19 marzo, 2006

Reencuentro

Es curioso que uno acabe por reencontrarse a sí mismo en los hoteles. Son las 23 horas del sábado. He cenado solo en el hotel. Antes he pasado el día viajando un poco por este país y conversando mucho con el conductor que me llevaba, con el que he hecho muy buenas migas. Buena persona, sandinista noble, activista en su barrio, con una historia peculiar a sus espaldas, como ocurre en esta tierra con todo el que tenga más de cuarenta años.
No estoy acostumbrado al tiempo libre sin rutinas ni compromisos ni prisas, sobre todo prisas. Y ésta es la situación ideal para sorprenderse a uno mismo tomando decisiones. Decisiones mínimas, escoger entre cosas tales como seguir con la novela a medio leer, mirar los periódicos patrios en internet o zapear los tropecientos mil canales en busca de alguna película. Y uno sabe que ahí fuera hay vida, y gentes, pero no estoy motivado para explorar, ando remiso. Y aquí dentro, solo, las alternativas más simples se tornan elecciones complicadas. Me doy cuenta de que habitualmente no elijo, únicamente sigo mis propios automatismos, los rituales de mi desorden. Por eso, ahora, hay unos pocos instantes que se me hacen abismo y la sensación es tan extraña que no sé si me siento bien porque me parezco mi dueño o si es la soledad la que está aprovechando su ocasión mientras pondero mis elementales opciones. Casi entiendo a la gente. Pero se me pasará enseguida, no hay problema.

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