En la entrada anterior, titulada “Generaciones” y que dio lugar a un
puñado de comentarios que agradezco, había una pregunta de fondo sobre por qué
tantos jóvenes estudiantes universitarios parecen tan desfondados y faltos de
estímulo, y una hipótesis elemental y apenas insinuada, la de que algo debe de
tener que ver ese hecho con muy fuertes cambios sociales en la vida de las
generaciones durante los últimos cien años.
Deliberadamente he rechazado el tratamiento del tema en términos
puramente morales y no he querido decir, porque no lo pienso, que, por término
medio o generalizando, esos jóvenes de hoy sean peores personas que las de
antes, moralmente perversos, deliberadamente aprovechados, egoístas compulsivos
o cosa por el estilo. Tampoco intento cargar culpas de esa especie sobre
quienes en la familia, en el colegio o en la universidad los hayan encauzado y
educado, ya que no me parece que en tales instituciones haya un ánimo
consciente de hacerlos más débiles, más indefensos y menos competitivos. Cosa
diferente es que en sede teórica no quepa descartar tampoco la hipótesis de que
ciertas instituciones públicas que tienen que ver con la educación y la
formación en general vengan siendo organizadas en función de un propósito
político taimado, el de de configurar ciudadanos con escaso sentido crítico y
más fácilmente manipulables. Cabe, pero más bien creo que esas reformas que han
hecho papilla el sistema educativo entero (y no solo el sistema educativo)
obedecen antes que nada a intereses de sus propios operadores, de los gestores,
funcionarios y trabajadores de esas instituciones, sobre todo el interés de
trabajar bajo una menor exigencia, con recompensas económicas y simbólicas no
ligadas el esfuerzo más genuino y mejor justificado y sometidos a un sistema de
controles inanes que fomentan la disciplina y obediencia del trabajador, su
sumisión a imperativos puramente burocráticos y corporativos antes que al
rendimiento tangible y los resultados útiles. Un ejemplo, entre tantísimos, lo
podemos encontrar en el hecho de que, en las universidades, se premia más al
profesor que suspende a pocos estudiantes que al profesor que enseña mucho y
bien, o que se incentiva es espíritu burocrático y servil mucho más que la
ética profesional auténtica. Pero no es de esto de lo que pretendo hablar en
este momento.
Lo que en este instante pretendo defender es
la hipótesis de que aquella situación de los jóvenes se relaciona mucho con el
cansancio y con las maneras de gestionar el cansancio.
Cuando, aquí y hace un par de días, escribía sobre la vida de mis padres,
estaba retratando unas labores suyas que eran muy cansadas, agotadoras. Cuando
hablaba de mi propia vida de estudiante y la de muchos compañeros de entonces,
describía un régimen de estudio y de circunstancias del estudio que cansaban
una barbaridad. Había días y días en los que literalmente uno no podía con su
alma cuando se acostaba. Lo peculiar y que ahora expresamente deseo resaltar es
que casi todo el mundo y en cualquier situación laboral o de vida diaria se
tomaba el cansancio como elemento “natural”, como hecho insoslayable y que
estaba en la naturaleza de las cosas y en la esencia misma de la vida, fuera la
vida del labrador, del obrero, del abogado, del juez o del estudiante de
cualquier cosa. El no cansarse no se percibía como una opción, de la misma
manera que en verdad no hay opción entre comer o no comer. Mis padres
trabajaban porque si no trabajaban no comíamos. Los chavales estudiábamos
porque la alternativa no era estar descansando y pletóricos de fuerzas y beatitud,
sino trabajar en cualquier cosa que seguro que iba a agotar tanto o más que el
estudio. Los momentos para el descanso, para reponer fuerzas, estaban también
tasados y eran los que eran, no había otros. Se asumía una división establecida
del uso del tiempo y de la administración del esfuerzo, con la misma
naturalidad que se asumía que aquellos eran tus padres o que habías nacido en
tal lugar o que en invierno hace más frío que en verano.
El gran cambio, progresivo, fue que el cansarse más o el no estar
cansado se convirtió en una opción vital, en objeto de elección por los
individuos. De similar manera y para bien o para mal, uno no se planteaba
cierta lealtad básica a sus padres y cierto compromiso emotivo y vital con
ellos y con sus necesidades de todo tipo. Si mi padre o mi madre enfermaban, yo
no sopesaba si me apetecía o no o si me convenía o no hacer lo que de mí
dependiera para echar un mano, sea trabajando más en lo que ellos no pudieran
en ese momento, sea consolándolos, sea pasando horas a su lado en el hospital.
Eso se hacía así y no había vueltas que darle. Yo aprendí (mal) de muy
jovencito a poner inyecciones porque en mi pueblo no había médico ni
practicante ni nada de eso, igual que, mucho después, aprendí a bañar a mi
madre cuando, viejecilla, ella no podía y, a veces, se hacía sus necesidades
encima, la pobre, antes de que por necesidad se fuera a vivir a la residencia
donde la atendían magníficamente. Cuando estaba en tal residencia, viajaba una
o dos veces cada semana de León a Gijón para acompañarla como mínimo una tarde
entera y charlar con ella o jugar a las cartas. Era duro y cansado todo eso.
¿Podría haber sopesado si hacerlo o no hacerlo, puesto que si no lo hacía mi
vida resultaría mucho más cómoda y agradable? No, no podía. Me tocaba cumplir y
ni yo mismo me podía imaginar haciendo otra cosa. Sin perjuicio de que siempre
se puede hacer más y mejor, por supuesto, y de que uno duda siempre si estará
haciendo todo lo que debería.
Traigo
esa comparación porque en aquella época, que no es tan lejanísima al fin y al
cabo, con el estudio y el trabajo sucedía lo mismo. Sabíamos que la elección
era entre estudiar o trabajar (o, para más de cuatro, trabajar para estudiar),
pero no aparecía por ningún lado la tercera opción, la de estar descansado, la
de no hacer ni una cosa ni la otra (o las dos) para, así, librarse de los
rigores del cansancio, dormir más, tener más tiempo para los disfrutes
privados, para divertirse o para entretenerse con los amigos.
Eso fue mutando por causa de factores que habría que enumerar y analizar
con calma. Muchas familias se hicieron protectoras, no en el sentido de
preocuparse por el buen futuro de sus hijos, sino en el de velar por su relajado
y dichoso presente: es malo que el niño se canse, y más que se canse de hacer
lo que a lo mejor no le apetece mayormente. El Estado se fue volviendo
asistencial y benefactor y apenas quedará lugar donde no aparezca un trabajador
social para ocuparse del viejo enfermo o un enfermero para aplicarle las
inyecciones que necesita. Los servicios públicos gratuitos o baratos hicieron
pensar que su usuario no gastaba de lo de alguien, sino que usaba lo de todos y
que a nadie cuesta. Y así sucesivamente. Logros sociales, económicos y
políticos absolutamente loables, tuvieron un cierto efecto perverso sobre las
mentalidades. Cuando mi padre enfermaba, alguien debía ocuparse de dar de comer
a las vacas y de ordeñarlas. Hoy, por un
dolorcito en el juanete del pie derecho nos vamos a urgencias y nos agenciamos
una baja laboral de do semanas sin cargo de conciencia ni sensación de que
mermamos así los recursos públicos. Y eso nuestros hijos lo ven, vaya si lo
ven, aunque no lo mediten. Es el aprendizaje por ósmosis.
Sea como sea y por lo que sea, todos, y en especial los jóvenes, han
incorporado a la horquilla de sus elecciones una nueva, la de no cansarse. Pero
con un aditamento. El cansancio puede sentirse y vivirse de dos formas, o como
secuela, hasta satisfactoria, de haber hecho lo que uno quería y debía hacer, o
como mal evitable y que sólo se justifica cuando es consecuencia de una
actividad directamente placentera y sale positivo el balance de disfrute. El
que juega un partido de fútbol porque le apasiona jugar al fútbol, se cansa,
pero no le importa; el que se pasa la noche entera de fiesta y desmelenado, se
agota, pero feliz agotamiento y mañana repetimos si hay dónde. El que tiene que
estudiar sabe que estudiar es cansado, pero hace sus cuentas y escoge: no
estudia, o estudia en la medida justa para no herniarse. En cuanto el cansancio
aparece, a ver la tele o a darse un paseíto o a dormir la siesta o a chatear
con los colegas.
La siguiente consecuencia es que a menor entrenamiento, más pronto el
agotamiento. Si yo no estoy acostumbrado a correr y me pongo a hacer una media
maratón, a los quinientos metros me desfondé y tendré que abandonar. Si llevo
media vida entrenando duro, haré la maratón completa y quedaré para el
arrastre, pero feliz y contento y con ganas de celebrar que no llegué el
último.
Algo ha cambiado en la vida y la sociedad para que se haya trastocado un
patrón básico. Muchos, mayores y jóvenes, asumen consciente o inconscientemente
que el estado más natural y gozoso es el de la indolencia, el de la quietud o de
las actividades puramente pasivas: dormir, estar sentado y moverse lo mínimo
imprescindible, ver, escuchar…, pero no hacer, o no hacer nada que canse y que
no tenga una recompensa inmediata, sea de tipo elementalmente emotivo, sea de
tipo físico. Abundan los que comen fatal en casa por no bajar a la tienda y
comprarse un filete y una lechuga. Tiende la gente a fundirse y confundirse con
el mobiliario o con el pajarillo de la jaula.
Es la falta de entrenamiento lo que provoca el cansancio. Nuestros hijos
se cansan porque no los hemos entrenado, quizá porque a muchos de nosotros se
nos ha puesto también cara de sillón orejero. Aprendieron a no hacer el
minúsculo esfuerzo de no levantarse de la mesa porque no les hemos forzado a recoger
los platos después de la comida. Se acostumbraron a dormir diez horas diarias
porque nos dio mucha pena despertarlos a las siete o las ocho para que
estuvieran en pie a la vez que el padre y la madre. Supieron que comerían y
tendrían para sus diversiones porque el dinero se lo damos nosotros de balde y
se nos abren las carnes de pensar qué sería de ellos, nuestros pobrecitos, si
tuvieran que trabajar en algo diez horas a la semana para pagarse los
gin-tonics. Si en casa jamás han pasado la aspiradora, qué hábito van a tener
para limpiar su guarida de estudiantes cuando vivan fuera de casa. Si hemos
hecho día tras día los deberes escolares con ellos o se los hemos rellenado
nosotros y les hemos tomado la lección hasta que aprendieron de nuestra
repetición y no de su estudio personal, cómo les explicamos ahora que en
Arquitectura o Ingeniería ya no podemos hacerles la tarea o resolverles el
problema de matemáticas. Si nos han oído comentar que qué barbaridad de tareas
caseras les mandan en la escuela y que no hay derecho, cómo van a asimilar que
estudiar no es una carga que les cae, sino su feliz oficio de pequeñitos. Y así
tantas y tantas cosas.
Nos hemos convertido en una dichosa Atenas (me refiero a la Atenas
clásica, no a la de ahora, aunque quién sabe) y perdemos todas las peleas con
Esparta. Nuestro modelo de ser humano es de tipo inerte y contemplativo,
hedonista vulgar y ajeno a los sinsabores el mundo. Por menos de nada elevamos
la indolencia a derecho fundamentalísimo y la exigencia de rendimiento y
esfuerzo, venga de donde venga, la presentamos como un atentado contra nuestra
dignidad y, sobre todo, la de nuestros vástagos. Los incapacitamos, los hacemos
debiluchos y vulnerables, no los dotamos de defensas para cuando les toca
esforzarse y trabajar, para salir al mundo con el ánimo de quien se la juega y
la juega para disfrutar jugando.
Luego, en la universidad mismamente, llega un profesor de la vieja
escuela, yo mismo, les pide que lean para dentro de una semana cien páginas de
un libro y que se enteren, y miran con la misma cara perpleja y bonachona que
si se les solicitara que se pusieran a hacer salto de altura o levantamiento de
pesas o a arrancarse uno a uno los pelos del sobaco, no ven ni el por qué ni el
para qué y lo dejan para cuando un milagro les haga recuperar las fuerzas. El
suspenso de después del examen lo toman como cuando la mamá les comenta que,
hijo, qué desordenado, mientras les recoge los calzoncillos del suelo o limpia
el agua jabonosa con que inundaron el baño al ducharse, música de fondo,
rutinaria matraca sin mayor sentido.
Si algo de apropiado hubiera en ese diagnóstico sobre por qué el
cansancio causado por cualquier actividad no inmediatamente placentera lo viven
los jóvenes como incomprensible afrenta que fácilmente se puede soslayar a base
de no hacer lo molesto, la pregunta más retadora acabará versando sobre qué nos
pasó a los mayores y que cambió en nosotros y en nuestras mentalidades y
maneras. Diría que nos hemos vuelto cursis, fofos y comodones en grado sumo.
Ha mutado la noción y la vivencia del cariño paterno. Mis padres me
querían, no me cabe la menor duda. Me querían mucho. Pero se gastaban muy poco
cuento conmigo; y ñoñerías, las mínimas. No digo que esté mal la expresión bien
ostensible del amor a los hijos, sino que afirmo que no se los quiere más por
ponerse muy tontito y protector con ellos, por cubrirlos de carantoñas mientras
se les libra de cuanto los pueda incomodar y pueda hacer que nos pongan morros
y pucheros. Ellos aprenden enseguida el sutil arte del chantaje. De niño, a mi
padre lo maldije muchas veces cuando me obligaba a madrugar o a seguir
trabajando si no me apetecía nada. Cuando tuve que levantarme muy temprano para
ir a la universidad, ya no me costaba apenas, estaba bien adiestrado y hasta me
parecía un gran privilegio ponerme a estudiar en lugar de pasar todas las horas
segando o sacando patatas de la tierra. Amar a una persona es estar
perfectamente dispuesto a dar la vida por ella si hace falta. Mi padre y mi
madre habrían dado su vida por mí sin dudarlo. Lo demás son posturitas que
pueden estar muy bien en según qué ocasiones. Ahora sé que mi padre y mi madre
también me querían, más que nunca, cuando me ponían las cosas claras y me
enseñaban a ser currante como ellos.
Educar a un hijo es cansadísimo. Al pequeñajo nada más que le apetece
jugar y hacer su santa voluntad. Lo fácil, descansado y elementalmente
gratificante es consentir y complacer, evitar los diarios incidentes del que educa,
aplacar llantos, fabricar felicidad inmediata. Muchos padres que no adiestran
son simples perezosos, comodones, superficiales y tontamente convencidos de que
el bienestar inmediato de los hijos es la prueba del cariño suyo, de los
padres. Es mentira, y en el fondo lo sabemos. Cuando ese hijo llega a la universidad,
no da pie con bola y queda exhausto al cabo de dos horitas de estudio, en el
fondo está aplicando lo que aprendió y ejercitando lo que de él se hizo. No es
capaz de cansarse porque desde pequeñito sabe que no hace falta y que puede
elegir la parsimonia o seguir en el infantilismo de preferir el bienestar
simplón y de rechazar todo lo que duela un poco. Han asimilado hasta los
tuétanos que el descanso es el estado natural del ser humano y el esfuerzo una
condena para mindundis o huérfanos.
Cuando a los profesores nos quieren obligar a aprobar a todo el mundo y
a producir en cadena títulos académicos que apenas valen nada, no se quiere en
el fondo favorecer a los estudiantes, pues pequeño favor es ese de darles gato
por liebre y que crean que consiguieron por sus méritos insondables algo cuyo
valor real es infame. No, en el fondo es por las familias, que vienen a ser los
votantes más seguros de los partidos de la desgracia. Es para que esos padres y
madres sigan engañándose, creyendo que lo hicieron muy bien y que ahí se ven
los resultados. Es para que padres y madres no tengan que aceptar que, de su
mano y con un poco de ayuda exterior, ha salido esto, semejante procesión de
pobres zombies inocentes, reata de semovientes cansados y hundidos por el peso
de su propia pequeñez, felices aplaudidores de ese profesorado que, ellos
también, son como los papás, acomodados burguesitos con más ínfulas que seso y
más descaro que vergüenza.
Dicho sea todo lo anterior sin ánimo de ofender a nadie sin necesidad y con plena
conciencia de que en todo hay excepciones, bastantes excepciones. Hablamos de
promedios, de tendencias y de problemas sociales evidentes. Esta no es una
entrada de autoayuda para zangolitinos ni para adultos felizmente inconsistentes.
13 comentarios:
Si es que al final y a su manera me ha acabado dando la razón.Ya sabía yo que padres, profesores y la sociedad en general eran en gran medida responsables de la actitud que los jóvenes hoy en día mantienen ante la vida.
Ya sabemos que una ciudadanía con una visión poco crítica del mundo es más fácil de manipular.
Menos mal que la actitud de cada cual depende de sí mismo como me decía Garfiugattus porque si los jóvenes tuvieran que tener algún tipo de consistencia teniendo tan malos referentes, apaga y vamonos.
"Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad"Diego Luís Córdoba.
Mariel
Los padres complacientes de ahora pertenecen a la misma generación de los profesores actuales.
Un profesor no se puede quejar de forma general que los padres han sido complacientes con los hijos: Esos mismos profesores forma parte de la generación de padres que tratan de no cansar a sus hijos.
Los críos que han sufrido esa carencia de educación paterna realmente son víctimas de la misma.
Además de sufrir una sociedad de mentiras, como señalé en mi comentario de su entrada anterior, los jóvenes tienen, según dice usted, una carencia educativa dentro de las familias en valores como el esfuerzo.
Un saludo
Por favor,diga algo.¿Qué conclusión está sacando de este pim pam al Catedrático?Por sus artículos me he dado cuenta que usted no es el tipico Catedrático aburguesado con un ego desmedido que causaba tanto repelús a una de las personas que escribió un comentario.
No sabe el bien que está haciendo a su gremio mostrándose como una persona completamente normal, con problemas como la gente corriente.Es muy triste la percepción que hoy en día profesores y alumnos tienen de unos y otros.Los profesores con esa actitud fría y distante ante el alumnado que piensan que no son más que unos cabezas huecas que no tienen ningún interés por el mundo que les rodea y los alumnos pensando que los profesores son personas que se creen que están de vuelta de todo, unos pedantes y unos seres intratables a los que nadie les puede toser.
¿En qué momento ocurrió todo esto?En mi visión idílica del mundo, los profesores tendrían que tener ganas de transmitir conocimientos y valores a esos alumnos que están preparando para la vida y los alumnos cuando concluyen sus estudios deberían tener un recuerdo agradable de esos profesores que un día les abrieron la puerta al maravilloso mundo del conocimiento.Peo parece que no es así,unos y otros se tienen miedo mutuamente.Los profesores viven continuamente atenazados por el miedo a una posible denuncia por acoso, o que les salga algún alumno revoltoso y los alumnos miedo a no llevar la contraria al profesor por si les coge manía y que eso acabe reflejándose en su expediente.
Como poner fin a esta situación no lo sé,pero creo que si los profesores comienzan a tratr con amabilidad y cercanía a sus alumnos acabaran creando un puente hacia el entendimiento.El respeto no se gana a base de insultos o voces más altas.Tampoco marcando distancia tratándolos de usted.A los alumnos les gustan los profesores divertidos y cercanos.Si quiero que me mejore la calidad del sueño, me compro un colchón de latex y no necesito ir a las clases de un viejo dinosaurio que crea que está por encima del bien y del mal.
Señores profesores, hagan memoria y recuerden como era aquel profesor al que tanto idolatraban y copienlo.
Mariel
Ese es el problema Mariel. Los profesores podemos hacer memoria y recordar como era aquel profesor al que tanto idolatraban y copiarlo.
Los estudiantes, en cambio, no pueden compararse con otros de generaciones anteriores. Y se ofenden cuando se les dice verdades como las que refleja aquí el Profesor García Amado.
Soy Profesora Universitaria. Tengo 40 años. Tras 17 años de experiencia docente este año he tenido que prestar, por primera vez, varios códigos legislativos EN EL EXAMEN FINAL porque los alumnos no los tienen, no han fotocopiado la legislación, no la han consultado en todo el curso y "no han tenido tiempo de pasar por la biblioteca antes del examen a coger algún código" (sic).
No es por nada. Pero cuando yo estudié, hace apenas dos décadas, era impensable que un alumno le pidiera algo así a un Profesor sin pestañear y se quedara tan tranquilo en el examen. Durante medio minuto claro. Justo antes de entregar en blanco e irse, como es natural.
El otro día vi a unos cuantos alumnos de psicología deambulando con una caja de zapatos en las manos. Intrigado, con un cierto temor a que uno de esos profesores "innovadores" y "modernos" hubiera tenido los santos cojones de ponerlos a criar gusanos de seda, le pregunté a uno de ellos que qué era aquello. Se trataba de una "práctica", consistente en representar con plastilina en el fondo de la cajita el sistema nervioso.
Asumo deportivamente que esto parezca esa típica monserga del abuelo Cebolleta de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero qué quieren que les diga, no me imagino a un alumno de hace 20 o 25 años haciendo esas cosas (ni a un profesor de aquellos años mandándoselas). Tampoco a unos padres presentándole al nene la matrícula porque "es que es muy temprano y se ha quedado acostado" (es verdad: me lo contó mi mujer, que también está en este negocio y que, por cierto, también es fan suya).
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y a raíz del comentario de la Profesora Universitaria,¿alguién me puede explicar como es posible que una mujer de 40 años lleve 17 de docencia en la Universidad?¿Qué criterio sigue la Universidad a la hora de contratar profesores?¿Por qué no hay más Catedráticos dando clase?Si las tasas suben,¿por qué no sube la calidad de los docentes?Yo no conozco a la profeora,que a lo mejor es muy buena en lo suyo,pero me parece increíble que una recien Licenciada se ponga a dar clase.
Yo no estoy a favor de los profesores, ni de los alumnos porque yo no estoy en ninguno de los dos campos.
Cuando yo estudiaba había profesores buenos,regulares y los malos, no eran malos,eran muy malos.Nunca entendí como un alumno tenía miedo de hacer una simple pregunta en clase,ya que mi lema siempre ha sido "el que paga manda"y yo entiendo que los profesores están al servicio de los alumnos.
Al igual que tampoco entiendo el peloteo de algunos alumnos por delante y las faltas de respeto por detrás.
Ambos son personas y mercen todo el respeto del mundo
Mariel
Querida Mariel, no sabe usted nada. En todos los países del mundo, recién licenciados pueden y dan clase, mientras preparan su doctorado y se inician en el mundo académico. Es la única forma de aprender Son los asistentes graduados. Incluso los hay de pregrado, que imparten algunas clases bajo estricta supervisión del docente responsable. Lea más y vea más mundo.
Sobre lo del que "paga, manda" permítame que le diga una cosa: usted no es un cliente de un servicio, es una subvencionada en todoa regla, que recibe el 80%-85% de lo que cuestan sus estudios en forma de subveción pública de mis impuestos y de los del resto de los ciudadanos, vía presupuestos generales del estado. Por, es usted quien tiene que justificar que esa inversión que los ciudadanos hacemos en su persona clavando codos y sacando los cursos. Tiene usted una idea bien extraña de cómo son las cosas, fruto sin duda de una urgente necesidad de ampliar conocimientos. Hágalo. Se lo agradeceremos.
Ya salió la actitud déspota que tanto repelús causa a los alumnos.Yo no he querido ofenderla en ningún momento.Sólo me pregunto porque algunos alumnos tienen la fortuna de adquirir conocimientos de Catedráticos, personas que han tenido que formarse durante muchos años hasta conseguir la cátedra y otros sin embargo se tienen que conformar con el que está "aprendiendo".¿Acaso las tasas no son iguales para ambos?
Ya que le interesa el apasionante mundo de los impuestos,¿por qué no ponemos las tasas universitarias por tramos?
Dependiendo de quien te dé la clase ,un coste.
Cuando digo "el que paga manda" quiero decir que los profesores tienen que estar abiertos a cualquier pregunta de los alumnos, ya sea en las clases, o en las tutorías individuales que con tanta gracia algunos profesores se pasan por el forro.Esto último me parece que no le va a gustar mucho al contribuyente español.A lo mejor a los de otros países, sí.
Le haré caso y leeré más hasta que llegue a descubrirlo.
Mariel
Primera cuestión: no soy la profesora de los 17 años, sólo otro lector que pasaba por aquí.
Segunda cuestión: usted vive en un mundo bien. También a todos los ciudadanos nos puede tocar un MIR en formación para que nos quite el apéndice, o el jefe de servicio que lleva 30 años operando. ¿Cambiamos también las cuotas a la seguridad social según quién te toque? O el juez recién salido de la escuela judicial, o uno que lleva todo la vida dictando sentencias. Usted... ¿piensa lo que dice?
Tercera cuestión: en mi experiencia, salvo algún cenutrio (que los hay en todas partes) los profesores se mueren por contestar preguntas, otra cosa es que la actitud vital del alumando actual (salvo excepciones) no es que no dé para preguntar, es que no da ni para salir de la cama, como el autor del blog relata acertadamente en su texto.
Cuarta cuestión: en mi universidad, las tutorías son por cita previa con registro electrónico, así que el alumno que la solicita, la tiene y si no, se a ver al inspector de servicios y el profesor tendrá que explicar muy bien por qué no atendió la cita. No sé cómo será en la suya, pero meter más de cincuenta universidades y cien mil docentes en el saco de la generalidad, donde todo cabe, demuestra un dominio de la lógica bastante parco. Se lo digo sin acritud.
Quinta cuestión: al contribuyente español, lo mismo que al ciudadano medio y al político, la Universidad se la trae al fresco. Desgraciadamente. Tenga clara la realidad del país en que vive; es importantísimo.
Cuestión final: lea más, por favor. Así argumentará mejor las cosa que dice. Le hace falta.
Primera cuestión:Si necesito leer más a lo mejor será porque soy una v´ctima más de este sistema universitario que me ha formado y que deja tanto que desear.
Segunda cuestión:Al igual que critico que una persona recien licenciada pueda dar clase,también critico que se delegue en médicos sin experiencia casos complicados,porque ya sabe aquello de que más sabe el diablo por viejo que por diablo.¿Por qué no ponemos a críos de 18 años a dar clase en los Institutos?Según este criterio,como ellos ya tienen el Bachillerato, ya estarán preparados para formar a otros que aún no lo han conseguido.
Tercera cuestión :En mi experiencia,salvo algún cenutrio(que los hay en todas partes)los alumnos se mueren por hacer preguntas,ya que por eso se han levantado de la cama y han preferido ir a clase a conseguir aprender algo,antes que quedarse en casa viendo el programa de AR,otra cosa es que la actitud vital del profesorado actual,salvo excepciones no es que no esté dispuesto a responder preguntas, sino que encima ponen mala cara si los interrumpes porque no les da tiempo a acabar el temario, o sueltan cualquier improperio.
Cuarta cuestión:Cada uno habla de lo que conoce.No soy la Ministra de Educación,así que no me dedico a controlar el funcionamiento de las universidades.¿Acaso el autor de este blog puede hablar la ctitud vital de los alumnos de Económicas?
Quinta cuestión:Al contribuyente español no creo que se la traiga al fresco.Ya que lo van a sangrar vía impuestos y le venden la moto de que todo es por el bien de la Educación y la Sanidad en este país, creo que está en la posición de exigir que las cosas funcionen correctamnete.
Quinta cuestión:En respuesta a su sugerencia de que lea más, solo le puedo decir citando a Juan Luís Vives :"Muchos habrían podido llegar a la sabiduría si no se hubieran creído ya suficientemente sabios"Pero todo esto sin acritud
Mariel
El comentario anónimo del
jue. mar. 12, 09:43:00 p. m. 2015
me parece de lo más maleducado y desagradable. Llama inculto a alguien que no conoce de nada: "Usted no sabe nada", da órdenes de lo que otros tienen que hacer: "Lea más y vea más mundo". ¿Y a qué viene esta respuesta? pues a una observación (opinión) bien respetable y educadamente formulada por otro lector. Me parece una respuesta excesiva y totalmente fuera de lugar, digna de una persona prepotente que trata con desprecio a las personas que no opinan como ella. Inaceptable.
He sido alumno y profesor, y siempre he preferido defender al más débil.
Estoy de acuerdo en que, en general, los alumnos flojean más y parece que la exigencia baja. ¿Por qué? En mi opinión por dos razones: transparencia y justicia.
Transparencia. Al alumno de hoy ya no se le puede engañar. Hay más información. Las jerarquías han desaparecido y esa protección/hermetismo que otorgaba el cargo de profesor ya no sirve. Los alumnos saben (más o menos) en qué consiste la vida de un profesor, y saben que muchos profesores no están tan ocupados como dicen, ni se sacrifican tanto por los alumnos como pretenden, sino al revés. En diez minutos encuentran en Internet que han movido su asignatura a Moodle porque les han dado 50€ de incentivos.
Justicia. El alumno está en juicio y evaluación constante, y tiene una carga de trabajo semanal muy fuerte en algunas carreras. ¿Qué hay de muchos profesores? La mayoría transmiten la sensación de que dar clase es una peste, de que la última vez que revisaron sus apuntes fue hace 10 años, y de que hay que aprender "porque toca". Hoy dan la asignatura A, y mañana la B. Pasado, me sustituye fulanito y al otro zutanito, contratado de urgencia. Y generalmente (al menos en mi carrera) los profesores con más experiencia (y prioridad para elegir) "endiñan" las asignaturas más duras al recién llegado. Ellos se quedan "introducción a..." y demás. Parece que prepararse bien una clase, actualizar los contenidos, etc... no entre en el sueldo, sino que sea un extra.
Aunque estúpida y contraproducente para él, la reacción del joven alumno es natural: "si este tío pasa de todo, ¿por qué tengo que esforzarme yo?", "¿es éste el nivel de la universidad?", "pero si este profesor estaba sentado en el lado de los alumnos el año pasado", "si este tío ha llegado a profesor, yo también puedo", "este tío no tiene ni idea de lo que dice", "¿así que ahora la clase consiste en que nos la demos nosotros mismos?", "¿por qué a los profesores les resulta tan fácil mandarnos unas cargas de trabajo que ellos no están dispuestos a asumir?"
¿Soluciones? No lo sé. Pero sé que la única forma de cambiarlo es desde el profesorado. Los alumnos imitan y se amoldan a lo que ven, y son ellos los que tienen 18 años y se espera que reaccionen como tal, no el profesorado. Quizá hacen falta más explicaciones, más justificación y conexión con la realidad de porqué hay que aprender X y por qué es bueno. Conexión con el mundo real. Suelo coincidir con el autor del blog, pero mandar leer un texto de 100 páginas "porque sí" (especialmente cuando se tienen 6 asignaturas más con la misma carga), es difícil de tragar.
Cuidado con las universidades y cursos virtuales (estilo Coursera) porque si los alumnos empiezan a comparar, las universidades se van a ir a pique.
Reacciones prepotentes de algunos profesores como las que se han leído por aquí, no suelen ayudar, sino poner al alumno más a la defensiva.
Saludos.
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