Me dirán muchos que no soy quien para opinar sobre asuntos religiosos, dada mi condición de ajeno a la fe. Pero la curiosidad es libre y la reflexión sobre la religión actividad muy conveniente para cualquiera que tenga una mínima inquietud sobre los fenómenos que mueven el mundo. Y por qué no ha de interesar a los creyentes el punto de vista de los que no compartimos sus principios.
Publica hoy el Corriere della Sera un artículo de Bruno Fassani, sacerdote y columnista de dicho periódico, sobre el individualismo católico, asunto que me parece muy sugerente. Se refiere a la polémica desatada por la muerte el 20 de diciembre de Piergiorgio Welby, después de que un médico le desconectara, a petición suya, los medios que le mantenían durante años con vida forzada. Un caso claro de eutanasia. La autoridad eclesiástica, que condena tajantemente esas prácticas, se negó a realizar un funeral religioso por el fallecido, con lo que aumentó el debate sobre el significado de la fe católica y el papel de la Iglesia.
Muchos han reprochado la falta de piedad eclesiástica, con el argumento de fondo, erróneo según Fassani, de que “los Evangelios son una madre misericordiosa y la Iglesia solamente una madrastra”. Desde el “buenismo” (Fassani usa esta expresión) que inspira tal idea, se entiende que la opinión sobre temas morales como éste es puro arbitrio del creyente, guiado sólo por su personal sentimiento de misericordia, y no asunto en el que la Iglesia tenga derecho a imponer su disciplina. Ese “individualismo religioso” hace de los modos de la fe católica un tema de libre apreciación de cada creyente y niega el papel de la obediencia de los fieles en el seno de la Iglesia. La fe tendría un carácter puramente “sentimental”, sería cosa del sentimiento bondadoso de cada uno, sin más guía que el Evangelio, libremente interpretado por cada cual. De ese modo “se privilegia un qualunquismo new age, en el que todas las religiones se ven como equivalentes y donde todos los comportamientos acaban por ser equiparados bajo el paraguas de la misericordia”. Quedaría privada la Iglesia de todo derecho a mantener su propio proyecto y a dictar las reglas que gobiernan su identidad y la pertenencia común de sus fieles, convirtiéndose así la Iglesia en institución religiosa inútil y dejando a los partidos la competencia exclusiva para decir qué sea o no sea el bien en cada caso. Naturalmente, ese punto de vista individualista indigna a Fassani, que defiende la función que a la Iglesia le compete como intérprete supremo del dogma católico y guía moral de sus miembros.
Hasta ahí el breve artículo del cura Fassani. No me compete opinar sobre el fondo, pero sí me parece que hay mucha razón en su diagnóstico del modo que tienen de entender y practicar su religiosidad muchos que se dicen católicos. A menudo les digo a amigos católicos que su fe se parece mucho más a la práctica protestante de la libre interpretación y el libre examen que a la recia y jerárquica disciplina que el dogma católico exige por definición; que, todo lo más, podrán afirmarse cristianos a secas o, incluso, religiosos ligith, con una fe prêt-à-porter, de la talla de cada uno. Practican una religión a la carta, rechazando todo contenido dogmático de la fe que no se adapte a su manera de entender el mundo y, sobre todo, a sus personales gustos e intereses. De ahí la sorpresa que uno experimente tan frecuentemente cuando observa con qué desenvoltura gran parte de estos supuestos creyentes del catolicismo viven como quieren, se divierten como más les agrada y se otorgan a sí mismos todas las indulgencias, a base sólo de proclamar que es su conciencia, inspirada en una pura sensibilidad personal con leve inspiración esotérica, la que les dicta en cada ocasión qué sea el pecado, qué verdades de fe “oficiales” les merecen consideración o desprecio y qué comportamientos resultan pecaminosos o compatibles sin tacha con su credo. Es tan fácil, egoísta y superficial esa actitud que acaban muchos de ellos por profesar una moral personal mucho menos exigente, mucho más versátil y personalmente placentera, que la de otros que cultivan una estricta moral laica exenta de pretensiones trascendentes y de arraigo en textos sagrados o iglesias.
No es mi problema y allá cada cual. Pero reconozcamos que a veces resulta molesto verlos disfrutar con tanto salero, tan buena conciencia y tanta convicción de que hacen lo debido mientras se comportan como les da la gana. Religiosidad a medida, ley del embudo, unidas a una profundísima ignorancia de los fundamentos mismos de la religión que dicen que profesan, la católica. Hace bien la Iglesia católica en mantenerse en sus trece, al menos para que a los que no creemos en ella se nos pueda diferenciar por algo más que las cuestiones puramente nominales. Y para que los que se dicen sus fieles no se la tomen por el pito de un sereno, mientras se lo pasan estupendamente con la conciencia más tranquila que nadie.
Publica hoy el Corriere della Sera un artículo de Bruno Fassani, sacerdote y columnista de dicho periódico, sobre el individualismo católico, asunto que me parece muy sugerente. Se refiere a la polémica desatada por la muerte el 20 de diciembre de Piergiorgio Welby, después de que un médico le desconectara, a petición suya, los medios que le mantenían durante años con vida forzada. Un caso claro de eutanasia. La autoridad eclesiástica, que condena tajantemente esas prácticas, se negó a realizar un funeral religioso por el fallecido, con lo que aumentó el debate sobre el significado de la fe católica y el papel de la Iglesia.
Muchos han reprochado la falta de piedad eclesiástica, con el argumento de fondo, erróneo según Fassani, de que “los Evangelios son una madre misericordiosa y la Iglesia solamente una madrastra”. Desde el “buenismo” (Fassani usa esta expresión) que inspira tal idea, se entiende que la opinión sobre temas morales como éste es puro arbitrio del creyente, guiado sólo por su personal sentimiento de misericordia, y no asunto en el que la Iglesia tenga derecho a imponer su disciplina. Ese “individualismo religioso” hace de los modos de la fe católica un tema de libre apreciación de cada creyente y niega el papel de la obediencia de los fieles en el seno de la Iglesia. La fe tendría un carácter puramente “sentimental”, sería cosa del sentimiento bondadoso de cada uno, sin más guía que el Evangelio, libremente interpretado por cada cual. De ese modo “se privilegia un qualunquismo new age, en el que todas las religiones se ven como equivalentes y donde todos los comportamientos acaban por ser equiparados bajo el paraguas de la misericordia”. Quedaría privada la Iglesia de todo derecho a mantener su propio proyecto y a dictar las reglas que gobiernan su identidad y la pertenencia común de sus fieles, convirtiéndose así la Iglesia en institución religiosa inútil y dejando a los partidos la competencia exclusiva para decir qué sea o no sea el bien en cada caso. Naturalmente, ese punto de vista individualista indigna a Fassani, que defiende la función que a la Iglesia le compete como intérprete supremo del dogma católico y guía moral de sus miembros.
Hasta ahí el breve artículo del cura Fassani. No me compete opinar sobre el fondo, pero sí me parece que hay mucha razón en su diagnóstico del modo que tienen de entender y practicar su religiosidad muchos que se dicen católicos. A menudo les digo a amigos católicos que su fe se parece mucho más a la práctica protestante de la libre interpretación y el libre examen que a la recia y jerárquica disciplina que el dogma católico exige por definición; que, todo lo más, podrán afirmarse cristianos a secas o, incluso, religiosos ligith, con una fe prêt-à-porter, de la talla de cada uno. Practican una religión a la carta, rechazando todo contenido dogmático de la fe que no se adapte a su manera de entender el mundo y, sobre todo, a sus personales gustos e intereses. De ahí la sorpresa que uno experimente tan frecuentemente cuando observa con qué desenvoltura gran parte de estos supuestos creyentes del catolicismo viven como quieren, se divierten como más les agrada y se otorgan a sí mismos todas las indulgencias, a base sólo de proclamar que es su conciencia, inspirada en una pura sensibilidad personal con leve inspiración esotérica, la que les dicta en cada ocasión qué sea el pecado, qué verdades de fe “oficiales” les merecen consideración o desprecio y qué comportamientos resultan pecaminosos o compatibles sin tacha con su credo. Es tan fácil, egoísta y superficial esa actitud que acaban muchos de ellos por profesar una moral personal mucho menos exigente, mucho más versátil y personalmente placentera, que la de otros que cultivan una estricta moral laica exenta de pretensiones trascendentes y de arraigo en textos sagrados o iglesias.
No es mi problema y allá cada cual. Pero reconozcamos que a veces resulta molesto verlos disfrutar con tanto salero, tan buena conciencia y tanta convicción de que hacen lo debido mientras se comportan como les da la gana. Religiosidad a medida, ley del embudo, unidas a una profundísima ignorancia de los fundamentos mismos de la religión que dicen que profesan, la católica. Hace bien la Iglesia católica en mantenerse en sus trece, al menos para que a los que no creemos en ella se nos pueda diferenciar por algo más que las cuestiones puramente nominales. Y para que los que se dicen sus fieles no se la tomen por el pito de un sereno, mientras se lo pasan estupendamente con la conciencia más tranquila que nadie.
7 comentarios:
Lo que pasa con la Iglesia Católica (o, más bien, con la jerarquía de ella, que se cree, erróneamente, que és toda ella), en un problema de oportunismo. Condena la eutanasia, y se niega a enterrar a Piergiorgio Welby en tierra sagrada. Dice ser consecuente. Pero también condena el asesinato y la tortura, y no solo no excomulga a Pinochet, sino que oficia sus funerales religiosos, como si fueran los de un hijo amantísimo que, de fijo, irá a la diestra de Dios Padre. Y no se nos diga que es cosa del 0bispo o del Arzobispo local: Roma puede suspenderlo de funciones e, incluso, excomulgarlo. Pero no lo hace. Lo dicho, cuestión de oportunismo. Lo malo es que siempre son los poderosos los acogidos,y los sufrientes los incomprendidos. Puro evangelio, vamos.
¡Desde luego! ¡Habrase visto! ¡Qué malvados son los católicos!
Malvado o no malvado es un juicio de valor, y cada cual debe hacerlo o dejarlo de hacer por su cuenta.
Ahora bien, optando por quedarnos en lo simplemente descriptivo, ¡qué poco cristianas son las Iglesias, incluída la católica!
¿Cristo era cristiano? Si dijese que sí, allá usted. Pero claramente, no.
Por ende, la Santa Madre Iglesia de no ser cristiano no haría más que seguir el camino de Cristo.
Hombre, Tumbaíto, celebro que te sientas tratado maternal y santamente por la Iglesia Católica; ese tipo de sentimientos suelen hacer mucho bien.
¿Tu novio piensa lo mismo?
Ya no LE tengo. Pero de seguir teniéndole creo que seguiría pensando él lo mismo: "están out".
Mmmm... Estoy bien de acuerdo con el post de hoy.
La religion pret a porter es una farsa. Hay que ser mas consecuente. Aunque claro, reconozco que exige mucho esfuerzo, y a veces pocas compesaciones.
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