(Publicado en El Mundo, 15 de enero)
Se escucha desde hace unas semanas en
el debate político español el ronroneo de una gran coalición como posible
remedio a los males habidos en nuestra maltrecha res publica. Ora se trate de
planes bienintencionados, ora de añagazas sin mayores perspectivas, conviene
levantar nuestra vista más allá de los Pirineos, no fuera a ser que el bálsamo
de Fierabrás acabe teniendo efectos deletéreos para nuestra democracia. Más
concretamente, la experiencia con esta fórmula de gobierno en los países de
habla germánica nos puede hacer entrever virtudes y vicios de este tipo de
empresas políticas. Alemania es, en este sentido, el modelo más invocado en
estos lances, si bien, como veremos, el verdadero paraíso de la gran coalición
es Austria.
En general, los gobiernos de coalición
son práctica habitual en ambos países tanto en el ámbito estatal como en el
regional. Las razones para ello son diversas y frondosas son las explicaciones
que se pueden aludir, pero baste recordar brevemente dos. Por un lado, en los
dos Estados el entusiasmo por este tipo de soluciones emana de una geometría
electoral que impone parlamentos con un escaso número de partidos (únicamente
cinco hay ahora mismo por ejemplo en el parlamento federal alemán). La
formación de gobiernos de minoría que, al socaire de la promiscuidad
parlamentaria, pudieran sacar adelante sus proyectos legislativos cambiando
grácilmente de pareja de baile para cada ocasión, queda pues nítidamente
restringida. Por otro lado, y esto vale para Alemania, la vigorosa capacidad de
bloqueo legislativo del Bundesrat -la cámara territorial- somete al Gobierno a
una constante presión; situación que sufrieron con crudeza los cancilleres Kohl
en su última etapa y Schröder. En Austria este problema es ciertamente menor,
pues su cámara territorial tiene una vitalidad similar a la del doncel de
Sigüenza.
En el caso alemán, dejando a un lado
la gran coalición de los años 60, la experiencia de los últimos 10 años es
ambigua. Sin duda alguna, la primera gran coalición dirigida por Merkel
(2005-9) llevó a buen puerto algunas reformas de calado, especialmente la
llamada reforma del federalismo, que dejando a un lado hiperestésicas
identidades regionales fortaleció de hecho la posición del Estado central. En
casos como éste, el consenso y la insoslayable necesidad de reforma eran
postulados por la mayor parte de la población y los partidos políticos. Sin
embargo, en muchos otros aspectos en los que la urgencia legislativa era menor,
la paralización se adueñó del orden del día del gobierno. Y no sin razón, pues
¿qué interés podía tener para uno u otro miembro de la coalición aprobar una
ley, que había de estar ideológicamente deslavazada, cuando ambos confiaban en
que en las siguientes elecciones tendrían la suficiente mayoría para pergeñar
la ley a su libre albedrío?
La segunda gran coalición bajo la
batuta de Merkel echó a andar hace escasamente un año y por tanto la valoración
es aún difícil. Cerca de la mayoría absoluta, Merkel decidió apostar por una
gran coalición, aceptando sin pestañear el incumplimiento de algunas de sus más
sonoras promesas electorales (no subir los impuestos, por ejemplo). Hasta ahora
el Gobierno bicolor ha tomado medidas como la de implantar un salario mínimo
(que ya existía en algunas profesiones), recomendar que accedan más mujeres a
los consejos de administración de las empresas, o invertir en cambiar varios
millones de tuercas de la vía ferroviaria del país. Medidas todas ellas
probablemente necesarias pero que igualmente podría haber tomado sin grandes
dificultades un gobierno monocolor. El problema no es que la gran coalición
haya sido -hasta ahora al menos- de mucho ruido para pocas nueces. Es que ni
siquiera ha habido mucho ruido, pues justamente la jibarización de la oposición
reduce el ruido parlamentario del debate de las medidas.
Donde, sin embargo, la gran coalición
ha adquirido, como decíamos, formas eviternas, cuando no dimensiones
geológicas, es sin duda alguna en Austria. Desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial ese modelo ha funcionado prácticamente en la mitad de las legislaturas.
Por añadidura, esta circunstancia viene agravada en el caso austríaco por el
llamado sistema proporcional, fuente de la politización y el clientelismo que
caracterizan la vida austríaca, así como de una profunda corrupción que sacude
una y otra vez el edificio político.
¿En qué consiste este sistema? Su
manejo es sencillo: los partidos políticos se reparten puestos en el Ejecutivo
y en los más diversos ámbitos políticos, administrativos y económicos en función
de su fuerza parlamentaria. No hace falta una mirada buida para percatarse de
las consecuencias de un sistema así organizado, a poco que los responsables se
sientan poco sometidos al escrutinio público. Por un lado, una militancia
política bien elegida supone en la Austria actual ventajas profesionales a la
hora de acceder a los más dispares puestos de la policía o la fiscalía (no
tanto entre los jueces), así como en el extensísimo entramado de empresas
estatales. En este sentido, el Consejo de Europa llegó a poner el punto sobre
las íes a la República de Austria hace pocos años por el alto grado de
politización de su policía y fiscalía, con la consiguiente merma de la
contundencia en la lucha contra la corrupción. Por otro lado, los partidos de
la oposición son gobierno y oposición a la par. Un ejemplo: actualmente en el
Bundesland de Alta Austria están representados en el gobierno regional todos
los partidos, a pesar de que realmente gobierna una coalición de conservadores
y verdes. Se anegan así las posibilidades del votante para distinguir cuándo un
partido actúa como gobierno o como oposición.
En honor a la verdad hay que decir que
el sistema proporcional está hoy en día en retroceso y poco a poco está siendo
suprimido de buena parte de los estatutos regionales. Pero, con todo, conviene
recordar que la concomitancia de unas recurrentes grandes coaliciones con este
sistema proporcional ha supuesto en la práctica que las clientelas de los dos
grandes partidos políticos ni siquiera se apearan, al perder las elecciones, de
sus prebendas para orearse durante unos años en el mundo exterior. Al
contrario: únicamente se metamorfoseaban de ministros a secretarios de Estado,
o viceversa, y así en buena parte del entramado político y administrativo,
tanto estatal como regional. El ascenso espectacular del partido
ultraderechista de Jörg Haider durante los años 90 ha de ser visto en el
contexto de este sistema tan cerrado. Sus críticas a una casta que se reparte
prebendas y sus resultados rondando el 25-30% de los votos nos deberían
resultar bastante familiares.
Resumiendo, las experiencias germanas
se presentan con luces y sombras. Advertir de ellas es lo que justifica este
artículo y esperamos que sirvan para encarar nuestro futuro político. Excepto
en los casos de reformas estructurales contundentes, las ventajas de una gran
coalición se muestran esquivas. La obligación de acordar medidas con el
principal contrincante supone en la práctica la política del menor denominador,
pues únicamente se acuerdan aquellos puntos políticamente digeribles por ambos,
lo que suele imponer decisiones aguachirladas. Por añadidura, en sistemas como
los nuestros en los que el arco iris de opciones políticas se ve ya de facto
achicado por medios muy diversos, eliminar la confrontación política conduce a
promocionar un amodorramiento poco provechoso para la vitalidad de las
instituciones. Dejar la silla de la oposición vacía invita a que la ocupe el
primero que transita por el lugar. En suma, con las grandes coaliciones se
corre el peligro de que las cañerías político-administrativas se azolven, el
debate político se vuelva exangüe, y se convierta a los populistas en
truchimanes de la voluntad popular.
5 comentarios:
Yo soy los Chunguitos.
Considero que expresar un sentimiento personal como es preferir tener un hijo deforme a que sea maricón, no es un insulto ni una ofensa a nadie.
¿Hemos de dejar de leer a Kant porque una vez escribió : "todo cobarde es un mentiroso,como,por ejemplo, los judíos y no sólo en los negocios sino en la vida común"?
¿Podremos seguir opinando ostia? o ¿sólo podremos decir bestiadas referidas a nazis y yihaidistas?
Buenas tardes:
Ayer por la tarde hubo un tremendo accidente en la Calle Juan del Rosal, junto a la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Donad sangre, sobre todo 0 y B-.
Un abrazo, profesor. Y lean más todos el ABC.
David.
Como madre de niños sanos y, simultáneamente, familiar de un niño con parálisis cerebral me horroriza el primer comentario. Independientemente de nuestra posición -llamémosla ética, moral, religiosa o trascendente- respecto a cuestiones como la homosexualidad, es tanto el sufrimiento físico de una persona incapacitada, son tan ingentes los recursos económicos, materiales, humanos y, sobre todo, de tiempo que son precisos para cuidar de un niño así sabiendo -en función de su dolencia- que en la mayor parte de las ocasiones no tiene recuperación ni cura y que su calidad de vida distará mucho de ser aceptable, empeorando conforme pase el tiempo y cayendo en picado en cuanto falten las fuerzas de sus progenitores...
Sólo cabe achacar el comentario a la dicha y gran suerte de no ser el responsable legal de un "hijo deforme".
No le haga caso, señora. Ponga "Roland Freisler" en el Google y comprenderá la clase de tontolculo moral que es el siniestro cantamañanas que firma con semejante pseudónimo.Y encima es más pesado que llevar a una vaca en brazos.
¿Que la valoración de la segunda gran coalición alemana "es aún difícil"? ¿pero qué le ha ocurrido a su habitual finura, profesor Sosa?
Cuando el egoísmo de un país, o mejor dicho de la oligarquía dirigente del mismo, está poniendo en entredicho el mismo proyecto europeo, ¿es tan difícil llegar a conclusiones?
Mucha salud,
Publicar un comentario