Hace un par de semanas puse en relación al “bloguero” actual, es decir, la persona que sabe mantener un“blog” en Internet, con Karl Kraus, el escritor austriaco. Precisamente hoy se cumplen setenta años de su muerte en Viena, víctima de una embolia. En España Kraus es conocido, al menos en los círculos que frecuentan la literatura imaginativa, la literatura comprometida, no en el sentido que dio a esta expresión el marxismo de barrio, sino en el sentido de comprometida con la denuncia y la crítica contra todo lo que se moviera en derredor, sin seleccionar pues en función de los intereses del partido, la cofradía o el banco o caja de ahorros a que se debe sumisión.
Para que el lector actual lo entienda más claramente: justito lo contrario de lo que ocurre en el panorama español donde respecto de cada opinante ya se sabe de antemano qué nos va a vender y qué tipo de mercancía nos quiere colocar, exactamente aquella que le ha indicado quien se encarga de su tarjeta de crédito. Como decía, Kraus es conocido en España pues circulan traducidos algunos de sus libros y quienes gastan buen paladar han sabido descubrirlos y apreciarlos. Estamos en el Imperio austro - húngaro, abigarrado y barroco ensamblaje de pueblos, religiones, culturas y lenguas, y en él la gente nacía donde podía. Kraus lo hizo en un territorio que ahora pertenece a la República checa pero el centro de su actividad intelectual estuvo en Viena. Para que el lector se vaya haciendo una idea se trataba de la Viena de Freud, de Mahler, de Loos, de Hofmannsthal, de Musil, de Schönberg, de Kokotschka y por ahí seguido porque la lista podría enriquecerse mucho más. No era pobre la nómina de creadores en aquel Imperio que se derrumbó dejando como estela un país pequeñito que se llama Austria.
En aquel territorio de la cultura y de la política convulsa, Kraus se aísla, se envuelve en su casaca, y saca su pluma como toda arma de combate. Contra la hipocresía de la sociedad, contra sus mentiras, contra un mundo de dengues y de melindres ridículos, Kraus empieza a publicar su revista “la Antorcha” que aparecía tres veces al mes y que probablemente leerían cuatro adictos. Haría historia. Pronto será él autor de todo lo que en ella salía: “ya no tengo colaboradores. Les envidiaba. Me ahuyentaban los lectores que quiero perder yo mismo”.
Anotaba ideas, disparaba, se reía y bromeaba... ¿Hace falta decir que la prensa “seria” le ignoró? “Lasnecedades actuales parece que nacen listas para la imprenta”. Por ahí viene su parentesco con los “blogueros” actuales (cité el caso del Profesor Juan Antonio García Amado y lo mismo puede decirse de tantos otros que se mueven en la misma dirección) que aprovechan una página a su disposición en el espacio cibernético para hacer astillas con los tablones que sostienen la farsa.
Como es natural, Kraus no tuvo detrás ningún partido ni escuela, contó por el contrario con la antipatía activa del mundo convencional de la cultura. Kraus fue inexpugnable en su independencia: “la sátira escoge y no conoce tema alguno. Surge al huir de éstos cuando se le imponen”. “A nadie le pido fuego. No quiero agradecérselo a nadie. Ni en la vida, ni en el amor, ni en la literatura. Y sin embargo fumo”.
La antorcha pues para iluminar rincones, para provocar incendios, para hacer estallar la pirotecnia de la incorrección. La antorcha es el comienzo de la hoguera donde han de arder los ventrílocuos del poderoso. Quien la enarbolaba representa, fácil es comprenderlo, la antítesis del poeta-mendigo, del bueyuno que despliega en la esquina sus baratijas de complacencia para recibir los premios que, a distancia, otorga el ministro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario