Un
día de estos vi en un periódico digital un titular que decía que un grupo de
jóvenes “radicales antifascistas” había propinado una brutal paliza a una
chica, al parecer porque llevaba una bandera de España en la pulsera de su
reloj. Me sonó ofensivo, ya que también me tengo por contrario al fascismo y
hasta por algo radical en más de cuatro cosas, pero no pego a nadie y me parecen
unos perfectos fascistas y unos imbéciles integrales esos autodenominados
antifascistas. Curiosamente, cuando esa misma tarde fui a echar otro vistazo,
el diario había cambiado el titular y ahora decía que la agresión había sido
obra de “un grupo de radicales de izquierda”. Poco arreglamos, pues también
conozco a muchos izquierdistas bastante radicales que jamás incurrirían en
tales agresiones, propias de zoquetes equiparables a los nazis más lerdos de
los tiempos hitlerianos.
El
lenguaje político de los medios está contaminado de prejuicios y a menudo es un
tanto sesgado. Hay periodistas que por no querer ofender a nadie, acaban
faltándonos a casi todos. Especialmente, se echa de menos algo de ecuanimidad
en los términos con los que se describen comportamientos idénticos e ideologías
parejas. Si un rebaño de muchachotes con poco seso golpea a una persona porque
lleva en el reloj una bandera independentista catalana, por ejemplo, leeremos
en las noticias que una pandilla neonazi o fascista ataca a un ciudadano. Si en
otro caso los borregos agresivos son unos jovenzuelos que se tienen por muy
izquierdistas y el apaleado es uno que va con una bandera constitucional
española, es probable que se informe de que un grupo de radicales antifascistas
fue el autor del ataque. Si los de un lado son tildados de fascistas y los que,
desde la ideología aparentemente opuesta, pero perfectamente equiparable e
igual de burra, hacen lo mismo son llamados antifascistas, la información en
cuestión es parcial y al periodista de turno o se le ve el plumero o le hace
falta estudiar un poco.
Dos
fanáticos que hacen idéntica salvajada merecen iguales calificaciones y deben
ser sus acciones descritas con términos valorativamente equivalentes. Si de dos
que van pegando a la gente por ahí, uno es un nazi y como tal lo etiquetamos, y
el otro es un estalinista, a este hay que llamarlo estalinista, no antinazi. O
busquemos una denominación que los abarque por igual y hablamos de
totalitarios, descerebrados o simples hampones.
Un
cerdo negro y un cerdo blanco son dos cerdos, y manipulamos si al uno lo
llamamos puerco y el otro lo describimos como ejemplar de la raza porcina.
Igualmente, todos los fascistas y totalitarios son de la misma especie, por
mucho que cambie el color de sus banderas o la letra de sus himnos. Tan vil
fascista es el que pega a alguien de izquierda por ser de izquierda como el que
agrede a uno de derecha por ser de derecha. Son piltrafas el uno y el otro y lo
adecuado sería que los periódicos no intentaran diferenciarlos y hacernos
pensar que alguno de ellos es más digno o menos culpable. Y si hemos de ser
algo más refinados o correctos, hay palabras que describen perfectamente esas
actitudes, ya se proclamen esos tarambanas derechistas o izquierdistas. Por
ejemplo, la palabra totalitarismo. Lo pertinente sería informar de que un grupo
de totalitarios golpeó a un ciudadano inocente que llevaba una bandera de
España o que iba con una estelada.
¿Importa
algo que sea o se proclame progresista o conservador el lerdo marido que por
celos mata a su esposa o el infame que viola a un niño? Frente a la brutalidad
de tales conductas, nada interesa la ideología a la que la bestia de turno se
acoja. ¿Cuenta para algo que sean o se digan izquierdistas o derechistas los zopencos
que abusan de algún ciudadano indefenso en la calle porque vista tal o cual
camiseta? No importa nada. Así que denominemos delincuentes a los delincuentes
y asnos a los asnos, asesinos a los asesinos y terroristas a los terroristas, y
dejémonos de utilizar eufemismos o de juzgar con distinto rasero según nos
parezcan más cercanas o menos las ideas de los criminales. Porque si son
criminales, no nos pueden resultar comprensibles las consignas ni de estos ni
de aquellos, al menos si nosotros nos tenemos por decentes y mínimamente
demócratas. El que recurre a la violencia por causas políticas o ideológicas es
un cretino, un totalitario y un fascistón, se vista de tradicionalista, se
vista de revolucionario o se vista de lagarterana.
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