En
estos tiempos de crisis se aprecia con mayor claridad una de las más
importantes incapacidades del Estado en cuanto gestor u organizador de ciertos
servicios esenciales. Me refiero a que el Estado no logra discernir dos asuntos
que resultan capitales: el diferente grado de calidad o competencia de su
propio personal y la correlación que existe entre ese primer factor y la
eficiencia y el nivel en la prestación del correspondiente servicio. Si dejamos
al margen ciertos fetichismos políticos y determinados clichés sectarios, lo
que justifica la prestación pública de un servicio, su organización desde la
Administración pública y su financiación con cargo al erario común es la
síntesis de dos cuestiones. Primera, la relevancia de dicho servicio para la
comunidad y para los individuos que la integran; segunda, el hecho de que la
prestación pública de tal servicio asegura tanto su universalización en
condiciones de igualdad entre los ciudadanos como una mayor eficiencia o mejor
calidad de la prestación por los ciudadanos recibida. El término de comparación
está en dejar tales prestaciones a la iniciativa privada y los pormenores del
servicio a la dinámica del mercado.
Entre
estatistas por sistema, por un lado, y acérrimos “privatizadores” y enemigos de
(casi) todo lo estatal, por otro, algunos de los que, muy a la vieja usanza,
seguimos teniéndonos en estas cuestiones por socialdemócratas estamos
atrapados, comprimidos y perplejos. Pues pensamos que ese Estado activo y
comprometido es absolutamente imprescindible si queremos algo de digna existencia
para todos los ciudadanos y si no nos gusta que la vida social sea un tipo de
vida selvática e inmisericorde, pero, al tiempo, vemos que estos Estados
nuestros de ahora son absolutamente incapaces de sustraerse a su propia
ineficiencia y no evitan convertirse en una más alta y peculiar fuente de
injusticia, tan grande o mayor que la que va asida a la “mano invisible” del
mercado.
Le
empresa privada busca el beneficio económico ante todo, y nada que no se ligue
al beneficio y en él pueda repercutir será tomado en consideración a la hora de
seleccionar personal, distribuir tareas, establecer horarios o fijar
remuneraciones, entre tantas otras cosas. No puede ser de otro modo y no es
ilegítimo que así ocurra, va en la naturaleza de las cosas. En un contexto de
mercado no excesivamente distorsionado por corruptelas y corrupciones, donde la
competencia entre empresas sea genuina y en el que los usuarios o consumidores
puedan en verdad elegir al que les preste el servicio o les venda el producto,
algunas ventajas pueden desprenderse, pues, por ejemplo, no le convendrá a la
empresa de turno escoger para su personal a los más ineptos o mayormente
incapaces. Hay un acicate en el mercado para que las empresas se disputen a los
empleados más aptos y productivos.
Conozco
perfectamente lo que me replicarían muchos en este mismo instante, que si no sé
mirar alrededor y que por qué no me doy cuenta de lo que hay en la inmensa
mayoría de las empresas que aquí podemos echarnos a la cara, incluidas las que
prestan servicios tan cruciales como educación o sanidad. Pero a esto me
apresuro a replicar varias cosas. Primera, que esperen y que me dejen seguir un
rato más, pues no está en mi ánimo hacer el panegírico de las privatizaciones y
de la mengua total del Estado. Segunda, que nos leamos bien aquellas
condiciones que acabo de poner, las alusivas a una competencia en el mercado no
adulterada y a un hipotético consumidor o usuario no chantajeado o manipulado.
Sobre
eso último se me ocurre un ejemplo que considero claro. La inmensa mayoría de
los colegios e institutos públicos tienen un personal infinitamente mejor
formado, con más iniciativa y mayor vocación que la mayor parte de los colegios
e institutos privados, al menos de los de provincias, de eso ni me cabe duda a
mí ni se la planteará quien contemple nuestro sistema de enseñanza sin impenetrables
anteojeras ideológicas. La explicación es bien sencilla y está en el sistema de
selección, aun con todo lo que ha degenerado lo que se relaciona con la
formación y selección del profesorado de los centros públicos. Sea como sea,
habrá quien llegue por enchufe a una escuela pública, pero me atrevo a sostener
que no hay quien llegue sin él a la privada. Sin embargo, todo tipo de factores
ranciamente ideológicos, sumados a una inicua financiación de los colegios
privados con cargo a los presupuestos públicos y en nombre de una libertad de
elección que no sé por qué, si es tan importante, no rige igualmente en ámbitos
como el sanitario o el de la vivienda, por ejemplo, hacen que, en términos
generales, los colegios privados pasen ante la crédula sociedad por la
quintaesencia de la exquisitez, y los públicos por paradigma del desorden y la
desorganización. No es el mercado en sí el que altera la percepción y
tergiversa la demanda, sino que son las adulteraciones del mercado y las
complicidades entre lo privado y lo estatal las que llevan al engaño y el
fraude. Más simplemente: la culpa de semejante timo está en un Estado vendido y
una sociedad boba. Y punto.
Mas
decía que no echo de menos la privatización de los servicios públicos, sino que
lamento que la incuria administrativa y las incapacidades políticas estén
dañando irremisiblemente las instituciones públicas que prestan servicios
esenciales. Y todo porque no hemos sido capaces de incorporar a los patrones
públicos y a los sistemas normativos el más elemental principio de la gestión
privada limpia, el de que el buen funcionamiento, la eficiencia y la
rentabilidad (en la medida en que la rentabilidad importe o, al menos, deba
tomarse en cuenta para no acabar en la ruina) dependen antes que nada de la
calidad de los gestores, la selección del personal y los correctos incentivos
para gestores y personal.
¿Lo
decimos más sencillamente y con algún ejemplo? Pues muy fácil. No tiene ni pues
ni cabeza que, justo ahora que sobreviene la crisis, en cierta medida causada
por los frívolos devaneos de antaño, y cuando toca recortar gastos y desinflar
administraciones, el criterio para aligerar peso en las plantillas de
funcionarios y contratados no sea el de la calidad y la capacidad, sino el
propio de la más estúpida lógica burocrática: sobran todos los de tantos años o
más, o todos los que quieran irse con su paga íntegra, o todos los bajitos o
todos los que tengan un apellido que empiece por A. Supina imbecilidad política
y administrativa que hace que la mayor parte de los cesados o invitados a
marcharse sean los mejores y más expertos que teníamos. Con una tremenda
paradoja adicional: hacen mutis y se van a sus casas muchos de los que en su
día obtuvieron mediante concurso real y meritorio sus plazas en la sanidad o la
educación públicas o en las administraciones públicas en general y se quedan,
felices y contentos, los enchufados de toda la vida, los que treparon a golpe
de sindicato y puntitos por calentar silla y los que ni estaban ni están
dispuestos a dar palo al agua o, todo lo más, hacen la pelota y mueven las
nalgas para labrarse ascensos por la puerta de atrás.
Miren
este caso, de tantísimos. A la Comunidad de Madrid, que va a lo que va y va como
va, le sobraban médicos de los hospitales bajo su gestión y presupuesto.
¿Solución? Pues jubilamos por decreto y sin miramientos a todos los de cierta
edad. ¿Y si entre ellos están algunos de los mejores y más acreditados especialistas
del país o del mundo? Pues que se fastidien o que monten su clínica los muy
tontos, qué hacen aquí, en lo público, trabajando como si no tuvieran sitio
mejor adonde ir. Es como si un día un equipo de fútbol tiene que ahorrar y
decide poner de patitas en la calle a todos los mayores de treinta años que hay
en su plantilla, aunque uno de ellos fuera Messi y el otro Cristiano Ronaldo. Y
por enésima vez pregunto lo de tantas veces: si en el fútbol o a la hora de
organizar un bar o la tienda de la esquina cabe el sentido común, por qué no
hay sitio para él donde se dispone y administra lo público. Sí, conozco la
respuesta: porque si meto la pata al llevar mi bar, me arruino, mientras que si
robo al Estado o le infiltro por la vía del concurso restringido dos sobrinos y
un amante bandido no me arruino nada, bien al contrario; todo lo más se hundirá
el país mientras ando yo caliente y caliente sigo. Pues bien, defensor de lo
estatal como soy y en la medida indicada, afirmo que o alteramos las reglas del
juego en lo público o más nos valdrá cerrar el chiringuito y privatizar hasta
los salones del Consejo de Ministros. Al menos, si esto fuera una empresa
quebrada ya nos habrían puesto en la calle a la mitad, sector parásitos, como
la justicia desesperadamente demanda.
Así
como ahora no puede ser. O seleccionamos o sucumbimos. A la Comunidad de
Madrid, a sus gobernantes, les interesa la debacle de lo público, y buena prisa
se dan sus propios políticos en montar empresas con las que cubrir el espacio
que la Administración va dejando vacante; en cubrirlo no para dar mejor
servicio, sino para forrarse aun prestando el peor. Los que todavía creemos que
hace falta Estado y que se necesita por razón de los ciudadanos y no a título
de entelequia ideológica o de tapadera para dar de comer a tiralevitas y descarados
debemos exigir tanto el mantenimiento de lo público como el cambio de las
reglas del juego en lo público. Nada de manifestarnos en solidaridad con tales
o cuales despedidos porque fueron despedidos, nada de negarnos a cualesquiera
recortes y porque sí, nada de apoyar a cualquiera que no ascienda o que sea
sancionado, en su caso. Nada de tirar al bulto, porque entonces estamos en la
misma feria y con las mismas armas de feria que los más necios politicastros.
Hay que afinar y buscar el rigor, la exigencia, el trabajo bien hecho y la
rentabilidad del gasto. Defensa del competente, solidaridad con el esmerado, apoyo
al que hace bien su trabajo; y a los otros leña. Porque sí hemos de poder
distinguir y diferenciar. A la fría
calle los zánganos y los inútiles y todo el esfuerzo para que se queden los más
capaces y vengan más como ellos. Es decir, exactamente lo contrario de lo que
están haciendo unos y otros, lo opuesto a la lógica burocrática y paleta de
nuestros infames gobernantes y bien lejos de tanto compañero de viaje que se
duele de recortes y controles mientras jamás abrió la boca cuando los empleos
públicos se llenaban de enchufados y sinvergüenzas o ahora que se manda para
casa a los más expertos, al mismo tiempo que se vela por el sueldo y los
complementos de tanto caradura con carguito y alma de ratón.
PD.- Por cierto, vean también esto, que es lo mismo, pero por pasiva.
9 comentarios:
Uno de los problemas radica, efectivamente, en identificar quién produce conforme a lo requerido y quién no. Pero ahí no acaban las cosas, porque usted sabe tan bien como yo que el físico reputado en Europa e infravalorado en España (¿quién estará equivocado?) aspiraba a una beca que, con suerte, se equipararía al salario de esta muchacha (con suerte, digo):
http://www.elconfidencial.com/espana/2013/05/14/bauza-ficha-a-miss-baleares-2009-como-su-secretaria-personal-por-50000-euros-al-ano-120922/
¿Qué queremos financiar, científicos que contribuyen a la mejora de la raza en el plano intelectual o personas que contribuyan a la mejora de la raza en el plano físico? A 15 de mayo de 2013 la apuesta del país parece clara.
A riesgo del malentendido (porque tampoco un comentario es un tratado, ni me voy a extender) yo creo que en el fondo hay un problema de intereses de grupos sociales. Lo que antes se llamaban "clases", vamos.
¿Qué pasa con la educación, por ejemplo? Los puestos de profesores públicos son puestos de trabajo fijos, relativamente bien pagados para lo que hay en España, y poco exigentes en la mayoría de aspectos. Y son muchísimos (varios cientos de miles).
Por tanto, durante veinte años (los de la expansión de la educación secundaria) han sido un nicho accesible y razonablemente apetecible para un sector social: la clase media con estudios universitarios (a menudo en carreras con poca demanda profesional) cuando eso, tener estudios universitarios, funcionaba todavía como ascensor social y estaba al alcance de una minoría: creciente, pero minoría.
Así que ha sido un nicho privilegiado, con poca competición por los puestos hasta mediados de los noventa, y donde la única barrera que dificultaba el acceso era estar dispuesto a pagar el peaje vital y laboral de pasarse cinco o diez año como interino, antes de llegar al desideratum de la "plaza en propiedad" (sistema enfermizo cuya consecuencia evidente es la necesidad de la "bolsa de interinos", para ajustar los destinos a las matrículas, cuando la población alumna varía pero los profesores no pueden ser movidos ni a la asignatura vecina ni al centro vecino.
(Esta situación tiene también otras caras, otras consecuencias perversas para la calidad de la enseñanza, como p.e. la multiplicación y compartimentacion cancerosa de asignaturas).
En definitiva ¿de qué se trata? De que una exigencia mayor en el desempeño, una vigilancia mayor de las disfuncionalidades, una autonomía mayor de las directivas, una inspección más seria... van en contra de los intereses (directos o por pariente/amigo interpuesto) de varios millones de personas, y además esas personas son votantes, son relativamente influyentes y educados, y componen el cuerpo mayor de eso que se llama "opinión pública".
Pero luego, a ese mismo sector social de clase media, a la hora de mandar a sus hijos a un colegio, lo que le interesan son otras cosas, también como sector social, y en gran parte el mismo que el anterior: les interesa que en el colegio de sus hijos no haya muchos inmigrantes ni alumnos con cualquier clase de problema, les interesa un centro donde la dirección tiene potestad para despedir a un profesor, les interesa que el centro en su conjunto sea un lugar controlado por la dirección (no uno donde solo existe responsabilidad de cada profesor cuando está dentro de su aula), donde "haya disciplina" (aunque sea en buena parte una leyenda del marketing que los concertados tengan más disciplina, pero algo verdad sí es) ... y, aunque esto sea menos general, donde haya "unos valores", es decir, se adoctrine en valores tradicionales y religiosos, independientemente de que a los padres la religión les importe un bledo (pero suena a más moralidad). En resumen, quieren un centro escolar que huela a clase media, que tenga aspecto, alumnado e imagen de clase media.
Así se llega a la situación generalizada de que de las mismas familias donde algunos miembros son profesores públicos, la mayoría del resto lleva a sus hijos a la concertada (y a veces, ellos mismos, porque como me dijo una conocida, que es profesora, en una ocasión "es que mi hijo es especial, y en el Instituto no le van a entender", lo cual daba para reirse conociendo al chico, que no tenía la menor dificultad ni era nada especial, pero algo tenía que decir que no fuera: "es que el tipo de centro donde yo enseño no es bastante bueno para mi niño").
Mientras que las familias que nutren los centros públicos son las que no tienen ellas mismas estudios universitarios en la misma proporción (de hecho, solo hace unos pocos años que se ha alcanzado la situación en la que al menos la mitad de los padres españoles de hijos en edad escolar tengan ellos mismos titulación de secundaria, y la mitad desfavorecida... ya se sabe cual es y donde están sus hijos).
Sé que la cosa tiene más elementos, más caras, más sinvergonzonería y más ignorancia por parte de los gobiernos, y que esto es solo un resumen parcial, pero sinceramente creo que por ahí van los tiros.
Con las debidas modificaciones de detalle y salvaguardas, creo que lo mismo puede trasladarse a todos los servicios públicos. Sí, de vez en cuando este estado de cosas perjudica también a una parte de los beneficiados (el ejemplo que usted pone, o los interinos de la enseñanza), pero claro, es que no se puede tener todo. Cuando no se quiere ser controlado por el desempeño, ni exigencia y medida de la calidad del trabajo, ni dar cuentas a nadie, ni permitir diferencias en lo que se cobra, cómo se asciende o cómo se valora a cada uno... pues es lo que tiene.
El máximo prejuicio de este estado de cosas lo sufrimos todos los ciudadanos, y también los "monopolizadores del nicho", que son ciudadanos, y como tales, también necesitan de los servicios publicos, pero... es otro caso del "dilema del prisionero": la elección del beneficio personal individual dificulta o impide el beneficio colectivo mayor.
Disculpas por la longitud del comentario.
Aloe, estoy fundamentalmente de acuerdo con su comentario. Esa clase media de la que usted habla suele vivir entre la hinopia y la esquizofrenia. Como ya he contado alguna vez aquí, mi hija asiste a un colegio público (igual que hizo en tiempos y en Gijón mi hijo ya mayor) y estoy absolutamente encantado y admirado con todo, con el buen trabajo de los profesores y con el estupendo ambiente entre los padres variopintos. Además, ni el colegio ni los padres dan la lata con bobaditas tan del gusto del sector tontaina de la clase media, tipo fiestas de graduación de los niños cada año o representaciones navideñas para que acudan los papás y las mamás armados de cámaras de vídeo y todo tipo de artilugios. En resumen, que muy bien y que bendita la hora en queo optamos por esa enseñanza pública. Por cierto, ese buen colegio público leonés se llama "La Palomera". Que conste.
No, si mis hijos también han ido a la enseñanza pública. Aunque no por eso me he librado completamente de los padres con cámara y de las fiestas de graduación, y aunque tampoco he estado siempre contenta con todos los profesores ni con todo el funcionamiento de los centros, los prefiero también como usted dice a los colegios concertados (mayormente religiosos y relamidos, cuando no con una brutalidad escondida considerable). Además puedo comparar, porque uno de mis hijos, por problemas familiares, fue durante un curso a uno de estos y el pobre estaba horrorizado con esa brutalidad a la que no estaba acostumbrado, y extrañado del respetable público que constituía la homogénea clientela (le parecía que había más chavales violentos, lo que contradice bastante los tópicos). Para él fue un alivio volver a su centro acostumbrado, pero también debo decir que el profesorado no parecía ser peor como tal.
Eso no quiere decir que no veamos las fallas que tiene el estatuto funcionarial en España, que si no es todo el problema educativo, sí constituye una considerable parte de él. Y que no debamos reclamar (creo yo) que la calidad del desempeño de los servidores públicos y de cada organización pública tiene que mejorar mucho y cambiar actitudes seculares muy dañinas y patrimonialistas.
Incluso los colegios concertados se beneficiarían de ello, pues la calidad que ofrecen es justito lo suficiente para ir a remolque de la pública pero dando el plus de no rozarse con los inmigrantes y de tener un hall más elegante.
(Para mi, también el contacto con la variedad de familias y de niños ha sido una de las cosas más positivas)
Uf. Al intentar publicarlo, acaba de evaporarse un largo y pormenorizado comentario.
Dejémoslo en unas simples preguntas y un apunte:
¿Por qué será que casi ningún profesor, padre, alumno, inspector educativo y político quiere controles de calidad y rendimiento externos, objetivos y lo menos manipulables que sea posible?
¿Por qué será que casi ningún profesor, alumno, etc. quiere que su sueldo y su prestigio dependan significativamente de su rendimiento y no de la inercia burocrática o el virtuosismo trepa y la marrullería mafiosa y clientelar?
Cuando los competentes, los responsables y los honestos son marginados por el sistema, bajo la lustrosa bota de los venales, los maquilladores de estadísticas y los expertos en marketing es que la cosa pinta mal. Alarmantemente mal.
En el reino de la simulación, nada es más temible que la verdad, la nuda y dura verdad.
Y el que levante la voz será apedreado por apocalíptico, cenizo y "facha".
Los pobres (dependientes de la excelencia de lo público) serán aun más pobres. Pero con su titulito y su carrera. Inútiles; pero qué lucidos. Todos tan contentos y "demócratas". Y vivan los derechos sin deberes; que ya encontraremos nuestros chivos expiatorios cuando la cosa acabe de reventar. Al tiempo.
En realidad, Perplejo, o abundando, a nadie le interesa que nadie aprenda. Ni siquiera a los propios involucrados. Salvo las contumaces excepciones de siempre nadie quiere asumir sacrificio, esfuerzo, responsabilidad, o ya siquiera iniciativa, que pueda desembocar en frustrante desempeño.
No se estudia por miedo al suspenso, no se investiga por el error de planteamiento que puede asomar, no se enseña porque no se sabe, no se aprende porque no hay curiosidad...
La sociedad del espectáculo nos adocena para permanecer tranquilos, quietos, callados, como sonriendo, mientras todo ocurre, o va sucediendo, pero siempre en otro sitio.
Quedamos diluidos, espirituosos, virtuales, titulados y con currículum. Diríase que el Facebook nos ha hecho iguales.
Así, a vuelapluma, casi perfectos.
En mi modestíma opinión, encuentro más puntos en común con mi planteamiento en el último comentario que en los anteriores. Esta confrontación escuela pública / concertada resulta nociva, en efecto, pero por la manipulación maniquea con que se aborda el debate desde ambos lados.
No tengo hijos, por tanto no me toca decidir al respecto. Pero sí fui, en su momento, a un colegio concertado. Y las razones aducidas por mis padres al respecto y que yo respeto enormemente tienen poco, nada que ver con ceremonias de graduación y uso de videocámaras. Aparato, por cierto, que ni ellos ni yo poseemos. ¿Qué tal si empezáramos por un poco más de respeto en los planteamientos? Ni los colegios públicos son refugio de mafias urbanas perdidas para la sociedad, ni los colegios privados son para hijos de banqueros pijos que terminaran la secundaria empotrando deportivos de lujo contra cualquier farola y pronunciando osssea. Mientras no seamos capaces de abordar un debate con un mínimo de respeto y siendo capaces de ponernos en la situación y miras del otro para comprender lo que tenemos en común, no lo que nos separa, muy mal vamos.
Y lamentablemente esa es la quintaesencia del español. Pimpampum a todo el que se menea a mi alrededor y no piensa y habla y dice y, sobre todo, hace lo que yo diga.
Anónimo,
Por lo que a mí respecta, estoy muy lejos de tener una visión maniquea del asunto.
La cuestión es que la escuela concertada supone un menoscabo de la igualdad de oportunidades financiado, en parte, con dinero público. Quien quiera enseñanza privada (y tal como está la pública no es extraño que la quiera) que se la pague de su bolsillo.
Saludos.
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