Los periódicos no se cansan de tratar de engatusar a
sus lectores con regalos domingueros y ofertas extravagantes. Ya es anómalo que
interese más un juego de cucharillas de café o un número para el sorteo de un
viaje que las noticias del día razonadamente explicadas. Pero este es el zafio
barro del que estamos hechos, la incultura e insensibilidad que padecemos, un
producto no de la casualidad sino de una concienzuda (des) educación
planificada por legisladores chirles.
Contando con esta realidad -que difícilmente vamos a
reformar- me atrevo a ofrecer a los diarios un cambio en su forma de atraer al
comprador. Ofrézcase un precio diferente en función de la información que
interese al lector y proporcionésele solo las páginas correspondientes. Así
quien elija la sección de deportes deberá pagar más porque es la más sustancial
de cuantas se albergan en cualquier diario: goles y más goles, penalties y
fueras de juego, esa lesión que sufre Juanito que le tendrá en el dique seco
por una temporada más las declaraciones de su fisioterapeuta precisando en
términos profesionales la dolencia, el tratamiento y las posibles secuelas, el
calendario de las copas, recopas, torneos, contratorneos, champions y más
champions ... A todo ello el dueño del periódico podrá ponerle el precio que
quiera en la seguridad de que la cosecha va a ser apetecible.
Más cuidado habrá de poner con la información
política porque, bien mirado ¿a quién interesa lo que pasa en Sudán del Sur o
en los islotes del Pacífico que se disputan China, Filipinas, Vietnam ...? Hay
que ser muy cursi y sobre todo muy pedante para querer allegar noticias
referentes a estos temas abstrusos de manera que lo más prudente, desde el
punto de vista de las expectativas comerciales, es fijar un precio de saldo a
estas páginas y además a quien se las lleve ofrecerles un texto acompañándoles
en el sentimiento.
A la excelsa música veraniega y a los grupos,
pandas, bandas y cáfilas que las cultivan habrá que gravarla porque también
tiene muchos adeptos. Sin embargo, la crónica referida a una ópera o un
concierto de Shostakovitch (¡hay que ser desalmado para pasear este apellido
por el mundo!) se puede prácticamente regalar pues no interesa más que a cuatro
tristes amanerados.
Y así podría seguirse. Alfred Döblin, el médico y
autor de Alexanderplatz, una
novela entretejida de aconteceres
banales y otros terribles fundidos en una prosa que no hace ascos a ninguna
novedad, anotó en uno de los artículos en la prensa alemana que había visto el
anuncio de un ingenioso vendedor de periódicos que había colgado un cartel que
decía: “hojee el diario por el cincuenta por ciento del precio de venta”.
Esta observación de Döblin me recordó que un amigo
mío de Oviedo lograba colocar el periódico del día anterior a una vendedora del
Fontán al 30% de su precio de venta. Lógico si se tiene en cuenta que a esa
señora, que disfrutaba del paso pausado del tiempo en su pequeño rincón comercial,
le daba igual enterarse del discurso del ministro de Hacienda presentando los
presupuestos el día 27 que el 28 de octubre. A la macroeconomía no le afectan
estos detalles del almanaque pensaba para sus adentros la vendedora asturiana,
versada en sus arcanos, aunque su fuerte era y es la microeconomía.
Corolario: se impone echar a volar la imginación,
amigos de la prensa, antes que seguir aturdiéndonos con la colección de
relojes, cinturones o foulardes (llamados antes, cuando no éramos políglotas,
pañuelos para el cuello).
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