13 mayo, 2013

Blanqueando



                Leo un artículo tremendo sobre la economía sumergida y las mareas de dinero negro que se mueven en España, casi el 23% de nuestro PIB. Ahí y sólo ahí está la explicación de por qué apenas pasa nada pese a la crisis oficial y en eso está la razón de que no se vislumbre el estallido social que resultaría inevitable si la gente anduviera tan mal como los datos formales dicen. Y, cuidado, no estoy insinuando que anden las cosas de maravilla o que todo el mundo sea rico y disimule, sino que hay un refugio de ilegalidad y un circuito alternativo en el que también se compite por la supervivencia y a veces por la riqueza. Por cierto, esta mañana oí hablar de la trama que no lejos de donde vivo existe para conseguir cobrar desempleo: por tres mil euros hay quien te contrata fantasmagóricamente por unos meses y luego te despide para que cobres el paro. Si non e vero… Hasta ahora lo que sí me constaba era cómo defraudar al seguro a  base de falsas secuelas de un golpecito con el coche y con ayuda de un competente equipo de abogados y médicos. La suerte es que los comportamientos de esa guisa son, con todo, propios de la minoría atea, ya que el país es católico más que nada y sumamente reacio a la mentira, el robo y cualquier comportamiento de los subsumibles bajo los Mandamientos. Además, ya están los obispos todo el día dale que dale con que el aborto será pecado y el sexo sin matrimonio afrenta al Orden de la Creación, pero que el robar al prójimo y al pueblo es todavía peor y habrá de pagarse más caro cuando toque de una vez el Juicio Final. Tengo entendido que ahora, con el papa Francisco y su gran sentido social, a los católicos se les va a poner mucho más difícil que recalifiquen su conducta para entrar en el cielo y pasárselo bomba toda la vida eterna.

                Bueno, pues el caso es que en estos tiempos vamos viendo cómo cierran tiendas, empresas y negocios y, de pronto, en cualquier esquina damos con un comercio lujosísimo que no vende o con unas instalaciones de ocio en las que nadie entra o con un restaurante en el que parece que te espantan a posta para que no se te ocurra pedir el menú y dar que hacer. Es cuando la gente se pone a comentar aquello de no sé cómo se mantienen estos lugares en medio de la crisis. Pero sí lo sabemos: sirven para blanquear dinero. Como los equipos de fútbol y otros similares apaños lúdico-jurídico-políticos.

                El otro día fui con mi familia a un lugar de esos. No diré de qué se trataba exactamente, por si meto la pata, pero el tipo de actividad era de las que se relacionan con el tiempo libre y el esparcimiento. Las instalaciones resultaban sencillamente grandiosas y la ubicación era en un pueblo bien extraño, lejano y poco habitado. Estábamos en fin de semana y nos juntamos allá nada más que cuatro gatos. Eso sí, con precios estratosféricos y deliberadamente disuasorios. Creo que los presentes nos mirábamos sobrecogidos y diciéndonos para nuestros adentros que cómo es posible y de qué irá el milagro.

                A mí no me cupo duda, aunque siempre puede uno errar. Teniendo en cuenta la concurrencia escasa, pese a ser fin de semana, dado que los gastos que mantener aquello abierto cada día ha de acarrear no se cubren ni con diez veces más de público y puesto que el edificio por sí habrá valido un fortunón que no se amortiza ni en un año ni en veinte, no se ve alternativa: allí se blanquea dinero, y mucho, si ha de compensar, con todo, la inversión.

                No tengo del todo claro mi juicio moral. En un país serio y con una ética pública no avezada a cerrar los ojos y cobrar por la cama, podríamos dolernos de esos circuitos en los que se sanan los beneficios del delito y las ventajas de la hipocresía. Pero, bien mirado y puestos a no ser fariseos, tendremos que reconocer también que igual de sucio es lo que muchos cobran en la economía de superficie, en la no sumergida y que va con la cabeza alta y las cuentas claras. Mismamente, profesores universitarios conozco yo mismo que no tienen mal sueldo y que dan cuatro clasecitas al año (eso sí, sin prepararlas) y más labor no hacen en todo el curso, o que llevan desde antes de la oposición sin leerse un puto libro de lo suyo y para la oposición tampoco lo leyeron, pues les tocó promoción por la cara y porque los rectores eran de la misma cosecha e igual vocación.

                Mucha de nuestra economía oficial tiene el alma más negra que la más oscura de la sumergida y algunos de los peores ladrones no necesitan tapaderas ni corren riesgos. Un país se acaba de hundir el día que se descubre que la mayoría de los hampones y son más limpios y tienen más méritos que muchísimos de sus gobernantes y funcionarios.

No hay comentarios: