que la una es del alcalde, la otra de la mujer del alcalde, la siguiente de algún hijo del alcalde… ¿Le tocó la lotería a ese regidor municipal? No consta. Allí hubo recalificaciones y esas cosas. Tengo un amigo fiscal en una ciudad española y aprovecho para preguntarle: “Oye, ¿vosotros no podéis hacer nada?” “Lo tenemos complicado -me responde-, no bastan los cuchicheos, el runrún, la certeza de la gente, hace falta arrancar de alguna denuncia sólida, de indicios firmes”. “¿O sea?” “O sea, que o canta con papeles alguien desde dentro del partido o de la institución correspondiente o no hay nada que hacer”. Los ciudadanos estamos condenados a la impotencia, a comernos la rabia con patatas, a aguantarnos los cabreos. Mira, ahí va otro, a ese cargo público también lo conozco y sé que el sueldo oficial no le da propiamente para ese coche y esa mansión. ¿Entonces? Entonces nada, ajo y agua.
Los partidos se tapan entre sí. No se pisan la manguera. Solidaridad mafiosa. Está en trámite una reforma legal para hacer penalmente responsables a las personas jurídicas, pero PSOE, PP y sus mariachis se han puesto de acuerdo para aplicar una excepción a los partidos políticos. Si los partidos pagaran por las indecencias de sus cargos, otro gallo cantaría.
A los políticos habría que achucharlos un poco más. Deberían los fiscales poder investigarlos porque sí y sin parar. Cada cosa que compren, hasta un simple paquete de gominolas, que se presuma sucia si no demuestran de dónde salió el dinero y que es lícito. Aunque sólo sea para que se note que también existen políticos decentes. Son pocos, pero haberlos, haylos.

21 abril, 2010

¿Ven como lo de castigar a los franquistas era cuento?

Quod erat demostrandum. ¿Ven como tanta historia se queda nada más que en ruido y unos pocos símbolos? ¿Ven como al ciudadano y hasta a la comunidad internacional se les hace creer lo que no es? ¿Ven como conviene distinguir y diferenciar temas para que no nos den gato por liebre y no nos manipulen y nos engatusen? Pues distingamos.
¿Qué está en juego en todo este debate sobre Garzón y sus peripecias procesales?
En primer lugar, se está dirimiendo si Garzón pudo cometer o no algún delito en alguna de las tres causas que tiene abiertas. Si a uno le cae simpático Garzón, deseará que salga con bien; si le cae mal, lo contrario. Elemental del todo. Yo de semejantes alternativas para jubilatas apasionados paso. Sólo le deseo lo que a todo ciudadano: máximo respeto a sus garantías penales y procesales.
En segundo lugar, hay un buen e intenso debate técnico-jurídico, penal, sobre el tipo delictivo de prevaricación y sobre si en el asunto de las actuaciones de Garzón “contra el franquismo”, Garzón pudo o no cometer tal delito. Jacobo Dopico, nuestro brillante contertulio, se viene mostrando en este tema muy contundente: podemos juzgar aquellas medidas de Garzón como hábiles o torpes, afortunadas o estúpidas, pero no prevaricadoras. A mí las razones que expone Jacobo Dopico sobre ese tema me convencen bastante, ya lo he dicho. Y me convencen no tanto por lo que supongan de suerte buena para Garzón, sino por la incidencia de una u otra interpretación en el modelo de Administración de Justicia que tenemos. Nos conviene tener bien a salvo la independencia judicial, aunque de vez en cuando nos suponga tener que apechugar con las payasadas de algún juez. Pero payasada no es sinónimo de prevaricación. Por las dudas y para no volver a liarla: llamo payasadas a medidas como la de solicitar por conducto oficial una certificación de defunción de Franco. Eso es lo que vulgarmente se llama “dar el cante” y buscar la foto.
¿Quieren además conocer mi opinión sobre Garzón como juez? Es la opinión de un ciudadano más, no tiene otro valor. Pero como tal la expongo: ni es técnicamente un buen juez ni su ética judicial se corresponde con mi ideal de la judicatura. Que técnicamente no es muy bueno queda demostrado por sus meteduras de pata en la instrucción de algunos procesos. Creo que fue el llamado caso Nécora el más significativo. Cabe –no lo propugno, sólo recojo la posibilidad- que alguna parte importante del caso Gürtel se vaya al traste, con consecuencias de lamentable impunidad para más de un chorizo pijo-pepero, por nuevas meteduras de pata de Garzón, como lo de las escuchas de las conversaciones con los abogados. No juzgo sobre el fondo, pues no sé bastante para hacerlo, sino que nada más aludo al riesgo cierto que en verdad existe, en función de cómo quieran los tribunales calificar tales escuchas y su relevancia para el proceso.
Que la ética profesional de Garzón no es la de mi juez ideal también se entiende fácil, compártase o no ese veredicto. Sólo hay que acordarse de cómo administró los tiempos en aquellos casos de los GAL y en qué momento –no antes; ¿por qué no antes?- destapó la información que poseía y que era muy comprometedora para el gobierno de entonces. Tampoco me hace ninguna gracia el que de su juzgado se filtren a menudo los sumarios secretos, y lo digo al margen de que tales filtraciones perjudiquen a un partido u otro. Que se le escape tan fácil la información supone que o es un inútil o es un poco indecente y manipulador. No se me ocurre una tercera posibilidad, francamente.
Ahora bien, decir que técnicamente no sea de los mejores y que éticamente no merezca las mayores alabanzas no equivale a afirmar que prevarique. El tipo de prevaricación tiene esenciales exigencias adicionales y requiere otro tipo de valoraciones, más contundentes y, al tiempo, más precisas, de las normas y de los hechos.
En tercer lugar, existe un buen y justificado debate social sobre algunas cuestiones que en entradas anteriores he calificado como simbólicas y que ahora voy a matizar. Si mi padre hubiera sido condenado a muerte por un tribunal franquista en 1940, yo estaría interesado en que se anulara aquella sentencia y en que se rehiciera el buen nombre de mi antepasado, para que no quedara para la posteridad como delincuente nada más que por haberse opuesto a la tiranía, si ese era el caso. Si mi padre estuviera enterrado en una fosa común y yo la tuviera localizada, querría que me permitiesen desenterrarlo, reconocer sus restos y honrarlos con una sepultura digna. Para mí el significado de esas circunstancias no sería simbólico, sino bien real, vital, fuertemente emotivo y personalmente muy relevante. ¿Que Garzón, con algunas de las medidas que se le discuten, quiso facilitar esos efectos? De acuerdo, lo concedo sin dificultad, imagino que así sería. Pero lo primero que no entiendo es por qué no la tomamos con el legislador.
Pensemos en la llamada Ley de Memoria Histórica. ¿Por qué no se mojó más el legislador sobre las mencionadas cuestiones? La derechona ya sabemos en qué estaba: no quería saber nada de memorias, símbolos ni emotividades. Es una opción que también respeto. Pero, ya que el partido mayoritario y los que lo apoyaban se lanzaron a recuperar memorias y corregir entuertos emotivo-simbólicos, ¿por qué no los criticamos como es debido –hay quien lo hace, lo sé- en lugar de andar buscando garzones que completen la obra? Y, puestos a forzar la máquina jurídica para fines como los de la justicia histórica y la reparación simbólica, ¿por qué, en lugar de ver si es nulo algún extremo de la Ley de Amnistía del 77, no cuestionamos la validez de más de un precepto de la Ley de Memoria Histórica, concretamente los que no permitan al cien por cien la anulación de sentencias inicuas o la apertura de tumbas infames? De ese modo tendría más que ver, más clara relación, el medio con el fin. Pues no consigo captar–sin duda, por culpa nuevamente de mi ignorancia en la materia- qué relación hay entre que hayan prescrito o no, o puedan ser amnistiados o no, los delitos de lesa humanidad -asunto penal- y el que se pueda abrir fosas –asunto administrativo- o anular sentencias.
Hipótesis que manejo, hipótesis tal vez arriesgada, pero que ahí va: si la Ley de Memoria Histórica la hubiera hecho la derecha –hipótesis de escuela, lo sé- se atacaría dicha ley por insuficiente y por no amparar lo bastante ciertos derechos básicos de los deudos de las víctimas del franquismo. Pero como es del PSOE, a silbar tangos y a decir que la culpa de todas las dificultades judiciales y administrativas la tiene la Ley de Amnistía. Maniobra de despiste y manipulación como la copa de un pino.
En cuarto lugar, y principal: más allá de esa dimensión simbólico-emotiva, muy respetable en lo que afecta directamente a los descendientes de las víctimas, NADA DEL FRANQUISMO ESTÁ EN JUEGO EN TODO ESTE TINGLADO. Sobre todo: a ningún personaje, responsable o alto cargo del franquismo se va a juzgar penalmente ni civilmente, a efectos de posibles indemnizaciones. O sea: no se está dirimiendo, en modo alguno, lo que mucha gente, aquí y en el extranjero, piensa que se está dirimiendo. ¿Entonces? Pues entonces es que estamos ante otra gigantesca manipulación, ante un engaño doloso, ante una deliberada y sucia tergiversación de los hechos y de los derechos.
Pongamos las cosas claras de una vez y, de nuevo, si yerro que me corrija quien sepa más. Los únicos delitos que podrían ser juzgables por encima de prescripciones y de amnistías son delitos como los de genocidio y crímenes de lesa humanidad. Por el mero hecho de haber sido fiscal bajo el franquismo (como Jiménez Villarejo) o juez bajo el franquismo (como más de uno de los que todavía andarán por el Supremo, supongo), o ministro con Franco (como Fraga, Fernando Suárez o unos cuantos más de los ex ministros franquistas que aún viven y cuya relación figura en la información que amablemente nos envía Carmen) no se incurre en tales delitos. Merecerán esos tipos el calificativo moral que se quiera, pero eso no es genocidio ni crimen de lesa humanidad. ¿Y el haber estado en gobiernos que firmaron sentencias de muerte, como aquella última de los del FRAP? Tampoco. ¿O acaso vamos a encausar así a todos los gobernadores norteamericanos que suscriben penas de muerte? Sería gracioso.
Entiéndase, no digo esto para defender a Fraga o a Perico de los Palotes, sino porque pensar, con el Derecho actual en mano, sea el interno o el Penal Internacional, que podemos encausar penalmente, aquí y ahora, a cualquiera de esos antiguos altos cargos de cuando Franco es un solemne desvarío. Es confundir el culo con las témporas, la velocidad con el tocino, la realidad (jurídica) con el deseo (de algunos, o de muchos).
Un ejemplo de ahora mismo. Acaba de morir Juan Antonio Samaranch. Ah, grandes condolencias, padre del olimpismo, benefactor de los Juegos de Barcelona, bla, bla bla. En realidad, un franquista de tomo y lomo, un servidor del régimen hasta que Franco estiró la pata. ¡No me digas! Pues sí te lo digo. Es lo que hay. ¿Pretendía Garzón o pretenden los “garzonistas” (me tomo esta libertad expresiva) sentar en el banquillo de los acusados a Samaranch y similares? Es obvio que no. ¿Entonces a qué diablos estamos jugando y de qué hablamos cuando decimos que se trata de juzgar el franquismo y sus crímenes? Puro cuento, engañabobos, estrategias para reunir a las ovejas y llevarlas a votar a supuestos llaneros solitarios que luchan a brazo partido contra… Franco. Manda cojones. A estas alturas y con esos alcances. Ni quijotes ni molinos de viento: payasotes fingiendo que las margaritas de los prados son monstruos sanguinarios. A otro perro con ese hueso.
¿Qué un grupo de víctimas de Franco que viven en Argentina quiere sentar como acusados a los ministros vivos del dictador, por genocidio y delitos de lesa humanidad? Humanamente puede entenderse, políticamente puede explicarse, pero jurídicamente es una gilipollez. Y viniendo de Argentina, más. Que no me malinterpreten los amigos argentinos, pero ¿acaso puede penarse como autor, en cualquier grado, de genocidio o delitos de lesa humanidad a los meros ministros de los gobiernos de Videla y compañía? Si es que sí, que se empiece ya, que me voy a alegrar. Pero mucho me temo que va a ser que no. Y el razonamiento, si quieren, podemos hacerlo a fortiori, sobre la base de la siguiente pregunta: ¿fue Fraga, pongamos por caso, “cómplice”, en cuanto ministro de Franco, de los mismos crímenes y de iguales tropelías que los ministros de Videla y compañía? Pues no. Malos todos, si ustedes quieren, pero cada uno en su orden. ¿Y cuál estuvo más cerca del genocidio?
En resumen, y para acabar de una vez: que quienes hacen de la defensa de Garzón un hito en la lucha contra la impunidad de los crímenes de Franco nos engañan. Así de claro. Puede haber otras razones muy legítimas para estar de parte de Garzón, pero esa, concreamente esa, es un perfecto embuste, un señuelo para votantes despistados. Ni la derechona del PP va a resucitar a Franco ni la izquierda zapateril lo va a enterrar más hondo. Falso. Andan unos y otros mareando la perdiz a base de triquiñuelas y para disimular lo que en verdad son: una pandilla de inútiles y mangantes. Que el lector reparta esos dos calificativos del modo y con la proporción que prefiera. Pero es lo que hay. A ver si nos enteramos de una vez.

20 abril, 2010

Insisto en mis preguntas sobre lo de Garzón

Al leer hoy la estupenda -para mi gusto; pero si alguien se mosquea, suprimo el calificativo; hoy vamos a hablar de lo que tenemos que hablar y no del sexo de los ángeles o las espinas de las rosas- columna de Rosa Montero en la última de El País (puede verla aquí), me acuerdo de que mis preguntas en el reciente post sobre el alboroto de Garzón no han sido respondidas. Se me ha dicho que parece mentira que un catedrático de Derecho no vea que prevarican los que juzgan a Garzón por prevaricador, que cómo pretendo que de los temas jurídicos se ocupen los de Derecho, que mira tú, Marilú y todo eso. Vale, le concedo TODO, absolutamente todo, a mi amigo Jacobo Dopico, a condición de que él me conteste a ALGO de lo que yo preguntaba al final de mi post y que aquí reiteraré. Eran preguntas verdaderas y sin trampa y no me arrepiento de preguntar lo que no sé a quien pienso que sí puede contestarme. Y si se me contesta y juzgo acertada la respuesta, así lo admitiré con el mayor gusto, y dejaré de interrogar.
A mí me ha preguntado, a su vez, mi querido Jacobo Dopico, con encomiable capacidad para multiplicarse y volverse ubicuo, pletórico y pluriforme (¡ay, qué apostol perdió la Iglesia verdadera, qué misionero! Esperemos, con todo, que alcance el cielo que merece), si no me parece que es cierto que Garzón no prevaricó en el caso que ahora está en el candelero. Creí que ya había dicho expresamente que, en mi opinión de no especialista -y convencido por el mismo doctor Dopico-, yo creo que NO prevaricó. Que ya he dicho que creo que NO, rediez. ¿Me arrodillo? ¿Entono un salmo? ¿Me flagelo? ¿Cómo hace falta que lo repita?
Esa creencia iba unida a la afirmación de que sólo debían procesarlo si había trazas de delito posible, y condenarlo nada más que si era culpable de tal delito. Esto, por si yo, que no soy el Dios del Penal -por supuesto que no; no soy ni penalista- ni el delegado de las prevaricaciones imposibles, estoy en el error al creer que no prevaricó. Pero, al parecer, resultó tímida y en exceso modesta mi opinión YA REPETIDA EN ESTE BLOG DOS O TRES VECES: que me convencen los argumentos con los que Jacobo Dopico defiende que Garzón no delinquió EN ESTE CASO. De los otros casos supongo que el admirado Jacobo nos ilustrará tan bien como sabe cuando sea el momento. Por el momento, no los prejuzgo.
Así que EXPRESAMENTE y CON TOTAL SINCERIDAD RETIRO de aquel post todas mis consideraciones referidas a Almodóvar & Cia (por supuesto, los temas de Derecho no tienen por qué ser exclusiva de los juristas ni los de Química de los químicos: democraticemos las ciencias y el saber; el día que mi querido Jacobo tenga un pleito serio, estoy seguro de que buscará a Almodóvar y no a un abogado; por lo mismo que a él lo buscan por buen director de cine y no por ser el gran jurista que es), a los defensores de Garzón, a los atacantes de Garzón, al Tribunal Supremo, a las instituciones del Estado y a lo que sea. Lo retiro todo PARA QUEDARME NADA MÁS QUE CON MIS PREGUNTAS, a ver si así, amansadas las fieras y calmadas las pasiones, las pulsiones y las servidumbres de cualesquiera de mis contertulios e interlocutores reales o potenciales, hay hijo de madre y padre que sea capaz de explicarme LO QUE SIGO IGNORANDO.
No es ironía, no es pose, no es "vacile", es que en verdad quisiera saberlo para, además de OPINAR que Garzón NO prevaricó en el caso de autos, saber qué diantre es lo que está en juego (fuera del destino procesal y profesional de Garzón, que ya sé que no es poco: nada menos que un conciudadano) y agita de tal manera a todo este personal que se las está teniendo tiesas con Franco y su ejército. Porque DA LA IMPRESIÓN DE QUE ESTÁ EN EL ALERO EL DESTINO PENAL DE NO SÉ CUANTÍSIMOS CRIMINALES DEL FRANQUISMO, cosa que yo no vería mal si fuera cierta. Pero pregunto y vuelvo a preguntar y SIGO PREGUNTANDO hasta cansarme:
- ¿A qúe franquistas se prevé juzgar si seguimos adelante con la loable maniobra? O, al menos, a cuáles planeaba Garzón enchironar antes de que malamente le cortaran las alas?
- ¿Algún otro crimen de lesa humanidad cometido en suelo español correría la misma suerte, una vez que se considerase que la Ley de Amnistía de 1977 no cubre esos delitos horrendos? Conste que personalmente Carrillo me trae hoy en día tan al fresco como Garzón y que por mí que vivan los dos tranquilos y en pleno combate contra las fuerzas del mal, o recordando los balnearios rumanos y las tiendas neoyorquinas, respectivamente. Por mí que se relajen y gocen sin que nadie los moleste, palabra. Y no me digan que los comparo, porque tampoco es eso. Sólo digo que les deseo lo mejor a ambos, ¿vale?
Yo lo único que pretendo con mis GENUINAS PREGUNTAS es que se me den argumentos para no creer a la derecha, cosa que tampoco me apetece. Pues la derecha (la derechona, si ustedes lo prefieren) anda proclamando que en realidad no está en juego nada del franquismo que no sea puramente SIMBÓLICO y que todo esto de Garzón es una manera de reaglutinar a la izquierda pija y zascandil ahora que ya no se atreven los pijoprogres a defender al tontolhaba de Zapatero.
Si se trata de fomentar la llamada memoria histórica y de que los descendientes de los asesinados puedan abrir las fosas, me parece de perlas, pero no sé por qué no lo ha arreglado la ley correspondiente y qué tiene que ver eso con la Ley de Amnistía y la imprescriptibilidad de determinados crímenes.
Y digo más, una última cosa, muy seriamente. Por mí, al franquismo y a los franquistas que los machaquen. Leña. Sin reparos y de tres en fondo. A todos los que hayan tenido responsabilidades en aquel régimen o se hayan aprovechado de él. Sin excepción. Por ahí no me duelen prendas. Nadie en mi familia, ni mi padre ni mi madre ni mis abuelos ni tío ninguno ni absolutamente nadie de los míos fue franquista, ni medró con el franquismo, ni tuvo cargos en el franquismo, ni le lamió el culo al franquismo, ni prosperó bajo el franquismo, ni nada de nada de nada de eso. Fueron todos unos pobres diablos, unos muertos de hambre y unas víctimas anónimas y anodinas de aquel tiempo gris y oprobioso. Y yo contaba diecisiete años cuando murió el dictador enano y barrigón, por lo que tampoco llegué a tener ni tentación de militar el el SEU o defender a los funcionarios del régimen a ver si me caía algo.
¿Que no es plan cepillárselos a todos, pues son demasiados? Bien, pues entonces me encantaría que, nada más que como muestra, alguien me mencionase veinte o treinta personajes a los que cabría juzgar, sean policías, jueces, fiscales, políticos o bedeles de instituto. ¿Es mucho pedir?
En consecuencia y muy sencillamente: quiero que se ajusten las cuentas al franquismo y no sólo en los puros y puñeteros símbolos: ¿puedo esperar a ese respecto algo de Garzón y los garzonistas? Ah, y si de paso le rebota algún coscorrón a algún otro criminal de ésos cuyos delitos no prescriben o no deben prescribir, mejor que mejor. Porque, eso sí, si perseguimos abominables crímenes pretéritos -que bien está- que sea sin discriminación: ni Ley de Amnistía ni Ley del Embudo. YO, YA PUESTOS, QUIERO QUE SE CASTIGUEN TODOS Y LO DIGO MUY EN SERIO, SIN TRAMPA NI CARTÓN. Y el que crea que unos sí y otros no, que los hay prescriptibles e imprescriptibles dentro de los del mismo tipo o similar gravedad, que se explique, a ver si lo entiendo de una vez.
¿Me he explicado al fin?
PD.- Evidentemente, va a ser imposible un final negociado del terrorismo etarra si implica el perdón o la no persecución celosa de algún crimen de los graves de sangre: será nula la norma que así lo establezca. Y lo apruebo también: ni franquistas ni etarras ni nada de nada: Garzón y a por ellos, a por todos.

19 abril, 2010

Blogs jurídicos y enseñanza del Derecho

(Copio aquí un fragmento de un artículo de encargo -conste mi agradecimiento a quien me ha invitado- que acabo de enviar para un libro que recoge consideraciones y experiencias de blawggers. Yo no lo sabía hasta hace poco, pero resulta que los blawggers (de blawg, apócope de blog y law) son o somos los blogueros con blog en el que sale algo de Derecho. Me pasa como al personaje de Molière, yo ni siquera conocía que andaba yo mismo en eso y que pertenecía a tan excelsa categoría, que viste un montonazo. Y es que puede uno tener un blog de mil demonios y seguir siendo un perfecto pueblerino. Gott sei Dank).
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Con todos los respetos, el tema teórico de la relación entre blogs jurídicos y enseñanza del Derecho me interesa muy poco. También el cuaderno puede ser una herramienta para la enseñanza del Derecho y no me apasionaría disertar ni leer sobre pros y contras del cuaderno anillado como herramienta de la enseñanza jurídica. No digo que no tenga el asunto su intríngulis, simplemente que a mí no me divierte. Y conste que no es porque no haya utilizado en mi labor docente ese instrumento. En los últimos años he creado varios blogs para uso con mis estudiantes. En ellos “colgaba” materiales, organizaba debates y recibía los comentarios y trabajos de los alumnos. Es útil, qué duda cabe, aunque hoy en día las herramientas similares son muy abundantes y ya todas las universidades tienen sus plataformas y programas al efecto. Es más, hace unos cuatro años hasta gané en mi universidad un pequeño premio a la innovación docente por la organización de mis enseñanzas de Filosofía del Derecho mediante un blog. Puede que entonces aún fuera un recurso novedoso. Hoy en día, presentar esos medios como innovación revolucionaria de la docencia ya suena rancio. Cambia todo muy deprisa.

Jamás he utilizado mi blog personal Dura lex con mis estudiantes y para mis clases. Pero una vez, allá por el 2005, hubo quien entendió que al montar un blog para el trabajo con los alumnos estaba promocionando mi blog personal con algún fin lucrativo. Llovieron críticas desde el ciberespacio, y algún insulto. En realidad, había una explicación, pues los dos primeros textos que había colocado para que los estudiantes discutieran eran uno del excelente escritor Juan Manuel de Prada en el que, desde posturas de ortodoxia católica, rechazaba la legislación permisiva del matrimonio homosexual, y uno mío en el que discutía los argumentos de De Prada. Desde la caverna, y no precisamente la de Platón, saltaron los más reaccionarios, pero invocando, curiosamente, la libertad de expresión que yo habría vulnerado por poner a los estudiantes a trabajar con un blog para ellos. Cuán celosos guardianes de la libertad son los autoritarios, pero sólo cuando y en lo que les conviene.

Nada obsta para que un blog pueda ser un buen recurso de enseñanza; nada lo garantiza tampoco. Será bueno o malo, útil o inútil, recomendable o no, según cómo y con qué se rellene y en función de cómo se emplee. Vivimos tiempo de fetichismo metodológico docente. En España, sin ir más lejos, toda una corte de pedagogos a la violeta, siempre deferentes con el poder establecido y ansiosos por medrar a su sombra, han ido imponiendo la idea de que el método de enseñanza es más importante que los mismísimos contenidos que se enseñan, y han hecho al legislador y a muchas autoridades universitarias creer que con sólo lograr que los profesores hagan uso de ciertas herramientas y procedimientos, ya está garantizada una enseñanza revolucionaria y modernísima. Como si no supiéramos de siempre que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Y también que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Quiero decir que lo que por encima de todo hace buena o mala la docencia es la calidad del profesor. Un profesor cojo seguirá siéndolo por muchas muletas que se le pongan, permítaseme la comparación; y a uno en plenitud física las muletas nada le añaden, salvo que las use para darle en el lomo a algún vicerrector indocumentado. Un buen profesor lo es antes que nada por la posesión combinada de dos cualidades: conocimientos extensos y profundos de su materia y capacidad para transmitirlos. Cuanto más intensamente se den, y se den juntas, esas dos condiciones, tanto menos relevancia tendrán en sí mismas las herramientas. Todos hemos conocido y tenido alguna vez profesores sumamente capaces, fascinantes en su oratoria y su claridad expositiva, que habrían perdido buena parte de su encanto y su ventaja para el estudiante si mientas hablaban hubieran tenido que andar enredando con el Power-Point o si se hubieran dedicado a hacer grupitos para que debatiesen e interactuasen los estudiantes. En el caso del Derecho y de España y por poner sólo tres ejemplos, quien haya tenido el privilegio de escuchar clases magistrales de las de toda la vida impartidas por García de Enterría, Díez-Picazo o González Campos no añorará nunca medios audiovisuales ni recursos electrónicos ni metodologías participativas y liliputienses. Y también se han visto profesores tan ignorantes, zánganos y tristes que ni con toda la artillería didáctica y metodológica de estos tiempos de pedagogismo pueril mejoran su penoso rendimiento. Entre esos dos extremos del vicio y la virtud del docente, corre una larga escala. Hay de todo y cualquier herramienta será positiva y negativa según quién y cómo la use. Igual los blogs.

También me parece ingenuo pensar que los nuevos medios técnicos estén asociados a unos u otros planteamientos doctrinales, políticos, etc. No es que la clase magistral sea positivista y la clase participativa o auxiliada por blogs o por facebook sea principialista, iusnaturalista o proclive al análisis económico del Derecho, pongamos por caso. Aquellos profesores franceses de la Escuela de la Exégesis podrían impartir hoy su docencia universitaria recogiendo los artículos del Code Civil en sucesivas pantallas de Power-Point o echando mano de un blog para ir glosándolos a su estilo, haciéndoles la exégesis uno a uno. Aquellos otros positivistas decimonónicos y metafísicos de la Jurisprudencia de Conceptos alemana habrían visto facilitada su labor de diseñadores de árboles genealógicos de conceptos jurídicos si hubieran contado, como hoy se cuenta, con proyectores y pizarras electrónicas. Del mismo modo que toda la vida los iusnaturalistas más recios han proclamado desde sus tarimas y con voz tronante las relaciones supuestamente lógicas entre los primeros principios del Derecho natural y las normas adscritas o implícitas en ellos y hoy lo pueden hacer igual mediante blogs y páginas web ad hoc.

Por las mismas, podemos imaginarnos qué esmerada y eficaz utilización de los medios electrónicos y telemáticos habrían podido hacer propagandistas tan arteros como Hitler y sus secuaces. Un blog, una página de internet o cualquier medio de filmación, grabación y proyección pueden servir a los fines más dispares. Por eso no debemos caer en la vieja creencia de que también en este caso “el medio es el mensaje”. Ni lo es ni debe serlo. Yo no soy mejor profesor por emplear un blog para mi docencia. Habrá que ver ese blog y sólo después juzgar en qué mejora o en qué empeora lo que ha de ser la debida enseñanza. Pensar otra cosa es caer en una forma de fetichismo, reincidir, en el siglo XXI, en el pensamiento mágico o querer pertenecer a una élite de supuestos elegidos porque dominan algunas técnicas, aunque no tengan ni remota idea de lo que mediante ellas debería ser objeto de su explicación: en nuestro caso, el Derecho y sus vericuetos teóricos y prácticos.

La FANECA sigue erre que erre

Ya tenemos en el ciberespacio el número 12 de FANECA. Tal que así:
Pero hay que seguir alimentándola y se agradecerían nuevas colaboraciones.

17 abril, 2010

Conservadores y progresistas

(Publicado en El Mundo de León el pasado jueves)
Conservador es aquel al que no le agradan los cambios de la sociedad. Se siente a gusto en el orden establecido y aprecia la vida sin sobresaltos: saber en todo momento a qué atenerse, qué reglas rigen, qué podemos esperar de nosotros mismos y de nuestros vecinos. El conservador valora más el orden que la aventura, la certidumbre que las emociones. Le gustan los ritos y tiende a ser metódico. Por eso para el conservador ir a misa los domingos o tomarse el vermú cada día en el mismo bar son parte de los hábitos que le dan seguridad y le permiten explicarse como uno más entre los que hacen lo mismo. Al conservador le encanta creer que todo está organizado, desde la casa hasta las condiciones para darse una buena vida en el Más Allá.
Progresista es quien, por disconforme con la sociedad que hay y la manera como se vive, ansía cambios y espera tiempos mejores. El progresista estima más el riesgo que la seguridad o, al menos, está dispuesto a jugársela con tal de que sirva para que la vida vaya a mejor. El progresista siente como opresivo ese orden social vigente que al conservador tan acogedor le parece. El progresista opina que conviene revolucionar la sociedad y transformarla por completo, de golpe o por etapas, para que impere al fin una mínima justicia; mientras que el conservador cree que lo que hay no está nada mal, aunque pueda mejorarse de a poquito; que más vale lo malo conocido...
Ahora pensemos: los que tanto insisten en que hay muchas cosas en España y en nuestra Constitución que por nada del mundo se pueden cambiar, como la organización territorial del Estado y la actual distribución de competencias, ¿qué son, conservadores o progresistas? Y los que quieren que todos hablemos y actuemos igual, al dictado de lo políticamente correcto, ¿ésos que son? ¿Y los del voto útil? ¿Y quienes por nada del mundo desean que se rompa este bipartidismo que nos garantiza que, gobierne quien gobierne, todo lo importante seguirá igual, aunque se discuta mucho sobre símbolos y sandeces? Este país está lleno de ultraconservadores que se sienten la mar de progres. Por eso lo revolucionario aquí y ahora es ser políticamente incorrecto e ir por libre, no al paso de la(s) manada(s).

16 abril, 2010

Metiendo baza en una sentencia de Ecuador

En mi reciente viaje a Ecuador, unos queridos colegas y amigos de Guayuaquil me mostraron una reciente sentencia contra un periodista crítico y me pidieron que escribiera algo. Siento no tener posibilidad en este momento de poner aquí la sentencia criticada, pero si pinchan aquí pueden ver lo que escribí para el periódico El Universo.
Y también esto otro, aún más breve, que, según me cuentan, circula en algunos folletos junto con otros textos. Se trataba de contestar a la pregunta de qué habría hecho uno en el lugar del juez y al juzgar ese caso:
Los políticos y altos cargos del Estado tienen también reconocidos sus derechos al honor y al buen nombre, cómo no, y han de tenerlos igualmente garantizados. Pero en los casos en que tales derechos entren en conflicto con libertades como las de información, expresión y opinión, debe aplicarse, a mi modo de ver, la siguiente regla general: en la duda, a favor de estos últimos. Así viene haciéndolo, por lo demás, la jurisprudencia constitucional de los países con más tradición constitucional y democrática.
El político y alto cargo de la Administración tiene toda una serie de justificadas ventajas. Suele estar bien remunerada su tarea y, además, el poder también acarrea algo de disfrute, no ilegítimo. No ha de ser cosa desagradable mandar. El contrapeso de esas ventajas son los correspondientes inconvenientes. Uno de los principales, que el político ha de estar expuesto, más que nadie, a la constante observación social, y también a la crítica y la discrepancia. Va en el cargo, junto con el sueldo y el coche oficial.
No se trata de ponerles un peculiar impuesto o de perjudicarlos porque sí. Esa mayor exposición a la crítica de sus vidas y de sus actos, al menos en los que una y otros tengan relación con el ejercicio de su cometido público, obedece a que de aquellos que nos gobiernan hemos de poder formarnos opiniones más completas que de nuestros vecinos que no son más que ciudadanos particulares que van a lo suyo. No hay democracia posible sin opinión pública libre, y no hay opinión pública libre sin información, sin opinión y sin debate. Guste o no, una de las cosas sobre las que se puede y debe debatir es la vida y milagros de quienes nos gobiernan. Precisamente porque nos gobiernan y porque su poder depende y debe depender de nosotros; al menos en democracia.
Si un periodista se propasa, sufren algunos derechos personales del político aludido. Pero cuando a un periodista se le reprime por sus opiniones o sus informaciones, padece el sistema democrático entero. De ahí la regla antes mencionada. No es que al político se le pueda vilipendiar alegremente, por supuesto que no. Se trata de que al periodista sólo se le ha de condenar cuando esté fuera de toda duda y perfectamente probado que es insulto y no opinión lo que formuló y que lo hizo con esa intención y no con la de ponerle sal al debate social y político.
Yo habría absuelto al señor Palacio. Lo habría absuelto porque la regla del in dubio antes enunciada me llevaría a elegir de cada una de sus expresiones el significado menos dañino para el honor y la imagen del señor Salem, no los sentidos que suponen imputación de delitos, como hace la señora juez. Ella sabrá por qué resulta más verosímil pensar que el señor Palacio describe al señor Salem como mafioso y autor de peculados. Yo habría pensado que no hay en las palabras en cuestión esas imputaciones, sino críticas contundentes que, por supuesto, pueden dar lugar a respuestas igual de terminantes por parte del señor Salem. Mejor debatir que penar, ésa también es otra sana regla para los países democráticos y libres.

15 abril, 2010

¿A qué franquistas vamos a castigar? Con un preámbulo hasta la coronilla de Garzón

Me había propuesto no volver a decir ni pío sobre el tema de Garzón, pero esto ya se me está haciendo insoportable, me cabreo, discúlpenme. Cuando no son los parientes de la pobre niña Mari Luz, son los amigos del pobre juez Garzón, y cuando no es para procesamiento y mano dura para unos, es para exigir que no se procese y se dé medallas a otros. Repulsivo. Lo último que leo, con foto y todo, es que se encierran en una universidad juristas tan expertos como Almodóvar, Sacristán y Bardem, entre otros. Por cierto, ¿dónde leches está Víctor Manuel, que no lo he visto? ¿Y Sabina? ¿Qué les pasa, se les olvidó el Derecho? Hay que acabar con esta moda de organizar una manifa para presionar a los jueces cada vez que matan a un niño, violan a alguien o procesan a Garzón. O serán cosas mías, pero se me hace insufrible.
Se me hace insufrible porque ya no aguanto más ciertos caretos que aparecen en todos los guisos de este país. ¿Que toca hablar de propiedad intelectual? Preguntémosle a Almodóvar (etc.) ¿Que hay elecciones? Veamos a quién vota Almodóvar (etc.). ¿Que hace huelga de hambre una honesta saharaui? Huy, a ver si la apoya Almodóvar (etc.), ¿Que procesan a Garzón? Ah, se encierra Almodóvar (etc.), qué bien. ¿Pero ese tipo no era director de cine? ¿Sabe de todo? ¿De Derecho de la propiedad intelectual? ¿De Derecho internacional? ¿De Derecho penal? Por supuesto que tiene el mismo derecho que cualquier ciudadano a opinar, manifestarse, encerrarse y comerse unos callos a la madrileña, claro que sí. Pero cuando protesto yo (o usted, amigo lector), me manifiesto yo o me encierro yo, no me hace caso ni Dios ni me sacan en los periódicos ni me fotografían ni nada ni nada. Y soy tan ciudadano como Almodóvar, eso en el peor de los casos. Y, sobre todo: qué cataplines sabe Almodóvar (etc.) de Derecho penal. Tiene, aun en su ignorancia, derecho a manifestarse y a encerrarse, vale. El mismo que tendría Norma Duval (no se me ocurren otros artistas de la “cultura” que sean de la derechona, vaya por Dios, qué inculto soy) a encerrarse para pedir que condenen a Garzón. ¿O no? ¿O es que Norma Duval no sabe de leyes y Almodóvar (etc.) sí?
Me dirán que si estoy en contra de Garzón. No, ya lo he escrito aquí dos veces. Me trae al fresco Garzón, es un juez más y deseo que lo juzguen sólo si hay caso y que lo condenen nada más que si cometió delito. Y que se le aplique toda la presunción de inocencia, todo el in dubio y hasta unas friegas con agua bendita. No me trae al fresco, en cambio, el sistema de justicia de mi Estado, eso no. Si es verdad que está plagado de corrupción y dominado en sus altos tribunales por cómplices de la tortura y franquistas de libro, me preocupo de verdad. Pero supongo que, si es así, lo es al margen del caso Garzón. Lo que no cuela es que sólo sean torturadores y fachas si procesan -aún no está condenado, sólo procesado- a Garzón y si no, no. Nunca he visto un relativismo ideológico mayor. Si yo suspendo a mi alumno Pepito, soy un estalinista cómplice del Gulag; si lo apruebo, nadie rechista. Nunca sabe uno de qué depende su estatuto ideológico y su dignidad profesional. ¿El tal magistrado Varela ya era antes un juez inmoral e ignorante o no se había sabido hasta hoy? Si hubiera dicho que con Garzón no había caso, ¿no habría sido nunca ni sería jamás un juez tan perverso y torpe? Quien no está con Garzón está contra el Derecho. Y contra Almodóvar, que es fuente del Derecho, manantial, chorrillo. Nuevo evangelio habemus. Yo -hoy me sale de las narices subrayar el "yo" para afirmarme frente a Almodóvar- no estoy contra Garzón; ni a favor. Soy ateo. ¿Se puede, señores de la Curia?
Más todavía. Si no dependen las etiquetas de lo que los señores de la Sala Segunda hagan en el caso Garzón y nos consta que son unos corruptos y unos fascistones todo el día y a todas horas, ¿por qué no lo denunciaron hasta ahora los denunciantes abajofirmantes de toda la vida? ¿Por qué no nos preocupamos de la larga lista de inocentes a los que, con toda su mala fe prevaricadora, habrán estado condenando esos malandrines con toga? ¿O el acusado del montón importa un bledo y sólo cuenta Garzón? Si a mi me empitonan los jueces malisísimos, de mi caso no se ocupan ni las organizaciones humanitarias ni los fiscales argentinos ni los directores de cine ni los profesores de penal ni San Pedro bendito. Porca miseria, en este país para no ser una puta mierda hay que apellidarse Almodóvar o Garzón y trabajar para el gobierno. Pues no me da la gana. Reivindico la igualdad ante el Derecho de todos los mindundis españoles y hasta reivindico que a nadie se le haga caso en el espacio público si no habla de lo que sabe. Y punto. Y me cisco en Almodóvar y en Garzón. Lo que no obsta para que me parezca muy bien que absuelvan a Garzón si es inocente -yo creo que en este caso lo es, en el de la pastita del Santander ya hablaremos, y verán qué maravilla ver a Almodóvar encerrado con Botín para defender los (o la bolsa de los) valores de la izquierda pertinazmente cejuda-, en un proceso con todas las garantías. Y repito, a riesgo de ser pesado: si en el Tribunal Supremo no hay garantías para los imputados, no hay que preocuparse tanto por Garzón -tiene quien lo apoye y no le faltará de qué o de quién comer- como por mí si un día me juzgan allá. Tengo algunos amigos argentinos, pero no creo que movieran un dedo por mi caso.
Después del desahogo, las cuestiones de (otro) fondo. Aquí, muy en serio y sin ironía, pido ayuda a los amables lectores que sepan de lo que voy a preguntar. Y mi pregunta principal es ésta: aparte de cuestiones simbólicas del todo, y además de las cosas de Garzón, que es uno solo, ¿qué diantre es lo que jurídicamente está en juego en todo este vocerío sobre el franquismo? Si se trata de hacer, vía Garzón y similares, jurisprudencia simbólica para que se ejercite la memoria y no se nos olvide que los franquistas fueron unos matones, me parece bien. Pero es poca cosita y no sé yo si compensará armar estos circos jurídicos sólo para recordar que los franquistas fusilaron a mucha gente, incluso bastante más gente que los del otro lado, que también hicieron lo suyo.
Si se pretende dar facilidades para que se abran fosas comunes y se honre a aquellas víctimas aún no reconocidas, también lo veo bien, pero yo creía que para eso ya había servido la llamada Ley de Memoria Histórica y que, en lo que no sirva, deberíamos criticar antes que nada al legislador por esa razón.
Si interesa que, como escribía recientemente en Público mi colega y amigo Rafael Escudero Alday, se anulen expresamente y una a una las inicuas sentencias de los tribunales franquistas que llevaron al paredón a mucha gente, más allá de la declaración genérica de ilegitimidad de esas sentencias que se contiene en la Ley de Memoria Histórica, tampoco veo inconveniente. Pero ¿para cualquiera de esos fines es necesario desde pedir un certificado de defunción de Franco hasta poner en cuestión la validez jurídica de la Ley de Amnistía? Yo creo que lo de los símbolos ya está arreglándose bastante bien (también ha hecho la mencionada Ley que se quiten las estatuas de Franco que quedaban, ciertos nombres de las calles, etc.) y que todas esas cuestiones que acabo de citar pueden ser resueltas sin necesidad de numeritos de Garzón: vía legislación o vía actividad judicial normalita del todo. ¿Quiero decir que Garzón prevaricó por montar numeritos? No, sólo que no sé por qué hay que montar numeritos (¿para cuándo un streeptease de Garzón, aunque no sea delito?) que lleven a estos jaleos tan absurdos.
Así que tengo que suponer -sigo pidiendo honestamente aclaración si yerro o entiendo mal algo esencial- que no se trata de una revancha meramente simbólica contra los franquistas, ni de una legítima restauración simbólica del honor de las víctimas de Franco, sino de algo más sustancial. Por ejemplo, de que se pueda aún juzgar penalmente y castigar a algún franquista de aquéllos. Vale, no me opongo a esa intención. Pero tengo varias preguntas genuinas para usted.
Primera: para eso habrá que declarar nula la Ley de Amnistía, ¿no? Bien, pues ¿con qué alcance? Para todo tipo de delitos supongo que no, o que da igual, pues muchos o casi todos habrán prescrito. Entonces, para todos los que en el Derecho actual, comenzando por el Penal internacional, se declaran imprescriptibles: genocidio, delitos de lesa humanidad, crímenes de guerra... Vaya, pues nos surgen problemas. Ante todo, porque todos o casi todos los que pudieron cometer alguno de esos delitos imprescriptibles estarán muertos. Bueno, a lo mejor trincamos a uno de noventa años y ya nos vale para la cosa simbólica. O condenamos a trescientos post mortem y renovamos la ciencia penal.
Y se me plantea otra duda más intensa aún, para la que igualmente solicito asesoramiento. ¿La Ley de Amnistía la anulamos para los delitos de cualquiera o sólo para los cometidos por los franquistas, y subsiste válida para todos los demás? Es decir, si la interpretación de Garzón (la segunda) era correcta y era errónea la anterior (la de cuando lo de Carrillo), ¿quiere decirse que, además de a no sé qué militar o ministro de Franco que aún vive y que tuvo que ver relevantemente con crímenes genocidas o delitos de lesa humanidad, también se va a poder procesar a Carrillo? Porque digo yo que no será cosa juzgada lo de Carrillo, pues se juzgó por Garzón -se inadmitió la querella- sobre la base de una Ley de Amnistía que ahora resulta que no es válida, según Garzón y una parte de la doctrina que quiere empapelar a unos franquistas sanguinarios y a Carrillo. ¿O a Carrillo no?
Más. ¿Para los crímenes de ETA anteriores a la Ley de Amnistía también se declara nula esa ley? La monda, nos vamos a divertir. Porque etarras de los años setenta sí que quedan unos pocos, incluso fuera ya de ETA y hasta en los partidos que son hoy plenamente constitucionales.
No sé, ustedes me dirán. Pero ya me imagino escenas auténticamente impactantes: en tres o cuatro días del año que viene, se abren procesos penales contra el Ministro tal de Franco, contra Santiago Carrillo y contra Fulano de Tal, que en 1977 participó en un atentado de ETA y que estaba tan tranquilo en su casa. Vamos a tener bastante de que hablar. Hombre, y espero que no me venga alguno con que los crímenes de Franco son imprescriptibles por genocidas y que los de ETA son sólo homicidios muy monos y sin más cosa.

14 abril, 2010

¿Injusticia o desorden?

Hace pocos días, creo que el sábado, mi amigo Paco Sosa me escribió un breve mensaje con un único motivo: recomendarme el libro Enemigos públicos, que recoge un intercambio epistolar reciente entre Michel Houellebeq y Bernard-Heri Lévy (¿se puede decir "epistolar" si lo que se cruzaron en realidad fueron correos electrónicos? ¿Y si hubieran sido mensajes de móvil?). Es de este año, frequito, y está en Anagrama. Ya lo había visto la semana pasada en una librería de Gijón y lo había tenido en mis manos, pero no me animé a comprarlo, temeroso de que fuera de una soberbia pesantez, al estilo de tantos escritores franceses; es decir, de una pesantez soberbia. Pero como el amigo Paco tiene muy buen ojo y muy buen gusto y lee los libros nuevos antes de que el resto de los mortales lo hayan visto siquiera reseñados en Babelia, el mismo domingo me lo agencié en la magífica librería del Fondo de Cultura Económica que hay al lado de mi hotel, en la parte baja del barrio de La Candelaria.
Ahora el libro me tiene obsesionado. Son dos locos hiperracionales, dos salvajes exquisitos, dos brutos sensibles frente a frente. Lo voy leyendo a saltos, en los pocos ratos libres. Y atiendan a lo que me acabo de encontrar.
Houellebecq ha citado la tan repetida frase de Goethe, "Más vale una injusticia que un desorden". Los de Derecho estamos acostumbrados a que se nos recuerde que la utilizó Radbruch cuando era positivista y que es una buena síntesis de la miseria moral de los iuspositivistas. Luego Radbruch se arrepintió, al parecer, aunque de una forma muy rara. Algo de eso he escrito en otro sitio y he colgado aquí una vez. Fue por culpa del nazismo. Buena gente Radbruch, aunque no lo que se dice un resistente, no; resistencia interior quizá; más no; de acuerdo, no era poco para aquellos tiempos, aunque otros hicieran más o se exiliaran para despotricar a tiempo. Pero ese es otro tema. En la versión que circula entre los juristas, la frase es "Prefiero la injusticia al desorden". Hay diferencias de matiz, pero importantísimas. Pendiente me dejo la tarea de buscar el original de Goethe y de la cita de Radbruch y ver quién hace trampa.
Pero lo que no sabía es lo que sobre el tema relata B-H. Lévy, indignado con su interlocutor (pp. 98-99):
"Le señalo, de entrada, que la frase exacta de Goethe (´Prefiero cometer una injusticia que tolerar un desorden` -miren, una tercera versión y nuevo matiz; razón de más para investigar en cuanto vuelva a casa. JAGA-) la dijo durante la Revolución Francesa, delante de la ciudad de Mayence reconquistada por los prusianos, pocos minutos después de que el escritor se hubiera interpuesto personalmente para impedir el linchamiento de un soldado francés evacuado por las tropas del ducado de Weimar; la ´injusticia`, en el contexto, consiste en salvar la vida de un soldado enemigo que es quizás un gran criminal; el ´desorden` es el populacho enloquecido, ávido de sangre, al que Goethe ve dispuesto a hacer picadillo al hombre; de modo que la frase, en sus labios, significa en realidad lo contrario, exactamente lo contrario de lo que usted le hace decir y de lo que siempre le han hecho decir desde Barrès"

13 abril, 2010

El Derecho es un misterio. 8. ¿Pero qué es el Derecho? (Segunda parte: Sobre positivismo jurídico, Troya y un extraño caballo)

Por supuesto, puede ocurrir que del derecho positivo de un determinado lugar y un cierto tiempo formen parte normas de derecho natural o de una moral cualquiera. Esta afirmación se hace verdad en dos vertientes, una trivial y otra de gran calado teórico.
Cabe que ese ciudadano que nos interrogaba al principio nos venga con el Código Civil y nos pregunte por qué es Derecho lo que hay dentro de él. Ya sabemos la respuesta. Y es posible que dentro de ese Código haya un artículo que diga algo así: “A los efectos del asunto X, los jueces decidirán en conformidad con lo prescrito por el derecho natural”. Este es el supuesto sencillo, pues simplemente el sistema jurídico está ahí remitiendo para un asunto a una norma de otro sistema normativo distinto. Exactamente igual que si, por ejemplo, un sistema jurídico dice que a efectos de divorcio el matrimonio se regirá por la norma correspondiente del Estado en que se haya celebrado. La diferencia está sólo en que la remisión a las normas del sistema jurídico de otro Estado es una remisión a algo objetivo, mientras que la remisión al derecho natural lo es a algo incierto: a lo que por tal entienda el que juzgue. Exactamente igual que si se hubiera remitido a la moral, la equidad o la justicia.
Importante poso teórico tiene la otra posibilidad, la que se pone de manifiesto cuando aquel ciudadano interrogador nos dice lo siguiente: por qué es Derecho el derecho natural al que las supremas normas positivas remiten como derecho más alto y condicionador de toda otra norma jurídica, incluidas esas normas positivas supremas. Imaginemos que existe una constitución que establezca en su artículo primero que la más elevada fuente normativa de ese ordenamiento es el derecho natural y que éste constituye, incluso, el fundamento de validez de esa constitución misma. Y que la gente se lo cree, lo reconoce así y así funciona de hecho. Estaríamos ante los supuestos que hoy en día contempla el llamado positivismo jurídico inclusivo o incluyente. El positivismo jurídico inclusivo viene a decirnos en realidad que no hay más derecho que el derecho positivo, pues cuando un sistema jurídico reconoce como norma suprema una norma moral o de derecho natural o cuando remite como fundamento último de juridicicidad a la moral o al derecho natural, lo que está haciendo es juridificar la moral, no moralizar el Derecho. Con los esquemas del positivismo inclusivo, el derecho natural medieval es derecho perfectamente positivo.
Que haya normas cuyo contenido, supuestamente, no se establece por vía convencional, sino que son reflejo de un orden necesario del cosmos o de la Creación o expresión de verdades ideales perfectamente objetivas, como son las normas del derecho natural, no significa que no sea convencional su recepción como Derecho. Al contrario, si esas normas son Derecho, es porque como tal están socialmente reconocidas. Nada impide que la suprema norma de un sistema jurídico diga que será derecho lo que determine la interpretación del vuelo de las aves o lo que para la resolución de cada conflicto resulte de lanzar una moneda al aire. Eso no convierte en derecho ni a las aves ni a las monedas (ni a las leyes físicas que permiten que las unas vuelen y hacen que las otras caigan), pero ciertos resultados del vuelo de las primeras o de la manera de caer las segundas serán jurídicos porque así se reconoce socialmente y mientras así se reconozca socialmente. En el caso del vuelo de las aves, un sistema tal lo que en realidad hace es atribuir un inmenso poder a quien autoritativamente interprete el vuelo: no servirá cualquiera, sino sólo el “reconocido” social el institucionalmente como augur. En ese sistema, el Derecho dirá para cada caso lo que el augur diga que dice el vuelo de las aves.
En el supuesto del lanzamiento a cara o cruz de la moneda, tampoco podrá ningún ciudadano saber por anticipado cómo se resolverá su litigio, pero aquí porque es el puro azar el que determina ese resultado. Pero la probabilidad estará siempre al cincuenta por ciento y merecerá la pena arriesgar, tanto más cuanta menos razón se tenga en el pleito.
¿Y cuando la norma suprema y condicionante del resultado es una norma moral o de derecho natural? Ahí se unen en buena parte las dos situaciones anteriores: el poder lo tiene el “augur” que dictamina qué es lo que la moral “verdadera” prescribe para la ocasión, pero, como en una sociedad como la de hoy los sistemas morales son plurales y variados, al ciudadano puede merecerle la pena probar suerte, a ver si sale cara y el juez que le toca es de los que profesan la moral que a él le daría la razón.
Decíamos al comienzo que en cada sociedad es Derecho lo que en ella se reconoce como Derecho. Más que por los contenidos, lo que sea Derecho suele reconocerse por tener un determinado origen, por provenir de una cierta fuente, por lo general en unión de ciertos ritos, trámites y procedimientos. Otras veces la juridicidad se predica de lo que se contenga en determinado documento, y un buen ejemplo es la Constitución. Mas en estos casos suele imputarse dicho documento a un autor o autoridad más o menos evanescente o fantasmagórico. Es el caso de las constituciones, que se dice que provienen de un curioso ente colectivo llamado poder constituyente. También pasa así cuando la base de lo jurídico se pone en ciertas tradiciones sociales, a las que de inmediato se asigna un sujeto titular y hacedor, llámese el pueblo, la nación, los antepasados, etc. Debe de ser cosa de nuestras supersticiones o resquicio de explicaciones atávicas, pero nos cuesta mucho asumir que los fenómenos sociales son producto del acaso, de aleatorios encadenamientos de sucesos y coyunturas y no creación deliberada de la mente de un autor poderoso. Tradicionalmente fueron los dioses o el Dios del monoteísmo. Luego, buena parte de los que de esas divinidades descreyeron pusieron en su lugar la Razón, la Naturaleza (ambas con mayúsculas) o las dos de la mano. Para muchos, si las normas bajo las que en sociedad vivimos no traen su causa de una razón directora y benéfica y de alguna voluntad trascendente y sabia, nuestra vida, la de los que vivimos sometidos a tales normas, carece de sentido. Bastantes piensan que la única manera de que la vida individual tenga justificación es sumiéndola y disolviéndola en una empresa de salvación colectiva. Es cuestión de temperamentos. Entre la tribu terrestre y la grey celeste, libres e individualistas y a nuestro aire quedamos cuatro.
Es perfectamente posible que una parte de lo que en una sociedad se reconoce como Derecho resulte por completo incierto, misterioso y opaco en sus contenidos para los propios ciudadanos que, en su conjunto, profesan ese reconocimiento constitutivo. Es así cuando como fuente del Derecho se reconoce una instancia productora de normas para los casos concretos, de modo que se entienden como Derecho esas precisas soluciones individualizadas que tal fuente produce, pero sin necesidad de que tal producción se solidifique en normas que hacia el futuro rijan para grupos de casos. Expliquemos esto un poco mejor.
Supongamos un sistema jurídico SJ en el cuya constitución o norma suprema, la de más alta jerarquía, se contuviera un precepto de este tenor: “En todo caso y por encima de lo dispuesto en cualquier artículo de esta constitución o de cualquier otra norma inferior, será obligatorio que los jueces resuelvan los casos que se les sometan con atención preferente a lo que dictamine el espíritu de los antepasados a través de la güija manejada por las mediums acreditadas”. ¿Qué reacciones teóricas cabrían en la doctrina jurídica?
Los iusespiritistas sentenciarían lo siguiente.
a) Probado queda, puesto que el legislador constitucional lo admite, que el derecho de los espíritus existe y que, en consecuencia, el iusespiritismo tiene fundamento. Hasta ahora a los iusespiritistas no les habían importado mayormente las opiniones del legislador humano y vivo, pero ahora lo citan como fuente de autoridad en pro de sus tesis, las de ellos.
b) Las constituciones anteriores, así como el resto de las normas positivadas, eran hasta ahora tildadas de derecho menor y subordinado a la auténtica juridicicidad, que se componía de las prescripciones de los espíritus de los muertos, pero ahora el derecho positivo adquiere legitimidad y aprecio por cuanto que, se dice, respeta, recoge y consagra como más elevada norma lo que provenga del más allá en que las ánimas moran. Quedaría, pues, dialécticamente superada la habitual antítesis entre derecho positivo y derecho espiritual y, a la vez, se habría rebasado para siempre la estéril polémica entre iuspositivismo y iusespiritismo.
c) Otras normas de la constitución y del resto de SJ serán reinterpretadas desde esos presupuestos espiritistas. Así, el artículo que consagra el supremo valor de la dignidad humana se tomará como referido a la dignidad de las ánimas inmortales, no del cuerpo, decadente y finito por definición; la que menciona el derecho al libre desarrollo de la personalidad se considerará alusiva al desarrollo de la personalidad postmortem, cuando se halla el auténtico ser personal exento de las influencia y los devaneos de la carne y el mundo físico; la que fija el derecho a la intimidad, por poner un último ejemplo, se tendrá por referida antes que nada a la intimidad en la tumba y en el Más Allá, de lo que como norma adscrita indubitadamente se desprende que atenta contra ese fundamentalísimo derecho la profanación de las tumbas o la invocación gratuita de la memoria de los difuntos que en paz descansan. Descanso de ultratumba que, por cierto, es la esencia del derecho fundamental a la salud, derecho de doble faz: en vida comprende el derecho a morir de la mejor manera para el descanso eterno y después de la muerte protege más que nada la vida pletórica del alma, que no debe ser afectada negativamente por las malas artes o la vida desordenada de los descendientes de esa persona en este mundo de perdición. Véase para cuanto da una simple cláusula en una constitución positiva. Para que no andemos jugando cuando hacemos constituciones.
Los constitucionalistas iusespiritistas, también llamados neoconespiritistas, rechazan que las mediums ejerzan cualquier forma de discrecionalidad cuando transmiten los veredictos del más auténtico Derecho, el derecho de los espíritus. Únicamente si no aplican el método adecuado, que es el método de la güija, pueden cometer error o desviarse de la única respuesta correcta prescrita y preescrita para el caso. De ahí que gran parte de la producción doctrinal de los neoconespiritistas se dedique a pormenorizar las fases y los detalles de ese método seguro y, por imperativo constitucional, debido.
También se pronunciarían los positivistas inclusivos o incluyentes, que nacen como movimiento teórico precisamente al hilo de dicha novedad constitucional. Concluirán lo que sigue.
a) Que, en efecto, ha pasado el tiempo de la antítesis radical entre iuspositivistas y iusespiritistas, pues ahora una norma perteneciente a la constitución socialmente reconocida como Derecho dispone que la voluntad de los espíritus es norma jurídica y norma jurídica suprema y preferente en todo caso. Puesto que el derecho de los espíritus ha sido acogido en el derecho positivo y en la mismísima constitución positiva, el derecho de los espíritus ya es derecho positivo sin dejar de ser derecho espiritual. Sólo existe propiamente como derecho el derecho positivo, pero ahora lo que los espíritus ordenen también es derecho positivo.
b) Como sólo hay derecho positivo, pero los mandatos de las ánimas son también derecho positivo, ha desaparecido la separación conceptual entre esos dos sistemas normativos, el jurídico y el compuesto por las normas de los espíritus. Al ser derecho tanto lo uno como lo otro, con un único concepto nos alcanza, y en lugar de llamar a todo el conjunto animismo, lo llaman Derecho. Ésa es la diferencia que resta entre iusespiritistas y positivistas inclusivos: que a ese conjunto de lo que es lo mismo los primeros lo llaman sistema espiritual y los segundos lo califican como Derecho, pero unos y otros coinciden en cuáles son los componentes del sistema jurídico: prescripciones de los difuntos y, en lo que con ellas resulte para el caso compatible, normas del tradicionalmente llamado derecho positivo.
c) Los positivistas inclusivos creen que existe algo de discrecionalidad de los mediadores con los muertos, pero poca. No dudan de que sobre el papel los dictados de los difuntos puedan en cada ocasión conocerse, pero admiten que muchas veces hay demasiado ruido en el ambiente o que la médium no está suficientemente adiestrada o es víctima de la presión o el estrés. Ello no quita para que pueda postularse, al menos como referente teórico ideal, la existencia de una única respuesta de ultratumba correcta para cada uno de los casos. Si queremos saber su contenido, nos bastará usar un método constructivista, consistente en imaginar qué querrían para el caso las almas de todos los fallecidos en el caso de que en el más allá puedan dialogar en condiciones que aseguren la imparcialidad del acuerdo final, en condiciones de situación ideal de diálogo inmortal. Como en el Más Allá es más fácil imaginar el cumplimiento pleno de esas condiciones ideales, se da por sentado de que Allá se acaba siempre en una propuesta única, concreta y clara para el veredicto en cada caso de los de aquí y que sólo hay que afinar nuestra capacidad crítica, la de cada uno de nosotros -pues, al fin y al cabo todos tenemos alma inmortal, aunque sea unida a este cuerpo traidor-, para que cualquiera pueda dar con esa respuesta y saber si la médium de turno acertó o erró. En suma, la razón por la que aquí podemos conocer la respuesta correcta es porque existe Allá y Allá la conoceríamos si Allá estuviéramos como Allá se está: como es debido. Frente a objeción del positivismo excluyente, que dice que cada médium falla como a ella le pide el cuerpo, y que ni Más Allá ni cuentos, tanto iusespiritistas como positivistas incluyentes manifiestan que lo mismo la médium que nosotros podemos y debemos aplicar a cada pleito la solución que nos pida el alma, que es la solución verdadera. Amén.
¿Y los positivistas duros o excluyentes que dirían? Pues esto.
a) Que si la constitución remite a la voluntad de los espíritus es como si remitiera a la verdadera moral, a la justicia eterna o al mensaje contenido en el vuelo de las aves: un misterio.
b) Que si la pauta con la que se deciden en SJ los casos es misteriosa y sólo la conocen propiamente los que sentencian con efecto jurídico de autoridad el caso, llámense mediums o jueces, en términos prácticos y realistas SJ viene a tener como norma principal la siguiente: que es y debe contar sin discusión como Derecho en cada caso y para cada caso lo que decidan esas supremas autoridades que, supuestamente, reciben y traducen los mandatos del Más Allá.
c) Que propiamente ya no se trata de que el derecho positivo incluya o incorpore normas provenientes de otro ámbito normativo, haciéndolas parte de SJ, del sistema jurídico, sino que el sistema jurídico se ha disuelto al ser penetrado, invadido, colonizado por ese otro sistema normativo que, para colmo, es un misterio por oscuro o por contradictorio. Los conflictos sociales que antes se resolvían desde un sistema jurídico autónomo ahora se solventan desde otro sistema cuya fuente de legitimidad es material y cuyos supremos cultores tienen más estatuto de sacerdotes o profetas que de jueces a la manera moderna.
d) Que, en efecto, ya no merece la pena gastar tiempo en polémicas sobre si positivismo sí o positivismo no o sobre si tendrán más razón Kelsen o Santo Tomás, Hart o Finnis. Es hora de pasar a la política y defender el Estado de Derecho de tanto profeta con toga profesoral y tanto magistrado iluminado por el Bien, la Verdad y las ganas de ascenso social y político.
Para los demócratas y partidarios del Estado de Derecho es tiempo de volver a la arena política a cara descubierta y de luchar contra el acelerado retorno a la Edad Media y a la unión de moral y Derecho bajo la supremacía de la primera. Perdón, quise decir unión de espíritu y Derecho bajo el imperio del primero y en la paz de los cementerios.
PD.- ¿Cómo dice Vd.? ¿Que hemos acabado con ejemplos muy tontos y comparaciones algo estúpidas? Se lo concedo. Pero, ¿ha leído Vd. a Dworkin, por casualidad? Pues o jugamos todos con las mismas cartas o rompemos la baraja.