26 abril, 2008

Una de Arcadi Espada

Este Espada es un cabronazo. Mira que recordarnos ahora cuando el PP quemaba el monte gallego para crispar... Reconozco que se me había olvidado. Lo que han tenido que aguantar los zapateroboys y las zapaterogirls. Les han dicho de todo. Pobrecillos.
Una sentencia paradigmática. Por Arcadi Espada.
Querido J:
Teníamos una carta pendiente. Teníamos una carta pendiente desde el 19 de agosto de 2006 cuando con mi habitual altanería (hoy alegremente renovada) te escribí: «La madrugada del día 13 la Policía detuvo a Julio Pascual Díaz, en un arrabal de Orense al que unos llaman El Pino y otros Boadela. ¿Por qué lo detuvo? Es un hermoso misterio. La respuesta más franca es porque se encontraba en un lugar inapropiado en el peor momento. Anota esta frase, porque dentro de muchos meses, cuando juzguen y absuelvan a JPD, alguno de los que redactaron su drama dirá, cínico pero sin saberse, esa manida frase final.» ¿Recuerdas? Era verano y Galicia atravesaba un terrible verano de fuego. El Gobierno, reunido en Consejo de Ministros, insinuaba, como era y es su permanente obligación, que el Partido Popular estaba detrás de los incendios. Hacía pocos meses que se había producido un cambio político trascendental en Galicia, y que un gobierno socialista y nacionalista gestionaba la crisis. La sombra de antiguos brigadistas (locales), despechados por la caída del Antiguo Régimen, se proyectaba sobre los eucaliptos no autóctonos. Fue en ese contexto y sentido cuando el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, dijo sobre Julio Pascual Díaz: «Es una detención paradigmática. Quien está prendiendo fuego, sabe perfectamente lo que está haciendo». Era evidente que Julio Pascual Díaz sólo estaba formalmente acusado de haber quemado un trozo de bosque del arrabal de Orense. Pero las palabras del ministro le daban una impresionante dimensión simbólica: Julio Pascual estaba quemando Galicia. Es natural que inmediatamente lo metieran en la cárcel sin fianza. Con esa medida radical, y las lluvias, la calma volvería a la comunidad.
Tengo aquí la sentencia 139/2008, de la Audiencia Provincial de Orense, firmada por el presidente del Tribunal del Jurado, magistrado Abel Carvajaes Santa-Eufemia: «Se absuelve al acusado Julio Pascual Díaz del delito de incendio con peligro para la integridad física de las personas, del que le acusan el Ministerio Fiscal y la Acusación Particular, ejercida por la Xunta de Galicia, con todos los pronunciamientos favorables y decretándose de oficio las costas procesales». Una sentencia paradigmática. Cuando la jauría humana y política callan se escucha la voz simple de los hechos. La acusación era insolvente desde una razón mínimamente observada. Sólo era el temible efecto de la alianza entre las necesidades políticas (probar la trama pirómana, y en hallando al culpable, desculpabilizarnos), policiales (el jefe exige pruebas de la trama y hay que dárselas) y mediáticas (no hay nada que el periodismo, oficio sin argumento, aprecie más que una buena trama), proyectadas sobre infortunados transeúntes de la vida. La sentencia es aún más apreciable, teniendo en cuenta que se basa en el veredicto de un jurado. Está ampliamente distribuido el apotegma de que siendo culpable, ponme un jurado; pero no siendo ponme un juez. Aún así, produce escalofríos el exiguo margen con que los nueve hombres justos decidieron la suerte del inocente, para el que se pedía un lustro de buena y pedagógica cárcel: sólo fueron cinco hombres contra cuatro, tras casi dos horas de deliberación.
El pequeño margen impone todavía más cuando se examinan los fundamentos de la sentencia y lo que pudo escucharse en el juicio oral del martes 15. La abogada del inocente, Amelia López Rodríguez, ha tenido la amabilidad de resumírmelos. Es realmente preocupante que uno vaya a juicio, dados estos hechos y su conocimiento previo. Para empezar, nadie vio al inocente prender el fuego. Los bomberos no encontraron “alguna evidencia elocuente” (prosa textual de la sentencia) de que se hubiesen utilizado líquidos inflamables. Tal vez recuerdes que poco antes del incendio Julio Pascual paró en una gasolinera para cargar un poco de gasolina en una garrafa. Tal vez recuerdes también que era práctica habitual en su vida de siempre, porque tenía un coche maltrecho, cuyo depósito perdía, y que si paró y cargó fue para tratar de asegurarse que llegaría a casa, de madrugada, a pesar de la pérdida. Los bomberos no encontraron restos inflamables en el lugar de los hechos; de hecho, y en cuanto al inocente, sólo vieron que trataba de apagar el fuego con unas ramas; pero es que además la garrafa que le fue intervenida ¡llevaba exactamente la misma cantidad de gasolina que le habían suministrado en la gasolinera! La abogada López demostró, además, que a tenor de una llamada realizada por un joven con que se topó el inocente en las inmediaciones del bosque, y a tenor también del parte de actuación de los bomberos, el fuego ya se había declarado cuando el inocente llegó hasta allí. Recordarás (¡yo sé que tienes una excelente memoria!) que el inocente justificó su presencia en el lugar por su condición de brigadista, por ver si el fuego estaba bajo el control de alguien y por su interés en ayudar a sofocarlo, mucho más cuando algunas casas estaban amenazadas.
Esta semana llamé al inocente. Ha cumplido ya cuarenta años. Está sin trabajo. Su trabajo era el de brigadista rural, y llevaba ocho años apagando fuegos. Lo primero que hicieron después de su detención fue echarlo, claro. Ahora, con el papel de la sentencia en la mano, trata de recuperar su trabajo y su honor.
–¿Qué fue lo peor? –le pregunté.
–La detención. Me trataron como a un criminal. Y el juicio. Estuve muy nervioso. De pronto pensaba que iban a condenarme y que de veras que iba a pasar cinco años en la cárcel.
–¿Qué dicen ahora en el pueblo?
–Hummm… Supongo que ya lo tienen claro. Pero cosas como estas no se arreglan nunca.
–¿Va al bosque?
–Ya no. Me da miedo. Y como asco, también.
Ahora que ya hay sentencia, la forma más cómoda de despacharla será aludiendo a los errores policiales o judiciales. ¡Ah, amigo, los hombres, que son falibles! Eso los que se vean en la obligación moral de hacerlo, porque habrá otros que se limitarán a decir que las cosas siguieron su camino correcto y justo. Pero ni siquiera los bienintencionados tendrán razón. El inocente pasó tres meses de su vida en prisión y ha estado casi dos años (y los que colgarán) sometido al señalamiento infamante de sus vecinos, sin que hubiese ninguna razón para ello. No fueron errores de apreciación los que lo llevaron a la cárcel. Fue la histeria organizada del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Todos los árboles quemados en Galicia aquel verano no valen uno solo de los días de prisión e infamia de un hombre. Para vergüenza del medio ambiente hay que añadir que la madrugada del día de autos el inocente volvía a su casa después de doce horas de trabajo, ¡apagando fuegos!, en lugares diversos de la provincia y hasta de la raya de Portugal, con los pies reventando de ampollas y roto de cansancio. Así, en realidad, habían sido todos los días de aquel agosto, cuando pasaba del bosque a la cama, sin vida enmedio. Volvía a casa, pero se cruzó el bosque encendido. Y Alfredo Pérez Rubalcaba, el ministro del Interior. Aún no ha llamado al brigadista para pedirle, humilde y paradigmáticamente, perdón.
Sigue con salud.
A.

1 comentario:

Rafael dijo...

Ya se conoce de viejo la estrategia. Típica de los ministerios de propaganda de las más rancias dictaduras vivas y difuntas: calumnia que algo queda. Y mientras en infamado se defiende, a otra cosa y como si nosotros no hubiéramos tenido nada que ver.
Repugnante.