Estos días, y en relación con los atentados en Francia, se habla también
de las manifestaciones en Dresde del movimiento o grupo llamado Pegida. Creo
que el nombre es Patriotas Alemanes contra la Islamización de Occidente y he
visto distintas versiones sobre quiénes lo forman o qué tipo de gente acude a
las concentraciones que convocan. De todos modos, sé muy poco sobre ese grupo y
ni voy a defenderlo ni acudiría a sus actos si fueran aquí. Y si no tengo base
para defenderlos, creo que también carezco de ella para atacarlos, pese a que
lo fácil sería repetir los estereotipos que circulan, los de que son xenófobos,
islamófobos y racistas. Lo serán o no lo serán, o habrá de todo. Los menciono
nada más que como pretexto para el tema que me importa ahora.
Lo primero que deberíamos hacer siempre que usamos esos términos es
precisar su significado y ciertas condiciones de uso. En segundo lugar, tratar
de ser congruentes cuando sobre tales cosas nos expresamos. El Diccionario de
la Real Academia define “fobia” como “aversión obsesiva a alguien o algo” y
como “terror irracional compulsivo”. Así es cuando se habla de que alguien
tiene fobia a las serpientes (ofidiofobia), a los espacios cerrados
(claustrofobia) o a los lugares abiertos (agorafobia). En el lenguaje político
ordinario las fobias tienen el matiz de odio o de profunda aversión, no
necesariamente irreflexiva, y eso es lo que se quiere dar a entender, creo,
cuando se dice xenofobia (Diccionario de la Real Academia: “odio, repugnancia u
hostilidad hacia los extranjeros”), y lo que se trata de hacer ver cuando se
usa el término “islamofobia” como odio o aversión al Islam y sus gentes. En
cuanto a “racismo”, el Diccionario le da dos acepciones: “exacerbación del
sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u
otros” y “doctrina antropológica o política basada en este sentimiento y que en
ocasiones ha motivado la persecución de un grupo étnico considerado como
inferior”.
En el actual lenguaje político y mediático esas tres expresiones
acarrean connotaciones muchas veces discutibles y dan pie a más de una
incoherencia. Las críticas a determinados grupos sociales, sean de base
cultural, nacional o religiosa, se asimilan a aquellos sentidos sumamente
negativos de las fobias, pero sólo respecto de algunos de esos grupos. Ahí es
donde debemos hacernos ciertas preguntas, buscar mejor precisión y cuidarnos de
los clichés apresurados y las catalogaciones superficiales.
Imaginemos varias situaciones.
Primera. Yo me expreso, supongamos, en contra de la creciente llegada de
rusos a varios lugares turísticos de España, donde compran fincas y mansiones,
y opino así porque creo que muchos de esos rusos que llegan e invierten
pertenecen a una oligarquía económica a menudo ligada a ciertas mafias o que
sacan sus dineros de muy turbios negocios en Rusia y temo que trasladen aquí su
campo de operaciones económicas y delictivas. ¿Se me acusaría de “rusófobo”, si
así se puede decir?
Segunda. Imaginemos ahora que, indignado por algunos intentos de la
Conferencia Episcopal Española para influir y condicionar la vida social y
política en mi país, convoco una manifestación contra ese intento de predominio
o influencia de la Iglesia Católica en España y acudimos unos cuantos con
pancartas en las que se hacen críticas a los obispos y a determinadas
asociaciones católicas. ¿Se me acusaría de “cristianófobo” o de “catolicófobo”
o cosa por el estilo?
Tercera. Póngase que soy nacionalista vasco y que me refiero a los que viven
en el País Vasco y provienen de otros lugares de España y los denomino “maketos”,
o que soy nacionalista catalán y hablo de “charnegos” para aludir a los que
nacieron fuera de Cataluña y allí habitan, a lo que se suma que un día llamo a
que nos manifestemos contra el dominio español o de lo español en Euskadi o
Cataluña. ¿Me tildarían de “hispanófobo”? En el Diccionario sí viene la
acepción de “hispanófobo”: “que siente aversión por lo español o lo rechaza”.
Podríamos seguir con los ejemplos y pensar en críticas y manifestaciones
contra banqueros, empresarios capitalistas, etc. A lo que voy es a lo
siguiente: ¿por qué las críticas a determinados grupos humanos, sean de base
nacional, cultural o religiosa, se etiquetan de inmediato como irracionales
fobias, como aversiones compulsivas y sumamente peligrosas para la convivencia
en paz y armonía, y otras no?
Cuando alguien se refiere críticamente al papel del Islam en Europa, de
inmediato se responde con una puntualización bien adecuada, la de que no todos,
ni mucho menos, de los que aquí o en otros lugares profesan la fe islámica son
terroristas, viven agresivamente su religión o pretenden acabar con las
libertades. Es bien cierto, sin duda. Pero igualmente a cuento vendría aclarar,
respecto de los tres ejemplos anteriores lo que sigue: que no todos los rusos,
ni siquiera los rusos ricos o los rusos ricos que compran grandes casas en
España, son mafiosos o dados a la delincuencia; que no todos los católicos
españoles, ni siquiera todos los obispos, tratan de hacernos pasar
colectivamente por el aro de sus dogmas y creencias; que no todos los “maketos”
o “charnegos” son cómplices del “imperialismo” español en el País Vasco o
Cataluña; etc, etc. Pero raramente veríamos por ahí esas observaciones. ¿Por
qué?
Si a alguien se le ocurre (creo que no sería a mí) sostener que para
vivir en España legalmente o tener la ciudadanía española se debe conocer con
algo de soltura el idioma español, será por muchos acusado de xenófobo y hostil
hacia los inmigrantes y sus derechos. Si a un vasco o catalán fuertemente
nacionalista de allá le da por defender que para vivir con pleno derecho en el
País Vasco o Cataluña se debe dominar el idioma autóctono, no me suena que se
le tilde de xenófobo. Cuando algunos españoles insisten en que hay que reforzar
los controles de entrada de los extranjeros en la frontera y no permitir la
llegada de “ilegales” es fácil que reaparezca la acusación de xenofobia. Pero
muchos de los que tal dicen ven al mismo tiempo con simpatía la constitución de
Estados independientes y soberanos en Euskadi y Cataluña. ¿Debemos suponer que
esos nuevos Estados no tendrían controles de fronteras y que sería libre e
irrestricta la entrada en ellos, igual que no habría trabas en cuanto a
permisos de residencia y de trabajo? Estaría bien, pero no me suena que vayan
por ese lado las intenciones.
En España hay censados unos ciento cincuenta mil alemanes. Permítaseme
que vuelva a una comparación que ya hice hace un par de días. Imaginemos que en
Alemania se hace con el gobierno un partido nazi y que ese partido tiene una
política muy agresiva y expansionista, con el deseo de reverdecer los viejos
planteamientos hitlerianos de dominación en Europa. En varios países europeos,
y también en España, ha habido ya (seguimos imaginando) un puñado atentados
sangrientos que llevan su sello y su financiación, además de que Alemania ya ha
declarado la guerra a Polonia y Hungría. En ese momento, en España se empieza a
vigilar de cerca a los alemanes que aquí están o que quieren entrar.
Obviamente, la gran mayoría de los alemanes aquí residentes ni son nazis ni ven
con buenos ojos aquellas políticas y crímenes del gobierno de allá. ¿Diríamos,
por ello, que las medidas de seguridad en cuestión son “germanófobas”?
Ciertamente, en la hipótesis reseñada, habría que criticar cualquier
intento de restricción genérica de los derechos de los alemanes, de todos los
alemanes o de la población de origen alemán. No tienen por qué pagar justos por
pecadores, desde luego. Pero si dijéramos que hay que controlar y hasta
restringir la presencia o entrada de alemanes nazis, ley en mano, ¿seguiríamos
siendo germanófobos? ¿Y xenófobos? ¿Racistas, quizá, si jugamos a que tuviera
sentido hablar de razas y ellos fueran arios o así se presentaran muchos?
Claro que aquí, en España, existen entre algunas gentes sentimientos
xenófobos, islamófobos y hasta racistas. Para serlo no hace falta aludir a la
posesión de un gen peculiar y definitorio de lo español, como aquel que, según
el racista llamado Arzalluz, era propio de los vascos. Hay un fondo de vulgar
racismo en muchos de los que hablan de los “moros” o de los “sudacas” o “panchitos”,
o en determinadas alusiones a los “charnegos” o los “maketos”. Sigue existiendo
un mal sustrato de racismo en muchas referencias a los gitanos. Hay más de
cuatro ciudadanos españoles que ven en el Islam poco menos que la encarnación
de lo demoniaco (por cierto, para los yidahistas el demonio es el infiel, véase
este
artículo poco sospechoso), junto con el temor de que la presencia de
musulmanes entre nosotros acabe con nuestra supuesta civilización cristiana.
Pero lo que no hemos de perder de vista es esto otro: no todo el que afirma,
por ejemplo, que algunos delitos se dan en mayor proporción entre gitanos que
entre payos es racista necesariamente; puede estar equivocado o en la verdad,
eso lo determinarán los hechos, los datos, y se tendrá que discutir. Cierto que
también conviene preguntarse si la mención de la pertenencia a un grupo o a
otro de los que delinquen viene a cuento o es relevante, y a veces no lo es y
el racismo asoma su patita por debajo de la puerta. Pero cuando el dato tiene
relevancia, no podemos, sin más, asimilar su mención a la actitud racista del
hablante. Pues, en tal caso, llegamos a una
forma perversa de censura: cada vez que usted se refiere con datos o
informaciones negativas a determinados grupos, manifiesta una actitud
deplorable, una fobia o aversión irracional, aun cuando en el contexto y para
el tema esos datos vengan a cuento y tengan importancia.
Esa sutil censura, inducida por los guardianes de la ortodoxia
ideológica y de la corrección política, tiene varias consecuencias negativas:
a) Si el problema existe (por ejemplo, la mayor tasa de ciertos delitos
en ciertos grupos humanos), al no poder mencionarlo con todos sus elementos se
hace mucho más difícil encontrar una solución racional. Es como si al médico le
impidiéramos nombrar la próstata y, por tanto, ocuparse de ella, morirían más
por culpa del cáncer de próstata.
b) Cuando el censor equipara mención de datos ciertos (por ejemplo, que
entre los X hay mayor índice de delitos de tal o cual tipo) y etiquetado
negativo global de un grupo, se está induciendo un sentimiento de hostilidad
hacia los demás entre los miembros de ese
grupo. Con lo que las divisiones sociales que supuestamente se quieren
evitar, en realidad acaban incrementándose. Si en los periódicos se insiste en
que los médicos se parten de risa y se burlan cada vez que palpan la próstata
al paciente, acabaran los varones de edad odiando a los médicos y queriendo
darles unas bofetadas a los urólogos. Y discúlpeseme la muy pedestre
comparación.
c) Si se cercenan, mediante la arbitraria e indiscriminada aplicación de
etiquetas como “xenofobia”, “racismo” o “islamofobia” todo tipo de expresiones
no falsas, no malintencionadas y que vengan a cuento sobre ciertos miembros o
partes de determinados grupos o sobre componentes de la cultura de esos grupos
que conlleven algunos peligros para el orden constitucional y democrático y
para la pacífica convivencia, se bloquea el debate racional entre unos y otros
sobre dichos asuntos y queda todo el campo libre para la irracionalidad: lo que
no hagan y hablen los intelectuales, los científicos sociales y los políticos
racionalmente y con respeto escrupuloso a la legalidad y a los derechos de
todos, lo hablarán irracionalmente los más zotes y prejuiciosos, los en verdad
dados a todos tipo de fobias y prejuicios. En otras palabra, el equilibro se
romperá en las calles o en las urnas y será mucho peor para todos. Es muy de
temer que tal cosa ocurra pronto en Francia: ganarán los de Le Pen mientras los
académicos se siguen cogiendo sus expresiones con papel de fumar y muertos de
miedo al reproche de los colegas y columnistas tan políticamente correctos. Lo
que la ciencia social no cultiva, sea por incapacidad, por miedo o por precio,
lo acaba ocupando la incultura; donde no hay debate racional y libre campa a
sus anchas el prejuicio; donde al que racionalmente y con buenos datos explica
lo desagradable se le tacha de incorrecto, termina el vulgo por soltar su
alarido más soez. ¿Queremos que ceder todo el terreno a los de Le Pen para que
a nosotros nos sigan considerando tan finos, sensibles y progres los colegas
del despacho de al lado?
Si uno proclama cosas tales como que todos los gitanos, todos los árabes
o todos los musulmanes, por ejemplo, son unos delincuentes o están por
naturaleza o cultura abocados a la delincuencia, es un xenófobo y unas cuantas
cosas más de ese calibre, con toda seguridad. Si uno sostiene que en el modo de
entender la religión de muchos musulmanes o de muchos países islámicos existe
una seria dificultad de compatibilidad con la doctrina del Estado de Derecho,
la democracia y la igualdad entre todas las personas, por ejemplo entre mujeres
y hombres, no veo por qué eso ha de considerarse indicio de islamofobia. ¿O
acaso soy islamófobo al mantener que para nada querría vivir yo o que viviera
una hija mía en una teocracia no respetuosa de los mínimos derechos humanos, como
es Arabia Saudí? Tampoco soy “cristianófobo” si digo que algunas sectas
cristianas casan mal con el Estado de Derecho y la democracia o que el dogma
católico del siglo XIX no resultaba compatible (ni se quería compatible, véanse
las encíclicas de la época) con el Estado de Derecho, la democracia y la
igualdad de mujeres y hombres. Pero al decir aquellas cosas ni se está
condenando genéricamente a los musulmanes o a los cristianos ni se deja ver
ninguna fobia. Se aseveran cosas que pueden ser discutibles y que habrá que
debatir racionalmente y con todo tipo de argumentos en libertad. Lo que excluye
el debate racional es la censura, aunque sea la particular censura
contemporánea de la “political correctness”, esa aromática purulencia que nos
acobarda.
Habrá gentes y manifestantes, en España, en Francia o en Alemania, que
la tengan tomada con el Islam, que sean ultranacionalistas o celosos guardianes
de la ortodoxia cultural cristiana, no digo que no. Sin duda, sí. Serán
islamófobos, xenófobos, racistas y mil cosas más, de acuerdo. Pero si usted o
yo afirmamos que a) el yihadismo supone un grave peligro para los fundamentos
de nuestra convivencia en libertad y en Estados constitucionales y
democráticos; b) el yihadismo se alimenta de una determinada visión o interpretación
del Islam; c) que, con la menor merma posible de los derechos de los
ciudadanos, incluidos los de cualquier confesión, debe el Estado velar por la
seguridad de todos contra esa amenaza terrorista y evitar en lo posible la
presencia y proliferación de yihadistas aquí o en cualquier parte, ¿acaso somos
por eso islamófobos, racistas o xenófobos? Si fuera una secta terrorista cristiana,
¿deberíamos ocultar su cristianismo o renunciar a aislarlos y evitarlos porque
tuvieran ese fondo religioso?
No dejo de preguntarme qué tiene el Islam que no tengan otros y por qué
vamos a tener que censurarnos o controlarnos más al hablar del Islam que al
referirnos a otras religiones, otras culturas u otros grupos nacionales. ¿Porque
se trata de una religión? ¿Desde cuándo los intelectuales y académicos dizque
progresistas somos tan sumamente considerados con el sentimiento religioso? ¿Va
a resultar ahora que puedo discutirle a mi suegra su (legítimo, faltaba más)
catolicismo o decirle maldades de algún Papa y debo reprimirme por completo si
se convierte al Islam? ¿O será porque se dice que muchos de esos terroristas
vienen de la pobreza y la marginación? Si fueran terroristas igual de pobres y
maginados, pero ateos, ¿habría la misma consideración e idéntico cuidado al
hablar? ¿O deberíamos vigilar entonces nuestra ateofobia?
A veces me vienen, sí, no sé si fobias, prejuicios o alucinaciones y
empiezo a sospechar que una parte al menos de tanta corrección política para
algunas cosas (sólo para alguna, porque a costa de los católicos bien que nos
explayamos, y yo, el primero) se explica por el dinero, por cierto dinero que
se paga en petrodólares; y que la otra parte es puro miedo, canguelo muy a la
medida del intelectualillo pusilánime europeo, tan chuli, tan chiquirriquitín
metidito entre pajas, tan poquita cosa.
3 comentarios:
Más allá de la cuestión de responsabilidad política del occidente en la radicalización de las segundas o terceras generaciones de musulmanes que se van a Siria e Iraq, leyendo el artículo me acordé de las palabras del locutor y filósofo argentino Alejandro Dolina cuando dice que nuestros discursos están llenos de salvedades con respuestas demasiado vehementes lo que nos lleva a que la "discusión política esté sobreactuada". Y eso hace que no avancemos. Un saludo Profesor.
Profesor, es que los que se consideran demócratas y defensores de no se cuantos derechos humanos (por cierto ¿no es politicamente incorrecto llamarlos derechos?), como por ejemplo, Vd mismamente, no ven con la misma objetividad cifras iguales o parecidas. Por ejemplo, los presuntos 6 millones de judíos que murieron en la 2ª guerra mundial valen más que los 6 millones de civiles del Eje que murieron en bombardeos, porque como dijo el Tenorio ¡matar es! y lo mismo debería ser un muerto que otro, ah !claro¡ es que unos estaban en un campo y a los otros les mataban a distancia ¡cagüen!, claro es que como eso del exterminio los yanquis lo tienen tan interiorizado que no mola, después de haberlo hecho ellos con los indios un exterminio casi absoluto, pero como ellos a los campos les llaman reservas no es lo mismo. Que le digan a las madres de los muertos en Nagasaki que no, que claro, que es que, que piense que, que fue por...Pero es que las diferentes las ven igual, ejemplo, el yihadista es un desalmado porque le da un solo tiro en la cabeza al policía en el suelo y sin embargo, los polis que frien a tiros al yihadista que intentaba escapar son los héroes de la película, le inflan a tiros y todavía le meten 15 más cuando ya estaba en el suelo. Y ¿sabe por qué hay poca objetividad? tal vez porque esos petrodólares que protegen muchos comentarios acerca de Mahoma aquí se llaman euros y protegen ciertos " " (me niego a llamarlos derechos demonios, es tendencioso e incorrectísimo politicamente hablando denominarlos así pues traen connotaciones hitlerianas)que mantener lo contrario nos dejaría sin auditorios y si no hay auditorios no hay dividendos. Y después siempre los ejemplos de los nazis, los nazis, mire algún día para nosotros, para los españoles, anda que no hemos matado por todo el orbe y ¿entre nosotros? si hemos parado antes de ayer. Pero claro, es que, los euros...
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