Ese rumor, las olas,/
cuervos volando / en la mañana áspera,/
rocas mojadas, grises, /hondura de las aguas,
su ánimo amargo./
Los pies no dejan huella /en los cantos rodados/
ni permanece el vaho /en que acaba el aliento./
No tengo manos tuyas/ para asirme,/
ni tu voz ni tu paso. / Tampoco hay horizonte./
Las gaviotas se han ido, /andan en basurales/
con los míseros niños./ Me lo dijiste un día:
no tendrás paz. En el acantilado /
tiritan árboles friolentos.
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Supura una herida en la pierna,
un poco más abajo
de la rodilla. Como hormigas
las horas corren por las venas
de este soldado herido,
sus manos, amarrándose a la tierra,
echan raíces, dedos,
andan buscando tregua
o un descanso largo.
Viene el aire con pulso de calores,
vacía la oscura cantimplora,
la boca que repite unas estrofas
de un himno, son mil horas,
puede que el tiempo entero en cuatro versos
una vida, la gloria, alguna estatua,
la sangre se reseca,
estatua del soldado, ese desconocido,
sus líquidos metiéndose en la arena
para regar sus dedos que ya prenden,
estertores germinan en los ojos,
como germinarán las nubes en lo alto
mañana u otro día,
cuando la noche al fin haya pasado
con su piadosa escarcha y con sus sones.
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