Aquí lo pueden leer. Certero, implacable, triste. Habla de otra parte de lo que el otro día aquí llamábamos la zona gris, salvando todas las enormes distancias. Léanlo.
Antes o después, permítanmen una escueta reflexión. No paro de preguntarme cuándo cambiará este país, si es que cambia, cuánto ha de faltar para que vuelva a haber una mínima decencia, tanto así de decencia, aunque sea poquito. Y cada vez me convenzo más de que voy viendo la respuesta: cuando nos atrevamos a hablar y nos acostumbremos a oír, cuando se termine esta férrea ley del silencio, cuando deje de ser de mal gusto la palabrota, el exabrupto fundado, el llamar loco al loco, hijo de la gran puta al hijo de puta grande, ladrón al ladrón, desalmado al que no tiene alma. En otras palabras, cuando a la verdad que cualquiera suelte, incluso con dos vinos y en reunión de amigos, no la siga un silencio incómodo, un huy cómo eres, eso del cuánto te pasas. Cuando no se haga por amputar metafóricamente el dedo que con buena puntería señala. Cuando la moral no sea de diseño y no tenga su propia vida nocturna. Cuando la indignación sea sincera, en suma.
4 comentarios:
Esta bien, pero los chicos (y sus padres) también tendrán algo que ver.
y mira que a estos les da pena hundir el barco con las ratas dentro, se hacen de rogar...
En fin que agonía... Y yo ingenuo de mi pensando que iban a ser las peores navidades de mi vida. Lo dejaremos para el próximo año.
Pues sí, Pepe, culpables seremos todos. Ahora, responsables, ni uno.
un saludo
Por favor, donen sangre, la situación en los hospitales es desesperada.
Por favor.
Por otro lado, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense creo que hay una campaña de recogida de alimentos.
Un abrazo, profesor, y perdone.
David.
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