Puesto a explorar a ratos lo que en materia de ciencia jurídica y teoría del derecho se produce por el mundo, pocas cosas me impresionan más últimamente que las revistas jurídicas norteamericanas. Y no me refiero ahora solamente a la calidad y cantidad de la producción, sino a que la gran mayoría de las revistas jurídicas estadounidenses son ya de libre acceso a través de internet. Quien tenga curiosidad y paciencia puede echar un vistazo pinchando aquí encima. Verá una larguísima lista de enlaces que remiten a todas o casi todas las revistas de derecho de aquel país. Como digo, ahí mismo se puede comprobar que los contenidos de los números actuales y recientes son del libre consulta en la mayor parte de ellas.
Se nos acabó el rollito ese de que no investigamos porque nos falta bibliografía extranjera. Que tomen nota especialmente muchos latinoamericanos. Y aquí no digamos: con los medios bibliográficos de internet, más el magnífico funcionamiento de las bibliotecas universitarias, que a través del préstamo interbibliotecario le consiguen a uno cualquier artículo o libro del mundo en poco más de una semana, a ver por qué no escribimos más cosas y mejores.
Estamos quedando en evidencia por todos los lados. Antes decíamos que no podíamos dar buenas clases por culpa de la masificación. Ahora hay cuatro gatos en las aulas y siguen muchos dictando apuntes amarillentos como antes. Nos quejábamos de falta de medios para la investigación y no es que sean muchos, pero alcanzan más que de sobra para que de cada disciplina en cada universidad salgan al año un par de monografías muy bien documentadas. No curramos porque somos unos zánganos y porque la institución nos quiere así. Y punto. Naturalmente, hay en cada universidad unas pocas excepciones, profesionales que investigan con un pie en la clandestinidad y a base de no perder el tiempo haciendo el chorras en juntas, comisiones o charlas explicativas sobre el proceso de Bolonia. Ay, Bolonia, cuánto pretexto nos estás dando para no hincarla.
Volvamos a las revistas estadounidenses. Es fácil imaginar que una política así repercutirá en una mayor influencia del pensamiento jurídico norteamericano en todo el mundo. Pocas políticas más inteligentes que ésa para la difusión de la producción intelectual de un país. ¿Cómo es posible? Supongo que una razón muy principal se encuentra en que casi todas esas revistas son editadas o financiadas por universidades e instituciones que ponen en ellas gran parte del esfuerzo para procurarse prestigio académico y científico. No hay facultad de derecho que se precie que no cuide esmeradamente su revista. Como aquí. Ay, que me troncho. Cómo es posible que le resulte a uno hoy más fácil conseguir un artículo de la Harvard Law Review o de la University of Chicago Law Review que de cualquier revista nacional de derecho civil, administrativo, penal o filosofía del derecho? Pues porque las nuestras no están en manos de universidades doctas y largas de miras, sino de editoriales privadas que buscan sólo el dinerete de las suscripciones y a las que en muchos casos les importa un bledo lo que allí dentro se escriba. O bien las financia un Ministeiro y entonces sí que apaga y vámonos: ni internet, ni suscripciones bien administradas, ni cumplimiento de plazos, ni difusión de ningún tipo ni nada de nada. Por supuesto, también aquí hay alguna que otra excepción, como la revista Doxa, tan bien llevada por mis estimados colegas de Alicante, con Manuel Atienza a la cabeza. Conste lo que es de justicia.
Claro, uno compara más cosas y no se extraña de que por aquellas salvajes tierras yanquis las universidades se disputen los profesores de mayor solvencia, en lugar de seleccionarlos por ser naturales de la parroquia en la que se ubica el campus, por hablar alguna lengua aborigen o por hacer unas felaciones magníficas.
En fin, que no nos invada la melancolía y no perdamos de vista que a los que aquí somos funcionarios docentes de la universidad nos pagan sólo por dar tres o cuatro clases semanales de promedio –algunos bastantes menos- y a cambio sólo de que achantemos y nos acojamos al principio de to er mundo e güeno (y los rectores más güenos entoavía). ¿Cómo dice usted? ¿Que nos pagan por más cosas, tales como investigar? Por favor, hombre, que me conozco el paño. Si nos pagan también por investigar, ¿por qué no ponen de patitas en la calle al que no investiga ni da palo al agua ni aparece por su puesto de trabajo más que un día o dos cada dos o tres semanas? ¿Que está en casa investigando? Pues a ver, que nos enseñe lo que investigó. No, no vale que nos muestre los trajecitos de ganchillo que les hizo a sus polluelos ni que nos cuente el último capítulo de Amar en tiempos revueltos ni el último pleito que firmó su sobrino. A la puta calle la mitad de la plantilla y luego comenzamos a hablar en serio.
Vuelvo a lo de las revistas y así. Alguien debería ponerse a estudiar en serio la política universitaria, y pública en general, de publicaciones científicas. Mientras las editoriales universitarias sean ese cajón de sastre –y desastre- donde se mete todo lo que nadie más acepta –insisto en que para todo hay excepciones, pero una golondrina no hace verano-, y mientras sea el negocio privado el que dicte qué se publica y qué no –y cómo- seguirá teniendo nuestra labor “científica” e investigadora ese carácter aldeano y miope que ahora la caracteriza. ¿Qué tal un vistazo a los catálogos de las editoras de Oxford, Cambridge, Princeton, etc.? Ya sé que León –v.gr.- no tiene entidad para tan altos vuelos, pero algo se podría intentar. Y no digamos otras universidades de este Estado, que tanto pisto se dan.
Y si no tenemos material decente para rellenar revistas o catálogos, hagamos al menos antologías de las actas de nuestras juntas, comisiones, consejos o claustros, que de eso sí sabemos un güevo.
Volvamos a las revistas estadounidenses. Es fácil imaginar que una política así repercutirá en una mayor influencia del pensamiento jurídico norteamericano en todo el mundo. Pocas políticas más inteligentes que ésa para la difusión de la producción intelectual de un país. ¿Cómo es posible? Supongo que una razón muy principal se encuentra en que casi todas esas revistas son editadas o financiadas por universidades e instituciones que ponen en ellas gran parte del esfuerzo para procurarse prestigio académico y científico. No hay facultad de derecho que se precie que no cuide esmeradamente su revista. Como aquí. Ay, que me troncho. Cómo es posible que le resulte a uno hoy más fácil conseguir un artículo de la Harvard Law Review o de la University of Chicago Law Review que de cualquier revista nacional de derecho civil, administrativo, penal o filosofía del derecho? Pues porque las nuestras no están en manos de universidades doctas y largas de miras, sino de editoriales privadas que buscan sólo el dinerete de las suscripciones y a las que en muchos casos les importa un bledo lo que allí dentro se escriba. O bien las financia un Ministeiro y entonces sí que apaga y vámonos: ni internet, ni suscripciones bien administradas, ni cumplimiento de plazos, ni difusión de ningún tipo ni nada de nada. Por supuesto, también aquí hay alguna que otra excepción, como la revista Doxa, tan bien llevada por mis estimados colegas de Alicante, con Manuel Atienza a la cabeza. Conste lo que es de justicia.
Claro, uno compara más cosas y no se extraña de que por aquellas salvajes tierras yanquis las universidades se disputen los profesores de mayor solvencia, en lugar de seleccionarlos por ser naturales de la parroquia en la que se ubica el campus, por hablar alguna lengua aborigen o por hacer unas felaciones magníficas.
En fin, que no nos invada la melancolía y no perdamos de vista que a los que aquí somos funcionarios docentes de la universidad nos pagan sólo por dar tres o cuatro clases semanales de promedio –algunos bastantes menos- y a cambio sólo de que achantemos y nos acojamos al principio de to er mundo e güeno (y los rectores más güenos entoavía). ¿Cómo dice usted? ¿Que nos pagan por más cosas, tales como investigar? Por favor, hombre, que me conozco el paño. Si nos pagan también por investigar, ¿por qué no ponen de patitas en la calle al que no investiga ni da palo al agua ni aparece por su puesto de trabajo más que un día o dos cada dos o tres semanas? ¿Que está en casa investigando? Pues a ver, que nos enseñe lo que investigó. No, no vale que nos muestre los trajecitos de ganchillo que les hizo a sus polluelos ni que nos cuente el último capítulo de Amar en tiempos revueltos ni el último pleito que firmó su sobrino. A la puta calle la mitad de la plantilla y luego comenzamos a hablar en serio.
Vuelvo a lo de las revistas y así. Alguien debería ponerse a estudiar en serio la política universitaria, y pública en general, de publicaciones científicas. Mientras las editoriales universitarias sean ese cajón de sastre –y desastre- donde se mete todo lo que nadie más acepta –insisto en que para todo hay excepciones, pero una golondrina no hace verano-, y mientras sea el negocio privado el que dicte qué se publica y qué no –y cómo- seguirá teniendo nuestra labor “científica” e investigadora ese carácter aldeano y miope que ahora la caracteriza. ¿Qué tal un vistazo a los catálogos de las editoras de Oxford, Cambridge, Princeton, etc.? Ya sé que León –v.gr.- no tiene entidad para tan altos vuelos, pero algo se podría intentar. Y no digamos otras universidades de este Estado, que tanto pisto se dan.
Y si no tenemos material decente para rellenar revistas o catálogos, hagamos al menos antologías de las actas de nuestras juntas, comisiones, consejos o claustros, que de eso sí sabemos un güevo.
1 comentario:
¿De las editoriales de esas revistas, cuál no es privada?
Si la editorial pertenece a una universidad privada, considérese privada.
Le veo últimamente demasiado sincero con esas cosas de su cotarro, ¿decepcionado?. ¡Pásese a brillante!
Por cierto, si quiere leer esas revistas -además del inglés que de seguro lo domina que es un primor- deberá esar al tanto de la filosofía analítica; o sea, mucha lógica y semántica. La exigencia norteamericana -quien dice norteamericana dice: japonesa, india, inglesa, asiática,...- no se satisface con la mierda de filosofía continental estilo habermas.
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