Cuando
anteayer leí que “Guardiola ordenó a Método 3 espiar a Piqué cuando comenzó a salircon Shakira", lo primero que pensé fue que no podía ser y que a dónde vamos a
parar. Lo de que no podía ser venía porque yo me había hecho la idea de que el
tal Guardiola era un santo de nuestro tiempo, un catalán íntegro e integral, un
virtuoso de pantorrilla apretada y corbatín que jamás caerá en iniquidad ni
dirá cosa que a nadie ofenda, querubín balompédico y autodeterminado. Pero al
fin no sé y me da igual, aunque ahora entrena el equipo de una ciudad que quiero y llevo en mis mejores recuerdos, Múnich.
Lo
del acabose era porque de un mes para acá nos enteramos de que aquí todo
zurrigurri espía a toda zorragurra, y a la inversa. Pero al rato me dije que
de qué me sorprendo, pues buen tiempo hace que tengo yo mismo noticia de
detectivescos seguimientos y de confidenciales informes sobre la vida y
andanzas de mortales de lo más común. Y lo voy a contar aquí ahora mismo, como
está mandado.
Sucedió
en una Universidad de las nuestras. Permítanme que no explique en cuál, pues ni
quiero hacerme más enemigos ni deseo que algún decano se pregunte cómo me
enteré de estos sucedidos y si no habré yo mismo encargado controles y acechanzas. Esa parte la dejamos de lado y créanme en lo que de verdad importa,
los puros hechos del caso.
Fue
el mismísimo rector el que hizo el encargo a una agencia de sabuesos con sede
en la capital de la Comunidad Autónoma. Ya se sabe lo que pasa, que una cosa
lleva a la otra y que un tema saca otro tema. Pides un poco de información
sobre tal o cual cuestión y acabas desenredando un ovillo entero. Así que
narremos la historia con orden y por sus pasos, si bien resumida.
Comenzó
todo en una sobremesa. Se había celebrado el santo patrono de una de las
facultades, como corresponde a la naturaleza laica de nuestro Estado, y se
hallaban el rector, una vicerrectora, dos directores de área, el decano del
centro en fiestas y varios profesores leales tomando café y en grata tertulia.
Fue cuando alguno dejó caer que Loli ya no sale con Benito y que todo el lío es
por una becaria. Qué me dices, replicó el rector, hombre que presume de estar
siempre bien informado y de saberse hasta la talla de cada miembro del
claustro. Como te cuento, replicó la otra parte. Y se enzarzaron en una
contienda de dimes y diretes, de afirmaciones y dudas, de sorpresas e
incredulidades.
Al
poco, ya estaba el magnífico llamando a un sobrino de su asistenta. Ella,
Camino Encina Pardales, que llevaba la casa del mandatario académico
desde la muerte de la tía soltera con la que él vivía antes, le había dejado las
señas de ese pariente que acababa de abrir una agencia de detectives en la
capital autonómica, tras desengañarse sobre las salidas de la licenciatura en
Geografía y después de conseguir con la máxima nota un máster en Seguridad e Higiene. Varias veces nuestro rector había estado tentado de ponerse
en contacto con el investigador privado, no sólo por el mucho respeto que a la
investigación profesaba, tal como en sus programas electorales había figurado
siempre, sino también y más que nada por ver si le sacaba algún dato curioso
sobre el campus y las andanzas de su personal.
Ahora
no podía esperar más. Si era cierto que Loli ya no estaba con Benito, ya
resultaría evidente que Benito engaña a Espe al insistirle en que tiene que
darle tiempo para romper con Loli, y en cuanto Espe se entere de esas
triquiñuelas de Benito tendrá que hacerme caso a mí de una vez, pensó nuestro
hombre en el rectorado. Así que procedió a hacerle el encargo a la agencia del
sobrino de la asistenta y el personal de la misma realizó los oportunos seguimientos,
grabaciones y fotos y entregó el informe al cabo de unas pocas semanas.
Resultó
que no, que era un rumor infundado. Benito y Loli seguían encontrándose todos
los miércoles en el apartamento de ella y era cierto, por tanto, que él todavía
no había tenido ganas o hallado la manera de irse con Espe. Mejor será
dejarlo correr y esperar a ver qué pasa, se dijo nuestro rector. Pero en el
informe había un detalle que no le pasó desapercibido: Benito había estado dos
días encerrado y sin apenas hablar con nadie, y todo para preparar la
documentación y rellenar la aplicación informática para pedir un tramo de
investigación. Al rector le dio un vuelco el corazón al conocer este detalle,
detalle que, por cierto, los detectives habían averiguado al grabar una conversación
telefónica entre Benito y su compañero de pádel, ante el que se disculpaba
porque esa semana y por esa razón no podrían echar el habitual partidillo.
Es
que si Benito conseguía su segundo sexenio investigador podría presentarse a
las elecciones para la Mesa del Claustro y desde ahí tendría acceso a las
documentación empleada para la preparación de las sesiones ordinarias de
aprobación de las reformas parciales de los Estatutos provisionales. Un sudor
frío corrió por la espalda del rector, notó un hormigueo en las piernas y un
ligero temblor en la mano operada. ¿Estará Benito conchabado con Eulogio
Dorantes, eterno candidato de la oposición? Nuevo trabajo para la agencia de
detectives, evidentemente.
Trece
días tardó en llegar el nuevo informe, junto con la factura en concepto de
trabajos de asesoría contable. Que no, que no hay ni rastro de relación entre
Benito y Eulogio Dorantes, pero un sábado por la noche se juntaron en un motel
Benito, Loli y Espe, los tres y sin lugar a dudas. El detective los había
seguido y había logrado la habitación de al lado haciéndose pasar por un
viajante de comercio agotado en plena ruta. Mecagoenlaputa, la que me traiciona
es Espe. No hace falta que les aclare de quién era ese pensamiento. Urge espiar
a Espe.
Espe
es Esperanza de Jesús Retuerta Conforcos, profesora de disciplina relacionada
con las labores agrarias y viuda de Celedonio Compuerta, ingeniero naval de
formación y durante décadas profesor asociado del Departamento de Matemáticas.
Celedonio murió por ahogo debido a una almendra garrapiñada y Espe, o la
profesora Retuerta, es cuarentona sobrada y entrada en carnes que preside la
Comisión de Personal desde antes de su creación, pues es sabido que siendo
rector Saturnino García de las Acacias la nombró para ese puesto sin esperar a que
hubiera previsión estatutaria o legal de dicha Comisión. A la sazón era
Saturnino Acacias amigo íntimo del esposo de ella, el mentado Celedonio
Compuerta, ya que habían hecho juntos las milicias universitarias en Monte de la
Reina. A nadie sorprendió, por tanto, que, muerto el marido, cobrara Esperanza
afición a los rectores e intimidad con el personal.
El
nuevo encargo para los detectives fue por diez días, tan grande era la prisa
del rector para acabar con sus académicas incertidumbres. Cuando tuvo en su
mano al fin la carpeta con los documentos, se sentó y prendió un cigarrillo,
nervioso. No, no había constancia de nuevos encuentros tumultuosos y ni
siquiera se había visto esa temporada Espe con Benito. Podían descartarse
conspiraciones o traiciones nuevas. Pero en la última parte del informe se
contaba que había otro hombre en la vida de la profesora, se daban datos sobre
un par de encuentros íntimos y se transcribían dos llamadas de móvil y una
desde teléfono fijo. Al rector se le aceleró el pulso y sintió como si el suelo
se moviera bajo el sofá. Cómo podía Espe ser tan puta y, lo que es peor, quién
sabe en qué contubernio académico andaría metida y si no estaría trabajando
para los enemigos o pasándoles informaciones delicadas sobre los proyectos de reforma de la zonas verdes del campus.
Después
de la última página había una foto y supo nuestro hombre que era la foto del
amigo secreto de Espe. Estaba del revés y no se atrevía a darle vuelta. Respiró
hondo tres veces y se animó al fin a contemplar la imagen dichosa. Tres
segundos de estupor y una gran carcajada. Qué alivio, por Dios, qué manera de
preocuparse sin necesidad. Con tanto trajín y semejantes quebraderos de cabeza se le
habían olvidado esos ratos recientes con Espe. En la fotografía, que debió de ser
tomada con teleobjetivo desde algún edificio cercano al rectorado, se le ve a él
de pie con los pantalones bajados, con un ejemplar de los Estatutos de la
Universidad en la mano y hablando por teléfono, mientras Espe, de rodillas y
bien sumisa, juega con la lengua en sus partes, las de él.
Ese
mes tuvo que subirle el sueldo a la asistenta, otra vez consternado desde que se
enteró de que limpia también el apartamento de Benito. Hay días en que, desde
luego, dan ganas de mandarlo todo al carajo y no presentarse a las reelección.
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