Lo mejor de los periódicos en estos tiempos turbios
y turbulentos son los anuncios. Yo me demoro en ellos, los leo, admiro su
composición, el ingenio de su creador, medito sobre su mensaje y ya solo me
falta hacerles caso y seguir el consejo mercantil. Pero eso es lo de menos,
imagino que, al haber llegado a tanta perfección, a quienes ponen los anuncios
en los periódicos lo que menos les importa es que alguien compre aquello que
venden. Lo esencial es disfrutarlos y participar de su contenido pues, cuando
esto ocurre, ya se crea una corriente de simpatía, de camaradería y de empatía
(como se dice ahora) hacia el comerciante de la que no podrán salir sino frutos
benéficos para el estamento productivo.
La visión de la playa de Alicante con unos bañistas
retozones, olvidados de sus cuitas, felices por haber sabido dar con una oferta
rellena de la crema de los atractivos nos proporciona gran sosiego y nos pone
sobre la pista de lo que es realmente valioso en la vida. Nos descubre, como si
dijéramos, su sustancia.
Pues ¿y cuando el destino no es Alicante o Ribadeo
sino Tailandia, Kenia, Samurai Sugoi o Annanpurna? Entonces ya se desatan
nuestras entretelas aventureras, reactivamos nuestras lecturas juveniles,
segregamos jugos, meditamos sobre el entrelazamiento de las culturas, sobre la
relatividad de las diferencias religiosas y de los quesos... ¿Puede concebirse
algo más provechoso para enriquecer nuestra mente y activar los músculos de la
imaginación?
Esto por lo que se refiere a los anuncios que nos
llevan al sueño y a la leyenda, a la literatura de Kipling y a los versos de
Tagore y a tantos otros excesos de la lírica. Pero lo bueno es que anuncios hay
que nos convocan a comprar carburantes y que producen parecidas sensaciones
plásticas. ¿Se concibe mayor desafío creativo? Hacer de un chorro de gasolina
que sale de una manguera una obra de arte es solo comparable al retrete de
Duchamp pero en mejor, por más caprichoso y más limpio.
Veo un anuncio de un producto que elimina las
humedades de las paredes y me quedo maravillado pensando que lo único que le
falta al famoso cuadro de Van Gogh donde se ve una cama, un aguamanil, unas
sillas y poco más, lo único que le falta son las humedades en las paredes para
convertirse en una obra de arte con aliento de eternidad. Pero es más: es que
el anuncio del producto anti humedades me lleva a la situación melancólica de
echar de menos en mi casa unas humedades decorosas que justifiquen la compra
del anuncio. Unas humedades artísticas que son el presagio de grietas
amenazadoras a las que es preciso combatir porque por ellas se nos pueden
escapar el wifi y los secretos domésticos y aventarlos sin saber su destino.
“¡Sorprende a los coaches con tu talento!” es otra
página del periódico de mi preferencia (es decir “La Nueva España”). ¿No es un
hallazgo lleno de misterio? No sé qué son los coaches evidentemente pero solo
la idea de que mi talento pueda sorprenderlos ya me llena de vigor y de entusiasmo
cuando, por mi edad, ya pensaba que jamás sorprendería a nadie ni a nada. Y de
pronto sé que hay un coache vagando en torno a mí y expuesto a ser deslumbrado
por mis capacidades y fortalezas (hasta ahora desconocidas por mí).
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