Viene hoy en ABC y tiene gracia y miga:
Contactos, por Irene Lozano.
Lo suyo son los contactos. No el talento, el conocimiento, la experiencia o la capacidad de gestión, sino los contactos. Cómo llega a saber una gran empresa, pongamos de telecomunicaciones, o una gran patronal, por ejemplo, la del ladrillo, qué personas están bien dotadas para los contactos resulta sencillo: se publica en los periódicos. En la sección correspondiente se encuentra la información relevante: boys, alto nivel, insaciables, dispuestos a todo, 24 horas, a domicilio.
En los anuncios se ve con claridad que las habilidades ofrecidas son fruto del mero encanto personal: discreción, clase, elegancia, belleza, dicen. La discreción fue siempre una gran virtud; un valor añadido, por decirlo en términos de mercado. Para los grandes lobbies, una cacerolada es una manifestación de mal gusto, una vulgaridad. El ruido no agrada a los consejos de ministros, ni a los de administración. Los órganos colegiados prefieren el tú a tú, porque los integra gente campechana. Y no hay mejor lubricante para las relaciones entre órganos que ese elegido al que lo mismo se le pone al teléfono un presidente del Gobierno que una ministra de Vivienda. Viejo oficio, el de mamporrero, cuya filosofía y modos se muestran adaptables a los tiempos.
Cuando la rueda del mercado giraba sola, la avidez de los compradores de viviendas hizo de oro a los constructores, pero ahora anda necesitada de cierto engrase. Ellos querrían seguir activos, construir carreteras, puentes o centros culturales; no por nada, sino exclusivamente porque les disgusta verse obligados a destruir empleo. Con tal de evitarlo pedirían otra ronda, paga el Estado. La mano invisible del mercado es la que da un telefonazo a Moncloa para hacerle esta reflexión. No es nada personal.
A veces el precio del contacto figura en los anuncios: puede ser hasta de un millón de euros. Se acepta visa, naturalmente. La retribución depende, en alguna medida, de la experiencia internacional, del dominio de idiomas. Francés y griego son los más demandados, con sus respectivos dialectos: del francés se valora el natural, del griego se prefiere el completo. También pueden ponerse picas insospechadas en el exterior si se maneja el italiano, para que la voz inaudible del mercado se oiga molto cantabile en los limpios e incorruptibles recovecos del poder.
Esta gente ha llegado alto por sus purititos méritos, aunque no faltarán envidiosos que los critiquen por haber cultivado sus contactos gracias a la mera ventaja posicional de ostentar un cargo público. Habrá quienes pregunten qué día comenzaron a anotar teléfonos de la agenda oficial en su agenda particular, cuándo empezaron a trabajar para intereses privados y no para los de los ciudadanos que pagaban su sueldo, en qué momento se mostraron públicamente insaciables, dispuestos a todo, 24 horas, a domicilio. No se trata más que de maledicencias. Y en cuanto a la comparación, es sin duda ofensiva. Que me perdonen las putas.
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