Constantemente
me lamento de que el tiempo no me alcanza y de que su escasez me impide hacer
mil y un cosas que me propongo, sea porque me gustan, sea porque debo hacerlas
o sea por las dos cosas. Si me pregunta alguien que cómo así, echo mano de un
manido arsenal de razones y disculpas: la gente me entretiene demasiado por
vanos motivos, debo siempre hacer trámites, papeles y burocracias que me roban grandes
ratos, los deberes familiares y sociales me cobran su tributo en horas… Mil y
un argumentos. ¿Serán causas objetivas de mi falta de tiempo para lo que quiero
y debo o se tratará de viles pretextos?
Hace
un rato mi hija de casi seis años, Elsa, me llamó para jugar a una especie de
peleas o cachiporrazos, diversión que le encanta y para la que cada día me
busca. Acudí a su solicitud, sí, pero quejándome para mis adentros por los
veinte o treinta minutos que me supondría, y mientras hacíamos una guerra de
almohadas algo en mi fondo me decía que se me iba la tarde. Luego recapacité y
vi que ciertamente habré pasado algo menos de media hora con ese juego y, sin
duda, para un buen fin. Pero comparé y resultó lo siguiente. Que leyendo
periódicos por internet y en papel, con noticias repetidas y comentarios reiterados
de columnistas varios habré echado hoy mi buena horita. Que en repasar las
páginas habituales de la red en las que ando a la caza de novedades
bibliográficas diversas seguro que consumí otros treinta minutos o más. La
cabezadita de después de comer me supuso otra media hora. En la universidad charlé
un rato con algún compañero. Consultar el correo electrónico, seguir tontamente
algún enlace que en un mensaje se contenía, responder a varios mensajes,
urgentes unos y otros no, y escribir yo a alguna gente, a veces por necesidad y
otras porque sí, digo yo que me habrá restado al menos otros tres cuartos de
hora o más. Ah, también miré unos folletos electrónicos con posibles lugares de
veraneo. Y alguna otra cosa se me olvidará. Hay días, aunque hoy no ha sido
así, en que también se me antoja irme a la pescadería del Carrefour a buscar
una lubina o un besugo para la cena, o algo por el estilo. Y me paso la horita
pertinente preparando ese pescado al horno, claro, aunque propiamente no era
necesario y había otras cosas para comer de modo rápido y bien nutritivo.
Así
que recapacito y concluyo con perplejidad:
a)
El tiempo que dediqué a los juegos con Elsa (sumado al que me requirió, a
primera hora, levantarla y llevarla al colegio y, luego, recogerla de él), es
una minucia en el conjunto del día. Vale, en total habría tenido una hora más
para mis cosas, hora que seguramente habría gastado en dormir o en escribir más
largo aún este post.
b)
De las tres o cuatro horas, o más, que he pasado en actividades diferentes hoy
mismo, con treinta minutos me habría sobrado para hacer lo en verdad urgente o
importante. El resto es tiempo que malgasté dolosamente. No pasa nada, también
hay que dedicarse a todo eso si a uno le apetece o le interesa; pero si uno lo
hace porque le apetece o le interesa, a qué viene luego computar ese tiempo como
perdido y echar a compañeros, amigos y variados comunicantes las culpas porque
uno no hizo otras cosas que quería o debía.
El
autoexamen, antes que nada, y reparar en lo que me rodea me lleva a alguna
conclusión que aumenta mi sorpresa en estas materias. No son reglas sin
excepción las que voy a mencionar, pero se cumplen con malhadada frecuencia.
a)
La mayor parte de quienes se quejan de que el tiempo no les alcanza pierden el
tiempo a raudales y con plena deliberación. Hay un montón de personas que andan
buscando cada día en qué pasar el rato y siempre dan con algo: que si ir a la
tintorería a ver si ya me tienen la colcha que llevé ayer, que si llamar a mi
tía para interesarme por el dolor de muelas que padecía la semana pasada, que
si acercarme a El Corte Inglés porque ya empezaron las rebajas, que si
comprarle al niño una sudadera nueva porque con la fucsia que tiene ya está un
poco ridículo, que si mandar estas doscientas separatas a otros doscientos
colegas que maldita la falta que tienen de recibir esta porquería de separata,
que si asistir a una reunión de tal comisión o junta en la que ni me necesitan
ni me echan de menos si no voy ni se va a tratar nada que importe un carajo a
nadie que no sea algo lerdo, que si… Vale, hazlo si en tu mísera vida no tienes
una minucia mejor con la que consolarte, pero entonces no te quejes de que no
hay tiempo para lo bueno, sino que laméntate de que tu vida es así de cutre.
b)
Muchos de los que se duelen de que les falta tiempo para sus importantísimas
labores son un peligro cuando te echan el guante, pues primero se te pegan para
contarte lo mal que se sienten y luego te hacen ver que ya se sienten peor por
culpa de lo muchísimo que tú los has entretenido hoy y que cómo se nota que tú
andas ocioso del todo y no eres tan trabajador como ellos o no tienes tal
cantidad de obligaciones absorbentes. Sé por propia experiencia qué resortes
psicológicos operan ahí: cuando estoy de malas conmigo mismo porque me faltó
voluntad incluso para el pequeño esfuerzo que me requiere hacer lo que me
gusta, necesito sí o sí un culpable cercano. El orden en que suelen hallarse
tales culpables es el siguiente, con pocas variaciones: la familia, los
compañeros y amigotes y las instituciones o el “sistema”.
c)
Por el contrario, los que hacen con constancia y fuerza de voluntad ejemplar
casi nunca formulan quejas y reproches por esos ratos que dedican a comer
contigo o a charlar con un amigo o a examinar a unos alumnos. El ejemplo
perfecto lo tengo bien cerca, en mi propia casa, y es mi querida esposa. En
realidad me casé con un robot, en lo que a la capacidad de trabajo se refiere.
Cuando está haciendo un libro o un artículo de lo suyo, se puede acabar el
mundo y, de propina, puede terminarse la comida que hay en casa, puede quedar
la familia en la calle y entrar el mundo en la tercera guerra mundial, amén de
que tal vez ponen en el cine la mejor película, en la televisión el más
entretenido programa y aquí al lado, en la calle, acaba de aterrizar un
platillo volante y están desembarcando de él unos marcianos verdes y
saltarines. No importa, ella está a lo que está, a lo suyo. Y, por tanto, no la
voy a encontrar esa noche (o cuando vuelva a comunicarse conmigo, tal vez la
semana próxima) de mal humor y echando las culpas de sus desdichas temporales a
los marcianos, el cine, la alimentación familiar, internet, el ministerio del
ramo, el decanato convocante o las apasionantes noticias del día.
d)
Por eso hay tantas comisiones, comités, reuniones, memorandos, informes y
protocolos, porque abundan mucho los sujetos que (i) quieren hacer como que
están ocupadísimos, (ii) no quieren en realidad estar ocupados en serio, sino
entretenerse y perder el tiempo, (iii) no están dispuestos a reconocer que les
encanta perder el tiempo o gastarlo frivolonamente, (iv) necesitan culpar a
otros de por qué no han hecho la obra de su vida o el descubrimiento que
solucionará los problemas de la humanidad y, por tanto, (v) cargan las tintas
contra esa burocracia que ellos mismos fomentan o contra esas reuniones que
convocan o contra esos informes que primorosamente rellenan y que, cuando
pueden, exigen ellos mismos a otros. En otras palabras, lo último que se le
ocurriría y se le ocurre a mi laboriosa esposa sería llamar a una reunión de
algo porque toca reunirse, o rellenar un papel del que no dependa su vida o la
mía, aunque de esto último no estoy seguro.
Como,
a la postre y pese a tanto rodeo, soy yo mismo el que tengo ese problema de
pensar que pierdo el tiempo y de estar tan acertado al pensarlo, me estoy
proponiendo una terapia que para mí mismo diseño, pero que formulo en términos
generales y comparto por si a alguien más le sirve. Son unos consejitos de
nada.
1)
Conócete a ti mismo. ¿Para qué te lo montas para tus adentros y ante los demás
de apasionado de algo y entregado a eso si, en verdad, te gustan el triple
otras cosas? Si lo que te chifla es comprarles pantuflas a tus hijos o ver
señoras o señores en bolas en internet o leer el Marca de pe a pa o reunirte
con los del sindicato para especular sobre si se volverá a presentar el imbécil
ese para rector, ¿a qué diantre andas luego fingiendo que te encantaría
investigar a fondo la psicología de los protozoos o la química del suelo
mesetario o el derecho europeo del etiquetado de lácteos? Acéptate perezosón y
algo mequetrefe y dejarás de sufrir y, sobre todo, de dar la lata a los que no tienen
culpa de lo tuyo.
2)
Relájate y disfruta. Casi ni una cosa haces al día que no haya sido decisión
tuya y expresión de una indubitada preferencia tuya. Ciertamente, ya a las
nueve de la mañana pudiste elegir entre empezar con aquel libro para tu trabajo
o bajar de internet los últimos monólogos de El Club de la Comedia y, sin
dudarlo, te pusiste a esto último. Y así todo el día. Te pudiste librar del la
junta de facultad en la que se tenía que aprobar el nuevo reglamento de
pupitres para repetidores, pero te dio no sé qué que no te vieran y no vaya a
ser que el decano piense que te picaste porque no te asignó dineros de los que
le solicitabas para una conferencia de uno de tu escuela que tiene que venir el
mes que viene a visitar a una tía que a lo mejor muere pronto y le deja algo.
Pues ajo y agua, corazón. Ya que vas, entretente a posta y pide la palabra en
ruegos y preguntas para interesarte por la marcha de las obras de rotulación de
los servicios de señoras.
3)
Cuando te vayas a poner, ponte. A lo mejor no te toma más de un par de días esa
labor que te angustiaba y a la que vienes dedicando diez minutos de cada semana
durante el último semestre. Si es una tarea que en verdad detestas, sortéala
con presteza, con el mínimo esfuerzo imprescindible y no dedicándole más rato
del necesario, pero de una vez por todas. Ahora bien, si es algo que
ciertamente deseas hacer, que significa para ti cosa importante y ligada a tu
autoestima y que hasta te gusta si la ejecutas en el ambiente adecuado, la
solución es facilísima y está en tu poder: dedícale todo el tiempo que gastas
en lo que al parecer te gusta menos y no te divierte tanto y procúrate tú ese
ambiente propicio a base de no hacer caso al ruido circundante, a los mensajes
que te piden respuesta inmediata o a las reuniones de ociosos compulsivos y
pajilleros de papel.
Convenientemente
adaptadas, creo que estas leves consignas pueden servir para diversos oficios,
aunque a nadie se le ocultará que tengo en perspectiva a los de mi gremio y al
funcionariado en general. Y, desde luego, si uno es profesor universitario y
funcionario por más señas, debe tener clarísima conciencia de un lamentable
dato adicional: tu trabajo (dar una buena clase a ser posible, hacer unas
investigaciones decentes, escribir algún artículo potable o una monografía
buena…) a nadie más que a ti importa, o solo a ti y a dos o tres colegas más de
tu centro o tu ramo igual de majaras que tú, y tu labor va a ser tanto más
ignorada y despreciada por la institución que te paga cuanto mayor sea su calidad
y el esfuerzo que en ella hayas aplicado. Así que tenlo claro, vas a ganar lo
mismo y a ser más estimado en ese medio si pierdes las horas en inanidades o
vicios que si las administras avaramente para cultivar tu vocación profesional
real o supuesta. De modo que, majo, tú mismo. Y ten presente también esto:
decidas lo que decidas y hagas como hagas, tus hijos no tienen la culpa.
Ahora
me voy a jugar otro rato con Elsa, luego cenaré y me tomaré un ron colombiano y
después ya veremos. El mundo puede esperar, puesto que no me espera, y me importan un pimiento todos aquellos a los que yo no importo.
6 comentarios:
Suscribo punto por punto lo que dice. Excelente post.
Hace tiempo que Scott Berkun lo llamó The Cult of Busy. Y en USA de esto algo saben.
Saludos.
"It explains the behavior of many people at work. By appearing busy, people bother them less, and simultaneously believe they’re doing well at their job. It’s quite a trick." - Scott Berkun
Magníficas reflexiones. Tengo una deuda temporal con usted.
Sensato artículo, que me aplico punto por punto.
Si a partir de los cuarenta cada uno es responsable de su cara (Pavese), a partir de cierta edad cada uno es responsable de lo que hace con su tiempo.
El autoengaño es un amigo traicionero.
Dentro de poco voy a ser padre, y algo que siempre me molestó de algunos padres que veía era como les echaban la culpa a sus hijos de sus miserias.
Si señor. Quejarse es el peor de los vicios.
Muy buen artículo.
Publicar un comentario