Aproveche, lector, aproveche estas navidades para comer el lechazo y el cochinillo, que dan gloria gastronómica a estas tierras. La gloria gastronómica es de las mejores glorias que existen, la de mayores quilates, siendo las demás evanescentes y superficiales. El cuidado en la cocina, el mimo que se pone en los guisos, en los asados, en la repostería, es cosa fina que presupone esmero, imaginación y el gusto por el placer de boca, gran asunto este del placer de boca, asociado como está a momentos de deleite, de compañía familiar, de amenidad entre los amigos.
La razón por la cual exhorto a disfrutar de esos magníficos asados es porque ya nos queda poco tiempo. Comprendo la tristeza de quien me lea pero así es, tal como suena, el lechazo, ese que sale de los hornos de la ribera del duero entre lujos crepitantes, o el cochinillo, que en Segovia es arte depurado y filigranesco, todas estas manifestaciones de maestría amasada en siglos, purificadas por el fuego, tienen, ay, sus días contados. Porque si el toro ya no podrá morir en la plaza pues el espectáculo de su muerte afecta a los aquejados por el dengue y a quienes se solazan en el melindre, no hay ningún motivo para que nos comamos unos animalillos que apenas han comenzado a vivir, solo por el gusto de paladear sus carnes tiernas y esponjadas. Animalillos indefensos, apartados de sus madres, introducidos en mataderos fríos con un veterinario al frente, como sumo sacerdote del sacrificio, animalillos que nos han mirado con afecto, ignorantes del destino que les íbamos a proporcionar, animalillos que deseaban corretear y jugar por los prados, saltar y brincar mecidos por las luces ecológicas de los días, para ellos, estreno de los estrenos.
Segar vidas infantiles de esa manera solo por celebrar un cumpleaños o la llegada del año nuevo, por probar una añada entre risotadas y charlas banales, es una violación patética de la ética, de la estética y de la cosmética. Todo junto y seguido. Sencillamente no puede ser y yo llamo a la ministra del ramo para que extraiga de su carcaj las flechas del progreso y redima a estas criaturas indefensas. Que saque una ley, un decreto, un estatuto, lo que sea, el prontuario jurídico es rico y barroco, pero que por favor tome cartas en el asunto, cuanto antes, mejor. Están en juego miles de vidas inocentes. El medio ambiente lo exige y, sobre todo, lo exige el rigor de nuestras conciencias.
Es verdad que estas, nuestras conciencias, tienen enormes tragaderas y agujeros negros como cuevas de fieras, que miramos para otro lado cuando nos peta y la ocasión de la defensa de nuestros intereses así lo exige. Todo eso es verdad, como lo es que la hipocresía y el tartufismo son plantas de crecimiento rápido en el jardín social, pero admitir el animalicidio al que vengo refiriéndome, esto traspasa todas las fronteras de la decencia, la clemencia y la fosforescencia.
Así que lo siento por los restaurantes, por los figones estrellados, por los grandes artistas que saben aprestar el lechazo y el cochinillo, por quienes gustan de celebrar efemérides con un infanticidio, todos deben renunciar a estas costumbres delictivas. ¿Por qué, por qué? gritarán coléricos los afectados, desde lo alto de esta columna ya les oigo cómo gesticulan y se mesan los cabellos en sus desesperanzas.
Pues muy sencillo: porque así lo impone la Orden andante de la progresía. Ya sé que he defendido muchas veces que el “progre” nada tiene que ver con la persona de izquierdas, alicatada de lecturas, reflexiones y austeridad, merecedora de todos los respetos. El progre es sencillamente un botarate. Pero es que también el botarate tiene derecho a la vida, la que negamos a los lechones, sí señor, el botarate tiene derecho a trepar por la ladera de su ignorancia para llegar al verde prado de su cursilería. Así que fuera lechazos y fuera cochinillos. Sálvenos, ministra.
3 comentarios:
Reconozco haber llorado con la lectura de "Adios cordera Adios" al final de mi etapa infantil. Tambien es cierto que el ambiente acompañaba: lecturas en un corredor solariego en una casa tribal, no se porque estraña razón las pasion por leer, por lo que sea se enciende cerca de la tribu, mi tribu.
Reconozco estremecerme ante el llanto desgarrador de un niño, de ese cabrito sacrificado abajo en ese portal, reconzco no soportar ese sonido desgarrador que año tras año me despertaba de mis lecturas adolescentes.
Reconozco haber llorado ante ese llanto.
PD: Pero en la mesa ¡¡qué bueno estaba el condenado!!
¿Se ha dado cuenta de que las personas que nunca se plantean esas cuestiones son, precisamente, los que más conviven con los animales, es decir, los ganaderos y los pastores ? Lo que pasa es que el urbanita, sobre todo el progre,se cree que el jamón se cria en los árboles.
No hagamos caso a la Ministra, es una boba. Lo que, por cierto, me recuerda una receta del famoso libro "La Cocina Caníbal", de Roland Topor (Mondadori, 1988, ISBN 84-397-1367-3) que no me resisto a transcribir:
"Bobo adornado.
Coja un bobo, desnúdelo, búrlese de él. Dele una patada, mátelo,córtelo en trozos de igual grosor y póngalo en una marmita junto con un buen pedazo de mantequilla, sal, pimienta, especias, ajos y perejil picado. Déjelo soasarse bien y añada un chorrito de vino blanco y un poco de caldo. Cuando el bobo empiece a hervir, retírelo del fuego y sírvalo bien adornado. Cómaselo discretamente hablando de alguna otra persona".
¡Bon apetit!
Muy de acuerdo, Antón L.
Y muchas gracias por lo que usted sabe. Estos días le escribo más depacio. Un saludo muy cordial y que lo pase muy bien.
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