Andamos a vueltas todos los días con lo que signifique o deje de significar que un partido o una persona sean de izquierda. No es extraño, con tanto ruido en el ambiente, con tan malos ejemplos, con semejante esquizofrenia, con tal cantidad de máscaras y disimulos. Pongamos nuestro microscópico grano de arena para un intento de ganar claridad. Y, si no, al menos, dejaré constancia de lo que yo personalmente entiendo por tal idea, pues más de un amigo de este blog se habrá quedado perplejo a menudo, cuando ve que me proclamo persona de izquierda y, que, sin embargo, embisto de continuo contra el gobierno que nos gobierna, contra sus eslóganes y contra sus habituales medios de expresión y propaganda.
La filiación izquierdista significa en esencia querencia por la igualdad de oportunidades. ¿Y eso qué es? Pues igualdad de oportunidades quiere decir que toda persona se halle en situación de competir en igualdad, sin desventajas invalidantes, por los puestos más elevados en la escala social. Desgranemos esto un poquito.
Aparece en primer lugar la idea de igualdad. En las eras premodernas se pensaba que las personas eran constitutivamente desiguales, que había personas por naturaleza o por designio divino superiores e inferiores. Y, correlativamente, que eran los superiores los llamados a dominar, gobernar y ostentar las más relevantes posiciones y disfrutar de los mayores beneficios. Este visión antiigualitaria tuvo y tiene muy distintas manifestaciones. Antiguamente se pensaba que los nobles, los de sangre azul, eran naturalmente los mejores y para ellos debía estar reservado el gobierno y la dirección de los demás, que eran o menos buenos o menos capaces. Antes y ahora, el machismo supone un desigual reparto de poderes y derechos con base en la supuesta superioridad natural de los varones. El racismo adopta el mismo esquema a base de jerarquizar las razas como constitutivamente desiguales. Para todas estas maneras de pensar, los sujetos inferiores (respectivamente: plebeyos, mujeres o no blancos) estarían por definición excluidos de las posiciones sociales más altas. La igualdad de oportunidades no tiene cabida en estas doctrinas, o la tiene sólo como competición dentro del estrato más elevado.
Las corrientes de pensamiento político hoy preponderantes asumen, al menos en línea de principio, la igualdad formal de todos los seres humanos, y afirman que nadie por razón de nacimiento, raza o sexo debe estar excluido por ley del disfrute de ningún derecho que esté reservado a otros. Eso significa igualdad ante la ley, esa igualdad que entre nosotros consagra el artículo 14 de la Constitución.
El verdadero debate ocurre a propósito de la otra igualdad, la igualdad material. Aquí los polos extremos están formados por el ultraliberalismo económico y el comunismo. El primero cree que es el puro mercado el que, sin restricción ninguna, debe repartir las suertes. La ley de oferta y demanda deparará a los más capaces la mejor fortuna y a los menos aptos o hábiles o voluntariosos la suerte peor. Todo intento de corregir esos resultados antiigualitarios se traducirá en pérdida de eficiencia del sistema, menor productividad, mayores costos de transacción, presencia de parásitos sociales, crecimiento de burocracia costosa, etc., con lo que, al final, cualquier intento de mejorar desde el Estado la distribución del mercado acabará en mayor pobreza para todos, pues habrá menos que repartir allí donde se crea menos riqueza. Digamos, en resumen, que para que el sistema económico-social funcione no quedaría más remedio que resignarse a que haya pobres, o muy pobres o, incluso, a que los más desfavorecidos se mueran de hambre y no tengan oportunidades reales de progreso, sólo virtuales o meramente teóricas, formales. Porque no olvidemos que para estas corrientes la propiedad es sagrada, e intocable también la institución de la herencia, pues se consideran atributos esenciales de la persona, derechos naturales intangibles. Los resultados del predominio de este pensamiento en muchos países son bien conocidos: miseria y radical falta de posibilidades de promoción para grandes capas de población.
En el extremo contrario estaría el comunismo. Aquí la idea esencial es que sea la colectividad, encarnada en el Estado –al menos mientras éste dure; pero no nos compliquemos más- la titular o propietaria de todos los bienes relevantes, comenzando por los medios de producción. El objetivo es que en lo que importa cada ciudadano obtenga un reparto igual del pastel social, el mismo trozo para cada cual. Eso exige una férrea centralización de la economía y un total reemplazo de las reglas del mercado por las leyes del Estado, aunque sea a costa de la pérdida de eficiencia. ¿Por qué pérdida de eficiencia? Porque los ciudadanos, privados del acicate del beneficio mayor y la ambición personal, pondrán de su parte mucho menos en pro de la producción y el crecimiento del sistema. De ahí que en los países del llamado comunismo real se hiciera un esfuerzo tan enorme de adoctrinamiento, con el propósito de comprometer a cada individuo con una empresa que, por colectiva, ya no siente como la estrictamente suya. Las consecuencias de esos sistemas, en lo que se ha podido ver en la historia real, son también de sobra conocidas: mero reparto de la miseria; reparto, además, desigual, pues se generan nomenklaturas parasitarias que se apropian del Estado para su propio medro, y, para colmo, pérdida radical de libertades básicas del individuo. Si en el capitalismo salvaje la igualdad formal y los derechos de libertad son la coartada bajo la que se justifica la explotación y la miseria de muchos, en el comunismo real la igualdad material es el subterfugio para convertir a los ciudadanos en súbditos inermes de un Estado cuasiesclavizador.
Hay unos pocos países afortunados en los que se ha impuesto en la vida política e institucionalizado en constituciones suficientemente efectivas un espacio intermedio entre esos extremos. Ese espacio intermedio se hace de una combinación de mercado y Estado, de libertades individuales –libertad de empresa incluida- y de derechos sociales. Los individuos pueden labrarse libremente su futuro en competencia abierta y sabedores de que hay suertes distintas y reparto desigual de fortunas y oportunidades, pero el Estado interviene sobre los resultados del mercado con propósito corrector: quita por vía impositiva a los que más tienen u obtienen y, con ello, procura satisfacer las necesidades mínimas de los que no pueden pagar: educación gratuita para todos y becas para los más necesitados, sanidad pública gratuita, políticas de vivienda, pensiones asistenciales, etc., etc.
Rechazados los extremos (yo los rechazo, ambos, esto es una opción personal), toca preguntarse qué significa izquierda y qué supone su elemento definitorio, la igualdad de oportunidades, en uno de estos Estados democráticos y constitucionales que procuran también un mínimo, al menos, de derechos sociales.
Las opciones políticas se van a diferenciar ahí según el grado de protagonismo que otorguen a los mecanismos distributivos del mercado y a los redistributivos del Estado. La derecha ha querido siempre que el Estado corrija muy poco el reparto que del mercado salga, y al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Su cruz ha sido una miseria insoportable de grandes capas de población, y los propios partidos de derecha razonable o inteligente han tenido que retroceder y hacer eso que se llama acercamiento al centro. La izquierda ha insistido en que tiene el Estado que modelar la sociedad o procurar construirla como diseño voluntario, para que no sea (des)orden espontáneo. El precio ha sido una combinación variable de autoritarismo y un alza insoportable de los costes de gestión, sobre todo a manos de una burocracia que se hace más ineficiente en proporción directa a su crecimiento y a su captación de privilegios. Y por eso ha tenido que acercarse también la izquierda a ese misterioso lugar, ese punto inasible, que se llama el centro. Porque el centro, en cuanto proporción perfecta y armónica de mercado y Estado, por definición no existe, pues las tensiones y las disfunciones no son eliminables del sistema.
Así que la experiencia parece que impone algunas conclusiones. Una, que las desigualdades sociales son inevitables, pues es demasiado elevado el precio por desterrarlas; y además renacen siempre. Y la otra, que esas desigualdades hay que domesticarlas un tanto, hay que gestionarlas de forma tal que, aun asumiendo que resultan hasta convenientes –el argumento del acicate- se debe evitar que se tornen insufribles, incluso criminales. Y aquí es donde cobra pleno sentido el argumento de igualdad de oportunidades como definitorio de la izquierda.
En términos prácticos y ejemplificativos, si en nuestro país existiera en este momento plena igualdad de oportunidades, significaría que cualquier niño o niña que hoy aquí nazca, sea en el barrio que sea, sea en la familia que sea, sea de la raza que sea, tenga las mismas oportunidades sociales que cualquier otro para llegar, si quiere, a presidente del gobierno, presidente del mayor banco o investigador principal del más importante centro científico. O de ser albañil, si lo prefiere. En cambio, no hay esa igualdad de oportunidades en un país en el que con certeza se sabe que prácticamente ninguno de los niños que hoy nacen en ciertas calles o barrios o en el seno de determinadas familias se va a ganar la vida en el andamio, mientras que otros, que nacen en nido distinto, con toda probabilidad están de raíz y desde ya excluidos de los oficios más lucidos y lucrativos, y tendrán el andamio no como opción, sino como condena si quieren comer.
Ya tenemos la base para una política de izquierda que merezca el nombre, y será una política de supresión de la exclusión y, correlativamente, de eliminación del privilegio. Admítase que haya bancos, y que en los bancos unos sean Presidentes del consejo de administración y otros empleados de tercera. Pero garantícese, con todos los instrumentos del Estado y del servicio público, que en la siguiente generación, o en la otra, el hijo o nieto del empleado pueda ser el Presidente y el hijo o nieto del Presidente pueda ser el empleado.
Decir esto para la empresa privada tiene sus problemas, en los que no me voy a detener. Pero baste pensar que toda empresa vive del beneficio y se asienta en el ánimo de lucro, y que a todas les conviene estar en mano de los mejores gestores. Désele al de cuna humilde la misma oportunidad que al otro de formarse, de hacer una carrera que de verdad seleccione por capacidad, etc. y veremos cómo la propia dinámica del mercado acaba brindando oportunidades de ascenso privado a ese que primero apadrinó el Estado. No cómo aquí y ahora, donde la política pseudosocial y mentirosa consiste en facilitar que todos tengan un título universitario para que, ante lo poco que los títulos forman y significan en la práctica, sean los hijos de los de siempre, los que pueden pagarse el máster y conseguir privadamente la formación que la universidad pública hurta a los otros, los que sigan perpetuándose en los puestos dominantes.
Y si decimos esto de lo privado, que decir de los trabajadores del Estado. Ese principio de mérito y capacidad que la Constitución dispone (art. 102.3) como parámetro de acceso a la condición funcionarial es la piedra angular de un Estado comprometido con la igualdad de oportunidades. No como esta corrupción permanente que vivimos con un silencio cómplice y con la colaboración vergonzosa y vergonzante de organizaciones, como las sindicales, que por historia y por designio constitucional están para defender a los más débiles y no para ejercer de mafia y de reducto del más putrefacto clientelismo. Como hoy está ocurriendo masivamente, a todos los niveles y peor cuanto más abajo, en este Estado español que presume de social y es, en todo y para todo, cada vez más tribal; o más feudal.
Un Estado de sinvergüenzas prestos a corromper o corromperse, no es, por definición, un Estado social, pues el clientelismo reproduce hasta la náusea los más pútridos esquemas del Estado premoderno, antiigualitario, clasista, opresor. Un partido de arribistas que venden su voto y su decencia por un plato de lentejas o por no tener que volver –si alguna vez han estado, que esa es otra- al tajo real, no es un partido que merezca llamarse socialista, es una mera casa de lenocinio.
Por eso despotrico contra los izquierdistas de pacotilla, de eslogan vacío y rostro de pedernal. ¿Que la derecha es peor? Y a mí qué demonios me importa, no son los míos y no me duelen tanto. Además, hace tiempo que tengo mis dudas de que sean peores. Tal vez porque peor imposible.
Vaya por dios, esto empezó como una lección la mar de profesoral y acabó como siempre. Sorry.
La filiación izquierdista significa en esencia querencia por la igualdad de oportunidades. ¿Y eso qué es? Pues igualdad de oportunidades quiere decir que toda persona se halle en situación de competir en igualdad, sin desventajas invalidantes, por los puestos más elevados en la escala social. Desgranemos esto un poquito.
Aparece en primer lugar la idea de igualdad. En las eras premodernas se pensaba que las personas eran constitutivamente desiguales, que había personas por naturaleza o por designio divino superiores e inferiores. Y, correlativamente, que eran los superiores los llamados a dominar, gobernar y ostentar las más relevantes posiciones y disfrutar de los mayores beneficios. Este visión antiigualitaria tuvo y tiene muy distintas manifestaciones. Antiguamente se pensaba que los nobles, los de sangre azul, eran naturalmente los mejores y para ellos debía estar reservado el gobierno y la dirección de los demás, que eran o menos buenos o menos capaces. Antes y ahora, el machismo supone un desigual reparto de poderes y derechos con base en la supuesta superioridad natural de los varones. El racismo adopta el mismo esquema a base de jerarquizar las razas como constitutivamente desiguales. Para todas estas maneras de pensar, los sujetos inferiores (respectivamente: plebeyos, mujeres o no blancos) estarían por definición excluidos de las posiciones sociales más altas. La igualdad de oportunidades no tiene cabida en estas doctrinas, o la tiene sólo como competición dentro del estrato más elevado.
Las corrientes de pensamiento político hoy preponderantes asumen, al menos en línea de principio, la igualdad formal de todos los seres humanos, y afirman que nadie por razón de nacimiento, raza o sexo debe estar excluido por ley del disfrute de ningún derecho que esté reservado a otros. Eso significa igualdad ante la ley, esa igualdad que entre nosotros consagra el artículo 14 de la Constitución.
El verdadero debate ocurre a propósito de la otra igualdad, la igualdad material. Aquí los polos extremos están formados por el ultraliberalismo económico y el comunismo. El primero cree que es el puro mercado el que, sin restricción ninguna, debe repartir las suertes. La ley de oferta y demanda deparará a los más capaces la mejor fortuna y a los menos aptos o hábiles o voluntariosos la suerte peor. Todo intento de corregir esos resultados antiigualitarios se traducirá en pérdida de eficiencia del sistema, menor productividad, mayores costos de transacción, presencia de parásitos sociales, crecimiento de burocracia costosa, etc., con lo que, al final, cualquier intento de mejorar desde el Estado la distribución del mercado acabará en mayor pobreza para todos, pues habrá menos que repartir allí donde se crea menos riqueza. Digamos, en resumen, que para que el sistema económico-social funcione no quedaría más remedio que resignarse a que haya pobres, o muy pobres o, incluso, a que los más desfavorecidos se mueran de hambre y no tengan oportunidades reales de progreso, sólo virtuales o meramente teóricas, formales. Porque no olvidemos que para estas corrientes la propiedad es sagrada, e intocable también la institución de la herencia, pues se consideran atributos esenciales de la persona, derechos naturales intangibles. Los resultados del predominio de este pensamiento en muchos países son bien conocidos: miseria y radical falta de posibilidades de promoción para grandes capas de población.
En el extremo contrario estaría el comunismo. Aquí la idea esencial es que sea la colectividad, encarnada en el Estado –al menos mientras éste dure; pero no nos compliquemos más- la titular o propietaria de todos los bienes relevantes, comenzando por los medios de producción. El objetivo es que en lo que importa cada ciudadano obtenga un reparto igual del pastel social, el mismo trozo para cada cual. Eso exige una férrea centralización de la economía y un total reemplazo de las reglas del mercado por las leyes del Estado, aunque sea a costa de la pérdida de eficiencia. ¿Por qué pérdida de eficiencia? Porque los ciudadanos, privados del acicate del beneficio mayor y la ambición personal, pondrán de su parte mucho menos en pro de la producción y el crecimiento del sistema. De ahí que en los países del llamado comunismo real se hiciera un esfuerzo tan enorme de adoctrinamiento, con el propósito de comprometer a cada individuo con una empresa que, por colectiva, ya no siente como la estrictamente suya. Las consecuencias de esos sistemas, en lo que se ha podido ver en la historia real, son también de sobra conocidas: mero reparto de la miseria; reparto, además, desigual, pues se generan nomenklaturas parasitarias que se apropian del Estado para su propio medro, y, para colmo, pérdida radical de libertades básicas del individuo. Si en el capitalismo salvaje la igualdad formal y los derechos de libertad son la coartada bajo la que se justifica la explotación y la miseria de muchos, en el comunismo real la igualdad material es el subterfugio para convertir a los ciudadanos en súbditos inermes de un Estado cuasiesclavizador.
Hay unos pocos países afortunados en los que se ha impuesto en la vida política e institucionalizado en constituciones suficientemente efectivas un espacio intermedio entre esos extremos. Ese espacio intermedio se hace de una combinación de mercado y Estado, de libertades individuales –libertad de empresa incluida- y de derechos sociales. Los individuos pueden labrarse libremente su futuro en competencia abierta y sabedores de que hay suertes distintas y reparto desigual de fortunas y oportunidades, pero el Estado interviene sobre los resultados del mercado con propósito corrector: quita por vía impositiva a los que más tienen u obtienen y, con ello, procura satisfacer las necesidades mínimas de los que no pueden pagar: educación gratuita para todos y becas para los más necesitados, sanidad pública gratuita, políticas de vivienda, pensiones asistenciales, etc., etc.
Rechazados los extremos (yo los rechazo, ambos, esto es una opción personal), toca preguntarse qué significa izquierda y qué supone su elemento definitorio, la igualdad de oportunidades, en uno de estos Estados democráticos y constitucionales que procuran también un mínimo, al menos, de derechos sociales.
Las opciones políticas se van a diferenciar ahí según el grado de protagonismo que otorguen a los mecanismos distributivos del mercado y a los redistributivos del Estado. La derecha ha querido siempre que el Estado corrija muy poco el reparto que del mercado salga, y al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Su cruz ha sido una miseria insoportable de grandes capas de población, y los propios partidos de derecha razonable o inteligente han tenido que retroceder y hacer eso que se llama acercamiento al centro. La izquierda ha insistido en que tiene el Estado que modelar la sociedad o procurar construirla como diseño voluntario, para que no sea (des)orden espontáneo. El precio ha sido una combinación variable de autoritarismo y un alza insoportable de los costes de gestión, sobre todo a manos de una burocracia que se hace más ineficiente en proporción directa a su crecimiento y a su captación de privilegios. Y por eso ha tenido que acercarse también la izquierda a ese misterioso lugar, ese punto inasible, que se llama el centro. Porque el centro, en cuanto proporción perfecta y armónica de mercado y Estado, por definición no existe, pues las tensiones y las disfunciones no son eliminables del sistema.
Así que la experiencia parece que impone algunas conclusiones. Una, que las desigualdades sociales son inevitables, pues es demasiado elevado el precio por desterrarlas; y además renacen siempre. Y la otra, que esas desigualdades hay que domesticarlas un tanto, hay que gestionarlas de forma tal que, aun asumiendo que resultan hasta convenientes –el argumento del acicate- se debe evitar que se tornen insufribles, incluso criminales. Y aquí es donde cobra pleno sentido el argumento de igualdad de oportunidades como definitorio de la izquierda.
En términos prácticos y ejemplificativos, si en nuestro país existiera en este momento plena igualdad de oportunidades, significaría que cualquier niño o niña que hoy aquí nazca, sea en el barrio que sea, sea en la familia que sea, sea de la raza que sea, tenga las mismas oportunidades sociales que cualquier otro para llegar, si quiere, a presidente del gobierno, presidente del mayor banco o investigador principal del más importante centro científico. O de ser albañil, si lo prefiere. En cambio, no hay esa igualdad de oportunidades en un país en el que con certeza se sabe que prácticamente ninguno de los niños que hoy nacen en ciertas calles o barrios o en el seno de determinadas familias se va a ganar la vida en el andamio, mientras que otros, que nacen en nido distinto, con toda probabilidad están de raíz y desde ya excluidos de los oficios más lucidos y lucrativos, y tendrán el andamio no como opción, sino como condena si quieren comer.
Ya tenemos la base para una política de izquierda que merezca el nombre, y será una política de supresión de la exclusión y, correlativamente, de eliminación del privilegio. Admítase que haya bancos, y que en los bancos unos sean Presidentes del consejo de administración y otros empleados de tercera. Pero garantícese, con todos los instrumentos del Estado y del servicio público, que en la siguiente generación, o en la otra, el hijo o nieto del empleado pueda ser el Presidente y el hijo o nieto del Presidente pueda ser el empleado.
Decir esto para la empresa privada tiene sus problemas, en los que no me voy a detener. Pero baste pensar que toda empresa vive del beneficio y se asienta en el ánimo de lucro, y que a todas les conviene estar en mano de los mejores gestores. Désele al de cuna humilde la misma oportunidad que al otro de formarse, de hacer una carrera que de verdad seleccione por capacidad, etc. y veremos cómo la propia dinámica del mercado acaba brindando oportunidades de ascenso privado a ese que primero apadrinó el Estado. No cómo aquí y ahora, donde la política pseudosocial y mentirosa consiste en facilitar que todos tengan un título universitario para que, ante lo poco que los títulos forman y significan en la práctica, sean los hijos de los de siempre, los que pueden pagarse el máster y conseguir privadamente la formación que la universidad pública hurta a los otros, los que sigan perpetuándose en los puestos dominantes.
Y si decimos esto de lo privado, que decir de los trabajadores del Estado. Ese principio de mérito y capacidad que la Constitución dispone (art. 102.3) como parámetro de acceso a la condición funcionarial es la piedra angular de un Estado comprometido con la igualdad de oportunidades. No como esta corrupción permanente que vivimos con un silencio cómplice y con la colaboración vergonzosa y vergonzante de organizaciones, como las sindicales, que por historia y por designio constitucional están para defender a los más débiles y no para ejercer de mafia y de reducto del más putrefacto clientelismo. Como hoy está ocurriendo masivamente, a todos los niveles y peor cuanto más abajo, en este Estado español que presume de social y es, en todo y para todo, cada vez más tribal; o más feudal.
Un Estado de sinvergüenzas prestos a corromper o corromperse, no es, por definición, un Estado social, pues el clientelismo reproduce hasta la náusea los más pútridos esquemas del Estado premoderno, antiigualitario, clasista, opresor. Un partido de arribistas que venden su voto y su decencia por un plato de lentejas o por no tener que volver –si alguna vez han estado, que esa es otra- al tajo real, no es un partido que merezca llamarse socialista, es una mera casa de lenocinio.
Por eso despotrico contra los izquierdistas de pacotilla, de eslogan vacío y rostro de pedernal. ¿Que la derecha es peor? Y a mí qué demonios me importa, no son los míos y no me duelen tanto. Además, hace tiempo que tengo mis dudas de que sean peores. Tal vez porque peor imposible.
Vaya por dios, esto empezó como una lección la mar de profesoral y acabó como siempre. Sorry.
11 comentarios:
Hoy me he despertado con la COPE, coño¡¡¡ si creo que me dormi con la ser.
Primera noticia: la enciclica "Dios es amor" del XVI valvulas, algún chip debió activarse en mi mente pues senti los aromas de laudos y visperas de la infancia, despues una leve sonrisa se torno en carcajada solitaria cuando oigo al ministro caldera en una intervención parlamentaria pasada defendiendo la unidad de los archivos de salamanca con los mismo argumentos que utiliza el PP o quizás aun mejores. Lo mas sorpredente es que me veo afeitandome y canturreando "alegre la mañana". En fin lo que puede hacer una simple frase "dios es amor" de buena mañana.
Quizás deberíamos preguntarnos si realmente hay una conexión entre los partidos y sus bases.
O mejor si realmente la hay; ¿Cómo se organizan los partidos? ¿Cómo salen elgidos sus miembros? si el clientismo y el fachismo desmsurado impera desde la propia organización interna.
De algo estoy seguro. la persona que intente colarse por accidente ó no en la organización de un partido y se consique aguantar el tirón o lo hace por el afan de compreder a que sabe la mierda, por un mero afan de superación personal ó a entrado al suculento festin ( llemese el pastel gordo gordo, o la sobras eso va en función del partido y su situción en el mapa político del momento)
El clientismo esta en la base de cualquier partido hasta el más pequeño.
Y que decir de la política alguien se ha parado apensar en la Ley de bases de regimen local y su relación con los municipios de menos de 5000 habitantes?
jejjeje. Bueno asi nos va. El alcade que se proponga ser facha facha facha lo consigue y además saldrá indemne del tema; fundamentar uan causa penal practicamente imposible ( digo prácticamente paro hay que saber bastante y prepararle la trampa premeditadamente claro) ACUDIR A UN CONTENCIOSO en fin......
Lo que pretendo decir es que la cleintela está en la base misma ya.
Los pueblos indigenas seguirán siendo indigenas por que la ley de bases y la nueves reformas operan solo sobre los grandes nucleos. etc etc
La politica en municipios pequeños consiste ne el arte de ....(tendría que elaborar un tratado sobre democracia-autonomía local) Lo dejo ahi mejor.
No se realmente lo que pretendo decir. Que está bien palpar le fascismo en la organizacion interna de los partidos, y en algunos ambitos de la política que nuestro sitema legal aun permite cultivar. Que está bien si no te vendes es una experiencia que le aconsejo a cualquiera. Si te vendes pues bueno tambien te irá bien digo yo; economicamente.
Jejeje pero el respeto, esa sensación de que nadie sabe por donde vas a salir esta vez.... y de a cualquiera se le indigeste el festin con un simple "u" por el mero hecho de que tu no has comido ni quieres comer.... en fin... es todo un orgasmo...
PD: ojo posiblemente solo aguantes 4 años en política, asi que prepara tu estrategia para mantenerte si pretendes seguir.
Lo ves antetodomuchacalma que facil es?
Bueno alguien sabe respoderme? SI el comisionistaactua en nombre propio:
a)queda vinculado directamente con el 3º
b)Tiene un poder exclusivo de disposición sobre los bienes que le encomiendan
c) las dos respuestas son correstas
La A) es correcta pero con la B) me he ofuscado
Hay si me hubuiera presentado con "migue", todo el año con la letra de cambio, como los españoles con ATE, pero que aburrimento que sensacion de perder el tiempo....
Bueno mañana examen de mercantil II, despues de tres años sin hacer un examen y sin leer apenas, tres años viviendo en las bases jejejje; no me arrepiento. La pena es que he vivido el contrato de leasing, he presenciado embargos a tutiple, la letra de cambio no me sirbió para nada, algun día espero que sí.
Mierda: no estuve atento el martes. ¿Qué pasó con el anul ed oralC?
ya ves el resultado: Me dormi dulcemente con la SER y desperte con la COPE.
Pues sí que era pa mear y no echar gota, sí.
P.S. En alguna de las combinaciones de letrujas que hay que poner para certificar que no eres una máquina comienzo a leer mensajes ocultos.
Es que soy muy receptivo a todas esas cosas. Acabo de coger el CD-ROM de Justicia Constitucional del TC Jiménez de Parga, lo he puesto al revés y salen mensajes satánicos.
P-P.S. Falsa alarma. Lo he puesto hacia delante y también salen mensajes satánicos.
A bote pronto: después de leer esta estupenda disertación no me explico la "manía" que le tienes a Evo Morales. ¿Crees que existe la igualdad de oportunidades en Bolivia?.
Saludos
Dice garciamado : " La filiación izquierdista significa ... la igualdad de oportunidades" ; de eso nada, o mejor dicho, en abstracto eso lo quiere cualquier ciudadano.
Magistral la explicación de las desigualdades de siglos anteriores, pero da la casualidad que estamos en el XXI, también magnífica interpretación de la igualdad formal del art 14 CE, pero falta la explicación de la igualdad real del art 9 del mismo texto.
Cuando describe el ultraliberalismo ¿existe alguna nación actual en que se aplique esa doctrina? , la conclusión final de esta idea política-económica que extrae garciamado : "miseria y radical ... población", oiga profesor, eso pasa aquí y va la cosa de sociatas.
Lo del comunismo me lo he saltado, sólo me interesa cuando eran amigos del Führer y cuando hicieron justicia con el zar.
Garciamado extrae unas conclusiones en base a la experiencia, como si ya se hubiese agotado toda experiencia posible (como si Edison al quinquagésimo intento hubiese cesado en su empeño de descubrir la bombilla y non hubiese esperado al nonagésimo) y como si el fascismo no hubiese acabado en Italia con las desigualdades sociales o Fidel Castro en que todos son iguales por abajo. Mantener que no se puede acabar con las desigualdades sociales es mucho decir.
Y el ejemplo del director del Consejo de Administración y del botones del banco está ya superado, menos los ciudadanos de Borbón y los ciudadanos apellidados Fitz James, los demás ricachones actuales son nuevos ricos : Polanco, Botín, Florentino Pérez, Amancio Ortega , es decir, nietos de pobres y quizá nietos de clasemediana, en León igual : Miguélez, Piva y el constructor no se como se apellida pero también primera generación de rico. Y lo de hacer una carrera (de estudiar)no garantiza nada ya sabemos lo que mola : operación triunfo, ser político con bachiller o notas mediocres,ninguno de los ricos de nuevo cuño antes citados debe tener estudios universitarios ni falta que les ha hecho; mediocre votará mediocre con excepciones , por supuesto.
Le doy la razón en todo lo referente al art 103.3 CE. Los estudiantes de izquierda no serían nada sin enchufes, sin embargo los estudiantes de derechas son los mejores, admito una excepción en alguna universidad en la de León no y el más burro y recomendao es un comunista de papá
La receta válida sería : ya que hay desigualdades y aunque renazcan paliemoslas, los que nos decimos de izquierdas y que fijo, pero fijo, podemos vivir de siete sobra con 1800 euros al mes demos el resto a los pobres, porque encima muchos de estos igualitarios tienen su pareja hombre o mujer con otra nómina parecida y tienen el morro de hacer la declaración de la renta individual, yo no soy de izquierdas y me apunto a la idea, pero todos a una y ya veras como acabamos con la pobreza.
Y eso de que la derecha es peor, son más clasistas, pero lo dicen ostia, no engañan y por lo menos tienen mejores expedientes académicos, mucho mejor que el mío , por ejemplo, y sólo por eso son dignos de admirar.
Juan Antonio, estás hoy indignado, y quién no lo estaría. Se podrían poner muchos puntos sobre las íes de tu encendido alegato, pero para qué, no variarían nada de lo esencial.
Mi opinión es que se nos ha llevado por delante un conato de mal entendida "prosperidad". Íbamos a principios de los ochenta, cuando boqueaba la postdictadura, camino de ser un grupo de hombres y mujeres, no sé si una nación, un estado, o varios ... pero llegó la "fiebre del oro", heraldada por Solchagas y Boyeres (a quienes considero más dañinos para la historia de ese partido de informe derecha moderada que el mismo González), y la mayor parte de nuestros compañeros de territorio (así nadie se ofende) empezaron a galopar, como el famoso día que se dió el pistoletazo en la línea del territorio que iba a ser Oklahoma, a ver quién pillaba más. Y siguen galopando, y más que se han añadido a la estampida. Atrás en la polvareda no sólo se han quedado las ideologías, con todo lo infantiles que hoy nos parecen en su unidimensionalidad derecha-izquierda, sino bastante más cosas. La más importante, la cordura.
Los resultados hablan. ¿Vivienda? Cuando volví a España a mediados de los noventa, asentándome en una capital de provincias, y ganando moderadamente bien, una casa digna valía cuarenta de mis sueldos. Diez años más tarde, no gano menos, y la misma casa, diez años más vieja, cuesta (me repugna emplear en presente el verbo valer) casi ciento cuarenta. Y es sólo un ejemplo. ¿Tiempo neto de los ciudadanos para sí y sus familias? ¿Endeudamiento?
Galopamos y galopamos, ¿hacia dónde? Feliz quien se pueda bajar del caballo.
usuario anonimo, me pregunto porque los estudiantes de derechas son los mejores? el tener o no mejor expediente va unido a ser de derechas?
Admiras a esos de derechas con un gran expediente?
Me pregunto si esos ricos que mencionas, nietos de pobres, que no tienen estudios etc etc: No saben una gran máxima que todo se compra con dinero, quizás solo conozcan esa.
Que quieres? lo que quieras, solo tienen que sacar el talonario.
Malgastaran toda su pasta quizás en historias de esas en subvertir esa igualdad de oportunidades, en tomar el control y manejar lo y a quien que haga falta;
Se gastarán quizás lo que no ganas tu en un año en contentar a tal o cual persona, y sin embargo le regatearán al empleado 500 euros por decir algo.
Una vez que te vendes entras en una cadena de relaciones de la que no te saca ni el tato.
Politicos de bachiller? pues sí muchos, ojalá los hubiera con carreras universitarias.
Pero no importa los hay y se venden. Y además por pijaditas.
Iuresprudent quizá sean mejores estudiantes los de derechas porque la izquierda no existe o por mi experiencia personal en la facultad de León donde reitero que el peor alumno, desde mi punto de vista, es un comunista comprometidísimo y en la de Almería, pero ya digo que alguno habrá de los que se dicen izquierdas , de esos igualitarios de los que habla garciamado.
La verdad que sí que admiro un buen expediente académico.
Esos ricos que menciono son casi todos de izquierdas y no nos debería de importar que un empresario discutiera cantidades con sus empleados, si todos hacemos mi propuesta : todo lo que ganemos a mayores de 1800 euros se le da a los pobres y declaraciones de renta por ley conjuntas donde haya 2 nóminas de más de 2000 euros.
Querido Toño,
Leo tu texto, y esta mañana (26/01) el que ahora te acompaño. ¿Merecería tu comentario?.
Es un artículo publicado en los diarios del grupo Joly, uno de ellos es Málaga Hoy, de donde lo tomo.
"ana maría aguilar manjón presidenta del consejo general de profesionales del trabajo social
La dependencia y el cuarto pilar
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EL reconocimiento de nuevos derechos de ciudadanía siempre es un logro que se debe celebrar desde planteamientos progresistas pero puede ocurrir que el reconocimiento de determinados derechos, según se articule el ejercicio efectivo de los mismos, suponga un retroceso o pérdida importante para el conjunto de la población.
Y, según vamos avanzando en el conocimiento de las líneas de la futura ley para la autonomía personal, vamos comprobando que los temores que hemos tenido a lo largo de todo el proceso, en unos momentos en mayor medida que en otros, cobran mayor fundamento y no sólo nos crea malestar porque se nos haya estado trasladando constantemente que el planteamiento mantenido por gran parte del colectivo que conoce, trabaja y cree en el cuarto pilar del Estado del Bienestar, los Servicios Sociales, veamos que no es cierto; sino que nos entristece que a la ciudadanía se le traslade la necesidad de montar un sistema que va a suponer "poner a España a la cabeza de Europa", cuando en realidad la red y el sistema existen y por supuesto, no es necesario montarlo, lo que es necesario es reforzar el existente.
Esta afirmación no significa retirar el apoyo al reconocimiento de los derechos a las personas que se encuentran en una situación de dependencia, que hemos hecho público hasta el momento y que también hicimos llegar al Congreso de los Diputados con ocasión de mi comparecencia para realizar aportaciones al Libro Blanco. Consideramos que es imprescindible abordar las necesidades que emergen de las situaciones de dependencia, como lo es garantizar la atención a otras muchas situaciones de dificultad social y que hasta el momento se encarga en su mayor parte, el mismo sistema, el Sistema Público de Servicios Sociales.
Este sistema se sostiene gracias a un acuerdo entre la Administración central, las comunidades autónomas y las corporaciones locales, el Plan Concertado para las Prestaciones Básicas de Servicios Sociales. El catálogo de prestaciones y servicios que se incluye en dicho plan (que es el que pretenden que configure el nuevo "sistema") debe ser incorporado a una Ley General de Servicios Sociales inexistente que reconozca como derecho subjetivo de ciudadanía los servicios sociales, que garantice y universalice las prestaciones y servicios.
Esto último fue un compromiso electoral del presidente Zapatero, reiterado por él en su discurso de investidura en el Congreso de los Diputados y solicitado por más de 200 ONG de todo el Estado, agentes sociales, sindicatos, rectores de universidades y miles ciudadanos y ciudadanas de forma particular a través del Manifiesto de Talavera.
Más de la mitad de las prestaciones que se prevén son prestaciones económicas destinadas para cubrir el coste de la cuidadora. Aunque consideramos necesario contemplar estas prestaciones, apostamos indiscutiblemente por las prestaciones de servicios, sean de ejecución directa de la Administración o concertadas. Lo que no apoyamos bajo concepto alguno es la aportación económica de la administración para que el usuario obtenga en el mercado el servicio por carecer esta del mismo.
Ante el texto planteado se nos presentan dudas como: ¿Qué significa "ayuda"?, ¿Quién da de alta en la Seguridad Social a la cuidadora, la persona que requiere la atención o ella misma como autónoma o creamos otro epígrafe nuevo para ellas?
¿No hablábamos de facilitar la incorporación al mundo laboral de las mujeres que actualmente se dedican a cuidar a su familiar? De esta manera, no sólo no facilitamos su incorporación sino que continuamos manteniendo que sean las mujeres quienes se ocupen de las necesidades familiares. Además, ¿cómo garantizamos que la calidad de la atención para un servicio que se configura con el trabajo realizado por la familiar de la persona que lo requiere? ¿Será la administración capaz de supervisar dicho trabajo? Se podrá exigir la calidad siempre que se facilite la formación requerida, pero no sabemos cuántas estarán dispuestas a realizarla porque no olvidemos, su atención se basa en el amor por su ser querido.
Que se haya cuantificado el coste de la red de atención es un paso necesario para poder reforzar el sistema pero, tal como está planteado, las comunidades autónomas ¿lo admitirán?
El Estado del Bienestar se sustenta en cuatro pilares. En España tenemos pendiente dotar de la entidad jurídica que se merece el cuarto pilar. Este es el Sistema Público de Servicios Sociales en el que se inserta la red de atención a las personas en situación de dependencia y que de no ser así pone en riesgo el reconocimiento como derecho universal el derecho a los servicios sociales de todos los ciudadanos y ciudadanas.
Sólo entonces España estaría entre las sociedades con mayor protección social de Europa."
Bravo. La excelencia de la simplicidad.
(Sin ironía alguna).
Salud.
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