La libertad de expresión es la madre de todas las libertades. Por eso la primera tentación de toda tiranía y de todo autoritarismo, y la primera propuesta de los poco liberales –en el sentido más noble de la expresión "liberal"- consiste en suprimirla o limitarla de múltiples modos, brutales unos, los otros sutiles. Y en esas estamos siempre, no hay tregua. Los amigos de la libertad han de aguzar su sensibilidad para defender ésa como la primera de todas; los liberticidas tampoco bajan la guardia e inventan cada vez nuevas excusas para oprimirla, domesticarla, someterla a otros imperativos privados o públicos.
Los que detestan la libertad de expresión se pueden encajar en dos grupos. Unos, los que piensan que la mejor manera de que un mundo ideal –esos mundos ideales suelen ser asquerosos y opresivos, pero ese es otro cantar- llegue a realizarse es hacer que antes se hable mucho de él. Otros, los que creen que la manera de evitar que el mal –y hay que ver qué cosas consideran algunos como manifestaciones del mal; por ejemplo, el libre uso del propio cuerpo entre personas con capacidad de elección que consienten- llegue a hacerse es evitar que se hable de él. En las tiranías esas dos vertientes, positiva y negativa de la censura, van unidas como dos caras de la misma moneda. Verdaderamente la distinción es meramente analítica, son dos manifestaciones del mismo fenómeno, aunque unos hagan más hincapié en un aspecto y otros en el otro. Algo de las dos cosas hay en el actual imperio del lenguaje políticamente correcto.
Una muestra de lo primero se da en los que opinan que si hay más clases de religión en las escuelas habrá más creyentes. Un ejemplo de lo segundo aparece en quienes creen que si se reprime la literatura homosexual habrá menos prácticas homosexuales. Ambos tienen razón cuando piensan que de cuantas más cosas podemos hablar más alternativas personales y sociales podemos plantearnos. Pero los dos bandos se equivocan en la creencia de que se puede poner puertas al campo, cercados a la imaginación. Al final, la censura y la represión de la palabra compensan su impotencia con el uso de la fuerza, de la represión física y la eliminación del disidente que propone otras cosas. Caen después de la libertad de expresión los otros derechos básicos.
En esas estamos, como siempre. Para comprobarlo sólo hace falta echar un vistazo a los periódicos. Dos noticias de hoy, mismamente. El País da cuenta de cómo el lobby judío va consiguiendo que se les cierren puertas y foros a los intelectuales, incluso intelectuales judíos, que critican el modo de conducirse del actual Estado de Israel. Es lo que está pasando con Tony Judt, prestigioso historiador que vio cancelada una conferencia en el Consulado de Polonia en Nueva York después de una serie de llamadas a las autoridades polacas de la Liga Antidifamación y del Comité Judío Americano. Fue ejemplar la reacción de algunos: "Una larga lista de profesores universitarios e intelectuales, entre los que figuraban Mark Lilla, Richard Sennett, Ian Buruma, Franklin Foer y Timothy Garton Ash, entre otros, publicó una carta abierta a la ADL en la que repasaban los hechos y afirmaban: "En una democracia sólo existe una forma adecuada de responder a una conferencia, artículo o libro con el que uno no está de acuerdo: dando otra conferencia, escribiendo otro artículo o publicando otro libro". Y continuaban: "Aunque los abajo firmantes discrepamos sobre diversos aspectos políticos, nos une la convicción de que un clima de intimidación no es coherente con los principios fundamentales del debate en una democracia".
Otro caso, más problemático seguramente, es el empeño de tantos Estados en convertir en delito la negación del Holocausto. Asociar con la censura la defensa de los derechos humanos y la dignidad de las personas no parece la mejor receta. Convertir en mártires de la libertad precisamente a esos “negacionistas” descerebrados sólo servirá para conseguirles las simpatías que no merecen y para mitificar lo que no es más que desvergüenza e ignorancia. Ahora, según viene hoy en El País, resulta que se reúnen en una conferencia multitudinaria en Teherán y se convierte así en arma política lo que no es más que bobaliconería. Que lo cuenten aquí, caramba, con la misma libertad con la que hemos de poder criticarlos y desenmascarar sus falsedades y sus intenciones más aviesas.
Los que detestan la libertad de expresión se pueden encajar en dos grupos. Unos, los que piensan que la mejor manera de que un mundo ideal –esos mundos ideales suelen ser asquerosos y opresivos, pero ese es otro cantar- llegue a realizarse es hacer que antes se hable mucho de él. Otros, los que creen que la manera de evitar que el mal –y hay que ver qué cosas consideran algunos como manifestaciones del mal; por ejemplo, el libre uso del propio cuerpo entre personas con capacidad de elección que consienten- llegue a hacerse es evitar que se hable de él. En las tiranías esas dos vertientes, positiva y negativa de la censura, van unidas como dos caras de la misma moneda. Verdaderamente la distinción es meramente analítica, son dos manifestaciones del mismo fenómeno, aunque unos hagan más hincapié en un aspecto y otros en el otro. Algo de las dos cosas hay en el actual imperio del lenguaje políticamente correcto.
Una muestra de lo primero se da en los que opinan que si hay más clases de religión en las escuelas habrá más creyentes. Un ejemplo de lo segundo aparece en quienes creen que si se reprime la literatura homosexual habrá menos prácticas homosexuales. Ambos tienen razón cuando piensan que de cuantas más cosas podemos hablar más alternativas personales y sociales podemos plantearnos. Pero los dos bandos se equivocan en la creencia de que se puede poner puertas al campo, cercados a la imaginación. Al final, la censura y la represión de la palabra compensan su impotencia con el uso de la fuerza, de la represión física y la eliminación del disidente que propone otras cosas. Caen después de la libertad de expresión los otros derechos básicos.
En esas estamos, como siempre. Para comprobarlo sólo hace falta echar un vistazo a los periódicos. Dos noticias de hoy, mismamente. El País da cuenta de cómo el lobby judío va consiguiendo que se les cierren puertas y foros a los intelectuales, incluso intelectuales judíos, que critican el modo de conducirse del actual Estado de Israel. Es lo que está pasando con Tony Judt, prestigioso historiador que vio cancelada una conferencia en el Consulado de Polonia en Nueva York después de una serie de llamadas a las autoridades polacas de la Liga Antidifamación y del Comité Judío Americano. Fue ejemplar la reacción de algunos: "Una larga lista de profesores universitarios e intelectuales, entre los que figuraban Mark Lilla, Richard Sennett, Ian Buruma, Franklin Foer y Timothy Garton Ash, entre otros, publicó una carta abierta a la ADL en la que repasaban los hechos y afirmaban: "En una democracia sólo existe una forma adecuada de responder a una conferencia, artículo o libro con el que uno no está de acuerdo: dando otra conferencia, escribiendo otro artículo o publicando otro libro". Y continuaban: "Aunque los abajo firmantes discrepamos sobre diversos aspectos políticos, nos une la convicción de que un clima de intimidación no es coherente con los principios fundamentales del debate en una democracia".
Otro caso, más problemático seguramente, es el empeño de tantos Estados en convertir en delito la negación del Holocausto. Asociar con la censura la defensa de los derechos humanos y la dignidad de las personas no parece la mejor receta. Convertir en mártires de la libertad precisamente a esos “negacionistas” descerebrados sólo servirá para conseguirles las simpatías que no merecen y para mitificar lo que no es más que desvergüenza e ignorancia. Ahora, según viene hoy en El País, resulta que se reúnen en una conferencia multitudinaria en Teherán y se convierte así en arma política lo que no es más que bobaliconería. Que lo cuenten aquí, caramba, con la misma libertad con la que hemos de poder criticarlos y desenmascarar sus falsedades y sus intenciones más aviesas.
13 comentarios:
el problema de compremeterse con la defensa de la libertad es que implica un muy fuerte compromiso contra el libertinaje.
Defendiendo el libertinaje intelectual -muy próximo a la ideología tercermundista de los universitarios de los años 70-, demuestra que le importa un bledo la libertad.
Tumbaíto ¿por qué cree que el profesor defiende el libertinaje intelectual? Y ¿por qué cree exactamente que le importa un bledo la libertad?
"Que lo cuenten aquí, caramba, con la misma libertad con la que hemos de poder criticarlos y desenmascarar sus falsedades y sus intenciones más aviesas"
Es como decir: que la violen aquí, ya dejaremos bien claro que lo que ha ocurrido es una violación. O sea, un desprecio absoluto hacia la víctima; muy progre.
Voy a dejar de entrar en este blog mientras siga monopolizando los comentarios este ignorantuelo, maestro ciruela.
controle esos celos, rabiosillo
Abandono ¿por qué es ignorante Tumbaíto? ¿hay alguien que sepa todo?
Recuerdo una polémica que mantuvieron Antetodomuchacalma, que es un docto profesor (al menos en mi modestísima opinión), y Tumbaíto, que es mundial y siendo generoso con Antetodomuchacalma quedaron en tablas.
Además, le queda la opción de leer al profesor y no los comentarios.
Tumbaíto, no creo que vayan por ahí los tiros de Garciamado. Y si así fuera queda sin contesar la pregunta ¿por qué cree que le importa un bledo la libertad al profesor?
Porque la equipara al libertinaje.
Así que Ante[...], es profesor... ¿De qué departamento? ¿Acaso Filosofía del derecho?
De Derecho Penal
gracias
Así, a bote pronto, se me ocurren unas cuantas preguntas:
1. La libertad de expresión ¿ha de tener límites? En todo caso, los límites dependerán del contenido de lo que se expresa. ¿Debe consentirse la libre expresión de opiniones canallas? Ejemplos: el marido tiene derecho a pegar a su mujer, al menos en determinadas ocasiones. Otro: es legítimo, moral y ético la eliminación física del adversario político. Otra más: hay que legalizar la prostitución infantil. Creer que puede convencerse con argumentos a quienes defienden estas opiniones, u otras parecidas, me parece de una ingenuidad inquietante.
2. La libre expresión de tales opiniones canallas, ¿debe perseguirse penalmente?
3. ¿Tienen derecho a la libertad de expresión los que niegan toda libertad de expresión ?.
4. Uno de los aspectos de la libertad de expresión está directamente relacionado con la enseñanza. En este ámbito, por ejemplo, ¿ha de permitirse que un profesor de biología enseñe que la teoría de la evolución es falsa, y que todos los seres vivos han sido creados por un Ser Superior?. ¿Puede permitirse a un profesor de historia enseñar que el holocausto no tuvo lugar?.
"Abandono", entiendo su cabreo al leer los comentarios -si así cabe calificarlos- de Tumbaíto. También a mí me produce el mismo horror su constante crítica destructiva y sin fundamentos y el marcado talante irrespetuoso de que hace gala en todo momento. Pero..., por favor, no abandone este estupendo blog y, simplemente, pase por alto los "comentarios" de Tumbaíto. Ya sabe, no hay mejor desprecio que...
¡Oh! ¡Produzco horror!
Sin fundamentos... ¿Les produce horror lo infundado? Eso es muy poco posmoderno.
¡No se horroricen! Tengo cara de niño bueno playero y mi suabidad de carácter me hace ser indispensable en cenas y almuerzos de "fundados".
Si no horrorizo a los fundados, ¿tendrán miedo a su oculta infundación?
Publicar un comentario