Vaya. Lo que faltaba. Pero ¿estos tipos qué se creen? ¿Acaso no conocen límite para su osadía? ¿Piensan que pueden alterar gratuitamente y a su puro entender el orden natural de las cosas, la ontología básica del mundo, los designios de la Creación? ¿Se olvidan acaso de que no es omnisciente el legislador ni omnipotente su voluntad ? ¿Pretenden que no son la moral y las buenas costumbres límite irrebasable para el arbitrio político?
No se conforman con casar a los homosexuales, con hacer de los padres adoptivos progenitores y de los progenitores biológicos meros padres legales. No les basta con hacer de la nación mayor la más pequeña y con inventarse que son históricamente primeras las naciones que se pergeñaron anteayer en un par de reuniones. No, no se aquietan con nada, no tienen tasa. Véase la última muestra, pretenden ahora que se pueda remover al un funcionario de su puesto por bajo rendimiento. Qué (re)movida. Dónde se vio. De qué van. No es que vaya a perder el removido su condición de funcionario, hasta ahí podríamos llegar con la bromita; ni que fueran trabajadores vulgares, viles obreretes, ya te digo. Pero sí va a poder el jefe cambiarlos de puesto si el que ostentan no lo desempeñan comme il faut.
Hoy viene la noticia en la prensa y me hago cruces (y medias lunas; y croissants) ante el calibre del atrevimiento de ese ministro que más que Sevilla debería apellidarse Sodoma. Compadecido ante la suerte que puede esperar a tanto funcionario ejemplar que he ido conociendo a lo largo de mis periplos administrativos, me pongo a repasarlos a todos, a rememorar sus hazañas, a grabar para siempre en mi magín sus gestas, quizá como postrer y vano homenaje ante la degradante norma que sobre sus asientos se cierne.
¡Se me agolpan tan intensamente los recuerdos! Tengo muy vivo y me acompaña siempre el celo de esas funcionarias de la Secretaría de una Facultad en la que estuve, regañonas y hoscas a más no poder, siempre atentas al despiste profesoral con el que solazarse, al desliz del enseñante al que se pueda vilipendiar con denuedo y saña, pero intocables cuando son ellas las que yerran o incumplen. Pero no hablo de defectos, entiéndaseme rectamente, sino de una encomiable seriedad profesional, de una rectitud funcionarial sin tacha, de una ética del trabajo que, de tan profunda, lleva a sobrevalorar la propia labor, aunque sea horrenda y torpe, y a despreciar la ajena, por muy esforzada que se quiera.
Y esas excelentes curas de humildad que uno recibe. Ah, cuán engreídos estaríamos muchos si no fuera por eso. Miren este caso y valórenlo en su medida justa y como muestra simple entre tantísimas. Llevaba yo en una Facultad diez años y en ella una proba funcionaria trabajaba en la Secretaría desde hacía cinco. Me había visto cientos de veces, nos saludábamos en los pasillos, había pasado mi nombre a innúmeras listas y pergaminos. Y hete aquí que un día acudo a pagar la lotería navideña de la Facultad, viejo rito aglutinador y solidario, esencia inmarcesible de lo que nos queda de comunitario, derecho histórico incluso. Le apoquino a la buena señorita mis veinte euros y espero a que me inscriba en la relación anoréxica de los no morosos. Y es el instante en que ella me mira fijamente y me lanza la pregunta que me pone en mi sitio: "¿Usted cómo se llama?". Vanidad de vanidades, mundo cruel, valle de lágrimas. Yo tampoco recuerdo cómo diantre se llamaba ella, pero en el fondo de mi alma le guardo para siempre un amoroso nicho.
Muchas veces el Decano de aquel entonces compartió con un servidor su desesperación ante la rotunda incompetencia de la buena funcionaria, incapaz de hacer nada, nada de nada, que no fuera ojear el periódico mañanas enteras, sin ánimo nunca para leerlo en forma. Y yo lo consolaba compartiendo con él mi convencimiento de que ese angelical ser, encarnación virginal del funcionario que no ha sido penetrado por la violencia del trabajo, arcángel ajeno a la maldición bíblica de ganarse el pan con el sudor de la frente, aun cuando imagino que más de una vez padecería la exudoración de sus inertes posaderas, había sido puesta allí por los dioses o los gerentes para recordarnos a los demás nuestra humana condición y lo estéril de todo mundano esfuerzo.
Imagínense que esta infausta norma que se aproxima hubiera estado vigente cuando acontecieron los hechos narrados. Tal vez el Decano hubiera tenido tentación de removerla, privándonos a los demás del placer de su contemplación y de la dulzura de su ajenidad de querubín extraterrestre. Amén de poner en un brete a la junta de personal y a muy variados comités, incompatibles por definición con toda remoción que no sea la de los garbanzos en el cocido y las carnes en el puchero. Una injusticia, pues. Intolerable.
No se conforman con casar a los homosexuales, con hacer de los padres adoptivos progenitores y de los progenitores biológicos meros padres legales. No les basta con hacer de la nación mayor la más pequeña y con inventarse que son históricamente primeras las naciones que se pergeñaron anteayer en un par de reuniones. No, no se aquietan con nada, no tienen tasa. Véase la última muestra, pretenden ahora que se pueda remover al un funcionario de su puesto por bajo rendimiento. Qué (re)movida. Dónde se vio. De qué van. No es que vaya a perder el removido su condición de funcionario, hasta ahí podríamos llegar con la bromita; ni que fueran trabajadores vulgares, viles obreretes, ya te digo. Pero sí va a poder el jefe cambiarlos de puesto si el que ostentan no lo desempeñan comme il faut.
Hoy viene la noticia en la prensa y me hago cruces (y medias lunas; y croissants) ante el calibre del atrevimiento de ese ministro que más que Sevilla debería apellidarse Sodoma. Compadecido ante la suerte que puede esperar a tanto funcionario ejemplar que he ido conociendo a lo largo de mis periplos administrativos, me pongo a repasarlos a todos, a rememorar sus hazañas, a grabar para siempre en mi magín sus gestas, quizá como postrer y vano homenaje ante la degradante norma que sobre sus asientos se cierne.
¡Se me agolpan tan intensamente los recuerdos! Tengo muy vivo y me acompaña siempre el celo de esas funcionarias de la Secretaría de una Facultad en la que estuve, regañonas y hoscas a más no poder, siempre atentas al despiste profesoral con el que solazarse, al desliz del enseñante al que se pueda vilipendiar con denuedo y saña, pero intocables cuando son ellas las que yerran o incumplen. Pero no hablo de defectos, entiéndaseme rectamente, sino de una encomiable seriedad profesional, de una rectitud funcionarial sin tacha, de una ética del trabajo que, de tan profunda, lleva a sobrevalorar la propia labor, aunque sea horrenda y torpe, y a despreciar la ajena, por muy esforzada que se quiera.
Y esas excelentes curas de humildad que uno recibe. Ah, cuán engreídos estaríamos muchos si no fuera por eso. Miren este caso y valórenlo en su medida justa y como muestra simple entre tantísimas. Llevaba yo en una Facultad diez años y en ella una proba funcionaria trabajaba en la Secretaría desde hacía cinco. Me había visto cientos de veces, nos saludábamos en los pasillos, había pasado mi nombre a innúmeras listas y pergaminos. Y hete aquí que un día acudo a pagar la lotería navideña de la Facultad, viejo rito aglutinador y solidario, esencia inmarcesible de lo que nos queda de comunitario, derecho histórico incluso. Le apoquino a la buena señorita mis veinte euros y espero a que me inscriba en la relación anoréxica de los no morosos. Y es el instante en que ella me mira fijamente y me lanza la pregunta que me pone en mi sitio: "¿Usted cómo se llama?". Vanidad de vanidades, mundo cruel, valle de lágrimas. Yo tampoco recuerdo cómo diantre se llamaba ella, pero en el fondo de mi alma le guardo para siempre un amoroso nicho.
Muchas veces el Decano de aquel entonces compartió con un servidor su desesperación ante la rotunda incompetencia de la buena funcionaria, incapaz de hacer nada, nada de nada, que no fuera ojear el periódico mañanas enteras, sin ánimo nunca para leerlo en forma. Y yo lo consolaba compartiendo con él mi convencimiento de que ese angelical ser, encarnación virginal del funcionario que no ha sido penetrado por la violencia del trabajo, arcángel ajeno a la maldición bíblica de ganarse el pan con el sudor de la frente, aun cuando imagino que más de una vez padecería la exudoración de sus inertes posaderas, había sido puesta allí por los dioses o los gerentes para recordarnos a los demás nuestra humana condición y lo estéril de todo mundano esfuerzo.
Imagínense que esta infausta norma que se aproxima hubiera estado vigente cuando acontecieron los hechos narrados. Tal vez el Decano hubiera tenido tentación de removerla, privándonos a los demás del placer de su contemplación y de la dulzura de su ajenidad de querubín extraterrestre. Amén de poner en un brete a la junta de personal y a muy variados comités, incompatibles por definición con toda remoción que no sea la de los garbanzos en el cocido y las carnes en el puchero. Una injusticia, pues. Intolerable.
9 comentarios:
Ilmo Sr catedrático le diré que la nueva normativa siempre y cuando sea fehaciente de que ciertos funcionarios no rinden en su trabajo es admisible que sean trasladados a otros puestos de trabajo y si siguen sin rendir que se les mande a la puta calle como a un obrero o a un empleado más ya que yo conozco sobradamente el funcionamiento de las institucioones públicas donde a diario por circunstancias propias y personales me tengo que desenvolver forzosamente y si le puedo decir que un 95'05% de los funcionarios aprovechan la media hora que tienen para tomarse su cafetito, bien sea funcionario/a para que el café sea de dos horas inclusive hay muchos/as que salen a tomar el café fuera del edificio correspondiente para ejercer sus funciones de amas de casa o de amos de lo que sea para hacer las compras y las gestiones o bien ir de rebajas a las tiendas a comprarse modelitos. Mi impresión del funcionamiento del funcionariado es pésimo en España, de todas las formas le diré que VI no es nadie para juzgar a nadie porque ¿quién le juzga a VI como catedrático?, entonces como VI comprenderá no me dice nada nuevo que no sepamos la mayoría de los españoles.
De todas formas bajo mi punto de vista la nueva normativa que pueda salir del Consejo de Ministros tiene que empezar por arriba y no por abajo porque si la disciplina laboral no empieza por arriba ¿qué van a hacer los funcionarios viendo que sus jefes hacen aún menos que ellos mismos? , por lo tanto, primero hay que sembrar para poder recojer una buena cosecha laboral.
Ilmo sr catedrático disculpe VI, que firmé como anónimo soy VOX POPULI
Pues a mi tampoco me parece mal. No se trata que la Administración se convierta en una consultoría y medir los minutos que se emplean en cada tarea, pero lo que no se puede tolerar es que por aprobar un examen, con 30 años estés jubilado mentalmente.
Desde hace 15 años se están planteando las oposiciones como una manera de cobrar un sueldo del Estado y trabajar lo menos posible. Pocos funcionarios tienen verdadera vocación en su profesión. Más bien se utiliza como válvula de escape a una situación laboral cada vez más competitiva. Justo la que vivimos la mayoría.
El asunto es el siguiente. Pongamos que hay dos funcionarios en la misma oficina: el que llega con ganas al principio y el vago. El que no hace nada, encima de no hacer su trabajo, se burla del que trabaja, con argumentos del tipo: "Cobramos igual, pero yo no hago nada" por ejemplo. Hasta que se cansa y piensa: "Pues que le den morcilla!". Ese tío, al que le pagamos entre todos, siembra malestar entre el resto de compañeros. En una palabra: es un cáncer y en una empresa competitiva no se admite.
Yo apoyo al Ministro en su decisión de supervisar el trabajo del funcionario. Me parece valiente que intente revisar el modelo. Que se exijan unos objetivos mínimos al cabo del año o que se incentive a los mejores. Eso es lo que habría que discutir.
Y creo que Sr. Profesor, no se tiene que sentir molesto, si sigue haciendo con normalidad su trabajo. Se trata de limpiar lo "anormal", como los ejemplos que Vox Populi ha puesto.
Me limito a decir -aunque sea parte en esta historia, siendo funcionario de un par de cuerpos- que los países con ambiciones tienen servicios civiles sumamente competitivos y meritocráticos a los cuales es un orgullo pertenecer.
Ya va siendo hora de que metan mano a la sacrosanta relación funcionarial. Aun no he leido el proyecto; solo espero que esta reforma sea lo suficientemente coherente y no sea mecanismo idoneo para una caza de brujas política, y proclive al alineamiento.
Esto de los funcionarios por lo visto es un chollete bastante interesante, voy a intentar hacer unas oposiciones asequibles al Estado, las de las CCAA y las locales creo que están imposibles porque la cosa va de estar enchufao con algún politicastro muy demócratas ellos y tal. Y las del Estado, por probar no se pierde nada. Luego con ciscarme en las incompatibilidades podré ya defender a los delincuentes holgadamente y esos márgenes diarios en la hora del cafe facilmente me proporcionarán el tiempo suficiente como para preparar los juicios o estudiar.
Lo que debe ser difícil es encontrar el ideal de funcionario como es imposible encontrar el ideal de boxeador perfecto hecho realidad.
De momento se me antoja imposible que algo funcione al 100% a nivel funcionarial en primer lugar porque está metida hasta los tuétanos la falacia de que el poder corrompe por cojones y profesores como antetodomuchacalma lo afirman y lo mantienen en una especie de falacia naturalista creando una sensación de estupidez colectiva y lo argumentan y todo en base a experiencias del pasado y del presente dándolas por inmutables y alegando que es un vicio de la democracia, pero que bendito vicio que la alternativa es la dictadura y que también se corrompe.
Me resulta dificil creer que lo único incorruptible en ESPAÑA seamos yo, el brazo de Santa Teresa de Jesús y el rey San Fernando III. Por huevos tiene que haber más españoles incorruptibles, entonces ¿por qué si llegamos al poder nos vamos a corromper?, ¿en base a qué?, entonces, si yo llego al poder me quieren decir ¿que voy a vivir en un palacete mientras uno sólo de mis compatriotas viva indecentemente? eso no se lo cree ni quien se lo crea ni su abogado. Por tanto la solución es la que propugna VOX POPULI, la revolución en este caso ha de venir por arriba en cuanto a la decencia y por abajo en cuanto a exigencia ¿qué es eso de que un ciudadano llegue a una administración como acojonao y pidiendo favores laborales o simplemente que le pasen antes que a otro en la consulta o en la ventanilla de Hacienda? ¿qué es eso de que un puto agente de la autoridad se crea autoridad y que en lugar de iniciar un procedimiento sancionador se crea que es él el que sanciona?
Vuelvo a incidir en la idea, si con esta mierda de manera de funcionar hemos llegado a las cimas de civilización que tenemos algunos ¿dónde podríamos llegar si el mérito y la capacidad imperaran de continuo?
Me alegra muchísimo que alguien como usted reciba, al menos, algo del reconocimiento estatal que merece su valía, tal como relata en el post de defensa de la U. de León. Me alegra porque me gusta lo que escribe, y también porque me permite albergar esperanzas de aspirar legítimamente, en la medida de mis capacidades, a mi pequeña cuota.
Sin embargo, soy algo pesimista sobre las posibilidades de evaluación del rendimiento en la Universidad. Sólo de pensar en que the usual suspects puedan ser quienes decidan si alguien se queda o se va de la Universidad, atendiendo a (lo que ellos entiendan de) su producción, me castañetean los tobillos. Supongo que evaluarían igual que lo hacen habitualmente en tribunales, comisiones, agencias de calidad y demás...
- No voy a detenerme un segundo a plagiar lo que usted tan bien ha explicado aquí acerca de la función evaluadora en los tribunales de oposición. Incluso las plazas justamente asignadas están con frecuencia manchadas.
- Lo de los sexenios... No comment. Sólo un botón: en mi materia, en una convocatoria aún reciente, era de facto un demérito haber publicado varias cosas sobre el mismo tema (eso al parecer tan anticientífico que es la especialización). Te dejaban de contar TODAS.
- Agencias tipo ANECA. La ANECA pide (al menos, lo hacía hasta hace poco) que le entregasen fotocopiadas LA PRIMERA Y LA ÚLTIMA PÁGINAS DE CADA LIBRO Y ARTÍCULO. Así evaluaban: al peso. La agencia autonómica que me tocó a mí valoraba un artículo que hubieses publicado en una revista con una puntuación entre 0'5 y 2'5; pero si lo publicabas en un libro colectivo (o en un Libro-Homenaje a un catedrático alemán, como viví en mis apolíneas carnes), sólo con 0'7.
Me contentaría con cosillas más objetivas:
a) si da sus clases
b) si las da él de verdad
c) si está las horas que tiene que estar.
Ahora bien: claro, mientras los sueldos sigan siendo los que son (y ya no hablo del mileurismo en el que nos sumimos los mindundis), la peña seguirá cobrándoselo en tiempo libre y "flexibilidad horaria" (again: salvo the mindundis, que están haciendo CV). Y no les faltará su pedacito de razón: termina siendo un perverso pacto entre la Universidad y los profesores.
Gracias por hacer esa precisión sobre los mindundis, porque esto de la flexibilidad horaria... en mi caso (y otros muchos) se refiere a que la Facultad está abierta 24 horas, siete días a la semana... y si no lo está se trabaja en casa, y si no estoy en casa ni en la Facultad me llevo el portátil, y si me tengo que ir de viaje me llevo un par de artículos para ir leyendo por el camino en el tren o autobus...
Por eso me identifico con el prototipo de mindundi: aquél que intenta hacer cv en el tiempo libre que le dejan los papeleos, burrocracias y estupideces varias que deciden establecer cual obstáculos prácticamente insalvables mentes mucho más preclaras (en los últimos tiempos vid. Aneca y sucedáneos autonómicos, cuya objetividad, transparencia y solidez de criterios evaluadores están fuera de toda duda...Demoledor que sólo se considere el número de páginas de la obra. Si lo bueno breve, ¿no vale un peñazo?).
Donde dice: "again: salvo los mindundis, que están haciendo CV", debe decir "again: salvo los mindundis, que estamos haciendo CV"
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