Bueno, no todo va a ser contar dramas de esta tierra que me hechiza. Esto es territorio mágico, macondiano, y aquí puede pasar de todo en cualquier momento, también cosas bien graciosas. Voy a narrar algo que me ocurrió, tal cual lo cuento, hace tres o cuatro años.
Bogotá, congreso de teoría del Derecho organizado por la Universidad Nacional, en el contexto de una maestría en Derecho en la que entonces colaborábamos ocho o diez colegas españoles, todos buenos amigos y en un excelente ambiente. Casi mil inscritos en el tal congreso. El más grande salón de actos lleno a rebosar y una pantalla habilitada en un salón anejo para que pudieran contemplar los debates los que no llegaban a tiempo para lograr sitio en el salón principal. Increíble, ya lo sé. Y esa gente que se inscribía además pagaba por la inscripción. Para un español esto es ciencia-ficción, pero por eso mantengo que este país es mágico y que todo lo que pasa aquí, lo malo y también lo bueno, hay que verlo para creerlo. Están locos estos colombianos.
Por cierto que en ese congreso me tocó debatir con Carlos Gaviria, ex-magistrado de la Corte Constitucional y hoy candidato presidencial por el Polo Democrático. Un buen orador y un sofista espectacular, me hizo todo tipo de trampas y triquiñuelas en nuestra discusión, y eso que, modestamente, alguna fama tengo yo también de retor mañoso. Creo que no es mal tipo, y mejor político que teórico del Derecho, pese a que por aquí alaban mucho su populismo jurídico. Recuerdo también una muy entretenida cena, años antes, con él, Hernando Yepes (que luego seria ministro de trabajo en el primer gobierno de Pastrana) y Manuel Atienza en casa de Sandra Morelli, debatiendo sobre alguna famosa sentencia de la que Gaviria había sido ponente en la Corte Constitucional. Luego Atienza publicó un excelente librillo con su análisis. Pero dejemos esas otras historias para ulteriores escritos.
El congreso de marras culminó en una comida campestre en las afueras de Bogotá, hacia el norte. Recuerdo que viajé hacia allá compartiendo coche con Jose Mari S., haciendo risas, como siempre. Por allí estaban muchos amigos españoles queridísimos, como X. y J.A., por ejemplo. Con la comida comenzó la música y después de comer se fue imponiendo el baile. Creo que ahí vi por primera vez bailar a H.M., quien no nació para tales menesteres, por muy dotado que esté para otros. Nadie es perfecto. Tampoco la buena de V.I. se lucía especialmente en ese trance. Pero dejemos de perder amigos y vamos con la aventura.
Corría el alcohol en dosis notables: aguardiente antioqueño y ron viejo de Caldas. Íbamos quedando los de siempre y como siempre. La representación española, ejemplar, como era habitual en este grupo, resistiendo los embates del brebaje y el paisanaje. A eso de las nueve de la noche comenzó a diluviar, un aguacero diabólico. A las diez se fue la luz, todo quedó a oscuras. Hubo que desalojar el lugar y cada cual se metió en el coche que pudo para retornar a Bogotá, una media hora de camino. A mí me tocó con tres colombianos jóvenes, una mujer y dos varones. Conducía la mujer, era su coche. La oscuridad era total, ni una luz, y los limpiaparabrisas no alcanzaban a retirar el agua de la luna delantera del coche. No se veía nada. Menos mal que la conciencia de todos estaba suficientemente anestesiada y la sensación de peligro quedaba un tanto diluida.
Apenas habíamos circulado un par de kilómetros cuando hombres armados nos detienen. Uno, aquí, siempre en tales casos se pregunta lo que se pregunta. Ya me había ocurrido otra vez, regresando de madrugada de Chía a Bogotá en compañía del entrañable J.I.P. Aquella vez nos pararon soldados y nos sacaron del coche de mala manera. Recuerdo un cañón en mi espalda y a un soldado empujándome contra el coche y abriéndome las piernas a patadas para registrarme. La pregunta siempre es sin serán militares o guerrilleros. Eran militares y buscaban armas. Nos dejaron ir después de un cacheo completo.
Esta vez eran policías de tráfico. Pidieron que bajáramos las ventanillas. El que tenía la iniciativa enfocó su linterna a la cara de la conductora, la miró un par de segundos y dijo: "usted está borracha, no puede manejar" (conducir). El que iba en el asiento de al lado se ofreció para conducir él. El policía lo alumbró con su linterna y dijo: "usted tampoco". Quedaba el tercer colombiano, que se postuló y fue igualmente rechazado. Yo era la última posibilidad para salir de allí en coche y no tener que quedarnos quién sabe cómo ni dónde. Mi mente procesaba toda la información con inusitada lentitud. Muerto de risa, le dije al policía: "yo soy español. Si usted quiere, manejo yo". Sin mirarme siquiera, me respondió, "adelante, maneje usted". Todavía me pregunto si es que el buen hombre nos tenía a los españoles por seres prodigiosos y con capacidades sobrenaturales.
El caso es que ahí me tocó tomar el volante. El muchacho que hacía de copiloto iba con la cabeza fuera de la ventanilla, mirando para advertirme de cuándo había un peligro o en qué momento tenía que girar para algún lado. Yo no veía nada y todavía no sé cómo conseguimos llegar al destino. Fuimos a dar al hotel cercano al aeropuerto en el que se alojaban la mayoría de los españoles. Pero yo esa semana pernoctaba en el hotel de la Ópera, en pleno centro, en La Candelaria, pues estaba trabajando también con otra universidad que cae por allí. En todo ese tiempo la luz no había vuelto, la oscuridad seguía siendo total y no cejaba la lluvia. Busqué un taxi para ir hacia mi hotel. Me pararon dos, después de muchos intentos. Cuando al primero le dije a donde tenía que llevarme, me respondió que si yo estaba loco y que él no estaba dispuesto a dejarse matar. Y se marchó. El segundo fue más explícito: mire -me dijo- con esta oscuridad el centro es ahora mismo la selva, si vamos allá lo más probable es que alguna pandilla nos pare y nos haga cualquier cosa. Y usted es extranjero, no debería arriesgarse. Pero si me paga un buen puñado de plata yo le llevo, allá usted. Medité, con todo, y volví sobre mis pasos a buscarme una habitación para esa noche en el hotel de los otros.
Y colorín colorado....
Bogotá, congreso de teoría del Derecho organizado por la Universidad Nacional, en el contexto de una maestría en Derecho en la que entonces colaborábamos ocho o diez colegas españoles, todos buenos amigos y en un excelente ambiente. Casi mil inscritos en el tal congreso. El más grande salón de actos lleno a rebosar y una pantalla habilitada en un salón anejo para que pudieran contemplar los debates los que no llegaban a tiempo para lograr sitio en el salón principal. Increíble, ya lo sé. Y esa gente que se inscribía además pagaba por la inscripción. Para un español esto es ciencia-ficción, pero por eso mantengo que este país es mágico y que todo lo que pasa aquí, lo malo y también lo bueno, hay que verlo para creerlo. Están locos estos colombianos.
Por cierto que en ese congreso me tocó debatir con Carlos Gaviria, ex-magistrado de la Corte Constitucional y hoy candidato presidencial por el Polo Democrático. Un buen orador y un sofista espectacular, me hizo todo tipo de trampas y triquiñuelas en nuestra discusión, y eso que, modestamente, alguna fama tengo yo también de retor mañoso. Creo que no es mal tipo, y mejor político que teórico del Derecho, pese a que por aquí alaban mucho su populismo jurídico. Recuerdo también una muy entretenida cena, años antes, con él, Hernando Yepes (que luego seria ministro de trabajo en el primer gobierno de Pastrana) y Manuel Atienza en casa de Sandra Morelli, debatiendo sobre alguna famosa sentencia de la que Gaviria había sido ponente en la Corte Constitucional. Luego Atienza publicó un excelente librillo con su análisis. Pero dejemos esas otras historias para ulteriores escritos.
El congreso de marras culminó en una comida campestre en las afueras de Bogotá, hacia el norte. Recuerdo que viajé hacia allá compartiendo coche con Jose Mari S., haciendo risas, como siempre. Por allí estaban muchos amigos españoles queridísimos, como X. y J.A., por ejemplo. Con la comida comenzó la música y después de comer se fue imponiendo el baile. Creo que ahí vi por primera vez bailar a H.M., quien no nació para tales menesteres, por muy dotado que esté para otros. Nadie es perfecto. Tampoco la buena de V.I. se lucía especialmente en ese trance. Pero dejemos de perder amigos y vamos con la aventura.
Corría el alcohol en dosis notables: aguardiente antioqueño y ron viejo de Caldas. Íbamos quedando los de siempre y como siempre. La representación española, ejemplar, como era habitual en este grupo, resistiendo los embates del brebaje y el paisanaje. A eso de las nueve de la noche comenzó a diluviar, un aguacero diabólico. A las diez se fue la luz, todo quedó a oscuras. Hubo que desalojar el lugar y cada cual se metió en el coche que pudo para retornar a Bogotá, una media hora de camino. A mí me tocó con tres colombianos jóvenes, una mujer y dos varones. Conducía la mujer, era su coche. La oscuridad era total, ni una luz, y los limpiaparabrisas no alcanzaban a retirar el agua de la luna delantera del coche. No se veía nada. Menos mal que la conciencia de todos estaba suficientemente anestesiada y la sensación de peligro quedaba un tanto diluida.
Apenas habíamos circulado un par de kilómetros cuando hombres armados nos detienen. Uno, aquí, siempre en tales casos se pregunta lo que se pregunta. Ya me había ocurrido otra vez, regresando de madrugada de Chía a Bogotá en compañía del entrañable J.I.P. Aquella vez nos pararon soldados y nos sacaron del coche de mala manera. Recuerdo un cañón en mi espalda y a un soldado empujándome contra el coche y abriéndome las piernas a patadas para registrarme. La pregunta siempre es sin serán militares o guerrilleros. Eran militares y buscaban armas. Nos dejaron ir después de un cacheo completo.
Esta vez eran policías de tráfico. Pidieron que bajáramos las ventanillas. El que tenía la iniciativa enfocó su linterna a la cara de la conductora, la miró un par de segundos y dijo: "usted está borracha, no puede manejar" (conducir). El que iba en el asiento de al lado se ofreció para conducir él. El policía lo alumbró con su linterna y dijo: "usted tampoco". Quedaba el tercer colombiano, que se postuló y fue igualmente rechazado. Yo era la última posibilidad para salir de allí en coche y no tener que quedarnos quién sabe cómo ni dónde. Mi mente procesaba toda la información con inusitada lentitud. Muerto de risa, le dije al policía: "yo soy español. Si usted quiere, manejo yo". Sin mirarme siquiera, me respondió, "adelante, maneje usted". Todavía me pregunto si es que el buen hombre nos tenía a los españoles por seres prodigiosos y con capacidades sobrenaturales.
El caso es que ahí me tocó tomar el volante. El muchacho que hacía de copiloto iba con la cabeza fuera de la ventanilla, mirando para advertirme de cuándo había un peligro o en qué momento tenía que girar para algún lado. Yo no veía nada y todavía no sé cómo conseguimos llegar al destino. Fuimos a dar al hotel cercano al aeropuerto en el que se alojaban la mayoría de los españoles. Pero yo esa semana pernoctaba en el hotel de la Ópera, en pleno centro, en La Candelaria, pues estaba trabajando también con otra universidad que cae por allí. En todo ese tiempo la luz no había vuelto, la oscuridad seguía siendo total y no cejaba la lluvia. Busqué un taxi para ir hacia mi hotel. Me pararon dos, después de muchos intentos. Cuando al primero le dije a donde tenía que llevarme, me respondió que si yo estaba loco y que él no estaba dispuesto a dejarse matar. Y se marchó. El segundo fue más explícito: mire -me dijo- con esta oscuridad el centro es ahora mismo la selva, si vamos allá lo más probable es que alguna pandilla nos pare y nos haga cualquier cosa. Y usted es extranjero, no debería arriesgarse. Pero si me paga un buen puñado de plata yo le llevo, allá usted. Medité, con todo, y volví sobre mis pasos a buscarme una habitación para esa noche en el hotel de los otros.
Y colorín colorado....
2 comentarios:
Ejem ejem...
O muuuuy mal recuerdo yo (y es posible, porque la noche fue larga y, sobre todo, fue la década pasada) o no fue la primera vez que veía o podía ver bailar a H.M. Y no se tuvo que ir tan lejos a verle, ni mucho menos.
Pese a la admiración desde el disenso que siento por él, debo adherirme a su juicio sobre las cualidades danzarinas del ilustre.
(Como es lógico, todo ello somertido a condición: Si y sólo si no me estoy equivocando de H.M).
Pues menos mal que habías decidido no contar dramas. Creo que este post describe mejor que nada, por contraste, lo que se considera "drama" en Colombia: las situaciones que exceden con mucho este nivel. Tambien la definición de marras es cultural ... ¿Cómo reaccionará, me pregunto con curiosidad, un austríaco o un suizo que te lea?
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