(Publicado hoy en El Día de León)
Estoy
en contra de la campaña contra los deberes escolares que han puesto en marcha
algunas asociaciones de padres y madres. Y conste que el tema me concierne,
pues tengo una hija de nueve años que estudia en un excelente colegio público
de León.
Evidentemente,
hasta lo bueno puede ser dañino si nos propasamos. Está bien comer fruta, por
ejemplo, pero si uno devora cada día veinte plátanos y cincuenta naranjas,
seguramente resultará pernicioso el exceso. De manera similar, tendremos que
admitir que si las tareas que los niños se llevan a casa les ha de ocupar seis
horas diarias, se trataría de una desmesura. Pero, hasta donde he visto y oído,
no es esa la situación. Sí me he fijado en que muchas veces a los niños les
mandan en el colegio que terminen en casa lo que en clase no han acabado, de
modo que los que en el aula se andan listos tienen poca labor casera, mientras
que a los otros les toca dedicarle más tiempo. ¿Será malo eso? ¿Les iría mejor a
esos chavales si los maestros se despreocuparan y procuraran solamente que cada
cual aprenda dentro del colegio lo que buenamente pueda?
Con
el mayor respeto a todo el mundo, me hacen gracia ciertas explicaciones de las
que se oyen a algunos adultos en campaña contra los deberes. Por ejemplo, la de
que los pequeños han de tener tiempo para el juego, para el descanso y para la
vida familiar, de manera que si han de gastarse dos o tres horas al día
haciendo en el hogar ejercicios de matemáticas o lengua, se les van las
jornadas y no satisfacen tales necesidades. No digo que no haya familias que se
esfuercen y se organicen de maravilla para que los hijos en edad escolar se
formen y disfruten también con el juego, la convivencia familiar, las buenas
conversaciones, la lectura, el cine, la música, el deporte, los paseos con los
progenitores, etc. Habrá casos, seguramente. Pero pocos. Y apuesto unas cenas a
que las familias que tal consiguen no suelen ser las que se oponen a los
deberes; más bien al contrario. Piense el paciente lector en la mayoría de los
niños y niñas que conoce y en el tipo de vida que llevan. Para empezar, esos
mismos padres que tanto insisten en que necesita el niño bastantes ratos para
sus cosas, los llevan a mil y una actividades extraescolares, actividades que
en ocasiones son las que al niño le apetecen, pero otras muchas veces se trata
de las que a los padres ilusionan, porque sueñan los papás con que la criatura
acabe de futbolista de primera, concertista de piano o primer bailarín de la
Ópera de Berlín. Y, para seguir, observemos qué suelen hacer en sus hogares y
día a día muchos de esos pequeños cuyos padres luchan contra los deberes.
¿Cuántas horas semanales pasan ante el televisor? ¿Cuántas dale que dale a la
videoconsola de última generación? ¿Por qué es tan terrible que el niño haga
unas cuantas divisiones y escriba una pequeña redacción y, sin embargo, no hay
problema en que gaste tiempo y más tiempo con videojuegos nada formativos o
viendo fútbol en la tele?
Sospecho
que más de cuatro padres y madres de los que tanto se quejan son de esos que se
consideran obligados a hacer ellos los deberes de los niños o con los niños.
Craso error y enésima manera de pugnar para que nuestros hijos no crezcan ni
sean nunca responsables de nada. Ese adulto protesta porque acaba agotado
después de tanto intentar acordarse de cómo se hace una división con decimales
o una raíz cuadrada. Y, claro, para no cansarse él, pide que no haya tarea para
sus niños. Pues muy mal y quién le manda meterse en lo que a su hijo compete.
Pero
lo que más me espanta es que estamos labrando generaciones a las que se priva
de uno de los más altos placeres, el placer de hacer cosas, el gusto de
alcanzar metas, el disfrute al superarse. Adultos pasivos, cansados, perezosos,
desmotivados, pelean para que sus hijos sean formados a su imagen y semejanza,
seres flojos más dispuestos a pedir que a dar, más dados a protestar por todo
que a ser responsables de algo, desconsiderados con el buen profesional que
cumple con esmero, como tantísimos maestros, y comprensivos con el que vive del
cuento y cobra por escaquearse.
Que
no se desanimen los profesores competentes y vocacionales. Que sepan que somos
mayoría los que queremos que hagan de nuestros hijos personas capaces, honestas
y dispuestas a esforzarse y a trabajar a conciencia; que tengan en cuenta que
somos más, aunque se nos oiga menos o no dediquemos tiempo a urdir campañas ni inventar
eslóganes.
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